Card. Barbarin: “Si un Parlamento se cree el buen Dios, entonces estamos en peligro”
El periódico Avvenire ha entrevistado al Cardenal Philippe Barbarin, Arzobispo de Lyon y Primado de las Galias, sobre la realidad de la Iglesia en esa Nación, en vísperas del Año de la Fe y en medio del enfrentamiento al plan del gobierno socialista de introducir en Francia el matrimonio entre personas del mismo sexo. Ofrecemos nuestra traducción en lengua española.
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“El Año de la Fe es un hermoso regalo, para Francia y para toda la Iglesia. Ya hemos vivido un Año del sacerdocio extraordinario, con la impresión, en Lyon, de ser por un año como la aldea de Ars. El Año de la Fe nos permitirá profundizar el Credo y conocer mejor el Catecismo de la Iglesia Católica. Es lo que el Papa ha querido hacer el año pasado con los jóvenes, en la JMJ de Madrid, ofreciendo su Youcat”. El cardenal Philippe Barbarin, primado de las Galias en calidad de arzobispo de Lyon, es conocido por su compromiso en el diálogo ecuménico e interreligioso, pero también por el eco particular de sus intervenciones a nivel nacional. La semana pasada, Le Figaro abrió en primera página con un llamamiento del prelado que ha sonado como una advertencia para la clase política: “No se debe desnaturalizar el matrimonio”.
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¿Qué significa hoy la clásica expresión “Francia, hija primogénita de la Iglesia”?
Hace referencia a una historia muy rica que debemos recordar y por la cual es necesario dar gracias a Dios. Pero hay que tener cuidado de no dejarse invadir por el pasado, por ser tan maravilloso. El Señor nos espera en el presente y futuro. Lyon, por ejemplo, recuerda a sus mártires del siglo II, convertidos en una fuente de evangelización de las Galias y del norte de Europa. Pero recordamos que la palabra griega mártir quiere decir testigo. Este impresionante punto inicial de nuestra Iglesia nos lleva a plantearnos una pregunta esencial: “¿Somos los servidores y los testigos del Señor?”.
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¿Cómo se expresa, en los modos más elocuentes, el impulso misionero de la Iglesia?
En Francia somos muy afortunados. Hay extranjeros que me confían su admiración frente a las iniciativas, múltiples y vigorosas, tomadas para la nueva evangelización. Tenemos escuelas teológicas y movimientos espirituales muy vivaces y audaces. Basta pensar en el nuevo studium de Notre Dame de Vie, en Venasque, o en el de la facultad de Notre Dame en París, o en el renacimiento de los dominicos en Toulouse. Conocemos un desarrollo impresionante de las nuevas comunidades, similar al de Brasil. Algunas, como Emmanuel y Chemin Neuf, tienen ya cerca de 40 años de experiencia. Se pueden evocar también las innumerables innovaciones misioneras, a través de la música y los conciertos, o nuevos sitios de internet de evangelización. En mi diócesis vivimos la hermosa experiencia de los “Trabajadores de la Fe”, en la estela del llamado lanzado por Juan Pablo II durante el Jubileo del año 2000.
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¿Dónde se encuentran las principales dificultades?
En cierto sentido, somos actualmente muy pobres, ya que piezas enteras se han derrumbado: muchos monasterios y seminarios han cerrado. El clero envejece y esto provoca un sufrimiento real, a veces incluso una cierta desestabilización de nuestras comunidades. Cada año, en Lyon, ordeno dos o tres sacerdotes, y mueren cerca de veinte. Al mismo tiempo, constatamos un verdadero dinamismo, una sorprendente vitalidad. No quisiera ser un optimista ingenuo, ni un sombrío pesimista. Hay situaciones alarmantes en numerosas diócesis y fuerzas de renovación un poco por todas partes.
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¿La presencia y la palabra de los católicos en la sociedad continúan siendo un desafío?
