Los pobres, presencia de Cristo en el mundo y en la Iglesia

En el pasaje evangélico de Mateo 25,31-46 encontramos una de las claves que necesariamente han de marcar cualquier intento de hacer teología sobre los pobres, los enfermos y los marginados. Sin entrar en el reduccionismo de determinados teólogos de la Teología de la Liberación, que hacen del pobre prácticamente el único lugar teológico sobre el que construir su cristología, es necesario reconocer que Cristo mismo anuncia en el evangelio su presencia en los pobres y necesitados. Dada la contundencia de sus palabras "lo que les hagáis a ellos, me lo hacéis a mí", podríamos hablar de una presencia cuasi-sacramental.

Por tanto, el pobre no es un mero recepto de la caridad cristiana, aunque nadie puede dudar que ésta es absolutamente necesaria y pertinente. El pobre es también presencia de Cristo y, como tal, una buena cristología debe de asumir la necesidad de profundizar en ese hecho. Es más, la Escritura habla de la pobreza de Cristo como fuente de nuestra riqueza:
2ª Cor 8,9
Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.

Las definiciones cristológicas tradicionales son absolutamente necesarias para la comprensión del misterio de Cristo. Mal camino es desechar el "Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre" o "Cristo, una sola persona y dos naturalezas". Por ahí no se va a ningún lado. Ahora bien, una cosa es saber que Cristo es Dios y hombre verdadero y otra conocer a Cristo como Dios y como hombre presente y actuando en mi vida. La definición es necesaria pero como toda letra, no basta, pues es el Espíritu quien da vida. O diciéndolo de otra forma, la teología se escribe, pero también se vive. Y si no se vive, no es buena teología. Si sólo sirve para ocupar un lugar en las estanterías de los eruditos y para que éstos escriban libros en los que se citan unos a otros constantemente, difícilmente puede dar un servicio eficaz a la tarea fundamental que tiene encomendada la Iglesia, que no es otra que predicar el evangelio y encarnar el Reino de Dios en medio del mundo. No se me entienda mal. No estoy en contra de los teólogos ni de la teología como ciencia. Su papel es importantísimo. Pero más lo sería si "abajasen" su trabajo al común de los fieles, profundizando en aquello que pueda ayudar a los cristianos a vivir su fe de forma más práctica y efectiva.

La Doctrina Social de la Iglesia es una herramienta muy útil para hacer una teología "vivida". Pero en lo tocante a los pobres, prácticamente les reduce a la condición de "pobres-receptores". Es decir, es un camino de ida, del "rico" al "pobre", y no de ida y vuelta: el pobre, en cuanto que presencia de Cristo, también tiene mucho que ofrecer al rico. Es más, en cuanto a la propia constitución de la Iglesia, no se puede considerar al pobre meramente como alguien al que la Iglesia sirve, sino como alguien que configura el ser Iglesia.

Quizás una de las mayores desgracias por las que ha pasado el catolicismo post-conciliar es la falta de diálogo sereno entre el magisterio y parte de los teólogos que han hecho bandera de la "opción preferencial por los pobres". El problema de éstos, en mi opinión, es que olvidan que no se puede hacer teología en oposición abierta y frontal contra el magisterio vivo de la Iglesia. Ellos, que han acusado a Roma de intolerancia, han sido los primeros intolerantes, pues no admiten que desde la jerarquía se les cuestione algunos de sus puntos. Y eso, señores, no es ser católico. Además, su actitud hace un muy flaco favor a la causa que defienden. Si hubieran asumido su labor como un servicio a la fe de la Iglesia, con humildad y sin creerse el ombligo teológico del mundo, hoy las cosas serían diferentes. Pero también es necesario que el magisterio se atreva a incorporar a toda la Iglesia aquellos aspectos positivos de esa teología. Quizás soy muy ingenuo, pero creo que la muerte de Monseñor Romero fue una auténtica desgracia no sólo por que supuso apagar una voz que denunciaba, como buen profeta, a un poder despótico, sino porque él pudo haber sido, desde su absoluta ortodoxia y fidelidad al magisterio, el puente ideal entre Roma y la teología "liberacionista".

Si en el pasado las heterodoxias han servido en no pocas ocasiones para hacer una mejor teología ortodoxa, no tiene porqué ser diferente hoy. No puede ser que al tirar a la basura los pañales sucios del niño, acabemos también tirando a éste. No sé cuándo será la próxima encíclica papal que aborde la doctrina social de la Iglesia, pero, como buen newmaniano que cree en el desarrollo del dogma y la doctrina cristiana, espero que la misma incorpore más explícitamente el apoyo del magisterio pontificio a la propuesta de los pobres, enfermos y marginados como lugar teológico, como presencia efectiva, y por tanto fuente de gracia, de Cristo en el mundo y en la Iglesia.

Luis Fernando Pérez Bustamante.