(419) La muerte cristiana, 6. –en la Liturgia, I

Funeral católico

–Confieso que no recuerdo suficientemente ante Dios a nuestros hermanos difuntos.

–Yno es ésa la mayor de sus innumerables deficiencias en la vida de la fe.

Recordemos primero algunas premisas fundamentales de la fe antes de exponer la gran importancia que en la Liturgia de la tierra tiene el piadoso recuerdo de los fieles difuntos.

 

La Iglesia es una y única, aunque existe en tres estados diferentes: cielo, purgatorio y tierra. El concilio Vaticano II en la constitución dogmática sobre la Iglesia enseña que

«hasta que el Señor venga revestido de majestad y acompañado de sus  ángeles (Mt 25, 31) y, destruida la muerte, le sean sometidas todas las cosas (1Cor 15,26-27), de sus discípulos, unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican [en el purificatorio-purgatorio]; otros, finalmente, gozan de la gloria [en el cielo], contemplando “claramente a Dios mismo, Uno y Trino, tal como es” (con. Florencia, 1439: Dz 1305). Pero todos, en forma y grado diverso, vivimos unidos en una misma caridad para con Dios y para con el prójimo y cantamos idéntico himno de gloria a nuestro Dios. Pues todos los que son de Cristo por poseer su Espíritu, constituyen una misma Iglesia y mutuamente se unen en Él (Ef 4,16) (LG 49).

Los cristianos imperfectos tendemos a pensar principalmente en la Iglesia de la tierra, que es la única visible para nosotros, y no la pensamos suficientemente en su relación con la Iglesia del cielo y la del purgatorio. Nos falta la visión espiritual de un San Pablo: «nosotros no ponemos los ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las visibles son temporales; las invisibles, eternas» (2Cor 4,18). Esa norma del Apóstol apenas es vivida por los cristianos de poca fe. Y su miopía espiritual tiene no pocas consecuencias negativas. Señalo dos:

1ª) Las imperfecciones y pecados que se producen en esta Iglesia de la tierra nos oscurecen la grandeza y santidad de «la Iglesia de Cristo», llevándonos a veces al pesimismo y la desesperanza. No nos damos cuenta de que la Iglesia visible es una parte mínima de «la Iglesia católica», y tampoco entendemos suficientemente que es como un edificio grandioso, como una catedral, pero que está todavía en construcción, y que  por eso aparece tantas veces feo, sucio, desordenado. Llegará el día del Señor y se manifestará en la belleza propia de la Esposa de Cristo, cuando finalmente se retiren andamios, cuerdas, sacos, materiales sobrantes, y tantas otras cosas que actualmente la afean. Mientras llega ese día, la Iglesia del cielo y del purgatorio es muchísimo más importante y numerosa que nuestra Iglesia visible de la tierra.

2ª) No conocemos bien la realidad de la Iglesia Peregrina si no la consideramos siempre unida a la del Cielo y del Purgatorio. Esta debilidad en la fe lleva, por ejemplo, a malentender la Liturgia visible que en la tierra celebramos. No acabamos de vivir que –aunque a veces tenga una realización sumamente precaria– la liturgia presente es una participación, un eco, de la Liturgia celestial celebrada por el Cristo glorioso con sus ángeles y sus santos. Nos angustia demasiado la eventual miseria de nuestras liturgias presentes –a veces parecen poco más que una charca de ranas croando– porque ignoramos de hecho su profunda unión actual con «los coros de  los ángeles» y de los santos: con la liturgia del cielo. Pero ésta es la fe que el Vaticano II confiesa.

* * *

–Al celebrar la Eucaristía nos unimos a la Iglesia del cielo, de la tierra y del purgatorio. Las oraciones de las Plegarias eucarísticas manifiestan claramente esta realidad en las llamadas intercesiones.

«Con ellas se da a entender que la eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia celeste y terrena, y que la oblación se hace por ella y por todos sus miembros, vivos y difuntos, miembros que han sido todos llamados a participar de la salvación y redención adquiridas por el cuerpo y la sangre de Cristo» (Ordenación general del Misal Romano 55g).

