InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Signos de esperanza

10.12.10

El mapa del tesoro

Desde pequeño, me han fascinado los mapas. Si uno lo piensa un poco o, mejor, lo mira con los ojos llenos de admiración de un niño, resulta emocionante que montañas altísimas, profundos ríos y ciudades y aldeas llenas de gente se introduzcan, como por arte de magia, en un pequeño mapa que se puede doblar y meter en el bolsillo. Por no hablar de que todo mapa está pidiendo una buena X que marque la situación de un tesoro escondido y unos cuantos monstruos en las zonas desconocidas e inexploradas.

Traigo hoy al blog un mapa lleno de X. Es el mapa de los grupos de anglicanos que ya han manifestado su deseo de pertenecer a la Iglesia Católica en los nuevos ordinariatos anglocatólicos de Estados Unidos y Canadá. Cada uno de ellos es un tesoro para la Iglesia. Y un tesoro desconocido hasta ahora para nosotros, que el Papa Benedicto XVI se ha molestado en buscar y en excavar.

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30.11.10

El Sajón Testarudo

Leído en el blog De Lapsis: “Obispo anglicano deja mitra y báculo a los pies de Ntra. Sra antes de dar el paso a Roma. Parece de El Señor de los Anillos”

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Hoy canta mi pluma la gesta de Burnham el Anglocatólico, el Sajón Testarudo, que en la lejana Albión gastó sus fuerzas, en lucha infatigable contra el fiero dragón que a sus gentes tiene esclavizadas.

Luengo y tremendo sería el relato de sus hazañas y diez largos días con sus diez largas noches no bastasen si recordar quisiéramos cuanto ha hecho este hijo de Inglaterra. Vino de aquel refugio del saber antiguo, Oxford la bella, madre de Santos, y, como ellos, guerreó sin descanso, a tiempo y a destiempo, para recuperar la Dote de María, que tiempo ha que hombres impíos arrebataron con engaños y traiciones. Se enfrentó a la Bestia de mil nombres, que se llama No-hay-verdad y Haz-lo-que-quieras y que hace siglos aherrojó a los ingleses, fingiendo liberarlos con engaños, mentira y sinrazones. Mucho sufrió de amigos y enemigos, mas nadie consiguió que abandonara el buen combate de la fe, la gran carrera, que sólo con la muerte ha de acabarse.

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23.10.10

Algo especial este domingo

Quiero animar a los lectores del blog a que tengan algo muy en cuenta en su oración de hoy: Mañana hay una reunión parroquial en la iglesia del Monte Calvario (Mount Calvary Church), en Baltimore, Estados Unidos.

Ya sé que, probablemente, habrá miles y miles de reuniones en parroquias de todo el mundo, pero ésta es especial. Se trata de una iglesia episcopaliana (es decir, anglicana de los Estados Unidos) y mañana se reúnen para decidir si, como parroquia, van a volver a la Iglesia Católica. El consejo parroquial, con sus pastores a la cabeza, se mostró ya unánimemente a favor de esta idea y ahora son los fieles los que deben decidir dos cosas. En primer lugar, si dejan la Comunión Anglicana y, en segundo lugar, si piden entrar en la Iglesia Católica.

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21.09.10

Una buena frase de una mala película

Acabo de ver la película Centurión. No esperaba mucho de ella y ha respondido de forma bastante fiel a mis expectativas. Tiene mucha sangre, pero poco interés. Muchas luchas, pero generalmente inverosímiles y con un desconocimiento casi total de lo que es la guerra. Un argumento bastante malo, multitud de incoherencias, los consabidos dogmas feministas, inexactitudes históricas por doquier (¿cuándo aprenderán en Hollywood que los romanos luchaban siempre con la punta de la espada y no dando tajos como los bárbaros?) y de faltas de sentido común. En fin, lo previsible.

Ha habido, sin embargo, una frase de la película que me ha parecido interesante. La pronuncia un centurión romano tras una batalla en la que ha perecido toda su legión salvo un puñado de supervivientes:

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13.07.10

Santas varices

Este domingo a media tarde, caminaba por la acera con los niños hacia nuestro coche aparcado, cuando vi que iba por delante de nosotros una monja anciana. Entre que yo llevaba un carrito de niño y que la acera era estrecha, no era posible adelantar, así que fuimos un buen trecho detrás de ella.

Caminaba muy despacio, con las piernas hinchadas y llenas de varices. Apenas podía avanzar lentamente y renqueando un poco, apoyándose siempre en un bastón. Mientras la miraba caminar, sentí por un momento el impulso de tirarme al suelo y besar esos pies cansados y doloridos. No lo hice, como es lógico. Por vergüenza y porque el resultado más probable habría sido que la monja me golpease con el bastón y llamase a la policía. Además, fui consciente de que no era digno de hacerlo.

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