Tenemos derecho a que se oiga nuestra voz en las Cortes

A nadie se le escapa que tanto en el Congreso como en el Senado no hay un solo partido político que, en asuntos tan fundamentales como la familia y la dignidad de la vida humana, cumpla los mínimos que los católicos fieles al magisterio de la Iglesia consideramos irrenunciables. Como dije antes de las pasadas elecciones generales, los centenares de miles de católicos que se congregaron en la plaza madrileña de Colón en torno a sus obispos el pasado 30 de diciembre, no estaban ni están representados por un solo diputado o senador. Aunque algunos políticos pueden sostener un ideal más o menos parecido al de los allá presentes, su tibieza unidad a la disciplina imperante en la partitocracia que tenemos por sistema político hace impensable que alguno de ellos ose ir por libre en contra de las consignas de sus dirigentes.

Sin embargo, en las dos últimas elecciones importantes celebradas en este país, las autonómicas de Cataluña y las generales de marzo, hemos visto la aparición de dos opciones políticas nuevas, Ciutadans y UPyD, que han demostrado que se puede empezar a arañar, siquiera superficialmente, el omnipotente poder de los partidos mayoritarios tanto a nivel autonómico como estatal. Ha bastado con que recibieran un apoyo más o menos importante por parte de medios de comunicación muy concretos (sobre todo Cope, para qué nos vamos a engañar), para que hayan asomado su cabeza en el parlamento catalán y el español. Pero ambos partidos, por muy interesantes que sean en sus propuestas sobre asuntos muy importantes como la unidad de España, el derecho a ser escolarizado en la lengua materna, el cambio de la ley electoral, etc, etc, son laicistas y nada o muy poco opositores a la labor de ingeniería social del zapaterismo.

Por ello la pregunta es obvia: ¿por qué no puede aparecer y ser apoyada mediáticamente una opción política que, sin caer en extremismos propios de Lepenismos decimonónicos y repudiables, sea capaz de representar a los centenares o miles de ciudadanos que creemos que lo más importante para nuestra sociedad es la defensa de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural y el apoyo a la familia, formada por padre-madre-hijos, como célula básica de la nación sin la cual todo se viene abajo?

La movilización del voto hacia el mal menor que ha representado el PP para millones de españoles puede y debe dejar de ser la única opción política para plantar cara al régimen zapaterino. Ni falta hace decir que un PP gallardonizado se alejaría del todo del ideal de sociedad que tenemos multitud de cristianos. ¿Tendrá alguien el valor de ser la Rosa Díez del PP? Y si aparece tal persona, ¿tendremos la suerte de que siga la vía del humanismo cristiano y no la de un laicismo radical disfrazado de conservadurismo? Las elecciones europeas del próximo año pueden ser la ocasión ideal para ver si en este país hay de verdad un voto católico capaz de hacerse respetar. El hecho de que para dichas elecciones haya una sola circunscripción electoral para todo el país implicaría que ningún voto se perdería. Aunque no fuera nada más que para dar un aviso serio al maricomplejinismo de algunos, ya habría merecido la pena.

Luis Fernando Pérez Bustamante