A vueltas con la música marchosa
Estos días, con ocasión de la JMJ que se va a celebrar en Río de Janeiro, el tema de la música relacionada con las celebraciones de la Iglesia está de actualidad. Es conocida la gran afición de los brasileños por el baile, así como los intentos de evangelización que se están dando en Iberoamérica y en otros lugares tomando pie en este aspecto. Suele afirmarse muy apresuradamente que el supuesto éxito “evangelizador” que diversas corrientes protestantes están teniendo en Iberoamérica tiene que ver con que utilizan música marchosa. En consecuencia, desde ciertos sectores de la Iglesia Católica se viene proponiendo seguir la misma estrategia.
Ante todo, me parece imprescindible distinguir dos ámbitos: por una parte el de la música de la liturgia, y por otro el de la música empleada en otro tipo de actividades.
Sobre el estilo de música empleado en este segundo grupo de actividades extralitúrgicas poco hay que decir. A menos que nos introdujéramos en la reflexión sobre los derroteros culturales, estéticos y musicales en que se ha acabado metiendo la cultura de masas del Occidente rico y obsesionado freudianamente con rechazar su origen cristiano. Pero esta es otra cuestión.
A mi juicio la cuestión más importante está en la música empleada en la liturgia, denominada tradicionalmente Música sacra o música sagrada.
Deseo centrarme ahora en el estilo de la música. La cuestión es muy amplia, y lógicamente no hay posibilidad de trazar aquí siquiera un bosquejo panorámico. Así que dejaremos fuera aspectos como el de la calidad técnica/artística debida, las implicaciones “antropológicas” que un estilo u otro tienen en “la parte humana” de la oración, etc.
Yo quisiera llamar la atención sobre la tradición. Quizá para los grupos pentecostales citados esta palabra no tenga demasiado valor, pero para la Iglesia sí lo tiene, y mucho: remite al modo en que la acción del Espíritu Santo, prometida a la Iglesia por Jesucristo, se ha ido materializando en la realidad concreta a través de los siglos, dando lugar a un crecimiento orgánico, armónico y sin más contradicciones que los errores y rectificaciones propios de los hombres.
A continuación voy a mostrar a los lectores una selección de textos magisteriales relativos a la música litúrgica desde el siglo IV hasta la segunda mitad del siglo XX. En ellos vamos a ver cómo la enseñanza ha sido siempre la misma: la música empleada en el culto debe ser estar libre de cualquier característica que vaya en menoscabo de la sacralidad de la liturgia, y por ello la exigencia concreta siempre ha sido rechazar las características de estilo que en cada momento han supuesto una evocación obvia a lo profano.
San Jerónimo (s. IV-V), en sus Comentarios a la Epístola a los Efesios ya establece una clara distinción entre el ámbito sacro y el profano. Al comentar la expresión paulina cantad y tocad con toda el alma para el Señor (Ef. 5, 19) avisa reciamente:
Que oigan esto los jóvenes, los que tienen en la iglesia la función de cantar: que no se debe cantar con la voz, sino con el corazón; ni suavizar la garganta y la boca con dulces medicinas como se hace en los teatros, de modo que en la iglesia se escuchen melodías y cantos teatrales (…) (libro III, capítulo 5).
La sesión 22 del Concilio de Trento (1562), en su Decreto sobre lo que se ha de observar y evitar en la celebración de la Santa Misa establece:
Aparten también de sus iglesias aquellas músicas en que ya con el órgano, ya con el canto se mezclan cosas impuras y lascivas.
Este mandato se tradujo en el abandono de la costumbre que habían adoptado los compositores de incluir melodías populares profanas en las composiciones polifónicas religiosas. También se rechazó que en el órgano sonaran ecos de las danzas populares por aquel entonces (pavanas, gallardas, etc.)
Benedicto XIV, Annus qui hunc (1749):
La tercera cosa sobre la cual Nos debemos advertir es que el “canto musical" (llamado así para diferenciarlo del gregoriano), que actualmente se ha introducido en las iglesias y que, comúnmente, es acompañado por las armonías del órgano y de otros instrumentos, debe ser realizado de modo que no resulte profano, mundano ni teatral. (Nº 3)
San Pío X, Tra le sollecitudini (1903):
(La música sacra) debe ser santa y, por lo tanto, excluir todo lo profano, y no sólo en sí misma, sino en el modo con que la interpreten los mismos cantantes. (Nº 2)
El canto gregoriano fue tenido siempre como acabado modelo de música religiosa, pudiendo formularse con toda razón esta ley general: una composición religiosa será más sagrada y litúrgica cuanto más se acerque en aire, inspiración y sabor a la melodía gregoriana, y será tanto menos digna del templo cuanto diste más de este modelo soberano. (Nº 3)
Como la música moderna es principalmente profana, deberá cuidarse con mayor esmero que las composiciones musicales de estilo moderno que se admitan en las iglesias no contengan cosa ninguna profana ni ofrezcan reminiscencias de motivos teatrales, y no estén compuestas tampoco en su forma externa imitando la factura de las composiciones profanas. (Nº 5)
Pío XI, Divini Cultus (1928):
(…) No podemos dejar de lamentarnos de que, así como acontecía en otros tiempos con géneros de música que la Iglesia con razón reprobó, así también hoy se intente con modernísimas formas volver a introducir en el templo el espíritu de disipación y de mundanidad. Si tales formas comenzasen nuevamente a infiltrarse, la Iglesia no tardaría un punto en condenarlas. (Nº 19).
