Sólo Dios basta.
¿Para qué nos vamos a engañar? Cuando estamos en medio de una prueba donde la fe parece que no nos alcanza para sostenernos en pie, lo que queremos es que acabe cuanto antes. Podemos saber lo que dice la Escritura acerca de lo fortalecidos que saldremos de la misma. Podemos repetirnos una y otra vez que el Señor sacará un bien de todo el mal que parece caernos encima como una losa. Podemos, y en verdad debemos, hacer uso de nuestra fe como si fuera un músculo a punto de sufrir una rotura de fibras bestial que le deje inútil para los restos. Pero lo que en verdad queremos es que todo termine cuanto antes para poder volver a un tiempo de refigerio espiritual, de reposo del alma y del corazón, siquiera para reponer fuerzas de cara a afrontar nuevas pruebas, si es que han de llegar.
Los asiduos a este blog saben que tanto yo como los míos estamos pasando por un tiempo complicado. Siendo necesaria y prudente la discrección, no he contado detalladamente todo lo que estamos viviendo, pero sí he pedido la mejor ayuda que puedo recibir de los que están al otro lado de la pantalla: la oración. Os estoy eternamente agradecido por cada plegaria en favor nuestro. Y es de justicia que reconozca que aunque no tengo una balanza para medir el peso de esas oraciones, sin duda están sirviendo para inclinar el plato hacia el lado bueno.