O magnum mysterium de Tomás Luis de Victoria. Audición comentada.
El próximo 1 de enero, octava de la Navidad y solemnidad de Santa María Madre de Dios, correspondía antiguamente a la festividad de la Circuncisión del Señor. Para este día compuso el gran polifonista Tomás Luis de Victoria (1548-1611) su motete O magnum mysterium.
El motete puede verse en el vídeo que aparece más abajo. Su texto dice:
O magnum mysterium, et admirabile sacramentum, ut animalia viderent Dóminum natum, iacentem in praesepio.
Oh qué gran misterio y admirable sacramento, que unos animales vieran al Señor nacido, echado en un pesebre.
O Beata Virgo, cuius viscera meruerunt portare Dominum Christum.
Oh bienaventurada Virgen, cuyas entrañas merecieron llevar a Cristo, el Señor.
Si toda la obra de Tomás Luis de Victoria es de una extraordinaria belleza, el motete O magnum mysterium ha gozado de una especial predilección por parte de coros profesionales y aficionados, apareciendo con cierta frecuencia en conciertos sacros navideños. Desgraciadamente no es tan frecuente escucharlo dentro de las celebraciones.
No parece ser estrictamente litúrgico, en el sentido de que no corresponde a una parte precisa del rito. Aunque el texto proviene de un responsorio de maitines no aparece completo, y no presenta la forma característica de los responsorios con su distinción entre cuerpo y verso y sus repeticiones.
Su vinculación con la liturgia, por lo tanto, vendría a ser la general de muchos otros motetes: ser cantados en ciertos momentos de la celebración como el ofertorio -una vez concluido su canto propio de cada día, que suele ser breve-, u otros momentos del rito tradicional en que el sacerdote dice sus palabras en secreto y por eso no hay dificultad en que suene música simultáneamente.
Curiosamente, el responsorio del que Victoria toma el texto no pertenece al día de la Circuncisión, sino al de Navidad. En concreto, es el que venía asociado desde antiguo al primer extracto del sermón de navidad de san León Magno que se leía en la segunda parte o nocturno de los maitines de Navidad. Este mismo sermón es el que actualmente se sigue leyendo en el Oficio de Lectura de este día. La verdad es que en las pequeñas pesquisas que he hecho hasta ahora no he conseguido averiguar qué vinculación pudo encontrar Victoria entre el texto O magnum mysterium y la fiesta de la Circuncisión.
Al margen de la liturgia, una interpretación muy sugerente, aunque no sé hasta qué punto cierta, es la que apunta Michael Noone, conocido y entusiasta especialista en la obra de Tomás Luis de Victoria. Noone afirma que Victoria vio en la circuncisión de Jesús, en cuanto primera ocasión en la que su cuerpo derramó sangre, una anticipación de su sacrificio en la Cruz. Para reforzar esta interpretación Noone añade que uno de los motetes compuestos por Victoria para la liturgia del Viernes Santo incluye varios compases con una música igual a la del motete O magnum mysterium.
Cuestiones de contexto histórico-práctico aparte, el motete O magnum mysterium es de una belleza deslumbrante, llena de toda la fuerza expresiva que Victoria sabía aportar a los textos utilizados. Esto último era además algo demandado por el momento histórico: en las décadas anteriores la música europea, sobre todo de la mano de los maestros franco-flamencos, se había adentrado en un estilo extremadamente sofisticado, en el que las diversas voces cantaban melodías muy diferentes entre sí, a veces con textos distintos e incluso incluyendo textos profanos en composiciones litúrgicas. El resultado era un galimatías que impedía comprender las palabras pronunciadas.
Entre los finales del s. XVI y los comienzos del s. XVII confluyen dos fuerzas distintas que pretenden solventar este problema. Por una parte, un grupo de músicos y humanistas de Florencia se propone recuperar la sencillez y claridad de la música de la Grecia clásica. Eso sí, hasta donde ellos la podían imaginar, dado que no hay apenas información sobre ella. Por otra, el Concilio de Trento abordó la cuestión de la música y pidió que se eliminase todo elemento profano de la música sacra y se diese prioridad a la inteligibilidad de las palabras buscando una mayor sencillez.
La música de Victoria refleja con mucha claridad este propósito. Y esto no sólo porque en sus obras el texto, efectivamente, se entienda mejor que en las obras de compositores anteriores, sino por el esmero que pone en realzar el valor de ciertas palabras. Puse ejemplos de esto hace unos meses en el artículo sobre el motete Vidi Speciosam.
Nada más empezar podemos ver cómo la exclamación O (“Oh”) se canta en una nota más bien larga, tenida, que tras un descenso a una nota grave regresa a la misma nota del principio para detenerse de nuevo.
A mí me gusta de modo especial este asombro ante la Navidad. Más que con jolgorio y castañuelas imagino a los testigos de Belén estupefactos, paralizados de asombro ante el disparate ontológico que estaban presenciando. El Dios de los Ejércitos, absolutamente infinito, todopoderoso y trascendente, aparece como un bebé recién nacido, en un establo donde comen y duermen los animales.
