Llegamos al final de un proceso muy peligroso
Muchos católicos hemos reaccionado con estupor, asombro e incluso santa indignación, ante lo que se puede leer en el texto del Pontificio Consejo para la Unidad de los cristianos como material para la prepración de la próxima semana de oración ecuménica.
En dicho texto se afirma que Lutero fue un “testigo del evangelio” y, pásmense ustedes, se pone a Lutero, Calvino y Zwinglio en el mismo saco que San Ignacio del Loyola, San Francisco de Sales y San Carlos Borromeo. Esto último no me lo invento. Lean:
Los grandes reformadores como Martín Lutero, Ulrico Zuinglio y Juan Calvino, como también muchos que permanecieron católicos, como Ignacio de Loyola, Francisco de Sales y Carlos Borromeo, intentaron conseguir que la Iglesia occidental se renovara.
Sin embargo, por mucho que nos escandalice esa infamia, porque infamia es, no estamos sino ante la penúltima estación de un camino peligrosísimo que se empezó hace demasiado tiempo. El falso ecumenismo.
Los papas de principios del siglo XX fueron grandes profetas cuyo mensaje ha sido olvidado y/o despreciado. Uno de ellos, Pío XI, ya advirtió de por dónde podían ir las cosas. En su encílica Mortalium Animos, dijo:
Pero donde con falaz apariencia de bien se engañan más fácilmente algunos, es cuando se trata de fomentar la unión de todos los cristianos. ¿Acaso no es justo -suele repetirse- y no es hasta conforme con el deber, que cuantos invocan el nombre de Cristo se abstengan de mutuas recriminaciones y se unan por fin un día con vínculos de mutua caridad? ¿Y quién se atreverá a decir que ama a Jesucristo, sino procura con todas sus fuerzas realizar los deseos que El manifestó al rogar a su Padre que sus discípulos fuesen una sola cosa?. y el mismo Jesucristo ¿por ventura no quiso que sus discípulos se distinguiesen y diferenciasen de los demás por este rasgo y señal de amor mutuo: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, en que os améis unos a otros?. ¡Ojalá -añaden- fuesen una sola cosa todos los cristianos! Mucho más podrían hacer para rechazar la peste de la impiedad, que, deslizándose y extendiéndose cada más, amenaza debilitar el Evangelio.
Estos y otros argumentos parecidos divulgan y difunden los llamados “pancristianos”; los cuales, lejos de ser pocos en número, han llegado a formar legiones y a agruparse en asociaciones ampliamente extendidas, bajo la dirección, las más de ellas, de hombres católicos, aunque discordes entre sí en materia de fe.
Comparen ustedes eso que denunciaba ese papa santo y profeta, con lo que hoy leemos del documento mencionado de la Santa Sede:
… las dos tradiciones se acercan a este aniversario en una época ecuménica, con los logros de 50 años de diálogo a sus espaldas y con una comprensión nueva de su propia historia y de la teología. Separando lo que es polémico de las cosas buenas de la Reforma, los católicos ahora son capaces de prestar sus oídos a los desafíos de Lutero para la Iglesia de hoy, reconociéndole como un «testigo del evangelio» (Del conflicto a la comunión, 29). Y así, después de siglos de mutuas condenas y vilipendios, los católicos y los luteranos en 2017 conmemorarán por primera vez juntos el comienzo de la Reforma.
Lo que aquel Papa condenó, hoy aparece en la web del Vaticano. Con los mismos argumentos, con las mismas excusas.
Así exhortó Pio XI sobre el intento de conciliar catolicismo y protestantismo:
Siendo todo esto así, claramente se ve que ni la Sede Apostólica puede en manera alguna tener parte en dichos Congresos, ni de ningún modo pueden los católicos favorecer ni cooperar a semejantes intentos; y si lo hiciesen, darían autoridad a una falsa religión cristiana, totalmente ajena a la única y verdadera Iglesia de Cristo.
