¿Estorban los belenes?

La fiesta más antigua de la Iglesia no es la Navidad, sino la Pascua. En el fundamento del Cristianismo está la fe en la Resurrección del Señor. Hipólito de Roma fue el primero en afirmar, a comienzos del siglo III,  que Jesús nació el 25 de diciembre. En el siglo IV la fiesta de la Navidad asumió una forma definida.

 

Ya en la Edad Media, en Greccio (Italia), san Francisco de Asís trataba de vivir, en toda su realidad concreta, el misterio del Nacimiento del Señor. Allí, en Greccio, nació la tradición del belén.

 

Al respecto, Benedicto XVI comentaba: “La Pascua había concentrado la atención sobre el poder de Dios que vence la muerte, inaugura una nueva vida y enseña a esperar en el mundo futuro. Con san Francisco y su belén se ponían de relieve el amor inerme de Dios, su humildad y su benignidad, que en la Encarnación del Verbo se manifiesta a los hombres para enseñar un modo nuevo de vivir y de amar”.

 

San Francisco transmitía, de este modo, con el belén, una vivencia muy importante: el amor a la humanidad de Cristo y la certeza de que Él, Cristo, nos sale al encuentro siendo Niño, recién nacido. Él es auténticamente el “Emmanuel”.

 

Dios viene así sin armas, indefenso. Dios, con la humildad del Nacimiento de Cristo, desafía nuestra soberbia.

 

Jesús es el “Hijo”. Y hace falta ser hijo, ser niño, para acogerle. Si lo hacemos, regresaremos a nuestras casas, como comentaba Tomás de Celano, testigo del primer belén en Greccio, “llenos de inefable alegría”.

 

Sería una pena que el pueblo que “inventó” el Belén, Italia, se avergonzase hoy de esa contribución preciosa a toda la comunidad de los cristianos.

 

Quizá lo que pase es que nuestra soberbia nos ciega. Un Niño nos desarma. Nos obliga, como nuevos Herodes, a reafirmar nuestro poder, nuestra voluntad de dominio y de decisión. ¿Cómo vamos a dejarnos cuestionar por un niño, ante un Niño?

 

La lógica de lo inerme – pensamos – puede ser sofocada por la lógica salvaje del más fuerte. Si el Niño (o el niño, con minúsculas) nos incomoda, se le elimina y ya está.

 

Es comprensible que, hoy, moleste el belén. En Italia – aunque el belén es anterior a Italia – o en otros lugares.

 

Necesitaremos visitar, de nuevo, Greccio. O meditar, sin más, en la humildad de Dios y en la humildad que deberíamos sentir ante lo que viene de Dios.

 

No nos hacemos mejores con tanta soberbia. Por el contrario, nos convertimos en salvajes. Hasta las fieras se detendrían, si no fuesen solo fieras, ante la inerme humildad de la vida de un niño. En nuestra civilización, aparentemente tan culta, es obvio que esta contención no tiene vigencia.

 

Por eso, también por eso, estorban los belenes.

Guillermo Juan Morado.

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