En medio de la noche los pastores, apenas repuestos del susto que les tuvo que suponer la aparición de los ángeles (personas espirituales poderosas, imponentes, no angelitos mofletudos con rubios ricitos), contemplan alucinados la escena de Belén. Y mientras tanto María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Noche, silencio, asombro, meditación. El extático comienzo de este motete es, a mi juicio, una de las más logradas maneras de describir exterior e interiormente el acontecimiento de la Navidad de entre todas las que ha intentado el genio musical humano.
Veamos ahora algunos ejemplos concretos:
Hacia 01:20 podemos apreciar el cuidadoso énfasis que Victoria aporta a la palabra natum (“nacido”) todas las veces que aparece. Uno cree estar viendo ese mismo énfasis en el gesto de los pastores al contar lo que habían oído y visto, provocando la admiración de todos los que lo oían (Lc 2, 18).
En 01:58 aparece de nuevo la exclamación O (“Oh”), y otra vez sobre un acorde largo, detenido, como suspendido. Esta vez el “Oh” se refiere a la Virgen María. La sobria escritura de acordes “llanos” se las palabras O beata se dilata en Virgo a través de una efusión de notas ornamentales, melismáticas.
Algo similar ocurre en 02:15 al decir que las entrañas de María Virgen “merecieron” (meruerunt) llevar a Cristo el Señor. Nuevamente la palabra se despliega en guirnaldas melódicas. Todavía más profusas y sobreabundantes que las anteriores, desembocan en portare Dominum en una serie de acordes sencillos y fluidos que parecen llevar en volandas a ese Señor, el Cristo,tan pequeño y liviano como está entre pañales.
Incluso la escala descendente de Dominum en 02:25 parece querer ahondar más aún en el asombroso e inesperado vuelco de la Historia de la Salvación:
Cuando un silencio apacible lo envolvía todo y la noche llegaba a la mitad de su carrera, tu palabra omnipotente se lanzó desde el cielo, desde el trono real. (Sabiduría 18, 14-15; antífona de entrada del II domingo después de Navidad).
Escuchen, asómbrense, y den gracias a Dios por tanta maravilla:
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Probablemente Victoria lo que sabía de esa fiesta era esto que pongo seguidamente, sacado de un misal de mano del Rito Romano Tradicional, y que no dudo ilustrará algunos puntos oscuros:
"En la liturgía de hoy se incluyen realmente TRES fiestas. En primer lugar aquélla conocida en los antiguos sacramentales como "In octava Nativitatis Domini nostri". Por lo tanto, gran parte de la misa de hoy toma elementos prestados de la del día de Navidad.
En la segunda fiesta de hoy se nos recuerda que es a María, después de a Dios, a quien debemos a nuestro Señor. Por esta razón, en tiempos antiguos la festividad se celebraba en la basílica de santa María la Mayor, en honor de la Madre de Dios. Algunos elementos de esta misa permanecen en la colecta, en el secreto y en la postcomunión, que son los mismos que los de la Misa votiva de nuestra Señora.
Colecta: Deus, qui salutis aeternae, beatae Mariae virginitate foecunda, humano generi praemia praestitisti: tribue, quaesumus: ut ipsam pro nobis intercedere sentiamus, per quam meruimus auctorem vitae suscipere, Dominum nostrum Iesum Christum...
Postcomunión: Haec nos communio, Domine, purget a crimine: et, in tercedente beata Virgine Dei Genitrice Maria, caelestis remedii faciat esse consortes. Per eundem...
En tercer lugar está la fiesta de la Circuncisión, que procede DEL SIGLO SEXTO. Moisés ordenó que todos los jóvenes israelitas fueran circuncidados al octavo día de su nacimiento (como nos recuerda el Evangelio). La circuncisión es un typos del Bautismo por el cual un hombre es realmente circuncidado espiritualmente. Dice san Ambrosio: "Mirad que toda la Ley antigua era un anticipo de la que había de venir; pues la circuncisión significa el borramiento de los pecados. Aquél que está circuncidado espiritualmente y ha sido arrancado de sus vicios es juzgado digno del favor del Señor." También, hablando acerca de las primeras gotas de Su santa Sangre que el Señor vertió para purificación de nuestras almas, a Iglesia enfatiza hoy la idea del borramiento de todos nuestras maldades. "Jesús se entregó por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y limpiarnos" (Epístola). "O Señor, límpianos por medio de estos misterios celestiales" (Postcomunión). "Que esta comunión, O Señor, nos purifique del pecado" (Postcomunión)."
Por tanto, y como no cabía esperar otra cosa, no sólo el Motete sino lo que Victoria pensaba (según Noonan) de las primeras gotas de sangre, están en consonancia perfecta con el sentir de la Iglesia, con la Liturgia Tradicional y con el sentido real, completo, íntegro de la Misa de Mañana.