Tenemos libertad de palabra y el deber de expresarnos por el bien de la sociedad, sobre todo en esta fase de duda sobre el futuro de nuestra civilización. A veces tengo la impresión de que nuestra democracia está cortando el árbol sobre el que vive. En Francia hemos visto al poder perder la cabeza cuando se convirtió en una “monarquía absoluta” y se comenzó a hablar de un “rey sol”. Espero que no entremos en una era de “democracia absoluta”, olvidando que toda forma de poder está hecha, en primer lugar, para servir. Se dice a menudo que la democracia es el “régimen menos malo”. Tratando de permanecer en escucha y de respetar el bien de todos, un Parlamento debe votar una ley financiera y legislar. Pero si se arroga el derecho de cambiar los fundamentos de la sociedad, es decir, si se cree el buen Dios, entonces estamos en peligro. También un Parlamento puede conducir un país al abismo. Siempre es difícil permanecer humildes frente al poder.
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Lanzado a menudo, ¿el debate sobre la laicidad esconde fallas profundas?
Francia vive las secuelas de un viejo conflicto. Con la ley de separación de 1905, el Estado se compromete a garantizar la libertad de culto y confía a los creyentes la responsabilidad financiera de la Iglesia. Esto honra a los católicos: la formación de un seminarista cuesta 20 mil euros al año. El problema es que, detrás de la palabra laicidad, se esconde a menudo un cierto odio a la religión. Por lo tanto, sí una República laica, pero no una mentalidad laicista. El ex-Presidente de la República había promovido una “laicidad positiva”, lo que prueba bien que ella no lo es espontáneamente. Normalmente, esta palabra no debería requerir adjetivos. Pero, de hecho, Francia se debate todavía entre dos viejas corrientes: respetar la religión o combatirla.
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Fuente: Avvenire
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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13 comentarios
Por otro lado la renovación de la que habla este obispo puede verse en ciertos grupos, pero por desgracia son siempre grupos muy pequeños que por ahora tienen un reducido impacto. El panorama general es negativo, las vocaciones y la práctica religiosa no hace más que descender, yo que tengo 20 años, no sé cómo estaremos dentro de otros 20, pero espero que Dios nos ayude, porque vamos a necesitar mucho su ayuda (como siempre la hemos necesitado). Es momento de hacer mucho y rezar mucho por la Iglesia.
la democracia solo puede ser justa, cuando se recoce que todo poder procede de Dios,con lo que ello implica, y una vez reconocido y limitado el ejercicio de la soberania por la Ley natural, participar en la elecci´n de los gobernantes.
En las actuales democracias la Voluntad de Dios es ninguneada para poner sobre ella y contra ella la voluntad soberana del pueblo. Así la democracia se degrada a sí misma y se convierte en una democracia al servicio de la voluntad de Satanás, príncipe de este mundo.
En política, como en todo lo humano, hay que poner en primer lugar la Santa Voluntad de Dios: "Hágase Tu Voluntad así en la tierra como en el cielo."
Pero, en la medida que pretenden imponerse sin tener en cuenta la Ley de Dios, se convierten en ídolos y, muchas veces, en motivo de esclavitud y en instrumentos utilizados por muchos políticos y mandamases de los diversos países para dominar, esclavizar y engañar a otras personas.
No se ha dado cuenta de que cualquier poder soberano es también un poder absoluto, por su propia naturaleza, pero en sí, es un conjunto vacío.No se lo inventó Luis XIV, es así desde la noche de los tiempos, tome el nombre de monarquía, dictadura, democracia, o cualquier otro. Lo que realmente importa es el contenido con que lo llenemos, en aquellos tiempos, Cristo-Rey y la constitución tradicional del Reino de Francia, que nunca se alteró, o los anticristianos y antinaturales principios de la Revolución.
Ésta última es perfectamente lógica consigo misma, una religión ha sustituido a otra, y ha ido instalando sus propias obras. Que el señor cardenal se extrañe a estas alturas, ya indica lo perdido que anda.
No se trata de forzar la conciencia de nadie, sino de promover una democracia basada en el respeto a la Ley de Dios, así como otros promueven una democracia basada en el desprecio y ninguneo de la voluntad divina.
Cada cual que vote en conciencia la democracia que considere mejor. En una sociedad hay muchas conciencias, pero no todas ellas son rectas y conformes con la moral.
Cuando una conciencia va gravemente en contra de la Ley divina, hay que respetarla como tal acto subjetivo de la persona, pero no se puede permitir que la persona ponga por obra el acto externo gravemente malo por mucho que ella esté convencida en conciencia de que es bueno.
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