IX. Las mociones divinas
La ley de las mociones
La divina Providencia se extiende a todas las cosas, y no sólo en general sino también en particular. Cada cosa, incluso la más pequeña e insignificante, depende de la providencia de Dios. Todo necesita de la divina Providencia, porque: «es necesario que en la misma medida en que las cosas participan del ser, estén sujetas a la providencia divina»[1].
Al igual que la Providencia no excluye la acción de las causas segundas, porque, con las mociones o premociones, interviene en todas las acciones de las criaturas, tampoco excluye el mal. La providencia se extiende al mal, pero no lo causa, sólo lo permite.
La permisión divina del mal no implica que entonces Dios niegue necesariamente la moción divina al bien en el obrar de las criaturas. Dios puede no dar su moción divina, porque a ninguna de sus criaturas debe nada. Las ha creado libre y gratuitamente; las conserva libre y gratuitamente; les ha dado y conserva sus potencias o principios de operación libre y gratuitamente; y puede darles o quitarles la moción para obrar.
Dios no quita normalmente las mociones para producir los efectos. Se sabe que los ha quitado en algunos casos, como lo hizo momentáneamente con el efecto de quemar del fuego en el horno de Babilonia al que fueron introducidos tres jóvenes hebreos, como se cuenta en el libro de Daniel[2].
Sin embargo, Dios no da o niega las mociones sujetas a la providencia natural de manera arbitraria, sino de acuerdo con un orden o una ley. Esta ley de la premoción física o ley de la moción es que la premoción divina no falte para acto alguno proporcionado a la naturaleza de la criatura, a no ser que la criatura misma ponga un impedimento a esta moción.
El que la moción sea gratuita no impide que al mismo tiempo esté sujeta a esta ley. Gratuidad y ley no son incompatibles. Las mociones, sin que les afecte la gratuidad, pueden considerarse como debidas,en cuanto a su relación con la naturaleza de las cosas. Así por ejemplo, se pueden dar limosnas sin fijar orden o ley, o también fijando libérrimamente algún orden o ley a su distribución; y, en ambos casos, son gratuitas.
Impedimentos naturales
Los impedimentos, que opone la criatura a las mociones de Dios, pueden ser naturales o libres, según sea la clase de mociones, que se imposibiliten, porque las mociones divinas se acomodan a las naturalezas y a las condiciones de las criaturas. Las mociones divinas no hacen actuar del mismo modo, porque mueven a todos los seres según la condición de su naturaleza. Así, las causas necesarias producen efectos necesarios, y las causas libres efectos libres.
Se da el impedimento natural en las operaciones propias de unas naturalezas, que carecen de libertad, pero que a veces fallan. La moción divina no falla nunca, porque la moción divina para obrar, y para obrar según la ley, que está inscrita en las naturalezas, no falta nunca por parte de Dios. En los seres naturales, con sus leyes físicas y todas las que estudian las ciencias de la naturaleza, las mociones se reciben de una manera constante e invariable. Se pueden así ir conociendo todas estas leyes y, por tanto, saber cuando se recibirá la moción divina, salvo caso de milagro.
Se puede comparar esta premoción y las leyes naturales, que sigue, a una balsa de agua y a una red de canales de regadío que parten de ella, y que distribuye el agua que envía. Cada ser tiene su naturaleza propia con sus propiedades y sus leyes naturales correspondientes, que son como la red de canales, que reparten la cantidad de agua, que sería la moción, según su capacidad.
Impedimentos libres
Igualmente, los seres libres, por poseer una naturaleza, también siguen unas leyes, y algunas específicas, como las morales, que permiten un margen para salirse de ellas. No obstante, como las demás, distribuyen las mociones divinas. Pueden poner un impedimento libre. Así, el mismo ejemplo anterior de la balsa y sus canales es aplicable en este caso especial en el que interviene la libertad. Puede ponerse un dique a la salida del agua de la balsa y el agua no llega a los canales. De modo análogo, se puede impedir la acción de la moción con la obstaculización de la ley de las criaturas libres.
La ley que se extiende a todos los actos libres consiste en la obligación de ejecutar todos los actos, sin excepción, dirigidos por la recta razón, y, por tanto, según el bien honesto. La moción divina a los actos morales es al bien honesto. Siempre la moción de Dios a los actos libres o morales, que nunca deja de dar, es al bien honesto o racional.