En la Plegaria eucarística III, por ejemplo, se invoca

–primero la ayuda del cielo, de la Virgen María y de los santos, «por cuya intercesión confiamos obtener siempre tu ayuda»;

–en seguida se ruega por la tierra, pidiendo salvación y paz para «el mundo entero» y para «tu Iglesia, peregrina en la tierra», especialmente por el Papa y los Obispos, pero también, con una intención misionera, por «todos tus hijos dispersos por el mundo»;

–y finalmente se encomienda las almas del purgatorio a la bondad de Dios, es decir, se ofrece la eucaristía por «nuestros hermanos difuntos y cuantos murieron en tu amistad».

Así, la oración cristiana –que es infinitamente audaz, pues se confía a la infinita misericordia de Dios– alcanza en la eucaristía la máxima dilatación de su caridad: «recíbelos en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria».

 

Los ángeles en la Liturgia

«En la liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella liturgia celestial que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos y donde Cristo está sentado a la derecha de Dios como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero (Ap 21,2; Col 3,1; Heb 8,2). Cantamos al Señor el himno de gloria con todo el ejército celestial», etc. (Sacrosanctum Concilium 8).

Hasta mediados del siglo XX la presencia de los ángeles en la vida de la Iglesia de la tierra era muxho más señalada en el arte, en la literatura espiritual, en la liturgia. Por ejemplo, era frecuente que los fieles en la celebración de la Eucaristía vieran representados a los ángeles en imágenes o pinturas, a veces en torno al mismo altar, o en el ábside y en los retablos. Al comienzo de la Misa, al pedir a Dios todopoderoso que perdone nuestros pecados, pedimos la intercesión de la Virgen María, de «los ángeles y los santos», y de los hermanos congregados en la asamblea. Y la mayoría de los Prefacios eucarísticos terminan uniendo la liturgia terrena con los ángeles: «por eso, con los ángeles y arcángeles y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria». Esa presencia angélica, tantas veces ignorada, integra la verdadera naturaleza de la celebración de la Eucaristía.

 

Los santos en la Liturgia

La Eucaristía, y toda la liturgia, es celebrada en la tierra por la Iglesia en la comunión de caridad con los santos. La Eucaristía es signo y causa de las unidad de la Iglesia en la caridad divina. Por eso, como declara el Vaticano II, «no veneramos el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos nuestros, sino, sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vea reforzada por la práctica del amor fraterno. En efecto, así como la unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva más cerca de Cristo, así la comunión con los santos nos une a Cristo, del que mana, como de fuente y cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios» (LG 50; Catecismo 957).

«Nosotros adoramos a Cristo porque es el Hijo de Dios. En cuanto a los mártires, los amamos como discípulos e imitadores del Señor, y es justo, a causa de su devoción incomparable hacia su rey y maestro, que podamos nosotros también ser sus compañeros y sus condiscípulos» (Martirio de san Policarpo 17, 3) (Catecismo, ib).

Confiamos en la intercesión de los santos. «Por lel hecho de que los bienaventurados están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más eficazmente a toda la Iglesia en la santidad, ennoblecen el culto que ella ofrece a Dios aquí en la tierra y contribuyen de múltiples maneras a su más dilatada edificación (1Cor 12,12-27). Porque ellos, habiendo llegado a la patria y estando en presencia del Señor (2Cor 5,8), no cesan de interceder por Él, con Él y en Él a favor de nosotros ante el Padre, ofreciéndole los méritos que en la tierra consiguieron por el Mediador único entre Dios y los hombres, Cristo Jesús (1Tim 2,5), como fruto de haber servido al Señor en todas las cosas y de haber completado en su carne lo que falta a los padecimientos de Cristo en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia (Col 1,24). Su fraterna solicitud contribuye, pues, mucho a remediar nuestra debilidad» (LG 49; Catecismo 956).

