¡Qué pesados son con lo del celibato!

Ha bastado con que el nuevo Secretario de Estado, Mons. Parolin, respondiera a una pregunta sobre el celibato sacerdotal, recordando que estamos ante una cuestión no dogmática -¿es que todavía hay alguien que no sepa eso?-, para que se produzca una avalancha de titulares de prensa en todo el mundo, dando por hecho que la Iglesia va a abordar el tema.

Algunos creen que buena parte de los males que aquejan a la Iglesia se solucionaría dejando que los curas se casen. O, si se quiere, ordenando como curas a hombres casados. Bien sabemos que incluso dentro de la propia Iglesia hay curas casados. Así ocurre entre los presbíteros de rito bizantino en comunión con el Papa. Y también se han ordenado como presbíteros a anglicanos y luteranos casados que han regresado a la Iglesia. Pero lo habitual es que los sacerdotes católicos sean célibes.

Aparte de las palabras de Cristo sobre los eunucos por el Reino de los cielos, todo parte de un consejo del apóstol San Pablo:

Yo os querría libres de cuidados. El célibe se cuida de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado ha de cuidarse de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer… (1ª Cor 7,32-33)

El propio apóstol dio por hecho en su primera carta a Timoteo que los obispos pueden ser casados, pero parece evidente que prefería el celibato para aquellos que se consagran al Señor. Y la Iglesia, en el ejercicio de la autoridad que le fue dada por Cristo, fue adoptando ese consejo paulino como norma. ¿Podría cambiarse la norma? Sí. ¿Debería cambiarse? En mi opinión, no. Y aunque para sustentar mi parecer podría apelar a infinidad de textos de papas, santos y doctores de la Iglesia, me limitaré a citar lo que el Concilio Vaticano II afirmó sobre el tema en el decreto Optatam totius:

Los alumnos que, según las leyes santas y firmes de su propio rito, siguen la venerable tradición del celibato sacerdotal, han de ser educados cuidadosamente para este estado, en que, renunciando a la sociedad conyugal por el reino de los cielos, se unen al Señor con amor indiviso y, muy de acuerdo con el Nuevo Testamento, dan testimonio de la resurrección en el siglo futuro, y consiguen de este modo una ayuda aptísima para ejercitar constantemente la perfecta caridad, con la que pueden hacerse todo para todos en el ministerio sacerdotal. Sientan íntimamente con cuanta gratitud han de abrazar ese estado no sólo como precepto de la ley eclesiástica, sino como un don precioso de Dios que han de alcanzar humildemente, al que han de esforzarse en corresponder libre y generosamente con el estímulo y la ayuda de la gracia del Espíritu Santo.

Los alumnos han de conocer debidamente las obligaciones y la dignidad del matrimonio cristiano que simboliza el amor entre Cristo y la Iglesia; convénzanse, sin embargo, de la mayor excelencia de la virginidad consagrada a Cristo, de forma que se entreguen generosamente al Señor, después de una elección seriamente premeditada y con entrega total de cuerpo y alma.
Optatam totius, 10

Yo me pregunto: si el Concilio dice que el celibato es una ayuda aptísima para el sacerdote, si es un don de Dios, si supone una mayor excelencia, ¿a cuento de qué vamos a suprimirlo? ¿qué va a ganar la Iglesia con ello? Tanto “concilio por aquí, concilio por allá” ¿y vamos a ignorar lo que enseña sobre este asunto?

Los que creen que la supresión del celibato obligatorio supondría un aumento del número de vocaciones sacerdotales, deberían echarle un ojo a las comunidades eclesiales no católicas que no tienen ese requisito. Verán que la crisis vocacional entre ellos está igual o peor. Por tanto, ese no puede ser un argumento válido.

Se alude al gran número de sacerdotes que se secularizaron tras el CVII para poder casarse. Piden que se les permita volver a ejercer el sacerdocio. Pero todos ellos aceptaron libremente someterse al celibato para poder ser sacerdotes. Una cosa es que la Iglesia les haya permitido casarse para que no vivan en pecado, y otra muy distinta que se establezca una clara discriminación hacia esa gran mayoría de sacerdotes que han permanecidos fieles como célibes.

Precisamente creo que el ejemplo a seguir es el de todos esos curas que viven el celibato asidos a la gracia de Dios que les capacita para ser fieles. Ellos son la prueba de que esta disciplina eclesial es una bendición para todos.

Dejemos que sea Dios el que “facilite” las cosas para superar la crisis vocacional allá donde es más acuciante la necesidad de sacerdotes. No caigamos en el error de Sara, la mujer de Abraham, que para “facilitar” al Señor el cumplimiento de la promesa de que el gran patriarca sería padre de un hijo, le propuso acostarse con su criada. Dios sigue llamando al sacerdocio a chavales, jóvenes e incluso hombres maduros. Y si les llama, también les da el don de permanecer célibes. No les robemos la posibilidad de ser fieles a ese don.

Luis Fernando Pérez Bustamante

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