¿Cuándo fue la última vez que te confesaste de tentar a Dios?
Algunas personas apenas escuchan las lecturas en la Misa. Ésos son los buenos y piadosos. Los demás generalmente no las escuchan en absoluto. Supongo que no es necesario probar esto que digo, ya que resulta evidente, pero, para darse cuenta de ello, basta compararlo con un ejemplo de la vida “civil”.
Es cosa sabida que los maridos (todos menos yo, por supuesto, cariño) desarrollan la habilidad de poner cara de atención a las interesantes historias de sus esposas sobre la vecina del tercero mientras piensan en fútbol, trabajo o Teología. Asienten con la cabeza, emiten periódicamente sonidos difusos y poco comprometedores y dicen cosas como “ya”, “claro” o “vaya”. Sin embargo, la ley de hierro de la supervivencia de los más aptos hace que, al cabo de algunos años, los maridos descubran que eso no basta: es esencial tener un piloto automático inconsciente que detecte frases peligrosas o extrañas en la conversación, para pasar inmediatamente de modo Auto a modo Consciente. Me refiero a cosas como “es baratísimo”, “me han dicho que la obra sólo tardaría un mes” o “dice mi madre que estaría encantada de pasar tres meses con nosotros”. Un marido que ignora esas señales está corriendo graves riesgos.
Esta capacidad de prestar atención como mínimo a lo más importante, que es cuestión de supervivencia, no parece activarse cuando escuchamos o hacemos como si escucháramos las lecturas de la Misa. En ellas se incluyen algunas veces cosas que, si las pensáramos un poco, nos resultarían rarísimas. Y que, además, son también cuestión de supervivencia, en un sentido mucho más profundo que el cambio de los azulejos de la cocina o la compra de un vestido de Ónice Ruiz de la Prada, por caras que puedan ser ambas cosas. El domingo pasado, se leyó el Evangelio de las tentaciones de Cristo en el desierto. Un evangelio muy conocido, porque se lee siempre en Cuaresma. En él, sin embargo, hay una frase curiosísima. En la segunda tentación, cuando el demonio dice a Cristo que se tire del Templo para que le recojan los ángeles, Jesús responde: “No tentarás al Señor tu Dios”.
¿Qué significa eso? Es una frase verdaderamente extraña… pero nadie parece darse cuenta. He hecho una pequeña encuesta entre conocidos y la inmensa mayoría ni siquiera se había fijado en la frase. Y los pocos que sí que se habían fijado en ella, suponían que Jesús le estaba diciendo al demonio que no le tentara a él, como Dios. Esta explicación, sin embargo, no puede ser correcta, ya que si ése fuera su significado no tendrían sentido las otras dos tentaciones, a las que Jesús responde cosas diferentes: Jesús habría dicho al demonio desde el principio que no le tentara y habría seguido rezando o ayunando. La frase tiene que tener otro sentido.
Para entender lo que significa “tentar a Dios”, conviene que vayamos al pasaje de la Escritura que estaba citando Jesús con su respuesta. En efecto, es una cita del Deuteronomio, que dice: “No tentaréis al Señor, vuestro Dios, como le tentasteis en Masá” (Dt 6,16). Este mandato es importantísimo y también lo es para nosotros lo que sucedió en Masá y Meribá, aunque esos nombres no digan nada a la mayoría de los cristianos. De hecho, es tan importante que la Iglesia nos lo recuerda todos los días en el invitatorio, en la Liturgia de las Horas, con el Salmo 94: “No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras”.
¿Qué pasó en Masá y Meribá? Masá y Meribá era un lugar en el desierto, en el que los israelitas, hartos del polvo del camino y del sol abrasador, se enfrentaron a Moisés. Se encararon con él y exigieron un milagro: que les diera agua para beber en el desierto. Por eso Moisés puso ese nombre a aquel lugar, que significa “tentación y querella”, y preguntó a los israelitas “¿Por qué tentáis al Señor?” (Ex 17,1-7).