Poco antes de morir dice Santo Domingo a su hermanos: «No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi vida» (Bto. Jordán de Sajonia, Vita 4,69). Y Santa Teresa del Niño Jesús: «Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra» (Verba) (Catecismo ib)

En la Plegaria eucarística III pedimos al Señor: «Que [el Espíritu Santo] nos transforme en ofrenda permanente […] con María, la Virgen Madre de Dios, los apóstoles y los mártires, y todos los santos, por cuya intercesión confiamos obtener siempre tu ayuda».

 

Los difuntos en la Liturgia

La Liturgia de la tierra se realiza también en comunión con «las benditas almas del purgatorio», que aunque murieron en la gracia de Dios y están seguras de su salvación, todavía sufren una purificación final. Y «la unión de los viadores con los hermanos que se durmieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe, antes bien, según la constante fe de la Iglesia, se robustece con la comunicación de bienes espirituales» (LG 49). Así lo enseña el Catecismo:

«La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció sufragios por ellos; “pues es una idea santa y piadosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados” (2Mac 12,46) (LG 50). Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en favor de nosotros» (Catecismo 958). Adviértase que no solamente ayudamos nosotros a los fieles difuntos con nuestras oraciones, Misas, sufragios y mortificaciones, sino que al mismo tiempo recibimos «su eficaz intercesión en favor de nosotros».

 

Ofrecer misas por los difuntos

La caridad de la Iglesia Madre es católica, es decir, universal: cuida no sólo de sus hijos vivos, sino también de los que ya murieron. La Iglesia, nuestra Madre, nos hace recordar cada día a nuestros hermanos difuntos, al menos, en el memento por los difuntos de la Misa, y también en la última de las preces de vísperas. Pero además nos recomienda ofrecer misas en sufragio de los difuntos, especialmente por nuestros familiares y aquellos otros que la Providencia divina asoció más a nuestras vidas. Es una gran obra de caridad hacia ellos, y si la omitimos, no será éste el más pequeño de nuestros pecados de omisión. El Catecismo nos enseña: 

«El sacrificio eucarístico es también ofrecido por los fieles difuntos, “que han muerto en Cristo y todavía no están plenamente purificados” (Trento: Dz 1743), para que puedan entrar en la luz y la paz de Cristo […] “Oramos [en la anáfora] por los santos padres y obispos difuntos, y en general por todos los que han muerto antes que nosotros, creyendo que será de gran provecho para las almas, en favor de las cuales es ofrecida la súplica, mientras se halla presente la santa y adorable víctima… Presentando a Dios nuestras súplicas por los que han muerto, aunque fuesen pecadores…, presentamos a Cristo, inmolado por nuestros pecados, haciendo propicio para ellos y para nosotros al Dios amigo de los hombres” (S. Cirilo de Jerusalén [+386])» (Catecismo 1371).

José María Iraburu, sacerdote

 

Índice de Reforma o apostasía

9 comentarios

  
Tomás Bertrán
Padre, ¿es necesario que para ofrecer una Misa para un ser querido se lo diga al sacerdore para que éste, en el memento de difuntos, la nombre?. Me explico, desde la muerte de mi querida esposa asisto todos los días a Misa y ofrezco personalmente en el ofertorio la Misa por mi esposa, y desde hace un tiempò, como si ella me lo hubiese pedido, también por nuestros hijos. ¿Es igual de efectiva hacerlo de forma personal que hacerlo recordándola, nombrándola, o sea, haciéndolo público, por parte del sacerdote?.
No sé si me he explicado bien. Es que no tengo costumbre de ofrecer Misas "públicamente" ya que las ofrezco en mi intimidad en el ofertorio.
Gracias por su contestación.
PD.- Que conste que no lo hago por ahorrarme el donativo por el ofrecimeinto de la Misa. Pago una cuota trimestral a mi Parroquia, aparte de la aportación dominical.
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JMI.-No hay normas sobre eso. Se puede decir el nombre, no decirlo, declarar la intención en forma genérica, no decir nada... Lo que parezca mejor. O lo que haya indicado el que encarga la Misa.
15/02/17 1:34 PM
  
