De Legazpi hasta Atocha por Delicias
“Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto.”
Prov 4,18
Era un día entre semana, ya casi medianoche y apenas había tráfico en Madrid. Aunque ahora no recuerdo de dónde venía, sé que nunca olvidaré aquel trayecto de Legazpi hasta Atocha por todo el Paseo de las Delicias. Todo empezó cuando me encontré en verde el primer semáforo.
Delante de mí estaban el resto de semáforos en rojo hasta Atocha. En vez de acelerar hasta el primer semáforo , decidí ir a una velocidad moderada. Cuando estaba a pocos metros del mismo, se puso en verde. Nada de particular, pensará el lector. Pues sí, no tendría nada de particular si no fuera porque entonces sentí como pocas veces en mi vida he sentido, que me hablaba el Señor.¿Ves Luis?: si corres demasiado tendrás que parar. Si vas demasiado lento, te quedarás atrás. Así ha de ser tu vida espiritual. Ni pretendas ir más deprisa de lo que yo te indico ni te quedes atrás por no dar pasos los pasos de fe que te pida.
Estaba entonces en una etapa de mi vida donde tenía demasiadas prisas por crecer espiritualmente. Hacía poco que había vuelto al cristianismo y, con ese celo del converso, todo me parecía maravilloso, nada podía detenerme, iba camino de… ¿de qué?. Leía la historia de Abraham y quería ser como él. Leía los milagros del profeta Elías y quería ser como Eliseo, que pidió una doble porción del espíritu de su maestro. Leía a San Pablo y le pedía al Señor que pusiera en mi corazón ese fuego evangelizador. Y el Señor, en ese trayecto de Legazpi a Atocha me dijo: basta, todo a su tiempo. No quieras recorrer en unos meses un camino de santidad que lleva toda la vida.
Al poco empezaron las dificultades. Aunque me había vuelto hacia el Señor, yo todavía era un chiquillo espiritualmente hablando. Llegaron los primeros círculos viciosos de pecado del que no parecía capaz de salir. Llegaron las primeras pruebas que me avisaban de que en el futuro no todo iba a ser coser y cantar sino que mi fe habría de ser probada hasta extremos que entonces no imaginaba. Llegó, en definitiva, el primer parón a ese caballo desbocado en que me había convertido. Era hora de que el Señor tomara las bridas y me guiara al trote por sus sendas.
Han pasado los años suficientes como para que ahora, al mirar atrás, vea lejos la plaza de Legazpi. Pero no he llegado a Atocha. Y sé que tras Atocha vendrá el paseo del Prado, Neptuno, Cibeles, Castellana y Plaza de Castilla. Y más…. duc in altum.
En todo este tiempo el Señor me ha llevado por caminos que si me dicen un año antes de recorrerlos que los iba a transitar, me hubiera reído estentóreamente delante de la cara de quien me lo dijera. Es más, bien sabe Dios que ha tenido que tirar de las bridas con fuerza para que yo no me diera vuelta atrás o tirara hacia la dirección equivocada. Por ejemplo, es del todo imposible que el caballo salvaje que era yo hace quince años hubiera llegado a las caballerizas de la casa real donde mora la esposa del Rey. Y sin embargo aquí me tenéis porque aquí me guió el propio Rey.
Estimado lector, no sé dónde te hayas tú, pero lo que me dijo el Señor hace años vale para tu vida. Déjate llevar por Él, que sabe más. Ni te precipites ni te abandones. No quieras llegar a los triscos altos de la santidad en cuatro saltos ni te acomodes a vivir en el valle donde los lobos te atacarán más fácilmente. Y recuerda extender siempre tu mano al Señor cada vez que te caigas. El cielo te espera.
Dios nos guarde de todo mal.
Luis Fernando Pérez Bustamante