Pío XII, Mediator Dei (1947):
En todas las cosas de la liturgia deben resplandecer, sobre todo, esos tres ornamentos de que nos habla nuestro predecesor Pío X, a saber: la santidad, que libra de toda influencia profana; la nobleza de las imágenes y de las formas, a la que sirven todas las artes verdaderas y mejores; y, por último, la universalidad, la cual, conservando las legítimas costumbres y los legítimos usos regionales, expresa la católica unidad de la Iglesia. (nº 231)
No obstante, no se puede afirmar que la música y el canto modernos deban ser excluidos por completo del culto católico. Antes bien, si no tiene nada de profano o de inconveniente, para la santidad del lugar y de la acción sagrada, ni derivan de una vana búsqueda de efectos extraordinarios e insólitos, es necesario, ciertamente, abrirles la puerta de nuestras Iglesias (…) (Nº 237)
Pío XII, Musicae Sacrae (1955):
El progreso de este arte musical, a la par que demuestra claramente cuánto se ha preocupado la Iglesia de hacer cada vez más espléndido y grato al pueblo cristiano el culto divino, explica también, por otra parte, cómo en más de una ocasión la Iglesia misma ha tenido que impedir se pasaran los justos límites y que, al compás del verdadero progreso, se infiltrase en la música sagrada, depravándola, lo que era profano y ajeno al culto divino. (Nº 3)
La música debe ser santa. Que nada admita —ni permita ni insinúe en las melodías con que es presentada— que sepa a profano. (Nº 13)
Entre los instrumentos a los que se les da entrada en las iglesias ocupa con razón el primer puesto el órgano, que tan particularmente se acomoda a los cánticos y ritos sagrados (…). Pero, además del órgano, hay otros instrumentos que pueden ayudar eficazmente a conseguir el elevado fin de la música sagrada, con tal que nada tengan de profano, estridente o estrepitoso que desdiga de la función sagrada o de la seriedad del lugar. (Nº 18)
Pío XII reconoce que las indicaciones de este documento no podrán ser aplicadas exactamente en aquellos lugares donde el catolicismo apenas tiene implantación. Por eso propone que
dichos pueblos puedan oponer a sus cánticos religiosos, no raras veces admirados aun por las naciones civilizadas, otros semejantes himnos sagrados cristianos (Nº 21)
Es decir, no acepta que se renuncie a la sacralidad de la música como “estrategia” evangelizadora, sino que pretende que se conecte con lo que ya hay de sagrado en los pueblos evangelizados. En ningún caso adoptar el estilo musical profano como medio “pedagógico”.
Esta ha sido la enseñanza continua de la Iglesia a propósito de la música litúrgica. Y es desde esta perspectiva desde donde hay que leer y entender lo que afirmó el Concilio Vaticano II en 1963, sólo ocho años después de la Musicae Sacrae de Pío XII. De hecho, las indicaciones que la Sacrosanctum Concilium establece a propósito de la música sacra son introducidas con estas palabras:
Por tanto, el sacrosanto Concilio, manteniendo las normas y preceptos de la tradición y disciplinas eclesiásticas y atendiendo a la finalidad de la música sacra, que es gloria de Dios y la santificación de los fieles, establece lo siguiente (…) (Sacrosanctum Concilium 112).
¿Cuáles son esas “normas y preceptos de la tradición"? Lo hemos visto claramente. Desde el principio, de modo constante e ininterrumpido, la enseñanza de la Iglesia ha sido siempre la misma: la música en el culto debe estar desprovista en su estilo de cualquier elemento que recuerde el mundo profano.
Hay que aclarar que esto no supone ningún menosprecio de la música profana. Las sinfonías de Haydn, Mozart o Beethoven, los lieder de Schubert o las piezas para piano de Chopin son música profana, y nadie en su sano juicio y con un mínimo de sensibilidad musical se atrevería a negarles su categoría de frutos exquisitos del espíritu humano. Pero su sitio, claramente, no son las celebraciones litúrgicas, y nadie pretende que lo sean.
Pues bien, la música marchosa que pretende reivindicarse para la “nueva liturgia” católica que “puede solucionar” definitivamente los problemas de comunicación de la Iglesia con el mundo moderno es una copia exacta del estilo que a día de hoy se escucha en bares, discotecas, programas de televisión, etc. ¿Hay algo que evoque más genuinamente lo profano de nuestro tiempo? ¿Alguien encuentra la manera de congeniar esta música con la doctrina católica de siempre sobre la sacralidad de la liturgia y el estilo musical debido en ella?
Me consta que son muchísimas las personas, aun sin formación musical, que de modo puramente instintivo sienten un íntimo rechazo a que lo sagrado de la liturgia quede desvanecido por el retumbar de melodías y ritmos que para cualquier persona, al menos en Occidente, evocan realidades muy distintas de lo que en ella está ocurriendo.
Por el contrario, tengo la impresión de que aquellos que defienden la mundanización del estilo musical litúrgico lo hacen principalmente como un medio -ellos creen que eficaz- para un fin posterior: que asista más gente, que la gente “no se aburra”, etc. Lo cual supone un planteamiento más que discutible: convertir en mero instrumento terrenal algo tan inmenso e inabarcable como la asociación asombrosa y asombrada de los hombres a la liturgia que se celebra en el cielo. Y esta es la razón última de que la Iglesia haya luchado siempre por preservar lo sagrado en su música.
Por lo tanto, el problema de que a alguien le aburra el gregoriano o cualquier otro tipo de buena música sacra en la liturgia no es la música en sí misma, sino su posible incomprensión, o defectuosa comprensión, de qué es en realidad la celebración litúrgica, de qué está ocurriendo realmente en ella y a través de ella.
En fin, hace poco más de un siglo San Pío X lo explicaba con unas palabras que no han perdido actualidad:
Y en verdad, sea por la naturaleza de este arte, de suyo fluctuante y variable, o por la sucesiva alteración del gusto y las costumbres en el transcurso del tiempo, o por la influencia que ejerce el arte profano y teatral en el sagrado, o por el placer que directamente produce la música y que no siempre puede contenerse fácilmente dentro de los justos límites, o, en último término, por los muchos prejuicios que en esta materia insensiblemente penetran y luego tenazmente arraigan hasta en el ánimo de personas autorizadas y pías; el hecho es que se observa una tendencia pertinaz a apartarla de la recta norma, señalada por el fin con que el arte fue admitido al servicio del culto y expresada con bastante claridad en los cánones eclesiásticos, los decretos de los concilios generales y provinciales y las repetidas resoluciones de las Sagradas Congregaciones romanas y de los sumos pontífices, nuestros predecesores. (Tra le sollecitudini, 1903)
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58 comentarios
Casi todo ello quedó destruido por la desastrosa y falsaria interpretación que se hizo del Vaticano II en materia litúrgica en general y musical en particular.
Ahora lo que hay es una gran desorientación estética. La verdad es que lo que se considera música culta actual no tiene gran aceptación ni dentro de la música sacra ni fuera de ella.
Poniendo un ejemplo concreto, me gustaría que me dijeras qué te parece este canto para la comunión.
www.youtube.com/watch?v=HPBmFwBSGb0
Saludos,
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RdT: la canción es bonita, dentro del estilo pop en que está concebida. Está bien así, en un concierto, o acto de oración colectiva, o lo que sea el acto que sale en el vídeo. Está muy bien que haya un pop cristiano.
