Testigos de la fe: los siete nuevos santos del Año de la Fe
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Al comienzo del Año de la Fe, el Santo Padre preside hoy las Canonizaciones por las cuales ofrecerá a la Iglesia siete nuevos santos, testigos de la fe para nuestro tiempo. Presentamos la entrevista que el Cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, ha concedido a L’Osservatore Romano para ilustrar las figuras de los que hoy serán elevados al honor de los altares: la nativa norteamericana Catalina Tekakwhita, el sacerdote jesuita Santiago Berthieu, el joven catequista filipino Pedro Calungsod, el sacerdote italiano Juan Bautista Piamarta, la religiosa española María Carmen Sallés y Naranguersa, la religiosa alemana Mariana Cope y la laica alemana Ana Schäffer.
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¿Cómo podemos interpretar estas canonizaciones en pleno desarrollo del Sínodo y a pocos días de la apertura del Año de la Fe?
En el Año de la Fe, estas canonizaciones celebran a hombres y mujeres, grandes y pequeños, que han vivido con heroísmo su fe bautismal. El Papa no podía dar un mensaje más claro para el comienzo de este Año bendito. La fe, de hecho, no sólo debe ser acogida y motivada, sino sobre todo vivida y testimoniada, incluso con heroísmo. La Iglesia pide hoy a sus hijos superar el respeto humano y ser explícitos en la afirmación y la defensa de su identidad cristiana. Nuestra cultura, que está tan orgullosa de defender los derechos fundamentales de la libertad de conciencia y del respeto de las otras convicciones religiosas, es enormemente enriquecida por la coherencia de vida y por la perfección de la caridad de los cristianos.
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Dos sacerdotes, dos religiosas y tres laicos: se puede decir que el pueblo de Dios está enteramente representado. ¿Qué es lo que une a estas figuras eclesiales tan lejanas, en el tiempo, entre ellas?
El hilo conductor es su santidad, que es la vocación de todo bautizado: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5, 48). El concilio Vaticano II ha dedicado un amplio capítulo de la Constitución dogmática sobre la Iglesia precisamente a la “vocación universal a la santidad en la Iglesia”, afirmando que todos están llamados a la santidad, tanto aquellos que pertenecen a la jerarquía, como aquellos que son dirigidos por la jerarquía. A todos, de hecho, está dirigida la palabra del apóstol Pablo: “Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación” (1Tes. 4, 3).
En nuestro caso, tenemos al jesuita francés Jacques Berthieu (1838-1896), misionero en Madagascar. Impresionaba profundamente su celo evangelizador y su fe inmensa. Fue asesinado in odium fidei con un golpe en la nuca, mientras trataba de defender a sus fieles de los ataques de los rebeldes, que veían en los misioneros a aquellos que, llevando a Cristo, habían hecho perder el poder a las divinidades paganas y a sus amuletos.
En el grupo de los siete beatos hay también otro mártir. Se trata del joven catequista filipino Pedro Calungsod (1654-1672), uno de los muchos muchachos que acompañaban a los misioneros jesuitas españoles en misión en las islas del Océano Pacífico, hoy denominadas Marianas. Fue martirizado, junto al beato Diego Luis de San Vitores, con un golpe de lanza. Sus cuerpos fueron abandonados, con una gran piedra atada a los pies, en el fondo del océano. El hecho causó enorme impresión entre los cristianos, que recordaban a Pedro como un joven virtuoso, fiel a Cristo y entusiasta de su fe. Con su martirio, Pedro dio prueba de ser un valiente soldado del Señor Jesús (cfr. 2 Tim. 2, 3).
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Muchos padres sinodales, en sus intervenciones, han subrayado la ejemplaridad de los santos para una evangelización más eficaz. ¿Cree que la Iglesia debe dar más importancia al valor testimonial de sus fieles?
Desde los orígenes, la Iglesia ha sido bendecida por el testimonio de sus fieles. Los mártires son, de hecho, los “testigos” heroicos de la fe, hasta el don de la propia vida. Santos mártires y santos confesores son todos testigos calificados del Evangelio de Cristo. Ellos reflejan a su Señor, imitándolo con una existencia de pobreza, de pureza de corazón, de misericordia, de caridad. Los santos, como san Francisco de Asís, evangelizan con su existencia enteramente evangélica de completa asimilación a su Señor y Maestro. Hoy, sobre todo, el pueblo de Dios tiene necesidad de maestros, pero sobre todo de testigos santos.
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En estas figuras de santidad, ¿qué aspecto es más actual para la Iglesia y para la sociedad?
Su fidelidad al bautismo. Esto significa que ellos han hecho fructificar los talentos espirituales recibidos en el bautismo, es decir, las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad. Con el ejercicio de su caridad hacia Dios y hacia el prójimo ellos hacen resplandecer a la Iglesia, como la casa de la misericordia que acoge a los desheredados, que consuela a los afligidos, que instruye a los ignorantes, que cura a los enfermos. Esta santidad – como demuestra nuestra civilización del amor – ayuda a promover un tenor de vida más humano también en la misma sociedad terrena. Desde este punto de vista, los santos se revelan también como los verdaderos benefactores de la ciudad del hombre.
El sacerdote bresciano, Juan Bautista Piamarta (1841-1913), por ejemplo, es fundador de la Congregación de la Sagrada Familia de Nazaret y de las Humildes Siervas del Señor. Son dos instituciones cuyo objetivo es la formación cristiana y la orientación profesional de los jóvenes. Este apostolado es todavía hoy altamente benéfico para aquellos jóvenes que, sin la adquisición de un oficio, se encontrarían abandonados a la ignorancia y a la indigencia.
