Lo que tiene este "tiempo" que no tuvieron otros tiempos
Llevamos décadas, no solo ahora con motivo del Sínodo, oyendo la cantinela de que la Iglesia tiene que adaptar su mensaje a las circunstancias de nuestro tiempo. La idea es la siguiente: “la doctrina no la cambiamos pero sí hemos de cambiar la pastoral". Eso, con suerte, pues no son pocos los que creen que la doctrina no deja de ser una cuestión menor que puede ser modificada o supeditada a cualquier cosa con tal de que tenga la apariencia -solo apariencia- de caridad, acogida, misericordia, etc.
Para ser sinceros, la necesida de adaptarse al auditorio que se tiene enfrente no es nueva. San Pablo ya dijo que él se hacía judío para los judíos y gentil para los gentiles. Su predicación ante los atenienses era en el fondo esencialmente la misma que en una sinagoga, pero obviamente las formas eran muy diferentes. Y no fue la misma la predicación de San Pedro ante los judíos que estaban en Jesusalén que la de Pablo en Éfeso, donde se convirtió en objetivo de los que fabricaban ídolos.
De lo que no hay duda alguna es que tanto en el siglo I como en el XXI, el ser humano caído sigue siendo esencialmente igual. Peca en las mismas cosas, está tan de lejos de Dios como antes, precisa de la gracia de Dios para ser redimido. La idea de que el hombre de nuestra era está más capacitado para reconocer el mal y obrar el bien es simple y llanamente pelagiana, la diga quien la diga.
Si hay algo que ha cambiado, y mucho, respecto al siglo I, al menos en lo que se conoce como civilización Occidental, es que ahora vivimos en una sociedad apóstata. No se trata de que nunca haya oído el evangelio, sino que se ha apartado del mismo. No son paganos a los que llega por primera vez el mensaje de Cristo. Es una sociedad que hace medio siglo era cristiana, con todas las imperfecciones que se quieran, y hoy es mayormente pagana, tanto en la forma de pensar como en la de actuar. Sí, sigue habiendo un porcentaje de cristianos importante, pero incluso muchos de ellos se dejan llevar en no pocas veces por la avalancha de pecado que les rodea. Ahí tienen ustedes la encuestra sobre los hombres “cristianos” de EE.UU.
De Occidente se puede decir perfectamente aquello que San Pedro decía de los cristianos que se entregaban de nuevo en manos del pecado:
Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno. (2 Ped 2,20-22)
Como ven ustedes, es bastante peor haber sido cristiano y luego caer en la letrina de la condenación, que no haber sido cristiano nunca. Es más, esta sociedad tiene la patética y necia pretensión de ser más “humana” que las de épocas precedentes. Lo cual es peligrosísimo porque se parece mucho a aquello que Cristo dijo a ciertos fariseos:
Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero ahora decís: Vemos, y vuestro pecado permanece. (Jn 9,41)
Hay más pecado en el Occidente que aborta a sus hijos que en los indígenas de cualquier tiempo que hacían sacrificios humanos.
¿Qué puede hacer la Iglesia en medio de estas circunstancias? La respuesta es clara. Exactamente lo mismo que hizo, guiada por Dios, hace veinte siglos. Predicar la verdad y ser instrumento de la gracia divina para la conversión de todos. ¿Se está haciendo? ¿ven ustedes a muchos apóstoles predicando como San Pedro y San Pablo? ¿abundan entre nosotros aquellos que protagonizaron el libro de “Hechos de los apóstoles de América”?
Existe, por otra parte, algo infinitamente más peligroso y dañino que no predicar el evangelio a los que están fuera del rebaño de Cristo. Se trata de ignorar la necesidad de conducir a los ya convertidos por el camino de la santidad. Ser santo no es un sentimiento piadoso que se traduce en creer que Dios acepta, así sin más, la presencia del pecado en nuestras vidas. No, ser santo es reconocer el pecado, implorar la misericordia y postrarse en súplica de la gracia que nos libera del mismo. Cualquier pastoral que implique disminuir la gravedad del pecado es instrumento de iniquidad y no de salvación. No se trata de abrumar al pecador bajo el sentimiento de culpa, sino de ofrecerle la tabla de salvación. No decimos: “eres un pecador y estás condenado irremisiblemente al infierno", sino “eres un pecador, pero Dios te ama tanto que Cristo ha muerto en la Cruz por tus pecados y el Espíritu Santo es tu compañero fiel para que los dejes atrás".