¿En la comunión de una misa católica?
No me he fijado en el texto, pero supongo que será piadoso y edificante. De todos modos, no está de más recordar que la liturgia prevé para la comunión de cada domingo o fiesta un texto propio, habitualmente un versículo del Evangelio relacionado con el pasaje que se ha leído ese mismo día, lo cual siempre es de una riqueza espiritual mucho mayor.
En cuanto a la música, creo que es absolutamente inapropiada para un acto litúrgico. Es un claro ejemplo del estilo profano. Ya lo he aclarado en el artículo, pero por si acaso insisto: "profano" no es ningún adjetivo despectivo como "impuro", "sucio" ni nada parecido. La 1ª acepción en el DRAE es "Que no es sagrado ni sirve a usos sagrados, sino puramente secular". La música de esta canción podría ser perfectamente una canción de Eurovisión de hace unos años. Cantar música así en la comunión de una misa es como poner una antífona gregoriana en un bar de noche.
Creo que tras la lectura del artículo, nadie puede refutar ninguna de las tesis expresadas en el mismo. Y sin embargo, a pesar del empacho observado en muchos fieles, parece que en demasiadas parroquias hay un especial cuidado en que nadie pueda recuperar unos cantos gregorianos, que no pueden estar borrados de la memoria, de aquellas personas que cuenten con más de 60 años, pero que son prácticamente desconocidos por los que no han llegado a cumplir esos años.
Para nuestra fortuna, estamos en una época en la que podemos acceder a una cantidad ingente de información, algo que era imposible. Hace pocos días pude hallar partituras en notación moderna, de misas gregorianas. Pero desgraciadamente, esta falta de guía nos puede traer a páginas cismáticas, por mucho que también habrá páginas que, aunque partidarias de la misa tradicional, no sean sedevaticanistas, sino respetuosas con el papa. También esta falta de guía puede hacer que no seamos capaces de asimilar toda esa información, por muy correcta que sea.
También para nuestra fortuna (tal y como leí en un blog que ahora no soy capaz de recuperar), S.S. Benedicto XVI otorgó el "marco legal" necesario para poder recuperar, tanto la misa tradicional, como unos cantos, que no tienen que ser incompatibles, ni mucho menos, con la forma ordinaria de la misa. Eso si, que nadie espere que esa iniciativa salga del clero: habrá que sudar tinta para poder lograr que sea una realidad. Y que nadie espere poder vivir profesionalmente de la música en la Iglesia, como se podía hacer hace doscientos años.
La Renovación Carismática, igual de católica, romana y papista, nacida en 1967, tiene en Brasil 10 millones de seguidores entusiastas (eso multiplica mucho lo que tenga cualquier otro movimiento católico en todo el mundo). Y la música alegre y marchosa es absolutamente clave para ello.
El mismo padre Marcello Rossi lo dice: del 1 al 10, la música tiene importancia evangelizadora 10. Eso lleva a millones a los sacramentos (o los aleja, en el caso de los protestantes). O sea, que hablar de "supuesto éxito evangelizador" es cerrar los ojos a la realidad. No es supuesto: es constatado por millones de fieles que dejan el catolicismo (y, por el contrario, por los millones que se quedan disfrutando de música alegre).
Munilla acaba de publicar una crónica: él ha visto allí que la alegría y "la marcha" y la devoción reverente van unidas. Quizá pensaba -como algunos lectores de por aquí- que no podía ser. Pero es.
SACRAMENTUM CARITATIS
DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI" a la que podemos acceder en el enlace la página Vatican.va dejaba las cosas meridianamente claras:
el documento, en el apartado de la música litúrgica dice textualmente:
"El canto litúrgico
42. En el ars celebrandi desempeña un papel importante el canto litúrgico.[126] Con razón afirma san Agustín en un famoso sermón: « El hombre nuevo conoce el cántico nuevo. El cantar es expresión de alegría y, si lo consideramos atentamente, expresión de amor ».[127] El Pueblo de Dios reunido para la celebración canta las alabanzas de Dios. La Iglesia, en su historia bimilenaria, ha compuesto y sigue componiendo música y cantos que son un patrimonio de fe y de amor que no se ha de perder. Ciertamente, no podemos decir que en la liturgia sirva cualquier canto. A este respecto, se ha de evitar la fácil improvisación o la introducción de géneros musicales no respetuosos del sentido de la liturgia. Como elemento litúrgico, el canto debe estar en consonancia con la identidad propia de la celebración.[128] Por consiguiente, todo —el texto, la melodía, la ejecución— ha de corresponder al sentido del misterio celebrado, a las partes del rito y a los tiempos litúrgicos.[129] Finalmente, si bien se han de tener en cuenta las diversas tendencias y tradiciones muy loables, deseo, como han pedido los Padres sinodales, que se valore adecuadamente el canto gregoriano[130] como canto propio de la liturgia romana.[131]"
Que yo sepa, el Papa Francisco no ha derogado este documento. Así que creo que no es pedir peras al olmo, el que exista la posibilidad de retornar a este tipo de tradición musical. Tradición musical que, si levanta tantas ampollas, es porque fastidia mucho a aquel a quien la Adoración a Dios levanta ampollas.
En algún libro de AT se menciona que él iba al frente del pueblo, 'bailando y cantando' sus propias canciones Yavé. ¿Podrán haber sobrevivido entre los Israelitas?
Poco existe actualmente de música popular agradable. Muchos compositores contemporáneos van llegando a su partida. ¿Quién seguirá? La música pop actual tiene mínima calidad, es muy majadera, no tiene gusto y con tres frases repetitivas se 'vendió'. O se regraban canciones antiguas, que también gustan a la juventud.
Vivimos en la 'cultura de la muerte', o se está muriendo nuestra cultura.
Jamás a ningún andaluz, aragonés o navarro se le habría ocurrido nunca ni en el siglo VI, ni el X, ni el XV, ni el XVIII, meter en las misas el estilo de canciones propio de las tabernas, los patios, etc. El error fue siempre escorarse del lado de la música "culta" profana. Que era más leve que este.
Antonio y José Ángel Antonio: realmente lo que opine yo tiene muy poco valor. El núcleo del artículo es la exposición del magisterio constante de la Iglesia en esta cuestión. Luego está el testimonio patente de que todos los ritos de todos los tiempos y lugares, en Oriente y en Occidente, han partido del mismo punto: la distinción patente, inequívoca, clara entre lo sagrado y lo profano. Insisto: sin que esto suponga necesariamente un menoscabo de lo segundo, pero distinguiendo lo que es distinto. "El que no distingue confunde".