Con la libertad, respecto a la moción al bien honesto, el hombre puede no poner impedimentos, lo que es un bien para la libertad; o poner impedimentos, dejando de ejercerla o modificando su especificación, convirtiéndola en mala. El impedimento a la moción es así un mal o un fallo de la libertad.
Según el ejemplo anterior, se puede poner un dique a la salida general del embalse o bien a uno de los canales de riego. La primera acción supone la extinción de toda el agua o de la moción divina. Con la segunda, se cierra el agua en una zona, es decir, la de la honestidad. El agua circula por otra vía y puede decirse que entonces se actúa y buscando el bien, pero ya deshonesto, que es en lo que consiste el mal moral.
La moción divina y el mal
La existencia de la ley del bien racional u honesto, que siguen las mociones divinas a los actos libres, implica que no hay, por tanto, moción para el mal moral. Es cierto que hay moción divina en un acto malo, pero es una moción al bien. La moción con la que empieza un acto malo es una moción divina al bien honesto, pero el defecto actual de la libertad humana convierte la premoción al bien en premoción a lo material del mal.
Si en la acción mala, cuanto hay de entidad y de obrar en sí mismo, como en todas las demás, es causado por Dios, como causa primera, y todo lo que hay en ella de defectuoso no es causado por Dios, sino por la causa segunda defectuosa, se podría distinguir, como a veces se hace, entre lo material y lo formal de la acción mala. Lo material de la acción mala sería su entidad. La formalidad de la acción mala sería su malicia, que procede de la defectibilidad de la criatura, y que constituye verdaderamente la acción mala. Podría parecer que, como consecuencia, la premoción divina en el acto malo sea a lo material del mal. De este modo, la moción divina no afectaría a su malicia, que sería obra de la criatura, que es la que constituiría la formalidad del mal.
Sin embargo, no es así, porque Dios no es causa del mal en ningún aspecto. No existe la moción a lo material del mal. Ciertamente que la entidad física del mal procede de Dios, de una moción divina, pero era una premoción al bien. La premoción divina siempre es al bien. Lo que se llama premoción a lo material del mal es lo que sigue a una premoción al bien, que se ha desviado o impedido en su vía hacia el bien. El mal no es una adición a un bien amorfo, sino una resta o sustracción de bien. No hay, por tanto, una premoción al mal.
Por consiguiente, nunca el comienzo del mal está en Dios, sino en la criatura, porque se empieza con el impedimento a la premoción divina al bien, con un defecto actual al curso de la moción divina al bien. Dios no es causa primera del mal. Dios es solo causa primera del bien. Es la criatura la causa primera de todo mal.
Recae sobre la causalidad divina solamente lo bueno, pero no lo malo. Dios, por tanto, no tiene ninguna responsabilidad en el mal. Dios no es en ningún sentido responsable del mal.
Para comenzar una acción buena, para pasar de la potencia al acto, se necesita siempre la premoción divina. En cambio, para no hacer su bien o para no realizar el acto no se requiere una nueva premoción.
Es posible la causalidad primera humana en el mal, porque la causalidad de la criatura en el mal consiste en no hacer, o hacer menos que aquello a que le mueve Dios.
Con su libertad creada, a la criatura le es posible causar el mal, porque puede paralizar premoción de Dios, que siempre es al bien, o desviar esta premoción divina.
La premoción divina al bien honesto, deja al hombre tres posibilidades: el realizar la acción honesta, en la que lo físico y lo moral son buenos, y que es a la que mueve Dios; su acción contraria, sin la honestidad, en la que lo físico es bueno y lo moral malo; y cesar la acción[3].
Falibilidad de las criaturas
Debe advertirse que, para impedir el curso de la moción divina a obrar bien, desviándola o paralizándola, no se necesita una premoción nueva, pues el impedimento es algo negativo. El hombre nunca puede hacer el bien, ni ninguna entidad, sin que Dios lo mueva, pero sólo por su libertad puede hacer menos o no hacer. En estos dos casos, lo que se hace es algo negativo, o mejor no se hace algo positivo, porque la criatura, hace entonces el mal, o no hace el bien al que le movía Dios con su moción.
Por el contrario, si el hombre no pone impedimento a la moción divina, que siempre es a obrar bien, no hace ni más ni menos que a lo que le mueve Dios. El hombre, con su libertad, no puede hacer más bien que el que Dios le mueve, pero si puede hacer menos, puede hacer el mal, puede hacer que falle su libertad y no le sirva para el bien.