Grande es la tentación de aguar las exigencias del evangelio. Ya se hizo en tiempos en que el Imperio romano se “convirtió” en cristiano, cuando multitudes de paganos abrazaron nominalmente la fe cristiana sin que sus almas se vieran impregnadas de la fragancia de santidad con la que el Espíritu Santo perfuma el corazón contrito. No es menor la tentación que tenemos hoy en la Iglesia. Bajo la idea de “vamos a acoger a todos", subsiste el peligro de “vamos a construir un cristianismo sin cruz, sin santidad, para que todos puedan subirse al carro".
Si así se hiciera, no olvide nadie que Dios ama tanto a los pecadores, que no estará dispuesto a que se les ofrezcan caminos de perdición disfrazados de falsa misericordia suya. El Señor es lento para la ira y rico en misericordia, pero cuando se enfada, lo hace de verdad. Y, si es necesario, su ira se manfiestará de forma clara, contundente, visible y ejemplar sobre aquellos que en vez de hacer discípulos a hombres y mujeres de todas las naciones, conducen a los que ya son discípulos por los caminos errados del mundo. Escuchadlo bien: Dios no os permitirá hacer tal cosa. Ama demasiado a su pueblo como para dejarlo en vuestras manos.
Luis Fernando Pérez Bustamante
35 comentarios
Yo digo lo que digo. Al que le encaje el guante, empezando por mí mismo, que se lo ponga. No pongo nombres. Ni quiero que se pongan en la zona de comentarios del post. Por eso te editor el comentario, no porque dijeras nada contrario a las normas.
Paz y bien.
Paz y bien
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LF:
Yo estas cosas se las he oído y leído al P. Iraburu en sus audios y posts, leído al P. Rivera, a muchos santos, etc.
Es más, ayer se oyó en el sínodo estas palabras en boca de Fr. Thomas Rosica:
"Las mismas cosas que la sociedad civil considera como símbolos de liberación, tales como el aborto, el divorcio y la eutanasia, son las cosas que destruirán la sociedad"
Paz y bien
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LF:
No nos dicen mucho más de lo que comentó ese fraile. Pero cabe imaginárselo.
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pues no nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad. Así pues, el que esto deprecia, no desprecia a un hombre, sino a Dios, que os hace don de su Espíritu Santo." (1 Tes 4, 3.7-8)
En el caso de un bebé bautizado, hay santidad ontológica ya que en el bautismo fue hecho miembro de Cristo, templo del Espíritu Santo e hijo de Dios en Cristo, pero no hay santidad moral, por el simple hecho de que a esa edad no hay vida moral. Pero en un adulto deben existir ambas. La santidad ontologica es necesaria para la santidad moral, y la santidad moral, la práctica de la caridad, es a su vez necesaria para permanecer en la santidad ontológica ("Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor," (Jn 15, 10a)) y además la hace crecer, porque uno crece en gracia y caridad tanto por la recepción de los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía, como por la práctica de la caridad.
Ambas dimensiones de la santidad son evidentes en el mandato misionero de Jesús: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, (santidad ontológica) y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado." (santidad moral) (Mt 28, 19-20a).
"Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo." (Jn 17, 3)
Si este pasaje aislado podria llevar a pensar que el solo conocimiento intelectual, la sola fide, es suficiente para tener vida eterna, sin que sea necesario guardar los mandamientos, este otro pasaje, tambien escrito por el Apóstol Juan, aclara la cuestión:
"Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. El es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.
En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco» y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud." (1 Jn 2, 1-5a)
El sacerdote que me contó esto tambien me describe las vejaciones que sufre ante las autoridades porque el no se camufla.