Por otra parte, y como ya he dicho, yo personalmente no tengo nada en contra de que fuera de los actos litúrgicos se usen los estilos musicales que se prefieran (vía música pop o folklore regional), nada que objetar. Eso sí, siempre que ese proceso termine en la fe católica. Una conversión cuyo punto de llegada consistiera en "o me ponen en misa la música que a mí me gusta o se me apaga la fe y me aburro" sería algo cuando menos extraño. Un ejemplo. Personalmente, mi "sentimiento" vibra mucho más con la novena Sinfonía de Beethoven que con muchas piezas sacras del estilo ceciliano que se compusieron a principios del s. XX, y cuyo vuelo artístico es mucho menor. Pero yo nunca pediría que "mi sentimiento" tuviera que ser satisfecho en la liturgia con la novena de Beethoven, y acepto, en comparación, como mucho más acertado el uso de esas piezas cecilianas que, de modo sencillo pero digno y verdadero, contienen el verdadero espíritu de la liturgia católica tal y como con nítida claridad viene expuesto en el Magisterio.
Por último, Antonio, una correción. No es exacto eso de que "toda la música sacra desde la Esad Media está profundamente influida por la música popular y profana de su tiempo.". Influencias mutuas ha habido, de importancia desigual según los lugares y los momentos. Pero nunca, como se explica en el artículo, nunca la Iglesia aceptó la adopción del estilo profano.
No creo que mi visión sea "occidentalizante", puesto que ya he hecho la salvedad necesaria en este tema. Eso sí, es restringida. Restringida al concepto católico de liturgia, que es una "restricción" muy saludable y que al final acaba abriendo horizontes infinitamente más amplios y frescos que las angostas "amplitudes mundanas".
Para muestra un botón:
"Con respecto a las composiciones musicales litúrgicas, hago mía la "ley general", que san Pío X formulaba en estos términos: "Una composición religiosa será tanto más sagrada y litúrgica cuanto más se acerque en aire, inspiración y sabor a la melodía gregoriana, y será tanto menos digna del templo cuanto más diste de este modelo supremo".
- En el gregoriano creo que, de haber esas influencias (islámicas no creo que muchas, por una cuestión cronológica), son remotas. El gregoriano parte de unas fórmulas estandarizadas de entonación que se van enriqueciendo ornamentalmente en unión intimísima con las palabras del texto sagrado concreto, con una profundidad y precisión que pocas veces se ha dado después en grado semejante. Desde luego, en la música cristiana occidental, nunca más.
-El ejemplo de Dufay y su época es precisamente lo que rechazó el Concilio de Trento. Hoy en día nadie conoce las melodías "L'homme armé", "mille regretz", etc. Pero su efecto en la época era poco menos igual a que si ahora alguien compusiera una sesuda pieza sacra sobre el himno del Real Madrid, pongamos por caso.
-Y sobre la época de Monteverdi, son conocidas las pugnas de la época sobre el cambio de estilo. Para comprender el fondo de las cosas creo que es necesario contemplar todo el proceso intelectual de Occidente. Personas mucho más instruidas que yo podrían hablar largamente de cómo el fracaso de la filosofía actual, sobre todo en el campo de la metafísica, puede tener su origen en el abandono y/o mal desarrollo del realismo aristotélico-tomista a partir de la Baja Edad Media. Como consecuencia la visión del mundo se torna antropocéntrica, y el arte cambia: la capilla sixtina, con sus figuras hercúleas, homenajea más a la criatura que al Creador. No obstante su absoluto valor artístico, denota un cristianismo ya herido. Lo mismo la arquitectura: el gótico fue casi una materialización de la teología católica, pero el Renacimiento supuso volver a los viejos modelos del paganismo grecorromano, y la belleza de los edificios ya no poseía la misma profundidad simbólica y comunicativa de los anteriores. Salvando las distancias -que son muchas- en la música ocurrieron cosas parecidas. Sin embargo, hay que reconocer que uno de los buenos frutos del Renacimiento en la música sacra es la atención puesta en el texto, de modo que las nuevas composiciones post-tridentinas eran mucho más adecuadas a la liturgia que muchas de las anteriores.
En resumen: más que fijarse en la materialidad concreta de tal y o cual pieza, lo importante es su incidencia en la vida, en el espíritu. Quizá dentro de 1000 años una canción pop actual resulte venerablemente arcaica , supratemporal y evocadora de lo sagrado y absoluto, no lo sé. Desde luego, ahora no. Incluso la mayor parte de la música profana de los últimos 800 años (estampies, chansons, pavanas, gallardas, minués, correntes, gigas, sonatas clásicas, etc) siguen resultando a día de hoy, dentro de su belleza, eso: evocaciones del mundo profano.
Y no olvidemos tantas otras piezas. El Ave María de Gounod, sin ir más lejos no es sino una melodía añadida al primer preludio del Clave bien temperado de Bach. Que no dejaba de ser un cuaderno de ejercicios de teclado, nada sacro.
La liturgia "mozárabe" y su repertorio, aunque la palabra engañe, no tiene nada que ver con los árabes, salvo el hecho de que alude a los cristianos que perseveraron en su fe y continuaron viviendo en las zonas invadidas por los musulmanes.
La expresión "liturgia mozárabe" es un modo habitual pero incorrecto de referirse a la liturgia hispánica o visigótica, que es la que se desarrolló originalmente en España antes de la implantación del rito romano. No tiene nada que ver con los musulmanes, y es anterior a la invasión. Tiene relación obviamente con el desarrollo general del canto gregoriano, pero creo que nada con la música árabe, salvo que con el tiempo de cohabitación se le hubiese adherido algo, que no lo sé.
Sobre el ejemplo de Gounod-Bach, hay que decir que J.S. Bach es un caso muy especial en la historia de la música. Una vez oí decir a un músico que Bach sonaba bien "hasta en un teléfono móvil". Lo cierto es que su estilo es de una belleza serena y particular que, incluso en no pocas de sus obras profanas, no desdice de lo sagrado. De todos modos, en la música de esa época hay un terreno común a lo sagrado y a lo profano, y son las formas "abstractas": preludios, toccatas, fugas, etc. En Bach lo realmente profano serían los movimientos de danzas de sus suites (alemandas, correntes, gigas, zarabandas) y quizá bastantes movimientos de sus conciertos.
