Escoged a quien servir
XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Una de las características de la fe es la libertad. El hombre, al creer, responde voluntariamente a Dios, sin estar movido por una coacción externa. Jesucristo “dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían” (Dignitatis humanae, 11).
Muchos discípulos suyos, al oírlo, pensaban que su modo de hablar era inaceptable, se resistían a creer, y “se echaron atrás y no volvieron a ir con él” (Jn 6,66). Es decir, el Evangelio no es rechazado únicamente por la incoherencia de quien lo anuncia, o por no ser adecuadamente presentado; sino que es rechazado por sí mismo, ya que resulta inadmisible a quienes lo reciben de modo carnal, y no según el Espíritu (cf Jn 6,63).
Nos encontramos una vez más con el misterio de la gracia y de la libertad, con esa conjunción entre la atracción que Dios ejerce sobre nuestra alma y la respuesta, de cooperación o de rechazo, que nosotros podemos dar. Sólo Dios conoce este misterio; sólo Él sabe lo que hay en el corazón del hombre; sólo Él puede adentrarse en los ocultos resortes de la voluntad y de la conciencia. Desde fuera solo cabe el respeto y el silencio.
La respuesta de fe es profesada por Pedro. A la pregunta que Jesús dirige a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?”, Simón Pedro contesta: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios” (Jn 6, 67-68).
La invitación a creer provoca nuestra libertad, la compromete radicalmente ante Dios e interpela la capacidad de decidir sobre nosotros mismos, sobre el sentido último que queremos aceptar para nuestra vida (cf Juan Pablo II, Veritatis splendor, 66). Esta elección fundamental de creer abre paso a un saber nuevo; a un saber según Dios.
Creer comporta la totalidad de lo que somos; es sumisión plena de la inteligencia y de la voluntad a Dios (cf Dei Verbum, 5). No podemos creer si solo aceptamos algunos contenidos de la fe o algunas de sus exigencias. No podemos creer, si la globalidad de nuestro ser no se somete a la Verdad misma que es Dios.
Una “fe a medias”, trazada conforme al patrón de nuestro capricho, de nuestros intereses, de nuestras necesidades de espiritualidad, no es una auténtica fe, ni es tampoco un auténtico ejercicio de esa libertad plenamente humana en la que se decide sobre el todo de la propia vida.
Como Josué a los israelitas, Dios nos recuerda también a cada uno de nosotros: “escoged a quien servir” (Josué 24, 15). Le pedimos que, con su gracia, podamos hacer nuestra la respuesta de Pedro, y la respuesta de los israelitas: “También nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios!” (Josué 24, 18).
Guillermo Juan Morado.