Dios no lo impide, porque la providencia divina no tiene por qué excluir totalmente de las cosas la posibilidad de fallar en las operaciones propias de su naturaleza, ni las necesarias ni las libres. Esta posibilidad de fallar en el bien es el mal, porque lo que puede fallar falla alguna vez.
Dios no ha creado las criaturas de tal manera que no puedan fallar, porque para que exista la bondad perfecta en las cosas creadas tiene que darse en ellas una jerarquía de bienes, dentro de la cual unas sean mejores que otras. Tienen que darse todos los grados posibles de bondad, para que exista la mayor multiplicidad y las distintas semejanzas con Dios.
Debe existir, por tanto, el grado superior de bondad, de tal manera que no pueda perder la bondad; y el inferior será aquel en que la bondad pueda fallar. La bondad y la belleza del universo precisan de estos grados. «Y, lo que es más, suprimida la desigualdad en bondad, desaparecería la multitud de cosas, pues unas cosas son mejores que otras por las diferencias que las separan entre sí; como es mejor lo animado que lo inanimado y lo racional que lo irracional. Y así, si en las cosas hubiese una igualdad absoluta, sólo habría un bien creado; lo cual deroga evidentemente la perfección de la criatura»[4].
La libertad y el azar
Las mociones de la providencia divina no suponen la negación de la libertad humana. La premoción divina no sólo no destruye ni disminuye la libertad, sino que, por el contrario, la posibilita. Dios actúa sobre la voluntad al igual que sobre cualquier otro agente creado. Dios produce no sólo la acción de la criatura en lo que tiene de ser o entidad, sino también su modo de ser. Dios causa el acto voluntario y su modo de ser libre.
Todo modo de ser es causado por la moción de la divina providencia. Por ello, la causalidad divina tampoco excluye ni lo necesario, ni lo contingente, sin imponerle necesidad[5]. Causa lo contingente y el mismo modo de contingencia.
La causalidad primera de la premoción divina es también causa –en sentido analógico con la causalidad de la criatura, que es la única de la que el hombre tiene experiencia– de lo fortuito y casual o azaroso, por el mismo motivo.
Como consecuencia la divina providencia no sólo no se opone a la libertad[6], sino que tampoco que no exista el azar, lo fortuito o imprevisto e inesperado, y casual o sin necesidad y sin intención o finalidad. Su origen está en la «multitud y diversidad» de causas o de entes que actúan, porque: «supuesta la diversidad de causas, es preciso que alguna vez se encuentre una con otra impidiéndola o ayudándola a producir su efecto. Pero por el encuentro de dos o más causas resulta a veces algo casual, apareciendo un fin no buscado por ninguna causa concurrente, como en el caso de aquel que va a la plaza para comprar algo y se encuentra con el deudor, por la exclusiva razón de que éste también fue allí. Luego no es contrario a la divina providencia que se den algunas cosas casuales y fortuitas»[7].
El azar o la casualidad no anula el principio universal de finalidad, el que todo agente, siempre cuando obra, tiende a algún fin. Ningún agentepuede hacerlo por azar, porque algo se produce por casualidad o por azar, cuando procede de la acción de un agente, pero al margen de su intención o finalidad. Sí, por ejemplo, al cavar alguien una fosa para una sepultura, se encuentra con un tesoro, se dice que fue por casualidad o azar. Sin embargo, tanto el que cavó la sepultura como el que enterró el tesoro obraron por un fin concreto: enterrar a alguien y guardar un tesoro. La casualidad o el azar está en que ambos fines se encontraron y de un modo accidental.
En los hechos azarosos, hay intencionalidad, pero no hay ninguna intencionalidad propia. Aunque parezca que la acción que lo produce haya tenido por objeto una intención o finalidad, se ha producido fuera de toda intención al mismo. Hay intencionalidad, pero la de los dos efectos que se han cruzado accidentalmente. El efecto accidental del hallazgo del tesoro no se produciría sin la tendencia necesaria a un fin distinto de los dos agentes, que hicieron que se produjera el hecho azaroso.
El azar es, por tanto, la concurrencia accidental, o sin intención, ni, por tanto, sin razón de ser o inteligibilidad, de dos acciones, que son intencionales en sí mismas. Se dan hechos que se producen por azar, imprevisibles, porque no tienen razón de ser o explicación, y que incluso parecen ocurrir fuera absolutamente de toda intención. Tales hechos se caracterizan porque son efectos casuales o fortuitos, y como tales excepcionales. Las acciones naturales se distinguen de ellos precisamente por su constancia o persistencia.