De todos modos, el Ave María de Gounod-Bach no me parece un ejemplo excelso de música sacra. Simplemente, creo que no desentona. Desde luego, no lo veo como una referencia obvia a lo profano.
De acuerdo, así será.
Por cierto, eso de "música marchosa" ya no se dice. Al menos ha puesto discotecas en vez de guateques.
Ya sucedió antes, y por varias veces en la historia de la liturgia católica.
No es un caso, digamos, super-extremo, no. Yo he sabido de varias concentraciones juveniles de distintas diócesis que, para evitar en los jóvenes esos "aburrumientos" a los que aludes, han contado con la participación estelar del P. Jony. Creo que escribe así su nombre artístico. Ahí van dos ejemplos, uno para música litúrgica, otro para música religiosa extra-litúrgica (que no será raro meta alguno en alguna Misa. Digo yo. Ya puestos...)
+ Misa en la Catedral de Tortosa
www.youtube.com/watch?v=4jG8LhBvEp4&feature=related
+ Qué alegría cuando me dijeron.
www.youtube.com/watch?v=PZou1NCVEcs
Se habla normalmente de herejías doctrinales. Pero se me ocurre que también podría hablarse en el arte interno de la Iglesia de herejías estéticas, musicales, arquitectónicas, pictóricas, escultóricas, estampas, etc.
Otro ejemplito.
"Mamma María" Sac. Don Bruno
Canta-baila un cura italiano junto al altar terminando una boda
www.youtube.com/watch?v=3YxJxy96t5
www.youtube.com/watch?v=S4tYOLRNwrc
Sobre lo segundo, la cuestión es leer la Escritura como protestante o como católico. El empezar a formular opiniones y juicios personales a partir de tal o cual pasaje o aspecto, como el del rey David que usted cita, se asemeja mucho a lo protestante.
La lectura católica recuerda que ese detalle y todos los demás han sido conocidos perfectísimamente desde siempre por el magisterio, dando lugar a la tradición constante y universal que expongo en el artículo.
Apoyarse en tal o cual pasaje de la Escritura para refutar o moldear a gusto propio la enseñanza tradicional y clara de la Iglesia en lo tocante a la música litúrgica no me parece un buen método. Al menos desde el punto de vista católico.
Y efectivamente, hay unos bailes que se celebran en la Catedral de Sevilla, por un grupo de muchachos llamados seises. Igual que han podido haber otros bailes que han desaparecido de otros lugares, con el paso de los años.
Creo que negar esos datos, estaría mal. Sin embargo, creo que está mal ocultar también, que el uso que se hacía del registro de timbal era muy excepcional (Creo que coincidía su uso con la fiesta de Pentecostés).
Igualmente, el baile de los seises es tan excepcional, que tan solo se realiza en tres o cuatro ocasiones, a lo largo del año litúrgico.
Creo que no es un buen método, tratar como general unos hechos que son o han podido ser unas tradiciones en una parte muy pequeña del ámbito católico. Y que para más INRI, tenían lugar en ocasiones muy extraordinarias.
Sorprende que la tradicion oral de las parroquias mozárabes de Toledo no tenga nada de árabe.
Con respecto al cantoral de León, ni hablemos.
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Es un tema espinoso que hiere sensibilidades, Raúl.
Las directrices sobre música atañen principalmente a catedrales, iglesias mayores, congregaciones y SEMINARIOS.
Que la música parroquial es cutrefacta esta claro, pero lo es por la NULA formación de los sacerdotes en este punto.
Yo no sé qué les enseñan en los seminarios, la verdad.
Y eso sin movernos del ámbito culto y occidental.
El uso de la percusión en la música sacra sí ha sido una excepción.
No se usó nunca hasta, como dices, la época del barroco y el clasicismo, como golpes puntuales junto a las trompetas. Es decir, un efecto sobrio, grandioso y elegante. Aún así, Pío X la rechazó, como también Pío XII.Quizá porque era un signo de mundanización "por arriba": el orgulloso galicanismo con Charpentier y el absolutismo "ilustrado" con Haydn y Mozart.
Y el requiem de Brahms no tiene nada de católico, y menos de litúrgico.
Y me he ceñido a la música culta occidental, que es una ínfima parte de lo que representa la música como expresión del Pueblo de Dios en el culto. De una Iglesia Universal, que abarca muchas culturas y muchas manifestaciones populares que llenan cada domingo las Iglesias de todo el mundo.
Pues hay varias razones:
a- La desvertebracion del Rito Romano, que no se celebra prácticamente nunca en su integridad.
B- La ausencia de una pluma vertebral referencial, como el canto gregoriano.
c-La ausencia de medios económicos.
LUIS TEÓFILO GIL CUADRADO
Alfonso VI, instado por el papa, hizo todos los esfuerzos posibles por implantar el rito romano, por creerse (tal vez de forma errónea, o tal vez basándose en algún hecho puntual), que el rito hispano contenía cosas contrarias a las enseñanzas de Roma, y supongo que tal vez había el miedo de que la falta de unidad en los ritos pudiera favorecer algún cisma en el futuro. El rito Romano, se fue imponiendo, a pesar de que en un "Juicio de Dios" dos caballeros que abogaban por el rito Hispano, lucharon contra otros dos que abogaban por el rito Romano, venciendo los del rito hispano a sus rivales. y a pesar de que en otro "Juicio de Dios" un misal hispano resistió la prueba del fuego, mientras que otro misal romano, pereció rápidamente al ser expuesto a las llamas. Ninguna de las dos pruebas fueron suficientes para descartar la prohibición de un rito y la imposición de otro.
Únicamente, la conquista de la ciudad de Toledo, aconsejó conservar el rito en esta localidad, cuando menos en los templos existentes en el momento de la conquista, haciendo, no obstante, que el rito utilizado en los de nueva construcción fuera el romano.
Ignoro si el plan era que la nueva erección de parroquias, de rito romano, acabaría con la tradición de las antiguas en Toledo. La conquista de Córdoba otorgó el derecho de los cristianos mozárabes a persistir en el rito Hispano, pero finalmente las repoblaciones posteriores de la ciudad, lograron acabar con la práctica mozárabe en la ciudad andaluza.
El cardenal Cisneros, hizo todo lo posible para que el rito, actualmente conocido como mozárabe, no pereciera, al no ver nada objetable en él.