GUILLERMO OSPINA ARCHILA
Apreciado Padre, irremplazable clarísimo facilitador para orientarnos como practicar nuestra fe: Molesto nos oriente con su bondad, sobre lo correcto o deficiente de la temática que yo expongo como evangelizador laico de nuestra iglesia católica:

Y expongo así: Como el purgatorio no es un lugar, sino un estado transitorio de purificación para obtener completa la hermosura del alma, como una característica de “la comunion de los santos” que recordamos en el credo, nosotros, con oraciones y sacrificio si podemos ayudar a los difuntos a lograr dicha purificación: vinculando específicamente para ello: Eucaristías que recibamos, participando nosotros en celebraciones eucarísticas, comulgando a nombre y representación de ellos; recitando grupalmente El Rosario y Coronillas de la Misericordia, participando en su nombre y representación en Adoraciones al Santísimo (todo lo anterior inclusive hasta a través de la Televisión que es válido para quienes por circunstancias especificas no podamos para ello desplazarnos a los templos) también por cada vez que en su nombre y representación leamos la Biblia durante por lo menos media hora, ASÍ MISMO ENCAUSANDO PARA ELLOS indulgencias y jubileos obtenidas por nosotros y también como acto nuestro hecho a nombre de ellos: perdonando (aún sin sernos solicitado) a quienes nos ofendieron u ofenden.

Al ofrecer cualquier celebración, acto u oración nuestro para que sea aplicable a determinado ser que ya se encuentra en la eternidad sin importar desde cuando, pidamos en nuestra oración que si ya está en el cielo, se aplique al que mas lo necesite entre los demás seres queridos nuestros, amigos o personas que alguien nos haya encomendado hacerlo.

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JMI.-Exacto.
La lista, obviamente, puede alargarse: obras de caridad, limosnas, visitas a enfermos, etc.
15/02/17 6:07 PM
  
GUILLERMO OSPINA ARCHILA
Me tomo el atrevimiento de completar el pedidimento que atrás le expuse, ahora con el siguiente:

“LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS” siendo uno de los DOGMAS de nuestra Iglesia que figura en el “Credo de los Apóstoles”, como UNION-COMUN que realmente ES: expresa la realidad operativa del CUERPO MÍSTICO DE CRISTO, del cual hace parte todo el que se bautiza, compuesto por tres situaciones en que nos encontramos todos los humanos que con NUESTRO SEÑOR conformamos su Iglesia: (la Iglesia Militante) QUIENES AÚN VIVIMOS EN LA TIERRA, y que desde ella somos quienes intercedemos y conseguimos la purificación de (la Iglesia Purgante) CONFORMADA POR QUIENES SE ENCUENTRAN EN EL PURGATORIO, y finalmente (la Iglesia Triunfante) QUIENES YA ESTÁN EN EL CIELO, o sea LOS SANTOS, que pueden interceder por los de la tierra y los del purgatorio. Sabemos que entre los santos están YA quienes nuestra Iglesia declara que lo son por sus vidas marcadas por ejercicio de virtudes heroicas, después de que esto ha sido probado por reputación conocida de santidad, y que de forma completa científicamente comprobada hayan sido INTERCESORES de por lo menos un milagro obtenido de Dios.

Nuestro seres queridos que nos van precediendo en su llegada al cielo: al haberlo logrado, son seres santos que mientras nosotros seguimos en la tierra serán comprometidos intersesores ante la misericordia de dios para gozar de ella en los momentos dificiles o tristes de nuestra permanencia aquí. Entonces son, y debemos también utilizar como intercesores nuestros ante dios, no solo a la virgencita y los santos y beatos reconocidos como tales, sino también a nuestros seres queridos que nos han precedido en el paso al cielo, y para nosotros ejemplos de su fe, y de la forma como asumieron sus dolores y sufrimientos.

