Si vas a ser sacerdote, piensa bien dónde te vas a formar
La vocación sacerdotal es siempre una gracia de Dios, un don que el Señor da a unos pocos, una semilla que de ser abonada y regada generosamente produce como fruto una vida de servicio completo a Cristo y su Iglesia. Se puede servir a Dios de muchas maneras sin ser sacerdote, pero pocas implican tanto compromiso personal, tanta renuncia y tanto sacrificio.
Pero precisamente porque el sacerdocio es algo muy serio, es imprescindible que el joven -o no tan joven- que se quiere preparar para serlo, debe de tener muy en cuenta a qué seminario ha de ir. Lo normal es que vaya al seminario de la diócesis donde reside y donde va a prestar su servicio una vez ordenado. Pero más importante que el lugar “geográfico” del seminario lo es el lugar “espiritual” del mismo. Y algunos seminarios son más un destroza-vocaciones, una fábrica de malos sacerdotes, que una herramienta de formación de buenos curas.
El problema es grave. Si ya es difícil que un joven de hoy decida comprometerse con Cristo de por vida a través del sacerdocio, más difícil debe ser que sepa discernir si tal o cual seminario es adecuado para su formación. Eso debería de corresponder a los obispos, que son los responsables máximos de la calidad de sus seminarios. Pero no nos engañemos, hay seminarios buenos, regulares y horrorosos. Otros bloggers católicos han escrito al respecto en los últimos días. Seminarios con malos profesores, de doctrina nada ortodoxa; seminarios donde se permite y consiente la práctica de la homosexualidad -aunque debe confirmarse el dato-, en contra de las indicaciones del Vaticano.