He visto que algunos textos hablan, al referirse al rito Hispano-Mozárabe, de una tradición A y una tradición B. Al parecer, según vemos en la página arcchitoledo.org, en el apartado dedicado al rito Hispano. En resumen, todo indica que el rito Mozárabe, que en la actualidad prefiere llamarse hispano-mozárabe, y que podría llamarse perfectamente rito Hispano, procede de la forma de celebrar de los primeos cristianos de la Hispania del siglo III, con la aportación de grandes santos e intelectuales de la hispania de los siglos VI y VII. Es un rito que se siguió realizando en el norte de España, que quedó libre, tras la invasión islámica, y que fue proscrito por Alfonso VI, con grandísimas oposiciones por gran parte del clero y del pueblo, y del que ha quedado el nombre de mozárabe por haber persistido en unas pocas parroquias toledanas tras la reconquista de la ciudad.
Creo que por ello, confundir cultura mozárabe, con rito mozárabe, es bastante incorrecto. Eso aún antes de ver si los árabes que vinieron a Hispania, en realidad, en lugar de aportar músicas suyas, hicieran suyas las nuestras, como pasó en el campo de la arquitectura, con el arco de herradura visigótico.
Tampoco se conoce ninguna música "mozárabe" anterior al gregoriano y distinta de la litúrgica del rito hispano.
Por ejemplo, la SSC manda cosas que han sido sistemáticamente olvidadas desde su publicación: 1-una nueva edición más critica del corpus gregoriano y por extensión del canto llano medieval eclesiástico en todas sus formas; 2-el especialísimo cuidado que se ha de dar a la formación musical en los seminarios, institutos religiosos y colegios católicos; 3-el fomento y la creación de scholae cantorum. Y por supuesto, la primacía del gregoriano.
Aquí cabe la prudencia de Trento: el obispo es el que debe predicar, pero si por impedimento objetivo no lo puede hacer, ha de delegar en personas realmente capacitadas. El obispo es el liturgos, pero si por impedimento objetivó (nuestros obispos no saben casi de nada, mucho menos de música) no s
Si de lo que se trata es de una forma de fundamentalismo musical excluyente (extra "gregorianamum" nulla salus), que excluya y desprecie otras legítimas manifestaciones musicales dentro de la rica variedad de la Iglesia Universal del siglo XXI, conmigo que no cuenten.
La cuestión es: ¿hay alguna diferencia entre lo sagrado y lo profano, también en la cuestión del estilo musical y dadas unas determinadas circunstancias culturales?
Si todo da igual, si no hay diferencia y se trata de una distinción inútil que no conduce a nada más que al fundamentalismo y al rigorismo, entonces lo honrado es:
1. Eliminar del diccionario las palabras "sagrado" y "profano", porque no significan nada.
2. Tirar a la papelera 1500 años de magisterio de la Iglesia que se ha empeñado terca e inútilmente en señalar precisamente esa distinción. Incluidos, por supuesto, el Vaticano II y el magisterio de Juan Pablo II y Benedicto XVI.
El siguiente reto acrobático será seguir defendiendo la "hermenéutica de la continuidad".
Pero de lo externo sí juzga, y con claridad -podría tenerla más, ciertamente- y constancia.
1º El Antifonario de León es un bello manuscrito, pero los signos musicales que contiene permanecen inaccesible a los estudiosos. Estaría bien conocer lo que albergan estos bellos manuscritos para saber si hay analogías con la música conservada del rito hispano-mozárabe o hay diferencias. En una nota que aparece en el manuscrito se afirma que sería copia de otro del siglo VII, de la época del rey Wamba. De descifrase y ser correcto el dato de que es copia de un texto del siglo VII, podría significar un enorme avance en el conocimiento de la música.
2 ºEl canto gregoriano Attende Domine, propio de la Cuaresma, según he podido leer, sería un texto de origen hispano-visigodo adoptado por el rito romano. Me gustaría que alguien más pudiera dar noticias de esta y de otras interpretaciones que han pasado de un rito a otro... y que permanecen tan desaparecidas como cualquier otra que recuerde tiempos mejores.
3º Otra referencia interesante de la música hispano-mozárabe sería el "Pange Lingua". Alguna de las primeras grabaciones de órgano que tuve, hará casi 30 años, contenían versos sobre el "Pange Lingua" More Hispano. Mi sorpresa fue que algunos de mis familiares de más edad, nada más oír las notas del órgano, reconoció esta música, por lo que he de suponer, que se cantaba en las misas de rito latino de antes del Concilio Vaticano II, aunque desconozco la frecuencia con la que se podían entonar este Pange linguae, que tantas composiciones para órgano ha inspirado.
Pero si así fuese, no veo que pueda ser una influencia de las reuniones en las mezquitas, donde no hay nada de eso.
De todas formas, aludir a ejemplos del repertorio de la música clásica es una mala estrategia, porque no son representativos. Por ejemplo, las misas de Haydn son geniales, pero las seis últimas son un regalo de cumpleaños y no son representativas de la práctica musical global de la Iglesia en esa época. La misa en mi menor de Brucknrt, por el contrario, quiere injertarse en la tradicion de la polifonía clásica y es un eximio ejemplo de lo que puede ser la música litúrgica, con el lenguaje de cada época pero insertada en la tradicion. Su misa en fa, sin embargo, es una obra de concierto. El Réquiem de Mozart y su predecesor, el de M. Haydn, obedecen a circunstancias personalísimas como son la propia enfermedad en el primero y la muerte de una hija en el segundo. Claro, así no se puede. De nuevo, el Réquiem de Bruckner nos da una idea más cercana de la práctica musical litúrgica en boga en su tiempo y, de nuevo, responde a una estética tradicional. Por eso no es "repertorio".
Ahora bien, que se nos quiera hacer comulgar con piedras de molino y que tengamos que afirmar que la música ligera vale tanto como la de Palestrina es como que se nos quiera hacer decir que tanto vale Picasso como van ser Weiden o una coca-cola como un Ribera de Duero. Simplemente son universos diferentes, son monadas y ya se sabe que "las mónadas no tienen ventanas".
Fue como tocar con los dedos la misma tradición de siglos en que habían bebido tantos grandes compositores.
"Ahora bien, que se nos quiera hacer comulgar con piedras de molino y que tengamos que afirmar que la música ligera vale tanto como la de Palestrina es como que se nos quiera hacer decir que tanto vale Picasso como van ser Weiden o una coca-cola como un Ribera de Duero. Simplemente son universos diferentes, son monadas y ya se sabe que "las mónadas no tienen ventanas"."