A pesar de haber visto milagros espectaculares, de haber sido liberados de Egipto con mano poderosa, de haber cruzado el mar a pie firme, de haber comido pan del cielo y de haberse hartado de carne en el yermo, los israelitas exigían a Dios que les diese lo que querían, cuando lo querían y como lo querían. Tentar a Dios, pues, es intentar obligarle a hacer nuestra voluntad, exigirle que se ponga a nuestro servicio, que haga lo que queremos, que se ajuste a nuestros planes. ¿No somos el pueblo de Dios? Pues que Dios lo demuestre dándonos agua ahora. ¿No soy piadoso, voy a Misa, doy un euro en el cestillo todos los domingos y vivo “como Dios manda”? Pues que Dios me quite este cáncer, este matrimonio insoportable o este trabajo en el que no me valoran. Y si no lo hace, nos enfadamos, dejamos de rezar y murmuramos y nos quejamos constantemente.
En el pasaje evangélico del que hablábamos al principio, el demonio quiere que Jesús tiente al Padre, tirándose del alero del Templo, para que Dios haga un gran milagro, enviando a los ángeles a recogerlo. Es decir, asombrando a todo Israel para triunfar por un camino que no lleve a la cruz. Es la tentación de rechazar la historia de salvación que Dios había preparado para él y cambiarla por otra más lógica y razonable. ¿No eres el Hijo de Dios? Pues que Dios haga milagros y se lo muestre a todo el mundo, en vez de permitir que sufras y mueras miserablemente.
En esencia, tentar a Dios es la contra-oración del Padrenuestro y de Getsemaní. En lugar de decir “hágase tu voluntad y no la mía”, pedimos “hágase siempre mi voluntad y, bueno, también la tuya mientras no resulte demasiado incómoda, no interfiera con mi tiempo libre y coincida con lo que, de todas formas, ya iba a hacer yo”. Si somos sinceros, seguro que cada uno de nosotros identifica multitud de ocasiones en las que hemos tentado a Dios de ese modo, pidiéndole cuentas porque lo que sucede no coincide con nuestros deseos, quejándonos porque nuestra historia no está bien hecha, porque Dios se ha equivocado dándonos estos padres, este marido o esta mujer, este físico, estos defectos, estos problemas… Rechazamos la cruz, oponiendo nuestros caminos a los caminos de Dios y queriendo obligarle a que sea él quien haga nuestra voluntad.
Por lo tanto, lejos de ser algo extraño, “tentar a Dios” es algo que hacemos con frecuencia, quejándonos de que las cosas no salgan como queremos y exigiendo de mil formas a Dios que se ponga a nuestro servicio. Así pues, la mayoría de nosotros (quitando los grandes santos que hay, ya lo sé, entre mis lectores) debería confesarse a menudo de tentar a Dios. Eso sí, aconsejo utilizar otra expresión, como esperar que Dios haga mi voluntad en lugar de yo la suya. No sea que el confesor nos imponga el doble de penitencia “por listos”.
35 comentarios
Sí, pero quizás liamos la cuestión hablando de soberbia, porque he observado que los pecados capitales se entienden fatal. Ya hablamos una vez de la pereza-acedia y podríamos hablar de la gula, de lo que es realmente la ira... Parece increíble pero es territorio prácticamente inexplorado en nuestro tiempo. Quizá podríamos empezar una serie de posts sobre los siete pecados capitales.
Por otra parte, yo diría que "tentar a Dios" es sólo una modalidad de soberbia. Así a bote pronto, quizá podría ser la soberbia aplicada específicamente a la oración. Si existe una oración soberbia, es la de los israelitas en el desierto, la de exigir a Dios que haga nuestra voluntad.
Hay otras muchas modalidades de soberbia. Vivir como si Dios no importase también puede ser soberbia, sin esa faceta de oración soberbia. Pretender que los demás estén a mi servicio es soberbia, de nuevo sin relación con la oración.
Es decirle a Dios lo que tiene que hacer = amar el propio criterio con prescindencia de la Voluntad de Dios = ponerse en el lugar de Dios.
