Una recensión de "La obediencia del ser", para la revista "Telmus"
LA OBEDIENCIA DEL SER
GULLERMO JUAN MORADO
CENTRE DE PASTORAL LITÚRGICA
COLECCIÓN EMAÚS Nº 127 ISBN978-84-9805-871-0
Si dijésemos que una de las principales cualidades que hacen recomendable el breve ensayo La obediencia del ser es el hecho de poner al alcance del católico actual, inmerso en un mundo duramente secularizado, materia para dar -y darse- razón de su fe, apenas estaríamos haciendo justicia a las posibilidades del libro. Efectivamente, el católico que desea vivir coherentemente experimenta con demasiada frecuencia zozobra y ansiedad, sea a causa del abierto y constante ataque social, sea del sutil y casi impalpable cuestionamiento de la aceptabilidad de la fe. Pues bien, he aquí una obra asequible, que impugna con sencillez, pero con la solvencia teológica propia de este autor, buena parte de los motivos de inquietud que acechan al católico medio.
A esta necesidad contribuye en especial la parte segunda (“La fe que se interroga”), que se compone de nueve capítulos cuyos títulos, en forma de pregunta (“¿Qué significa creer?”, “¿Es responsable creer?”, “¿Hay razones para creer?”, “¿Hay contradicción entre ciencia y fe?”, etc), además de mostrar su enfoque pedagógico, dan cuenta de una evidencia a la que se refiere el autor en su introducción: “Es propio de un ser racional interrogarse. La fe lo hace. No ahorra ninguna pregunta” (p. 14).
Pero otros motivos animan a recomendar la lectura de La obediencia del ser. Por ejemplo, y no es el menor, que este ensayo es un ejemplo de cómo se pueden conjugar la lectura espiritual que preludia a la oración y la solidez teológica que apela al intelecto, sin por ello llegar a ser un tratado inalcanzable para el lector medio. Y una de las circunstancias que contribuyen a esta asociación es la manifiesta voluntad de estilo del autor; voluntad, por cierto, bien cumplida, y que no estorba a la claridad.
No es que no sea frecuente encontrar libros espirituales bien escritos, pero sí lo es que además concedan a la belleza del decir un lugar central, como sin duda ocurre aquí; lo atestiguan los mismos títulos de los capítulos, a veces escogidos entre los más felices hallazgos expresivos de otros autores espirituales (así, “Cada cual va en pos de su apetito” -san Agustín-; “La gran luz de la que proviene toda la vida”, “Luces cercanas” -Benedicto XVI - ; “El adalid de los sabios” -Libro de la Sabiduría-; o el mismo título de la obra La obediencia del ser, oportuno giro de Romano Guardini para definir la adoración); pero también, en general, el estilo cuidado que mide y pesa la inflexión atinada del tono de cada capítulo, el equilibrio de la frase, el adjetivo que destaca y el adverbio que matiza, todo lo cual es muy de agradecer cuando, además de contenido, el lector busca solazarse en las cosas de Dios.
Las nueve partes de distintas dimensiones en que se articula la obra (“La atracción del amor”, “La fe que interroga”, “Creer eclesialmente”, “La oración y la fe”, “Fe y testimonio”, “Lo más esencial: la caridad”, “El sol y los astros”, “Elogio de los grandes hombres”, “A modo de conclusión”) alojan cuarenta capítulos que, por su número, por su acento meditativo y por su brevedad, bien podrían convertirse en un preámbulo para la oración diaria en una Cuaresma.
Advierte el autor de la variada procedencia de los textos con los que se ha edificado el conjunto y que, a su juicio, no impiden que posea una unidad temática, sobre cuyo acierto invita a juzgar al lector. Se puede dar respuesta afirmativa a tal invitación, pues quien tras una lectura seguida decidiera hacer una pausada meditación diaria por capítulos no dejaría de percibir la articulación de los textos que les proporciona unidad.
Tras la segunda parte dedicada a las preguntas por la fe, la tercera emplea otros nueve capítulos a su dimensión eclesial. Oración, testimonio, caridad, los ejemplos de vida de los santos y de los grandes, constituyen el camino fluido por el que transcurren los capítulos hasta concluir “la sencillez de la fe”: la Iglesia como Esposa de Cristo (cap. 16), Madre (cap. 18), y sujeto de la fe (p. 54) constituye un nosotros, el nosotros de la fe (p.54), la comunidad transmisora (p. 68) que responde a todas esas preguntas que se hace el creyente, que, al cabo, habrá de caer en la cuenta de la sencillez de la fe (cap. 40): “El verbo se hizo carne; es decir, Dios se ha acercado a nosotros, ha descendido a nuestro nivel” (p. 136); concluye así La obediencia del ser con la sencilla verdad que quizá cuesta aceptar sólo porque nos acecha la tentación de un saber aristocráticamente selecto frente al creer (p. 135).
Yolanda Obregón García.
Nota del blogger: Es tan preciosa esta recensión, que me atrevo a publicarla en el blog, sin prejuicio de que salga - que saldrá - en la revista “Telmus". Muchas gracias a quien, con tanto tino, ha leído “La obediencia del ser” y ha recensionado el libro con tan exquisita sensibilidad.
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