Pero no acaba de quedar clara la razón por la que Victoria especificó "in Circumcisione Domini" en el encabezamiento de un motete que habla del portal de Belén usando un texto litúrgico del oficio de Navidad. Si el elemento navideño en la fiesta de la Circuncisión es un "préstamo", tal y como se explica en ese misal, ¿por qué Victoria no puso "In Nativitate Domini"?
Es el resultado de la confluencia de usos litúrgicos diferentes.
Vamos, lo que se llama crecimiento orgánico de la Liturgia, en contraposición a la limpia de ya sabemos cuándo.
El Sanctus retoma y desarrolla el motivo imitativo inicial de una forma absolutamente genial:
http://www.youtube.com/watch?v=TPDq8TM5tJc
Más gracias a Tomás Luis de Victoria.
Y muchísimas más gracias a Dios nuestro Señor.
la Maternidad de María, y jornada por la paz.
No hay que ir muy lejos, el pasado Domingo lo cantaron en Saint Paul.
http://www.stpauls.co.uk/documents/music/music%20list%2023%20december%202012.pdf
El efecto es proporcionado a la causa. La causa se puede conocer a través de su efecto. Ante una cadena de causas sublimes, su efecto necesariamente participa de esa sublimidad, salvo que, entre medio, se introduzca una cadena de causas entorpecedoras de lo sublime.
En los actos humanos, como manifestaciones de la “persona” ante un suceso real, la cadena de causas está constituida no sólo por ese algo (suceso) externo a la “persona” que actúa y se manifiesta, sino también por la postura o actitud de esa “persona” ante aquello externo que se le presenta (suceso): el objeto que se le da para su contemplación. Hay pues, las causas objetivas y las causas subjetivas y ambas intervienen para generar su efecto final: una manifestación humana concreta.
Que el mismísimo Dios, que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, sin dejar de ser Dios (imposible) asumiese la naturaleza humana y que, así, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, en la unidad de su PERSONA tuviese dos naturalezas, la divina y la humana y que fuese, por tanto, perfecto Dios y perfecto hombre…, esto es sublime, anonadante: “disparate ontológico” (del Toro). Este suceso histórico, manifestado sensiblemente en un niño recién nacido, en cuanto “disparate”, pero real, además de sublime es un “misterio”. Ello, como causa, sólo puede producir efectos sublimes, que comienzan, para un ser humano (finito) con el asombro: “paralizados de asombro” (del Toro). Pero por su sublimidad, de la parálisis se pasa al acto de “adoración”, porque el ente finito no puede sino apocarse infinitamente ante lo infinito.
Como efecto ante semejante “disparate ontológico”, los actos humanos, que lo contemplan y por tanto se abren para padecer los efectos de semejante CAUSA, sólo pueden participar de esa sublimidad, en este caso, mediante el obrar de un ser finito ante el obrar en el que se manifiesta EL SER infinito. De donde, un obrar sin sublimidad implica o que el ser humano no ha contemplado ese suceso sublime o, si lo ha contemplado, en medio se han metido una o varias causas que lo nublan, que impiden que la causa sublime opere un efecto sublime en esa “persona”. Así, si en lugar de entender al Niño de Belén como perfecto Dios y perfecto hombre, se lo considera sólo como un potencial super-hombre, despojándolo de su naturaleza divina, resulta que ante una sublimidad objetiva, la reacción subjetiva es una cadena causal de-sublimizante. El Niño de Belén es Dios (el SER), no sólo que hace presente a Dios (el obrar). La creación también implica presencia de Dios (como causa primera), pero NO ES Dios.
El actuar humano sublime ante semejante sublimísima causa, comienza con algo interior, con un acto de conocimiento que le lleva a entender algo: lo finito no puede entender plenamente lo infinito, pero sí atisbarlo; de allí el asombro ante el misterio. Una vez entendido ese algo en algo, y también a causa del asombro por la impotencia humana (de donde el misterio, pero misterio sublime porque la causa es sublime), el siguiente paso: la voluntad de manifestar-se manifestando algo sublime previamente entendido. Las manifestaciones ya son algo externo, aprehensible por los sentidos externos de los demás; llevan en sí algo muy humano, porque somos, por naturaleza, entes sociales: como si saliésemos de nosotros mismos para realizarnos en medio de y con las demás “personas”. El entendimiento es de algo BUENO, porque lo aprehensible es el mismo Dios hecho hombre: ¡hay un niño!: el BIEN es difusible, así que, por poco que fuese captado de ese “bien”… ¡¡ a manifestarlo !!.
Tras el asombro y la impotencia, las primeras manifestaciones, por el anonadamiento, pueden ser superficiales: jolgorio; pero ante la sublimidad de la causa, si ésta es contemplada como ella misma atrae a ser contemplada, el siguiente paso es más enraizado en la sublimidad, desapareciendo el simple jolgorio.
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