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JMI.-Así es.
15/02/17 6:29 PM
  
Oscar Garjón Zamborán
En el norte de Navarra existen viejas historias sobre almas errantes. Se creía de antaño y, testimonios de ello hay escrito, que ciertas apariciones, el alma, daba instrucciones a los vivos, instrucciones para su liberación. La mayoría de ellas rogaba, al menos, por su sufragio. Existe una historia del pueblo de las Bardenas Reales en Navarra en que se contaba que un vecino experimentaba las apariciones de un difunto suyo no muy creyente. El caso es que el familiar vivo, al principio y en su casa, era testigo de signos inexplicables, de ruidos extraños. En cierta ocasión, estando sólo y produciéndose los ruidos preguntó; "¿Quién eres?" y, entonces oyó esta respuesta; "Isidro, MISA". El vecino, ofreciendo una Santa Misa por aquella errante alma a los pocos días no volvió a oír ni extraños ruidos ni voces. La Santa Misa, aunque sea solamente una para el difunto o la difunta, es -por decirlo de una manera- "pase" hacia el Reino de Cristo.
15/02/17 6:41 PM
  
Miguel García Cinto
Gracias padre José María Iraburu, me ha gustado mucho ese recuerdo de la Iglesia santificante, peregrinante y purificante, destaco la última en donde cada día que asisto a la Santa Misa procuro no olvidarme de todas las santas almas del Pulgatorio, ofreciendo al Padre Eterno, la Preciosísima Sangre de su Divino Hijo Jesús, junto con las Misas que se digan en todo el mundo.
El Señor le bendiga y le guarde.
15/02/17 9:37 PM
  
Marina
Me ha alegrado mucho su artículo.
Cuando veo que en mi parroquia, hay tantos bancos vacios en misa, me da por pensar, que aunque yo no los vea, acuden también todos aquellos que nos dejaron, pero que en su día los llenaban. También la numerosa presencia de Ángeles en el retablo y por todas las capillas se me antojan reales.
He sentido una emoción muy intensa leyendolo.
Gracias Padre,
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JMI.-Bendigamos al Señor.
16/02/17 8:42 AM
  
Maricruz Tasies
Leyéndolo caigo en la cuenta de que si no me desespero es por todo lo que ha mencionado. Qué dicha que puedo confirmarlo a través suyo. Gracias a Dios y a usted.
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JMI.-El Señor está con nosotros.
Bendición +
16/02/17 2:50 PM
  
Luis Piqué Muñoz
¡Bellísimo y completísimo Artículo, admirado y apreciado Dr Iraburu, sobre la Muerte y los Novísimos! A mí la Muerte y la Vida Eterna ¡el Cielo, el Purgatorio ¡Ay! el Infierno! me apasionan ¡Los veo ya en esta Vida, en la Iglesia peregrina de la Tierra, aparte de la Fe que es un Don, no un Mérito ni Virtud! Creo que nadie duda que existe el Infierno en esta triste y Trágica Vida, y que purgamos los Pecados ya aquí como anticipación y disminución del Purgatorio celestial. En cuanto al Cielo ¡qué decir de la Felcidad, la Alegría, el Gozo! ¡el Amor! que nos inunda con Frecuencia ya aquí en la Tierra! ¡Cuando nos llenamos del Espíritu Santo, Amor a Dios y al prójimo ya estamos en el Cielo ¡y vemos, sentimos ¡Gozamos! espiritualmente ¡el Espíritu Santo, repito! a Dios, Padre, Hijo, Espíritu Santo! ¡El Amor es la Omnipotencia! ¡El seréis como Dioses satánico se confunde con el sois Dioses que dice la Biblia para expresar el Poder Infinito y Eterno ¡la maravilla, la delicia! del Amor apasionado! ¡El Sacrificio por Amor, la Cruz redentora, el Amor al Martirio, a Cristo, a ser su amoroso y sacrificado Testigo! ¡El Triunfo de la Fe, la Esperanza y la Caridad! ¡La Muerte, la Felicidad, la Gloria, el Gozo, la Vida Eterna! ¡el Amor! ¡El Triunfo! Nada más.
16/02/17 5:38 PM
  
Miguel Antonio
De todo ello habla bien claro y reiteradamente Santa Teresa de Jesús.
17/02/17 11:45 AM

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