Mociones suficientes
Las mociones divinas de la Providencia de Dios, del plan eterno dispuesto por Dios en su gobierno y cuidado de cada uno de los entes, afectan de distinta manera los actos libres o morales del hombre. Los actos imperfectos, o fáciles, aquellos que no requieren todas las fuerzas morales del hombre, necesitarán una moción suficiente. Los actos perfectos, o difíciles para el hombre, que las requieren todas, pero que el hombre en estado de naturaleza caída e incluso de naturaleza reparada no posee, exigirían una moción eficaz.
La moción suficiente es la que permite cumplir la providencia general de Dios en cuanto a la consecución del fin particular, que expresan las distintas leyes de orden natural para los diferentes géneros y especies de entes, y también las leyes naturales morales para el hombre. La moción suficiente es eficaz por si misma o intrínsicamente, pero es falible o frustrable por la libertad humana, que la puede impedir. Es, por tanto, faliblemente eficaz.
Se llama suficiente, porque es una moción que es idónea o suficiente para realizar los actos imperfectos. Las mociones suficientes son resistibles, porque se acomodan a las condiciones actuales de la naturaleza de la criatura y, por tanto, a una libertad imperfecta y herida por el pecado. La libertad humana no es una libertad plena, es defectible, puede resistir o no resistir a la moción suficiente divina, que le mueve a lo que es un bien para el hombre.
Mociones eficaces
La moción eficaz es la necesaria para cumplir la providencia especial de Dios, la dirigida a una sola persona. Se llama eficaz, porque sirve para que se puedan realizar los actos perfectos o difíciles y de tal modo que es siempre irresistible.
Las mociones eficaces son irresistibles, porque Dios no siempre se acomoda a esta imperfección de la libertad del hombre, que tiene la de resistir o desviar la moción divina para los actos imperfectos y la de no poder realizar actos perfectos. Puede dar a una persona una moción irresistible para su libertad, para que haga así actos perfectos, pero sin destruir la naturaleza defectible de la libertad humana.
De la moción eficaz puede decirse que es natural como la moción suficiente, en cuanto la moción eficaz no anula a la naturaleza humana ni en general ni especial o individualmente, sino que ésta es su sujeto, al que perfecciona en sus deficiencias naturales. Sin embargo, en sí misma es sobrenatural, por ser de orden superior a toda naturaleza, tanto la naturaleza en estado defectuoso como en el integro. Perfecciona, por ello, a la naturaleza elevándola al orden sobrenatural.
Es una moción que se denomina ya gracia, porque además, la providencia especial, Dios no la ejerce sobre todas las criaturas, sino a las que elige. Por estar por encima de las condiciones generales, que El mismo ha establecido para su providencia general, su moción sobrenatural o gracia eficaz permite realizar los actos perfectos, y, por ello, no puede ser resistida o modificada por el hombre.
La concesión de la moción eficaz o gracia eficaz, siempre sobrenatural, no sigue ninguna ley o condición. Dios puede darla a quien quiera. No ocurre así con las gracias suficientes, o mociones suficientes sobrenaturales –que Dios concede a todos y que a diferencia de las mociones suficientes naturales elevan al orden sobrenatural–, y son imperfectamente eficaces, porque sólo permiten realizar actos imperfectos. Es un hecho, tal como muestra la experiencia propia y la historia, que quien no pone impedimentos a las gracias suficientes – hace con ellas lo que puede hacer y le pide por lo que no puede hacer con las gracias suficientes– Dios le irá concediendo ulteriores gracias suficientes, e incluso hasta eficaces para realizar actos perfectos. Es una concesión de la misericordia de Dios, pero infalible.
Sin embargo, Dios puede dar mociones sobrenaturales eficaces, y, por tanto, irresistibles o infrustables, y que no afecten a la libertad ni a la naturaleza humana, a quien no siga estas mociones sobrenaturales, o gracias suficientes, e incluso le ponga siempre obstáculos. Dios puede dar esta moción sobrenatural eficaz extraordinaria moviendo a la libertad defectible de un modo indefectible y, sin quitarle su defectibilidad natural, hará que de hecho se actúe sin ella [8].