¿Y habremos Nos de sufrir -cosa que sería por todo extremo injusta- que la verdad revelada por Dios, se rindiese y entrase en transacciones? Porque de lo que ahora se trata es de defender la verdad revelada. Para instruir en la fe evangélica a todas las naciones envió Cristo por el mundo todo a los Apóstoles; y para que éstos no errasen en nada, quiso que el Espíritu Santo les enseñase previamente toda la verdad (15); ¿y acaso esta doctrina de los Apóstoles ha descaecido del todo, o siquiera se ha debilitado alguna vez en la Iglesia, a quien Dios mismo asiste dirigiéndola y custodiándola? Y si nuestro Redentor manifestó expresamente que su Evangelio no sólo era para los tiempos apostólicos, sino también para las edades futuras, ¿habrá podido hacerse tan obscura e incierta la doctrina de la Fe, que sea hoy conveniente tolerar en ella hasta las opiniones contrarias entre sí? Si esto fuese verdad, habría que decir también que el Espíritu Santo infundido en los apóstoles, y la perpetua permanencia del mismo Espíritu en la Iglesia, y hasta la misma predicación de Jesucristo, habría perdido hace muchos siglos toda utilidad y eficacia; afirmación que sería ciertamente blasfema.
Como ocurrió tantas veces con los profetas a lo largo de la historia sagrada, lo que Pio XI profetizó que pasaría si no se le hacía caso, ha pasado. Hoy vemos que en el seno del catolicismo se eleva a Lutero, Calvino y Zwinglio a un lugar que solo pueden ocupar los verdaderos reformadores, aquellos que recibieron el don de la santidad para reformar su Iglesia, no para destrozarla en mil pedazos e introducir todo tipo de herejías.
Pero nadie piense que hemos llegado a este punto de la noche a la mañana. Nadie piense que es el pontificado de Francisco el único que ha abierto la puerta a todo esto. No, más bien es el resultado lógico y natural de lo que los papas anteriores hicieron. Ejemplos:
San Juan Pablo II, Discurso en el encuentro con los obispos de la Iglesia nacional danesa, en la residencia del obispo luterano de Roskilde, martes 6 de junio 1989
Hoy ante todo necesitamos una valoración nueva y común de muchos interrogantes que han surgido de Lutero y de su mensaje. Por este motivo he podido afirmar en el curso del 500 aniversario del nacimiento de Martín Lutero: «En la práctica, los esfuerzos científicos de los investigadores evangélicos y de los católicos, que han logrado resultados excelentes, han conducido a un panorama pleno y diferenciado de la personalidad de Lutero y a una complicada conexión de los acontecimientos históricos en la sociedad, en la política y en la Iglesia de la primera mitad del siglo XVI. De todos modos, lo que ha salido a la luz de modo convincente es la profunda religiosidad de Lutero(1), que ardía de ansia abrasadora por el problema del la salvación eterna»
(1) Carta al cardenal Willebrands, 31 de octubre, 1983: A AS 77, 1985, págs. 716-717.
Discurso del Papa Benedicto XVI en el Augustinerkloster de Erfurt, al reunirse con los quince representantes del Consejo de la EKD – Iglesia Evangélica Alemana, el 23 de septiembre de 2011.
Como Obispo de Roma, es para mí un momento emocionante encontrarme en el antiguo convento agustino de Erfurt con los representantes del Consejo de la Iglesia Evangélica de Alemania. Aquí, Lutero estudió teología. Aquí, en 1507, fue ordenado sacerdote. Contra los deseos de su padre, no continuó los estudios de derecho, sino que estudió teología y se encaminó hacia el sacerdocio en la Orden de San Agustín. En este camino, no le interesaba esto o aquello. Lo que le quitaba la paz era la cuestión de Dios, que fue la pasión profunda y el centro de su vida y de su camino. «¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?»: Esta pregunta le penetraba el corazón y estaba detrás de toda su investigación teológica y de toda su lucha interior. Para él, la teología no era una cuestión académica, sino una lucha interior consigo mismo, y luego esto se convertía en una lucha sobre Dios y con Dios.