Que es la definición de soberbia.
¿Quizá la más característica? ¿O la más desvergonzada, ya que es ponerse en el lugar de Dios en su propia cara, por así decirlo? No lo sé.
Nos ponemos el chip de "pedid y se os dará" y de "sed como niños" y, venga, a pedir con confianza y caradura.
Sin Dios no nos lo da, decimos, "gloria a Ti, Señor, tú sabrás, pero no te importe si entre alabanza y alabanza te sigo pidiendo; si te molesta, me lo dices, ¿OK?"
Sí, la familiaridad y todo eso...
Se considera, informalmente, que la proporción adecuada es de 9 partes de alabanza y 1 de petición, para estar centrados en Él, no en ti.
No sé cuan irónico es tu comentario jaja
Pero yo si pienso que "Pedid y se os dará" es parte enorme en nuestra relación con Dios. Al fin y al cabo, Dios sabe que somos como "pequeñuelos" en comparación con él y que nos enrabiamos si no nos da lo que queremos (de ahí el post de Bruno).
Por eso el "Pedid y se os dará" hay que complementarlo con la perpetua aceptación del "Hágase tu Voluntad". Porque sabemos que Dios sabe darnos cosas buenas y que Él en su Sabiduría dispone aunque nosotros ni nos lo imaginemos.
De hecho, antes - no te puedo poner ahora la cota temporal, pero en el Renacimiento se seguía haciendo -, el examen de conciencia se hacía respecto a los pecados capitales, no sobre los mandamientos. Yo lo encuentro muy intuitivo, quizás porque revisar la vida con respecto los pecados capitales dan una visión más dinámica de la espiritual, cosa que no ocurre con los mandamientos, que es más puntual. No sé si me explico.
Santo Tomás Moro tiene un opúsculo muy interesante que en España lo ha publicado Cristiandad, bajo el título "Piensa la muerte"
Lo que la temeridad es a la audacia, lo es el tentar a Dios a la parresía. El salmista —como pocos otros— da con el stimmung exacto de la plegaria filial, que reclama, que patalea, que grita y que agradece el favor pedido antes incluso de que termine el mismo salmo, pues lo da por hecho.
Por orbitar en la esfera de las virtudes teologales, estas cosas no se afinan por justo medio sino por superación dialéctica.
Justamente el triple pugilato de Cristo con Satán tiene esa secuencia (tomas de yudo, diría Luis):
1. Haz de las piedras pan/NO sólo de pan/Yo Soy la Roca hecha Eucaristía.
2. Tírate al abismo del pináculo/NO tentarás a Dios/con fuerte grito expiró y se arrojó al ínfero Abismo encomendándose a las Manos paternas.
3. Adora a la creatura/sólo al Señor tu Dios/Yo soy la Creatura-Creador a quien adorarán todas las gentes.
El “no tentar a Dios” no se evita retrocediendo un casillero sino avanzando; doblando la apuesta. En tiempos de anorexia espiritual me cuidaría de acentuar mucho los peligros de la obesidad...
En realidad, el pecado de tentar a Dios involucra querer que El se pliegue a mis shortcuts humanos.
Cuando el tentar a Dios es remitirse por entero a sus propios medios doblando la apuesta, aparece Abraham en Mambré regateando la salvación de Sodoma, Jacob luchando y venciendo a Dios, Job con sus divinas blasfemias, aparece María preguntando "cómo va a ser esto", o diciendo a los servidores de Caná: "Hagan lo que El les diga".
Todos antitypos de Cristo, el gran tentador de Dios. Pero a la manera de Dios, no a la triste y pelagiana manera que propone el diablo a Eva y a Cristo en el desierto.
De hecho, aceptará todas las propuestas del diablo, pero a su manera, superando el sentido burdo y convirtiendolas en sentido anagógico y salvífico.
Hará efectivamente del pan su propio cuerpo en la eucaristía. Se postrará ante el poder de la muerte y del diablo al someterse al suplicio, y en vez de tirarse del pináculo, subirá a la Cruz para atraer todos los reinos y las cosas hacia El.