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LF:
Para que ocurriera tal cosa, tendrían que darse las circunstancias antes señaladas. Y yo eso ni lo digo ni lo dejo de decir. Cada cual discierna según la sabiduría que Dios le haya dado.
Perdonar debe incluir ambas dimensiones. Por desgracia, los confesores suelen oscilar entre la omnicomprensión y el frío moralismo. El hombre contemporáneo exige y necesita que se le comprenda, pero también que sea plenamente consciente de los efectos de su comportamiento para los fines de su salvación y de la de los otros.
Por lo demás, todos somos pecadores. Es cierto que siendo católicos, volver a pecar parece un agravante. Conociendo la gravedad de lo que cometemos, caemos una y otra vez. Somos débiles, y debemos buscar la fortaleza donde se encuentra, que no es en nosotros. El no podernos librar del pecado con nuestras propias fuerzas nos debe hacer humildes, y en esa humildad reconocer el atractivo que ejerce el pecado en nuestras vidas. A pesar de nuestras oraciones, de nuestra asistencia a los sacramentos, de nuestras mejores disposiciones y deseos de morir al hombre viejo y nacer al nuevo.
La humildad quizá sea el camino más recto para obtener la gracia santificante de la liberación más profunda de nuestra tendencia al mal (que siempre será parcial y limitada en esta vida). Dios nos quiere pequeños, pues sólo así podemos verle mejor. Si somos dioses en competición con Él, o incluso negándole su estatus, no hay salvación posible de nada: llevamos, entonces, inscrito a fuego en nuestra alma la condenación eterna. Y vivimos los tiempos del orgullo ilimitado. Esto es lo que tiene este "tiempo" que no tuvieron otros, pues el orgullo de épocas precristianas siempre puede justificarse desde el desconocimiento. Hoy procede de la apostasía o de la ignorancia deliberada (no querer conocer).
Según revelaciones de Jesús a Santa Faustina, apóstol de la divina Misericordia:
“Cuanto más pecadora es un alma, más derecho tiene a mi Misericordia.
Aunque a los ojos humanos un alma estuviera putrefacta como un cadáver y no tuviera ninguna solución, no es así para Dios, si acude a la fuente de la Misericordia (confesionario) quedara restaurada completamente.
Antes de venir como juez justo, abro de par en par las puertas de mi Misericordia. Quien no quiera pasar por las puertas de mi Misericordia pasará por mi Justicia”
Aun es tiempo de Misericordia. Que ningún pecador se vea perdido pues mientras hay un segundo de vida todo puede reparase. Acudid a la confesión.
La Misericordia Divina no consiste en la abolición del pecado sino en el perdón y la acogida SIEMPRE del pecador arrepentido que reconoce humildemente sus pecados. Este nunca quedara defraudado. Por ejemplo la adúltera salvada de la muerte por Cristo con la siguiente recomendación : Vete y en adelante no peques más. La Misericordia Divina es infinita y ningún pecado puede agotarla. Dios está deseando dispensarla y cuanto más alejado esté un alma de Dios, con más ternura será tratada por El.
Otra cosa distinta es burlarse y abusar de Dios para pecar más y más pensando que sin ningún arrepentimiento podremos contar con su benevolencia.
¡Cuántos presuntos guías de almas piensan que esta necesidad es una vanidad, un "añadido accesorio" del que se puede prescindir! Y así están las almas, famélicas, alimentadas con placebos y golosinas.
Dios te bendiga por este post.
No puedo estar más de acuerdo. Mucho más que los pecados de la gente que es indiferente a Dios, me deja perplejo la indiferencia ante las necesidades pastorales de la gente que frecuenta la iglesia. El pasotismo es tremendo.
Hay amplias zonas al cargo de varios sacerdotes que no tienen misa el Domingo por la tarde, con la excusa de que ellos también tienen que descansar.