…
¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?» No deja de sorprenderme que esta pregunta haya sido la fuerza motora de su camino. ¿Quién se ocupa actualmente de esta cuestión, incluso entre los cristianos? ¿Qué significa la cuestión de Dios en nuestra vida, en nuestro anuncio?
…
La pregunta: ¿Cómo se sitúa Dios respecto a mí, cómo me posiciono yo ante Dios? Esta pregunta candente de Martín Lutero debe convertirse otra vez, y ciertamente de un modo nuevo, también en una pregunta nuestra. Pienso que esto sea la primera cuestión que nos interpela al encontrarnos con Martín Lutero.
¿Y bien? ¿Criticaremos solo que en este pontificado se ensalce a Lutero, cuando fue ensalzado por los pontificados inmediatamente anteriores?
No creo que haga falta que repita lo que pensaba y decía Martín Lutero sobre la fe católica, sobre el papado, sobre la Misa, sobre etc. En este mismo portal se puede leer abundante material al respecto. Y no cabe pensar que los últimos papas eran ignorantes respecto al heresiarca alemán.
La perplejidad que algunos tenemos ahora ya la tuvieron otros cuando vieron el camino que estaba emprendiendo el ecumenismo. Hubo voces que se sumaron a la de Pio XI y advirtieron de lo que se nos venía encima. Una de ellas, la da Mons. Lefebvre, que por mucho que se equivocara gravemente al ordenar obispos contra la voluntad del Papa, en este asunto, sencilla y llanamente, tenía razón. Cito de su carta abierta a los católicos perplejos:
La palabra ecumenismo, aparecida en 1927 en un congreso que se reunió en Lausana, debería poner por sí misma en guardia a los católicos, teniendo en cuenta la definición que se da de dicha palabra en todos los diccionarios: “Ecumenismo-. movimiento favorable a la reunión de todas las Iglesias cristianas en una sola”. No es posible fundir principios contradictorios, eso es evidente; no se puede reunir la verdad y el error para hacer de ellos una sola cosa.
Esto sólo sería posible adoptando errores y rechazando parcial o totalmente la verdad. El ecumenismo se condena por sí mismo.
…
La Iglesia es la única arca de salvación, no debemos tener miedo de afirmarlo. Muchas veces se habrá oído decir: “Fuera de la Iglesia no hay salvación” y esto choca a las mentalidades contemporáneas. Es fácil hacer creer que este principio ya no está en vigor, que ha quedado superado. Parece un principio de severidad excesiva.
Sin embargo nada ha cambiado, pues nada puede cambiar en este dominio. Nuestro Señor no fundó varias Iglesias, sino que fundó sólo una. Sólo hay una cruz por obra de la cual uno puede salvarse y esa cruz le ha sido dada a la Iglesia católica, no ha sido dada a las demás. Cristo dio todas sus gracias a su Iglesia que es su esposa mística. Ninguna gracia otorgada al mundo, ninguna gracia registrada en la historia de la humanidad se distribuye sin pasar por la Iglesia.
No estoy de acuerdo con Mons. Lefebvre en que todo el ecumenismo se condena por sí mismo. Hay un ecumenismo real, fructífero: el que representan los ordinariatos anglocatólicos. Pero el ecumenismo que nos están vendiendo hoy, resultado del nefasto ecumenismo que se ha venido realizando desde hace décadas, debemos rechazarlo sí o sí, a menos que queramos enterrar el catolicismo. Pero claro, si se acaba asumiendo la idea presente en el punto 303 y 304 de Amoris Laetitia, de que la última autoridad sobre las actuaciones propias la tiene la conciencia personal de cada cual, por encima de la propia ley divina, ¿qué es lo que pensamos que va a quedar de la fe que ha sobrevivido durante 20 siglos? Es el libre examen de las Escrituras, forjado por Lutero y Calvino, encarnado en la enseñanza moral y la pastoral de una Iglesia que necesita más que nunca que Cristo acuda a salvarla del error, la herejía y la aposatasía.
Luis Fernando Pérez Bustamante