La teología moral liberal es la peor rama del liberalismo teológico
Hay cristianos que piensan que Satanás es el peor enemigo del hombre. Que el príncipe de la mentira tiene especial interés en llevarnos hacia la perdición. Ciertamente los ángeles caídos buscan arrastrar a la humanidad hacia el pozo del infierno al que están destinados, pero el principal enemigo del hombre no es Lucifer y su corte angélica, sino el pecado. Lo que nos separa de Dios no es la actividad de los ángeles de las tinieblas, sino las decisiones morales que tomamos y que atentan contra la santidad, “sin la cual, nadie verá a Dios” (Heb 12,24). Por más que seamos tentados por circunstancias “exteriores", el pecado es un acto propio, no atribuible a nadie más que a nosotros mismos. Al fin y al cabo, “fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, antes dispondrá con la tentación el éxito, dándoos el poder de resistirla” (1ª Cor 10,13). Tenemos a nuestra disposición gracia más que suficiente para no pecar. E incluso “si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Jn 2,1).
Ciertamente Dios no nos quiere lejos de Él. No quiere que nos condenemos. Por ello el Padre envió al Hijo, que se hizo hombre para que el hombre pudiera tener de nuevo amistad con Dios: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn 15,14). Ya en tiempos del profeta Ezequiel, el Señor dijo: “Arrojad de sobre vosotros todas las iniquidades que cometéis, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué habéis de querer morir, casa de Israel? Que no quiero yo la muerte del que muere. Convertíos y vivid” (Ez 18,31-32).
Sabiendo, pues, que el pecado nos aleja de Dios y que la santidad es el camino hacia Él, ¿alguien duda de que el papel de la teología moral, y sus consecuencia pastorales, es fundamental para la salud del cristiano? El que quiere agradar a Dios, ¿no querrá saber también qué es lo que le disgusta para no incurrir en ello? El corazón sincero, ¿no buscará incluso conocer cuáles son sus pecados ocultos para que el Señor le libre de ellos (Ps 19,12)?
Sin embargo, vivimos en tiempos recios para las conciencias de los católicos. Si la teología liberal y modernista tiene una rama especialmente corrupta y peligrosa, esa es el de la teología moral. En vez de ayudar a la gente a formarse su conciencia para no pecar, busca la manera de convencer al personal de que lo que es pecado, en realidad no lo es. Es decir, los teólogos moralistas liberales hacen exactamente la labor contraria a la del Espíritu Santo (”y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado” Jn 16,8), son impedimento para que cumplamos el mandato de “sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5,48) y cierran la puerta a la salvación, porque sin arrepentimiento verdadero, ¿cómo puede el Señor perdonar los pecados?: “Si decimos: `No tenemos pecado´, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos: `No hemos pecado´, le hacemos mentiroso y su Palabra no está en nosotros” (1Jn 1,8-10).
Me pregunto si no habría alguno de estos moralistas al lado de la serpiente cuando esta intentaba convencer a Eva de que tomara el fruto del árbol prohibido. Siempre encuentran excusas para reducir la gravedad de aquellos pecados que son el pan nuestro de cada día de la sociedad. Sin embargo, la verdadera libertad no consiste en negar la condición de pecado a aquello que lo es. El hombre se libera por la gracia que le da el perdón de los pecados y la capacidad para no pecar. El error de Lutero fue considerar que el hombre no podía liberarse de verdad de su vida pecaminosa, habiéndose de conformar con una justificación meramente imputada y aceptar una salvación que no era tal, pues reducía la conversión al mero hecho de aceptar por fe a Cristo, quedando las obras como adorno bonito pero no necesario. El error de los moralistas liberales es la negación, a veces casi absoluta, de la existencia del pecado personal, en especial todo el que tenga que ver con el sexto mandamiento del decálogo. Precisamente aquel cuya exigencia fue agravada sensiblemente respecto a la ley mosaica por el mismísimo Cristo.
Es tiempo de pedir y reclamar libertad para los hijos de Dios. Que cuando los fieles lleguen a los confesionarios reciban ayuda para vencer al pecado y no para justificarlo o negarlo. Que a los seminaristas se les enseñe la moral conforme a la doctrina de la Iglesia y no la de teólogos famosos pero errados. Que se deje a un lado al temor a ser acusados de integristas por una sociedad que no soporta la palabra de verdad y la llamada a la santidad. Cristo vino a salvar y no a condenar, pero no hay salvación sin la denuncia y condena del pecado. La Iglesia no es una mera máquina de leyes morales, pero si ha de facilitar el encuentro personal de cada hombre y mujer con Dios, no puede renunciar a ser Madre y Maestra, señalando el error y proponiendo la verdad. Primero, a sus hijos. Luego, al mundo.
No seamos más esclavos del pecado y de sus siervos, los teólogos moralistas liberales. Seamos esclavos de Cristo y, a través de Él, libres para ser santos.
Luis Fernando Pérez