Desde la libertad divina, se explican estas diferencias entre las dos providencias, la general y la especial; entre la moción suficiente natural y moción suficiente sobrenatural o gracia suficiente, y la moción eficaz, siempre sobrenatural –gracia eficaz y gracia eficaz extraordinaria–; y entre los actos imperfectos o fáciles y los actos perfectos o difíciles. Al igual que Dios puede crear diferentes entes con más o menos perfecciones, también puede planear y actuar con la eficacia que quiera, mayor o menor, y, por tanto, de una manera resistible o irresistible, a quien quiera y como quiera. La distinción no afecta a la omnipotencia divina porque, siendo Dios también libre, no tiene porque actuar siempre según toda la eficacia de su omnipotencia. Según le plazca, lo hace más o menos eficazmente.
La oración
Con la gracia suficiente, que Dios, infinitamente misericordioso, no niega a nadie, se pueden hacer actos imperfectos y fáciles, y también orar y la misericordia de Dios irá concediendo gracias eficaces hasta la de la perseverancia final. Por consiguiente, la salvación, que no puede se merecida, puede ser pedida por la oración humilde, perseverante y confiada. En este sentido, la salvación está de nuestra mano, como decía San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia: «Dios a todos da la gracia de orar, y así con la oración podemos alcanzar los socorros divinos que necesitamos para observar los mandamientos y perseverar hasta el fin en el camino del bien (…) si no nos salvamos, culpa nuestra será. Y la causa de nuestra infinita desgracia será una sola: que no hemos rezado»[9].
La oración no es incompatible con la providencia divina. La oración no se dirige a Dios con el fin de cambiar lo dispuesto eternamente por su providencia, sino que hace que se cumpla aquella disposición o resolución de la Providencia divina, que se refería a la concesión de lo que se pedía en la oración.
La oraciones, no cambian el orden de lo eternamente dispuesto por Dios, porque están ya comprendidas en dicho orden[10]. Las oraciones, en consecuencia, tienen valor, porque con toda oración se pone el medio, dispuesto por Dios, para tenga lugar la causación divina del efecto que se pide. Es razonable que Dios tenga ya dispuestos por su excelsa bondad y que cumpla los deseos piadosos, que se le exponen por la oración.
La oración es necesaria, porque: «A la liberalidad divina debemos muchas cosas que ciertamente nunca pedimos. Si en los demás casos Dios exige nuestras oraciones es para utilidad nuestra, pues así nos convencemos de la seguridad de que nuestras súplicas llegan a Dios y de que Él es el autor de nuestros bienes»[11].
La utilidad de la oración se manifiesta en que: «La necesidad de dirigir nuestras oraciones a Dios no es para ponerle en conocimiento de nuestras miserias, sino para convencernos a nosotros mismos de que tenemos que recurrir a los auxilios divinos en tales casos»[12].
Eudaldo Forment
[1] Santo Tomás, Suma teológica, I, q. 22, a. 2, in c.
[2] Dn 3.
[3] Véase: MICHAEL D. TORRE, Do not resist the spirit’s call. Francisco Marín-Sola on Sufficient Grace,
Washington, DC, The Catholic University of America Press, 2013.
[4] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, III, c. 71.
[5] Cf. Ibíd., III. c. 72.
[6] Cf. Ibíd., III, c. 73.
[7] Ibíd., III, c. 74.
[8] Véase: F. MARÍN-SOLA, O.P., «El sistema tomista sobre la moción divina», en La Ciencia Tomista (Salamanca), 94 (1925), pp. 5-54, pp. 23-25.
[9] SAN ALFONSO Mª DE LIGUORI, El gran medio de la oración, Madrid, Editorial El Perpetuo Socorro, 1990, c. II, res.
[10] Cf. Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, III. c. 96.
[11] Ibíd., II-II, q. 83, a. 2, ad 3. Añade Santo Tomás: «Por ello dice San Juan Crisóstomo: “Considera que felicidad se te ha concedido y qué gloria llevas contigo: puedes hablar con Dios por la oración alternar en coloquios con Cristo solicitar lo que quieres y pedir lo que deseas”».
[12] Ibíd., II-II, q. 83, a. 2, ad 1.
3 comentarios
Ese, y otros párrafos similares, nos recuerdan que no solo es pecado obrar el mal, sino no obrar el bien que se nos concede hacer, tal y como indica la epístola de Santiago:
Pues al que sabe hacer el bien y no lo hace, se le imputa a pecado.
Stg 4,17
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