¿Acaso uno puede elegir nacer de nuevo?

Una de las preguntas habituales que suelen hacer los evangélicos a los católicos a los que intentan convencer de salir de la Iglesia para unirse a ellos es: ¿Has nacido de nuevo?

Apelan entonces al diálogo entre Jesús y Nicodemo (Jn 3,1-21), en el que el Señor dice que es necesario nacer del Espíritu para entrar en el Reino de los cielos. Ahora bien, cuando hacen esa pregunta, da la sensación de que le están pidiendo a la otra persona que nazca de nuevo como si tal cosa dependiera sustancialmente de su voluntad.

Ante lo cual, cabe preguntar, ¿acaso uno puede elegir nacer de nuevo?, ¿desde cuándo el nacimiento depende de la voluntad propia?

¿Elegimos en su día nacer de nuestras madres? No, ¿verdad? ¿entonces cómo elegiremos nacer del Espíritu? Y el que ha nacido, ¿puede presumir de ello como si fuera atribuible a él tal nacimiento? ¿o echar en cara a los que no han nacido de nuevo el que no lo hayan hecho?

El nuevo nacimiento nos es dado por el bautismo (por eso habla Cristo del agua y del espíritu en Jn 3,5), que es la puerta de entrada al Reino de Dios. Y es puro don. En el caso de los bebés, la voluntad del crío no juega papel alguno, lo que refuerza aún más, si ello fuera posible, la gratuidad del don. En el caso de los adultos, la voluntad libre que lleva a profesar la fe bautismal está absolutamente movida por la gracia de Dios.

Todo católico que fue bautizado de pequeño ya nació de nuevo. Ciertamente ha podido cometer pecado mortal y caer de la gracia, lo cual hace que esté en una situación de muerte espiritual. Pero para eso está el proceso de conversión, obra del Espíritu Santo, que le lleva a arrepentirse de sus pecados, confesarse y cumplir la penitencia que el sacerdote le pueda poner.

Muchos de los que nos alejamos de Dios y de su Iglesia en algún momento de nuestras vidas, por pura gracia, recibimos el don de recuperar la fe que habíamos dejado de lado. De pequeños nacimos de nuevo, luego morimos por nuestros pecados y el Señor nos “resucitó”.

Nadie diría que Lázaro nació de nuevo cuando salió de la tumba en la que estaba enterrado. Simplemente volvió a la vida. Pues así ocurre con los que reciben la gracia de la conversión vuelven a la vida. Si eso es nacer de nuevo, estamos naciendo de nuevo constantemente, porque el proceso de la conversión es necesario cada vez que, por nuestros pecados, nos apartamos de la fuente de la gracia, que es Dios mismo.

Muchos protestantes han convertido esas palabras de Cristo a Nicodemo en una especie de arma arrojadiza contra aquellos a los que quieren hacer prosélitos de sus heterodoxias. Y, sin embargo, la mera idea de que nacer de nuevo depende esencialmente del hombre es una herejía pelagiana o semipelagiana  de primer orden. Cosa peculiar en aquellos que dicen creer en el sola fide y el sola gratia.

Luis Fernando Pérez Bustamante