La dirección espiritual está abandonada, y es casi imposible encontrar un sacerdote que dedique tiempo a esta labor casi imprescindible para avanzar en la vida cristiana. En muchos casos, a los pocos ingenuos que la solicitan, se les deja tirados en cuanto el sacerdote ve que hay que dedicar tiempo y esfuerzo.
Hace poco oí a otro sacerdote que tenía miedo de ir a decir misa a cierto lugar, no se que se acostumbraran. Decía que no quería dejar en mal lugar al sacerdote anterior, que no iba, y tampoco al que le sucediera en el cargo, del que presumía tampoco iría. Del lugar en que quedaban las necesidades de los feligreses no decía nada.
Lo anterior es referido a sacerdotes sin sospecha alguna de progresismo eclesial.
Pero luego que la gente ya no va a la iglesia...
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LF:
No hemos visto casi nada todavía, comparado con lo que veríamos -o veremos- si estuviéramos antes del fin. Nada,
Comparto el parecer de algunos hermanos: me desmoralizo cuando veo toda esta situación tan triste que existe en la sociedad. Sólo puedo tener la esperanza puesta en Nuestro Señor, y pedir más que nunca -¡Ven Señor Jesús!-. Aunque también temo por las cuentas que yo daré.
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Te ha faltado completar la frase con un "... subirse al carro sin dificultad".
Porque efectivamente, todos pueden "subirse al carro". Es más, Dios lo quiere.
Pero es el hombre pecador el que no quiere asumir las dificultades que ello implica.
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LF:
No, no es tan difícil:
... pues mi yugo es blando, y mi carga, ligera.
Mt 11,30
¡Ay de ustedes Fariseos! Que viven en el miedo de la equivocación y cierran el amor a los más necesitados.
¡Ay de ustedes Fariseos! Porque se olvidan nuevamente de "Misericordia quiero y no sacrificios".
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LF:
Suponiendo que eso nos lo diga a nosotros, tome en cuenta las palabras de Cristo al pueblo:
En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y guardad lo que os digan...
Mateo 23,2
Y ya puestos:
Ay de los que al mal llaman bien, y al bien mal; que de la luz hacen tinieblas, y de las tinieblas luz; y dan lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo.
Is 5,20
Tengo en la cabeza las tremendas palabras que Pablo dirigió a los cristianos de Roma (Rm. 11), refiriéndose a sus compatriotas judíos. Si ellos, los judíos -las ramas de olivo- , que eran el pueblo elegido y querido por Dios sobre los demás, tuvo el castigo que tuvo por rechazar al Mesías, todos nosotros, los cristianos (que somos meros acebuches) ¿Cómo podemos despreciar la Gloria de ser tenidos como verdaderos Hijos de Dios?
Si a su pueblo querido lo ha tratado así en 2000 años de persecución, progromos, y genocidios ¿Qué nos hará a nosotros -un pueblo advenedizo- que pisoteamos con una ingratitud espantosa su ley y su salvación? El castigo a que nos abocamos será ciertamente inimaginable.
misericordia no es decirle al diabético "puedes comer pan y pizza tranquilamente". Misericordia es decirle: "si no dejas de comer pan y pizza vas a morir".
Acá hay que refrescar dos conceptos básicos, tan basicos que ni siquiera estan a nivel del cristianismo sino del monoteismo:
Dios es infinitamente bueno, y por lo tanto quiere nuestro mayor bien. Dios es infinitamente sabio, y por lo tanto sabe perfectamente qué tenemos que hacer para alcanzar nuestro mayor bien.
Cuando Dios prohibe hacer X, hacer X no es malo porque Dios lo prohibe, sino que Dios lo prohibe porque es malo para el hombre, porque es contrario a la naturaleza humana. Por lo tanto, la misericordia de nuestra parte implica, por un lado enseñar claramente la norma y no ocultarla, y por otro lado poner de manifiesto la misericordia divina, que, por los meritos de Cristo, perdona las transgresiones pasadas y, por el Espíritu Santo, derrama en el corazón del hombre la caridad de Dios, que le da la capacidad de amar a Dios y cumplir sus mandamientos.