Por eso también Satán no descubre su identidad divina, porque de lo contrario no sería engañado por la divina estratagema. Y convenía que el engañador del hombre fuera engañado por Dios.
Genial Diego.
Pero claro, ya lo decía Séneca: “no esperes que los destinos impuestos por los dioses sean revocados por la oración”. Y algunas lunas luego, Kant insiste en que la oración de petición “sólo trata de reavivar la actitud interior en orden a un cambio de vida grato a Dios, para lo cual esa expresión de la plegaria no es más que un medio para alimentar la imaginación”.
No obstante Jesús insiste que lo que pidamos será infaliblemente escuchado (Jn 15,16; 16,23.24); creyéndolo concedido, ya está otorgado (Mc 11,24), alentando hasta la impertinencia e inoportunidad con que insistir para “arrancarle” a Dios lo suplicado (Lc 11, 5-8; 1 8,2-7).
No obstante, desde que Platón estampó con contundencia que “es imposible corromper a los dioses comprando su benevolencia” (Leyes X, 907b), el pensamiento humano -al menos en Occidente- vive aferrado a la convicción de esta ‘honestidad’ divina para con sus propios designios sempiternos. Pero la Iglesia rechaza y condena incluso al que creyere que sólo puede pedirse de modo general que se haga la Voluntad de Dios (Dz 2214). Desde las parábolas de Jesús sobre el amigo inoportuno (Lc 11,5) y la viuda insistente (Lc 18,1), donde ambos logran ‘torcer’ el movimiento inicial del suplicado, hasta la insistencia del último Concilio en orar insistentemente por todos los hombres -vivos y muertos- y por todas sus cosas (SC 53 y 109; LG 50; GS 18; DH 14), la Iglesia vive de esta luz y de esta fuerza, que, de algún modo, constituyen lo esencial de su misión en el mundo: como decía Pablo VI: “¿Qué hace la Iglesia, para qué sirve? ¡La Iglesia ora!” (14.VI.1978).
Ella -la nueva Dalila- lo puede todo en Aquel a quien robó el Corazón y el secreto de su Poder (Cf. Jc 16). Ella, como su Esposo, descuartiza al león rugiente con sus solas manos (Jc 14,6) y manda a ejecutar, como en Caná, lo que Ella decide, como Él lo diga (Jn 2,5).
Así es nuestro Dios. Sincero con los sinceros, astuto con los falsos.-
No te pierdas este barbado, genial:
http://www.youtube.com/watch?v=xwsUEPBjOX0&feature=player_embedded
The rest is silence,,,
Felicitaciones.
Bromas aparte, muy buen artículo, e interesante discusión.
Toda eclesiología que no se funde sobre esta incontestable pregunta, funda sobre arena y funde al cristianismo.
http://pagina-catolica.blogspot.com/2011/03/sinfonia-de-los-dos-testamentos.html
Digamos que para pecar tentando a Dios se exige ser un creyente "robusto" y no anoréxico. De los que no abundan, ciertamnete.
Aunque queda clarísimo que la virtud de la Fe, sea ésta tan robusta como se quiera, no excusa el pecado de pedir soberbiamente.
Es que dices cosas interesantes que hace que uno descuide las accidentales...
Ningún problema. En definitiva, soy el fruto tardío de un misunderstanding milenario: creer que el del Campo estrellado se llamara san-Tiago.-
Disculpe, Bruno, por la innecesaria desviación del tema.-
No lo olvidaremos, y lo desagraviaremos constantemente, porque es un deber de pietas. Lo menciono aquí porque ha sido en este blog donde la difamación se ha cometido. Y lo seguiré mencionando.
Tenía yo un tío de origen irlandés llamado Jaime (Jimmy le decíamos) que bautizó a su hijo con el nombre de Santiago. Lo que no sé es si sabía que le estaba poniendo su mismo nombre traducido.
La Revelación,toda ella, no tiene carácter informativo,sino manifestativo e interpelativo.Es una invitación a participar en la vida Divina.
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