Toc, toc... ¿se puede?.... ya la tenemos aquí.
Que sí, que ya está ahí, a la vuelta de la esquina. Un año más nos visita. Llama a la puerta de nuestro corazón para que lo abramos de par en par. Es la Navidad. Es la celebración del milagro más maravilloso que ha ocurrido en la creación. Dios se ha hecho hombre y habita entre nosotros.
Para muchos este es un tiempo de compras, comidas y cenas de empresa, encuentros familiares, regalos, juergas, excesos, etc. Pero ay de aquellos que sólo viven el lado "laico" de la Navidad. Se pierden lo mejor. Se pierden el anuncio del profeta:
"Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz."(Is 9,6)
Meditemos en ello por un momento. El Creador del cielo y la tierra, de todo lo visible y lo invisible, aceptó encarnarse en un trono santo y reluciente, el seno de María, para nacer como todos hemos nacido, aunque sin menoscabar la pura virginidad de su madre. He ahí al Dios todopoderoso convertido en un niño recién nacido, deseando de ser amamantado por la criatura más perfecta de su creación. Qué escena, qué derroche de amor, qué felicidad infinita debía de rebosar en ese corazón materno y en esa mirada protectora del bendito y santo José.
Recordemos que no hay salvación sin anunciación, sin fiat de María, sin encarnación, sin navidad, sin años de crecimiento y desarrollo de Jesús, sin ministerio de evangelización y liberación, sin cruz, muerte y resurrección. Todos fueron pasos imprescindibles en esa obra divina tan maravillosa por la cual hoy podemos ser salvos, por la cual hoy podemos ser partícipes de la naturaleza divina y ser hijos de Dios.
Hagamos un esfuerzo para hacer de estas navidades las mejores de nuestra vida. Para ello, dispongámonos a celebrar el nacimiento de Cristo como si fuéramos a ser testigos del mismo, como si fuéramos a tener a nuestro Salvador en nuestros brazos para acunarle y darle los primeros besos tiernos. Que la Virgen María interceda para que podamos mirar a su Hijo con los ojos de amor que ella le miraba. Que ella nos muestre el camino al amor puro, prístino hacia el Niño Dios que ha venido a salvarnos.
Si el mundo quiere seguir su camino de locura consumista sin freno, que lo haga. Pero no sin que nosotros seamos testigos de la auténtica Navidad, de la auténtica alegría por el nacimiento del Hijo de Dios e Hijo de María. Mientras haya un solo corazón cristiano que se alegre en estos días, habrá verdadera Navidad en la tierra.
Dios nos guarde y nos ampare,
Luis Fernando Pérez Bustamante