Es que es así, y de ello tenemos bastantes ejemplos en la vida diaria. Supongo que nadie dará importancia al hecho de que un paciente hospitalizado no esté vestido de punta en blanco, si la reina o el rey lo visitan por haber sufrido un trágico accidente. Pero imaginamos que no da igual si, una vez dado de alta, quisiera agradecer la visita del rey o la reina solicitando una audiencia, y se presentase vestido con unas bermudas, y una camiseta. Supongo que nadie diría que es lo mismo, que lo que importa es que es una persona agradecida. Lo peor de todo, es que uno en una audiencia vestiría correctamente, por lo que es consciente de lo que representa un jefe de estado, pero no quiere cantar la música más excelsa, en un lugar que ES la Casa de Dios.
Y sin embargo, en el caso de la música sacra, la gente se empeña en que todo es lo mismo, y hemos creado un nuevo "cecilianismo" en la música: el de hacer una música equivalente, a las pinturas que Cecilia hizo en una ermita zaragozana. Afortunadamente en el caso de la pintura, nadie dice "no pasa nada; porque Cecilia ha hecho la restauración con toda la mejor voluntad, y si se hace con la mejor voluntad, todo sirve". Al margen de que se pueda eximir de responsabilidad a una persona al que sus muchos años puedan haber alterado su percepción de las cosas, no se han escatimado medios para volver o tratar de volver a su estado original, una pintura horriblemente deformada. Y cuya deformidad ha sido objeto de chanza, entre los que odian las cosas de la Iglesia.
Sin embargo, una cosa que también "salta a la vista" o que debería saltar a la vista, como una música que es un horrible pegote en la liturgia, se consiente que permanezca sin alteración años y años.
Y ha quedado claro en la exposición del artículo que comentamos dos cosas: Los papas han venido diciendo desde hace siglos, que la música en la liturgia deben evitar remitir a una realidad mundana. Pero también, esos mismos textos demuestran que la tentación de poner música mundana, o que recuerde a las cosas mundanas, ha sido una constante entre muchos músicos que prestaban sus servicios en los templos. Habrá que estudiar las causas por las que lo que no se permitiría en el campo de la pintura, se consiente y aún se alienta en el campo musical.
Y suponiendo que, con una misa del padre Jonnhy, se pudiera atraer a jóvenes alejados de la Iglesia, supongo que se podría autorizar algún tipo de misa con música rock, para acercar a esos alejados de la Fe. Suponiendo que hubiera gente con una morbosa afición a la música folk (y digo morbosa, porque me parece dudoso que 50 años después de haber vivido su máxima expansión este estilo, queden muchas personas que lo prefieran a otro), imagino que no estaría mal autorizar que en diversas circunstancias se pudiera cantar una misa folk. O que en una determinada misa, en una fiesta regional, se haga una misa a base de música regional.
Sin embargo, estas cosas que deberían ser excepcionales son empleadas domingo a domingo; fiesta de guardar, a fiesta de guardar, mientras que composiciones gregorianas o misas compuestas en la época barroca, clásica o aún moderna, y que cumplen los fines que se supone debe cumplir la música en la Liturgia, y que nada tienen de objetable, permanecen en un obligado olvido... cuando no hay ni una sola disposición que obligue a tal olvido. Y cuando existe un documento papal de hace solo seis años, que insta a la vuelta al gregoriano y a composiciones propias de la liturgia.
He de suponer, que ante la falta de formación musical de muchos sacerdotes, sean los fieles los que reclamen esta vuelta. Esto puede significar un esfuerzo, pero creo que nadie debe renunciar a ese esfuerzo. Yo no me puedo imaginar una población cuya banda haya quedado entre los tres primeros lugares en un concurso de bandas de gran prestigio, en la que ha sido capaz de poner 150 músicos sobre el escenario, viva como un sufrimiento el que se intente restaurar un tipo de música en los templos, cuya exigencia viene desde siglos atrás, y cuya ratificación más reciente la tenemos del año 2007. La buena música (buena música y con unas características bien definidas para evitar la "mundanización" de la liturgia) no es un capricho de los fieles, ni una concesión del sacerdote de turno. ES un DEBER; es algo de obligado cumplimiento. Y no debemos olvidar que no es una amarga medicina que es necesaria para curar; sino un excelso perfume, que aunque es una ofrenda, también es una fragancia de la que disfrutamos, igual que los que estaban reunidos con Jesús (todos menos uno, que decía lo que otros siguen diciendo 2.000 años después), también disfrutaron del caro perfume derramado sobre Jesús.
Yo no soy "restauracionista" ni inmovilista. No podemos enclaustraremos en unos estilos, sonoridades y obras exclusivamente de otras épocas.
Nuestra propia época tiene que ser creadora de música, sacar del arcón "lo viejo y lo nuevo" como el escriba prudente. Pero lo nuevo que sea también de calidad, de suma calidad.
Nuestra época puede aportar mucho en lenguaje musical. Las misas de Bruckner son infinitamente más ricas en recursos que las de Palestrina-Lasso-Victoria simplemente por ser posteriores. La música para órgano de Messiaen nos es infinitamente más comprensible que la de Bach. No es ni mejor mi peor, es un cuerpo en el que cada parte tiene su función, y su momento. El único gran ausente es el presente: ya no se compone música, se recicla el pasado. Y ese es el problema.
Que el beato Anton Bruckner ore pro nobis!!
"La música para órgano de Messiaen nos es infinitamente más comprensible que la de Bach"
¿Seguro, así, en general?
Por lo demás, muy de acuerdo.
En Messiaen existe una voluntad de sacralizada realmente triunfante. Y a mí me parece fácilmente perceptible.
Raúl ha hecho una magnífica recopilación de lo que el Magisterio de la Iglesia ha dicho -y ha ordenado- respecto a la música en la liturgia. Hoy por hoy la voz de ese Magisterio es clara e incuestionable. Sin embargo, la práctica es otra. ¿Cambiará el Magisterio? ¿Veremos reflejado en él el giro radical que de facto se ha dado ya en la celebración de la Santa Misa?
Ya la música que acompañó las celebraciones de la JMJ en Madrid dio un paso en separarse de la tradición pero discretamente, con una ligera música orquestal que poco tenía que ver con la tradición y el Magisterio. En aquella JMJ se hizo un loable esfuerzo por mostrar los tesoros del arte religioso español a visitantes y foráneos -a través de los medios-. Sin embargo, Tomás Luis de Victoria, Francisco Guerrero y otros quedaron fuera de esta muestra.