Una cosa es voluntad divina positiva, y otra cosa voluntad divina permisiva.
Por ej. en la Pasión de Jesús, el Único que hacia la voluntad positiva del Padre sobre Él era Jesús. Ninguno de los demás actores activos (Sanhedrín, Pilato, los soldados, el populacho) hacia la voluntad positiva de Dios, sino que Dios permitia sus actos malos, lo cual no los convertia en buenos.
Todas las sociedades, hasta las más primitivas, establecían unos objetivos para cuya consecución se necesitaban una serie de virtudes y se ponían una serie de tabúes.
La nuestra no lo hace. Por lo tanto es una mezcla de sensiblería y dureza, libertad y opresión, obsesión por la salud y suicidio, amor por los animales y desprecio por el hombre, increencia e idolatría...
Es decir tiene un desajuste mental y moral de dimensiones nunca conocidas.
Quizás lo único que esta sociedad tiene de bueno es una gran sensibilidad por los pobres, pero esto, en sí mismo y sin encuadrarse dentro de un sistema de valores, puede ser cuestionable.
Naturalmente el concepto de pecado está ausente porque el hipercriticismo lo cuestiona todo. Y, además, la inflación del amor hace que éste-siempre sujeto a capricho y como mero sentimiento que va y viene-hace posible todo: matrimonio de homosexuales, separaciones matrimoniales y, como sigamos así, hasta incesto y pederastia.
Lo que vimos el otro día, un grupo de personas defendiendo a un perro, con una posible pandemia encima, es un caso típico de grave trastorno social: inversión de las jerarquías-Dios, hombre, animal por animal, hombre, nada-y sensiblería enfermiza.
Los aztecas, por ejemplo, que tenían una mentalidad mítica, creían que su obligación era hacer sacrificios para que la divinidad-Tonatiuh, el sol- no se parara y sólo el líquido precioso de la sangre humana, como representación de la vida, podía evitar que el sol se apagara. Como resultado de ello se hacían sacrificios que valían más según el grado de responsabilidad y el tono vital de las personas que eran sacrificadas: mejor el guerrero que el agricultor, el joven que el viejo, el aristócrata que el siervo.
Por eso su educación les preparaba para aceptar el sufrimiento, el sacrificio y la muerte y cada cual tenía el valor que su compromiso con los dioses y la sociedad les daba. Los esclavos, sin responsabilidad alguna, no valían para el sacrificio ni para la guerra (por eso algunos de ellos se vendían a si mismos como esclavos y tenían una vida sencilla sin honor pero sin responsabilidad).
Su cosmovisión puede ser errónea pero no es disparatada.
En cambio ¿para quién se sacrifican hoy en día miles de criaturas no-natas? ¿para rendir culto a los dioses? ¿para el bien de la sociedad? No, se les sacrifica para evitarles una responsabilidad a sus propias madres. Es decir que la madre ocupa el trono de Huitzilopóctli y es la suma sacerdotisa del sacrificio hecho por y para ella. Y todavía hay quién arguye contra el Génesis el "absurdo" del sacrificio de Isaac.
Lo que caracteriza a nuestros días no es el pecado (todo hombre peca alguna vez, como ya decía Salomón en el discurso de dedicación del Templo), sino el discurso contínuo de justificación del pecado, que alienta y permite que muchísima gente viva en pecado sin ser consciente de ello. Viaje en el camino hacia la muerte creyendo que va hacia la vida.
Y de eso la máxima responsabilidad no es de los enemigos de la Iglesia, sino de los malos pastores que hay en ella.
Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero ahora decís: Vemos, y vuestro pecado permanece. (Jn 9,41)"
¿Podría desarrollar esta afirmación? En especial, ¿cómo se aplica a nuestra época, el siglo XXI, este "Vemos" de Jesús realizado en la Palestina del siglo I?
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LF:
No puedo. O sea, sí puedo, pero no quiero.
"Corruptio optimi pessima".
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LF:
Pues todavía habremos de verlo, padre.
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