El Gran Silencio
Mi breve visita a la Ciudad Condal ha resultado triplemente provechosa. Me ha permitido conocer en persona a gente de Iglesia a la que sólo conocía por sus escritos o por contacto telefónico. He podido pasar unas horas con mi director espiritual, el padre Joaquín Climent, y esta mañana he visto la película “El Gran Silencio” en el único cine de toda la ciudad donde todavía la exhiben. Y, curiosamente, este jueves será el último pase, así que encuentro providencial el haber sido capaz de ver esta obra en pantalla grande. No creo que sea igual verla en una butaca de cine, acompañado por 6 ó 7 personas que en la pantalla del ordenador o en la tele de casa.
Mi juicio sobre esta película no es imparcial. A lo largo de mi vida he tenido periodos de cierta querencia hacia el modelo de vida que aparece bien reflejado en el film. Por tanto mi predisposición era buena. En ese sentido, no me ha supuesto una sorpresa nada de lo que he visto, pero no por ello ha dejado de causarme una grata impresión. Es como el que va a tomar un plato de comida que sabe que le va a gustar. El saberlo no le impide disfrutarlo. Y yo he disfrutado de “El Gran Silencio”
Puestos a poner algún pero, he echado de menos que saliera un poco más de momentos litúrgicos comunitarios. Aunque la soledad con Dios no es soledad sino sublime presencia, tengo pocas dudas de que entre los mejores momentos de los monjes está la celebración de la misa.
Alguno se podrá sorprender de lo que voy a decir, pero yo considero estos monasterios donde se sigue la regla más estricta como una especie de oasis en medio del gran desierto del mundo. Es un oasis donde está la presencia divina, donde lo único que se interpone entre el alma y Dios es la propia debilidad del hombre que todavía está sujeto a un cuerpo de muerte. Los afanes del mundo apenas están presentes en la celda del monje. Y sin embargo, cuántos grandes intercesores por el mundo, cuyos nombres sólo conoce Dios, habrán desgastado sus rodillas en esas celdas.
Dado que ellos oran por la Iglesia, atrayendo para la misma muchas bendiciones, creo que les haríamos un gran bien dedicando, siquiera de vez en cuando, un tiempo de oración por ellos. Porque estoy seguro de que lo necesitan. No creo que haya monje que no pase por momentos de sequedad espiritual, de incapacidad casi física para rezar, de tentación. Y aunque vivan en una comunidad donde pueden ayudarse en casos de crisis graves, mucho es el bien que podemos hacer por ellos pidiendo a Dios que les bendiga, les conforte y les conceda el don de su comunión mística.
Que el Señor les acompañe y les lleve a la vida eterna.
Luis Fernando Pérez Bustamante
15 comentarios
Por lo que cuentas, ha sido un gustazo. Yo me temo que tendré que conformarme con la pequeña pantalla.
Buenas noches.
Para mí lo más sorprendente son los rostros uluminados de algunos monjes.
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