Hoy en Río se ha llegado más lejos. La batería que en la foto que ilustra este post se ve aislada en una Iglesia en ruinas tiene un gran protagonismo en el escenario de Río...y en la música de la liturgia.
El más puro estilo gospel con mil coristas dorados balanceándose al ritmo de los gorgoritos a lo Withney Houston -descanse en paz- para el Kyrie que, por otra parte, tenía añadidos textuales emotivos al más puro estilo musical postconciliar. Lo mismo se puede decir del Gloria y el salmo. Me ha impresionado positivamente que el Papa fuera capaz de tener una actitud de oración y recogimiento a pesar del jolgorio circundante.
Pero ha llegado el momento de proclamar el Evangelio.
Cristo ha hablado como lo ha hecho siempre: con la voz diáfana de un cantor que ha utilizado la entonación que se viene usando desde hace siglos. El silencio hendido solamente por una voz. El silencio acogiendo la densidad, la grandeza, la hondura, la emotividad, el misterio de la Palabra de Dios. En el susurro. En el silencio. En la quietud. Ahí dijo Él que podríamos encontrarle.
(El ofertorio: incienso y aplausos y vivas al cantor como si se tratara de un concierto pop con misa de fondo. Desolador.)
Por naturaleza estoy orientado para servir a Dios. Sólo así alcanzo mi realización personal. Lo sirvo haciendo lo que Él desea para mí en cada momento de mi existencia. La directriz fundamental: amar-LO con todo mi ser y, como consecuencia, amar a los demás hombres como Cristo me ama. LO amo cuando dirijo mis actos hacia lo que Él quiere porque Él así lo quiere: que yo rinda los talentos gratuitamente recibidos, como Él lo tiene planificado para mí.
Por naturaleza, entiendo que existe diferencia infinita entre Él (el “SER”) y yo (que participo del “ser”, habiéndolo recibido de ÉL). Luego, tiendo a rendir, a mi Creador, un “culto”, esto es, a ofrecer-me-LE, con todo mi “yo”, en natural manifestación de reconocimiento de mi infinita dependencia de ÉL. Tendencia a exaltar a mi Creador que sale de lo más íntimo de mi “todo-único-yo”. Siendo infinita la diferencia, es imposible que pueda ponerme a SU nivel; pero sí es posible que mi ofrenda sea total, la de lo máximo que puedo dar-me de mí mismo: aquí estoy, “todo-yo”, ante TI, para TI. LE ofrezco mi indignidad, porque mis actos humanos no se ajustan exactamente al camino que ÉL ha fijado para cada uno de los instantes de mi existencia; surgiendo así el deseo de reparación por el desequilibrio que no dejo de causar; y deviene el acto de petición, porque Él es infinitamente inmenso, me mantiene en el “ser”, es un “Padre”, “misericordioso”, es “amor”, así que puedo y debo rogarle lo que más me realice personalmente: comenzando, que acepte mi deseo de reparación. Y finalmente mi agradecimiento por todo lo que ha hecho de mí y por todo lo que prevé para mí.
El quid de este culto es dar-me al máximo con “todo-mi único-yo”: uno infinitamente inferior al “ser que es”. Aunque el salto es insalvable por mí mismo, tengo que llegar hasta donde sí alcanzo, que es la “totalidad” de mi donación íntima más “yo-ificada” de mi persona. A quien me ofrezco es “exclusivo” (pues “es el que es” y todo lo demás recibe de ÉL el ser), así que mi acto concreto requiere una “exclusividad” en cuanto al objeto, a la intención y a los medios para la preparación del objeto que tiene que quedar identificado plenamente con mi total “yo-ificación” personal.
Esta exclusividad “yo-ificada” es efecto natural del “amor”: si amo a alguien excelente, mi donación como amante debe ser excelente, si amo a alguien infinitamente superior, al “ser que es”, mi donación debe ser exclusiva para este “ser que es”, no puede ser compartida. Si pinto un cuadro para un amigo, aunque puedo entregárselo a mi esposa, sin embargo con ello manifiesto que mi amor hacia mi esposa, si pretendo manifestarlo por la entrega de algo “hecho por mí”, es equiparable al amor hacia el amigo, lo cual es incorrecto, porque mi esposa no es mi amiga sino aquella persona con quien soy “una carne”, o, mejor, una sola vida de dos personas (la suya y la mía): tiene mayor excelencia.
En el nivel de la infinita excelencia, del “ser que es”: de Dios. Debo obrar en todo por amor a Dios; debo llevar a cabo multitud de actividades cuyo destinatario directo-inmediato no es “el ser que es”, sino mi prójimo: mi trabajo profesional, mis relaciones con los demás; o mi persona: mi cuidado físico, psíquico y espiritual. Bien, pero naturalmente estoy orientado al culto en exclusiva a mi Creador. No es imposición extrínseca, sino algo inscrito íntimamente en mi naturaleza humana. Me tengo que ofrecer yo mismo a ÉL, en mi más íntima “yo-ificación”. ¿Me doy yo-mismo, en exclusiva, si el objeto o el medio con que actualizo este ofrecimiento es algo no elaborado exclusivamente para el acto de culto a ÉL? El sacrificio que agrada a Dios es el de lo mejor, no de algo compartido, porque hay un salto entre Dios y las criaturas, que, si no, caeríamos en el error del inmanentismo panteísta.
En la celebración eucarística, el CULTO se sirve de las creaciones artísticas: un ornamento litúrgico, un sagrario; luego, no pueden ser elaboraciones concebidas, preparadas, destinadas y ejecutadas con otra finalidad que la del CULTO. Y la música… No puedo dar-me en mi más íntima yo-ificación, si comparto con el “ser que es”, una composición musical que ha sido diseñada para otros menesteres, algo “profano”, por muy alto grado de belleza que contenga, porque la infinita excelencia de Dios exige la EXCLUSIVIDAD.
Aunque una creación musical en exclusiva para la celebración litúrgica nunca será infinitamente bella (siempre habrá un infinito salto entre la belleza del mundo y la belleza de Dios), sin embargo, si aquélla es manifestación de una “donación al máximo” mediante una “destinación al máximo” y “en exclusiva” al culto eucarístico, entonces habré conseguido la idoneidad (a través de la puesta en marcha de los proporcionados medios), para esa adecuada donación total de mi “yo-mismo”.
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