Advertencia de Cristo a los que se creen muy listos

Últimamente proliferan todo tipo de personajes eclesiales, de cualquier rango, que parecen tener la intención de enmendarle la plana a Dios, ninguneando algunas de las enseñanzas de Cristo para que su mensaje sea más agradable a los oídos del mundo. Por ejemplo, si Cristo abroga el divorcio, ellos buscan mil y una maneras de saltarse esa voluntad del Salvador, permitiendo, de facto, que la gente se divorcie y se vuelva a casar. Si san Pablo advierte que comulgar en pecado mortal es, en sí mismo, otro pecado mortal -y muy grave-, esos fontaneros de la falsa misericordia trabajan a destajo para llevar a miles de almas, por no decir millones, a la profanación constante del sacramento de la Eucaristía.
El propio Lutero, de vivir hoy, estaría encantado de ver cómo desde el catolicismo se apoya su tesis de que la justificación es meramente forense, de tal manera que al pecador simplemente se le pide que crea, que confíe en el Señor, que tenga cierta fe, pero sin que se produzca en su interior un cambio radical de vida, abandonando el pecado por el poder de la gracia.
Es más, aquellos que osamos recordar que sin conversión no hay salvación, que sin arrepentimiento difícilmente puede haber perdón, que sin santidad -cada cual en el grado que le sea concedido-, nadie verá a Dios, somos calificados como fundamentalistas, como amargados que no queremos que la gente venga a la Iglesia. Los mismos que llevan décadas sin predicar sobre el poder de la gracia para transformar los corazones y convertir a los pecadores en santos, ahora ofrecen a esos pecadores atajos falsos hacia la salvación. Atajos cuyo destino solo puede ser el abismo de la condenación.
Pues bien, esos que quieren que los ciegos sigan sin ver o que confundan la verdadera visión de las cosas del Señor con las alucinaciones provocadas por sus pastillas qúimicas heréticas, deberían tener muy en cuenta estas palabras de Cristo hacia sus predecesores espirituales:
Dijo Jesús: -Yo he venido a este mundo para un juicio, para que los que no ven vean, y los que ven se vuelvan ciegos. Algunos de los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: -¿Es que nosotros también somos ciegos?
Les dijo Jesús: -Si fuerais ciegos no tendríais pecado, pero ahora decís: «Nosotros vemos»; por eso vuestro pecado permanece.
(Jn 9,39-41)
A todo esto, esas mismas palabras de Cristo valen para todos aquellos que, siendo católicos practicantes, habiendo sido formados adecuadamente en la fe, pretenden que eso de vivir en adulterio es cosa aceptable, ya que al fin y al cabo “el amor es lo que importa". Cuando tengan que rendir cuentas a Dios por sus actos, no les valdrá aquello de “es que mire lo que dijo… tal o cual". No, no, el evangelio de muy claro. Jesucristo no deja lugar a las dudas. ¿Y qué no decir de quienes presentan el pecado del adulterio como poco menos que un acto de virtud?
Disculpen la autocita, pero como escribí hace unos meses:
No tiene temor de Dios quienes desprecian el más pequeño de sus mandamientos. No aman a la Iglesia quienes la presentan como madastra por guiar a sus hijos por caminos de santidad.
Para quienes niegan la gravedad de los pecados, la ley divina es un estorbo a evitar, superar, transformar o enterrar. Para quienes viven en la gracia, la ley divina es inscrita a fuego, el del Espíritu Santo, en sus corazones.
La misericordia falsa que deja al alma esclavizada a los deseos de la carne es la música de los nuevos flautistas de Hamelín, que secuestran las almas de los niños y débiles en la fe.
Señor, expulsa pronto de tu Iglesia a los nuevos mercaderes del templo. A los que negocian con la gracia que nos obtuviste en la cruz a cambio del reconocimiento y apaluso de un mundo que vive entregado a Satanás. Salva a tu pueblo de esos perversos que pisotean la sangre que derramaste por nuestra salvación.
Luis Fernando Pérez Bustamante









