A la tarde te examinarán del amor


"Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza, la caridad; pero la más excelente de ellas es la caridad."
(1ª Cor 13,13)

El que se enamora de Cristo, necesariamente se enamora de aquellos a quien Cristo ama, pues de lo contrario, no ama a Cristo. No hay amor a Cristo sin amor a los hombres, especialmente a los pobres, enfermos, viudas, huérfanos y necesitados de toda especie. Y no hay mejor forma de demostrar el amor a Cristo que amando precisamente a aquellos que más lo necesitan. De lo contrario, el amor puede convertirse en una simple palabra, en un simple vocablo que sale de nuestras bocas y que puede reflejar un mero sentimentalismo de nuestros corazones, pero que no es el amor divino que Dios ha tenido a bien el regalarnos para que lo vivamos.
¿De verdad amas a Cristo?

Amor es acción. Es entrega. Es derroche de energías en favor de los amados. Es limpiar las llagas del leproso. Es alimentar al que tiene hambre. Es dar de beber al sediento. Es tener paciencia con el débil en la fe. Es restaurar al que está caído. Es llorar con el que llora, y reir con el que ríe. Es orar por el hermano. Es honrar al que honra merece. Es dejar que Cristo se manifieste en nosotros.

¡Ya quisiera yo amar como Cristo ama! Pero también se aprende a amar. El cristiano no puede conformarse con ser una débil luz que apenas refleja el amor de Cristo. Toda lumbre, si no es alimentada, muere y se apaga. Si no nos alimentamos con la gracia de Dios, de forma que el fuego del Espíritu se avive en nosotros, no podremos amar como Dios ama. Y el amor se alimenta de amor. El que sirve a los pobres y los necesitados, ama más cada día que pasa. Lo que en un principio podía ser una dificultad, acaba por convertirse en el pan nuestro de cada día. Si amamos, entonces se volverá a repetir aquello de "los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio".

Si hoy los ciegos siguen sin ver, los cojos permanecen en sillas de ruedas, los muertos no resucitan y a los pobres no se les anuncia el evangelio es porque falta el amor de Dios en quienes decimos ser de Dios.
No digo esto para que nos autocondenemos, sino para que reflexionemos sobre lo que es realmente importante en nuestras vidas como cristianos. No sea que las muchas letras y los muchos debates nos alejen del verdadero motivo por el que Dios nos ha dado su vida eterna.

Lo dice San Pablo: el amor, como tal, nunca deja de ser si permanecemos en Dios. Dios es amor y en Él podemos amar. De hecho, conocemos verdaderamente si estamos en Dios si somos capaces de amar como Dios nos pide que amemos. Pero no olvidemos que el amor siempre requiere una actitud activa de parte del que ama. El amado recibe. El amante da. Todos somos amados por Dios, que nos dio a su Hijo por amor. Todos amaremos a Dios si entregamos nuestras vidas a Él, a través del servicio en su Reino.

¿Piensas, estimado lector, que es fácil amar con el amor de Dios?. No, no lo es. A Dios su amor le costó el sacrificio de Cristo. ¿Cómo pues, no iba a costarnos algo el amar a Dios?. Si Cristo llevó su cruz por amor a ti, ¿será mucho pedir el que tú lleves tu cruz por amor a Él?, ¿y acaso esa cruz no podría ser tu entrega completa al servicio de los que más necesitan el amor de Dios en este mundo?. No creas que te hago a ti, de forma particular, esas preguntas. Se las hago a todos. Me las hago a mí mismo.

¿Qué hay en la vida cristiana que no sea gracia sobre gracia? Nada. Pero la gracia está dispuesta para todos. El amor empieza muchas veces por el perdón. A veces el perdón es la consecuencia primera del amor. Para amar al enemigo, primero hay que perdonarle. Por supuesto, sin la gracia de Dios, eso es imposible para el hombre. Pero aun con la gracia de Dios, no es fácil. Es la gracia quien te hace aprender a perdonar primero y amar después. Y una vez que has logrado amar a tu enemigo, te liberas del resentimiento y del odio, que son la antítesis del amor. Por eso llega un momento en que es imposible crecer en el amor de Cristo mientras se mantiene el odio y el rencor hacia quien te ha hecho daño. O perdonas, o mueres para Dios, porque si tú no perdonas, Dios no puede perdonarte.

El hombre es capaz de corromper todo lo que toca. Pero, al mismo tiempo, es capaz de recibir la gracia que Dios le da para restaurar todo lo que el pecado ha destruído en él. El amor es incompatible con la injusticia y por tanto, no callará ante los causantes de la pobreza, de las guerras, de la violencia gratuita. El amor es incompatible con el pecado, y por tanto, no callará ante la violación de los mandamientos de Cristo y la manipulación de su Palabra. El amor es el esposo de la santidad y el hermano de la misericordia, de quienes toma su naturaleza activa que cambia la realidad y transforma las vidas. Si Dios es amor, y nosotros somos de Dios, amemos con su amor.

Bendiciones.

"A la tarde te examinarán del amor."
(San Juan de la Cruz, Avisos y Sentencias, 57.)

Luis Fernando Pérez Bustamante

2 comentarios

  
José Luis
El amor cristiano es lo que nos ayuda a parecernos a Cristo, y por amor soportamos cualquier adversidad, por amor a Cristo y a la Iglesia Católica, no dudaron muchos mártires de ofrecer sus vidas. Por amor al hermano, Cristo dio su vida, San Maximiliano María Kolbe lo puso en práctica como ejemplo a seguir.

No hace mucho, en Colombia se pedía un número determinados de cristianos voluntarios para ocupar el lugar de algún rehén y salvarles. Poco después iban apareciendo voluntarios, amaba a sus hermanos, ejemplos generalizados.

Cuando se ama al hermano, dice San Pablo, con los que ríen estad alegres. Y esa alegría se debe gracias al amor con que Dios nos ha amado primero. El amor de Dios nos ha devuelto la alegría, las ganas de vivir, de ser imitadores de Cristo con todas sus consecuencias.
11/10/06 10:20 AM
  
sofia
Así es. Mt 25,31.
12/10/06 12:23 AM

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