También la religiosa española, María del Monte Carmelo (1848-1911), fundadora de las hermanas Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza, se ha ocupado de la formación cristiana y profesional de las muchachas.
Como se ve, estos dos santos, siguiendo el ejemplo de Jesús que pasaba por los pueblos y las ciudades haciendo el bien, enriquecen a la sociedad con aspectos concretos de la caridad cristiana, mediante la instrucción escolástica, la orientación profesional, la asistencia a los trabajadores, el cuidado de su formación humana y cristiana. De este modo, el Evangelio se encarna en la sociedad, promoviendo una vida más buena y honesta.
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Hay dos mártires, Pedro Calungsod y Jacques Berthieu, en el grupo que el Papa canoniza. ¿Por qué hay todavía hoy tanta hostilidad con los cristianos en muchas partes del mundo?
La historia de la Iglesia está marcada desde el comienzo por el martirio de sus hijos inocentes. Por otro lado, entre las bienaventuranzas evangélicas, que describen los comportamientos esenciales de los discípulos de Cristo, está también la persecución: “Felices vosotros cuando os insulten, os persigan y se os calumnie en toda forma a causa de mí. Estad alegres y contentos porque vuestra recompensa será grande en los cielos” (Mt. 5, 11-12).
Jesús mismo, el inocente cordero sin mancha, fue injustamente condenado a muerte y crucificado. Pero la muerte fue vencida por Aquel que es el Autor de la Vida, que después de tres días resucitó, revelando la verdadera meta de la existencia terrena: la vida eterna. El pasado 13 de octubre, dos días después del comienzo del Año de la Fe, han sido beatificados en Praga 14 frailes franciscanos, asesinados in odium fidei por los enemigos de la Iglesia de Cristo. ¿Por qué las persecuciones anticristianas? Porque las tinieblas tienen miedo de los hijos de la luz y no dudan en suprimirlos. En vano, sin embargo, porque la sangre de los mártires es fecunda semilla de cristianos. La muerte, como el mal, no tiene nunca la última palabra.
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Entre los nuevos santos está la primera nativa norteamericana en ser elevada al honor de los altares. ¿Qué significado reviste para estos pueblos y para quienes los han discriminado?
Digamos, en primer lugar, que la Iglesia nunca ha discriminado a nadie. Se ha interesado siempre – puede verse a la beata Madre Teresa de Calcuta – por la asistencia y la protección de los seres más débiles y marginados. Más aún, a menudo ha sido la precursora de muchos derechos humanos, que hoy son considerados no negociables, como la defensa de los más pequeños y de los más pobres. Es conocida la carta que Meshkioassang, jefe de una tribu indígena de América del Norte, escribió el 13 de marzo de 1885 al Papa para manifestar todas las virtudes de esta joven y pedir el reconocimiento de su santidad para ofrecerla a la veneración de sus hermanos indígenas. La Iglesia no ha dejado de escuchar el pedido del jefe de la tribu. En el consistorio del sábado 18 de febrero de 2012, Benedicto XVI ha respondido al pedido hecho por las 27 tribus de católicos nativos americanos, repartidos entre los Estados Unidos del Norte y Canadá, anunciando la canonización de la beata Catalina Tekakwitha para el 21 de octubre de 2012.
La glorificación de Kateri Tekakwitha (1656-1680), hija de un jefe mohawk, pagano, y de una algonquina, ferviente cristiana, ha suscitado gran alegría y entusiasmo entre los nativos americanos. Es un gran honor para este pueblo orgulloso y valiente, que ve en este acto solemne de la Iglesia, su madre espiritual, el reconocimiento oficial del heroísmo de su joven hija, del temperamento dulce y caritativo, que vivía trabajando y rezando en los bosques de su tierra. Dedicándose completamente al amor de Jesús, hizo el voto de virginidad perpetua. En febrero de 1680, agotada por la enfermedad, murió diciendo: “Jesús, te amo”. Una vez más se había verificado la bienaventuranza evangélica: “Felices los que tienen el corazón puro porque verán a Dios” (Mt. 5, 8). La pureza angelical es el impactante mensaje que la joven Tekakwitha deja a la Iglesia y al mundo de hoy, tan lejano de la sencillez divina de esta joven.
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Entre los nuevos santos hay cuatro mujeres y tres hombres. ¿Es tal vez un signo de la mayor atención de la Iglesia hacia las mujeres?
En este caso se trata de la simple maduración de las respectivas causas y, por lo tanto, de coincidencia fortuita. También este campo, de todos modos, la Iglesia siempre ha dado gran espacio a sus hijas. Podemos pensar en la autoridad concedida a las abadesas de los monasterios y también en la libertad de movimientos y decisiones que tienen las superioras generales de las congregaciones religiosas.
Pero es más importante detenerse un segundo en las figuras de estas dos santas, ambas con un gran deseo de ser misioneras. Ana Schäffer, sin embargo, no pudo realizar este sueño por estar afectada por incidentes y enfermedades, que la obligaron por largo tiempo a permanecer en cama. Aceptó su enfermedad como camino de santificación personal y de edificación del prójimo.
Marianne Cope, en cambio, es conocida como Madre Mariana de Molokai. Como san Damián de Veuster, también ella se prodigó con heroísmo y abnegación en la asistencia a los leprosos. En la Iglesia la santidad está siempre acompañada por la caridad hacia los necesitados. Esta benéfica proyección social hace del Evangelio el libro de la vida para la humanidad entera.
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Fuente: Il Sismografo
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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