Lo dejaron todo. Lo ganaron todo.

Lucas 5,11
Y cuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, le siguieron.

La historia de la salvación no sería la misma sin todos esos hombres y mujeres que han respondido al llamado del Señor de forma radical. La Escritura no nos dice gran cosa al respecto, pero es de suponer que no fue fácil para los apóstoles convencer a sus familias y a sus amistades más cercanas, de que lo que estaban haciendo era sensato. Tampoco hoy es fácil para un joven dar un sí rotundo a Cristo y dejar todo lo que el mundo ofrece, para servir al Señor las veinticuatro horas del día, trescientos sesenta y cinco días al año. No pocas veces la entrega total a Dios supone un enfrentamiento con una familia que no entiende, unos amigos que piensan que no tiene sentido lo que se hace, una sociedad que ha caído en el engaño de ridiculizar a todo aquel que no se abandona a la corriente de este mundo.

Y sin embargo, cuánto ganaron, y cuánto se sigue ganando hoy, dejándolo todo para seguir a Cristo, pues Cristo mismo es la recompensa a dicha renuncia. Servir a Dios en vida, a pesar de todas las renuncias y la cruz que se debe llevar a cuestas, es vivir anticipadamente las bendiciones que reciben en el cielo los que mueren en gracia de Dios.

Y de verdad, es tan breve la vida en este valle de lágrimas, que merece la pena hacer el esfuerzo por empezar a vivir como si estuviéramos en el cielo, alabando y adorando a Dios con nuestras vidas entregadas. Porque, ¿qué son cuarenta, ochenta o ciento veinte años comparados con la eternidad futura que nos espera? Esta vida es como una gota de agua en el océano interminable de la eternidad. Pero de lo que hagamos acá dependerá nuestra realidad allá. Merece la pena pues, dejarlo todo aquí para ganarlo todo allí.

El Dios que creó cielos y tierra ha tenido a bien darnos el mayor regalo que se nos puede ofrecer. No su creación, bella, grandiosa y que da testimonio de su gloria. No, eso no era suficiente muestra de amor. Dios se nos ha regalado a sí mismo por medio de su Hijo. Y como prenda nos deja a su Espíritu Santo, quien nos santifica para prepararnos a recibir el abrazo del Padre eterno.

Joven cristiano, si por un casual lees estas palabras y estás en situación de poder elegir, no lo dudes más: déjalo todo y sigue a Cristo. Hay trenes que pasan una sola vez en la vida. Y el tuyo está pasando en estos momentos. Súbete ahora que puedes y deja tus dudas atrás. Que Dios sabrá guiarte por los raíles de su amor y su bendición.

Y a ti que ya no eres tan joven y que, aunque amas al Señor, quizás no estés en condición de dejarlo todo de forma radical, te digo: no te apenes. Puedes servir igualmente a Dios desde tu condición. Puedes ir dejando, poco a poco, esas cosas que tú sabes que te alejan de Él. Esa será tu forma de responder al llamado de Cristo. Tú también puedes ser pescador de hombres. Si no con una red, sí con una caña pequeña, en la que como cebo debes poner tu amor a Dios, tu amor por el prójimo. Recuerda lo que dijo el Papa este miércoles pasado:

Pensemos por último, una vez más, en esa frase de san Pablo: tanto Apolo como yo somos ministros de Jesús, cada uno a su manera, pues es Dios quien da el crecimiento. Esto es válido también hoy para todos, ya sea para el Papa, como para los cardenales, los obispos, los sacerdotes y los laicos. Todos somos humildes ministros de Jesús. Servimos al Evangelio en la medida en que podemos, según nuestros dones, y pedimos a Dios que Él haga crecer hoy su Evangelio, su Iglesia.

Así sea en tu vida.

Luis Fernando Pérez Bustamante

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