(355) Santidad-1. Nuevas criaturas en Cristo
–Dice usted que los cristianos son santos… ¿Todos?… A ver, tendrá usted que explicarlo un poco.
–Me propongo explicarlo no un poco, sino plenamente y a la luz de las Escrituras y de la Tradición cristiana.
Cuando se estropea gravemente un motor, por ejemplo, de un auto, hay dos posibilidades: una, arreglar el motor, si es que tiene arreglo; dos, poner en su lugar un motor nuevo. De modo análogo, cuando el ser humano creado por Dios se estropea muy gravemente en alma y cuerpo por el pecado original, Dios puede sanarlo arreglando sus averías mentales, volitivas y corporales, y dejándolo como nuevo, en su ser original; pero también puede crear un hombre nuevo, con nuevas facultades de conocimiento y de querer, la fe y la caridad, haciéndolo participante de la naturaleza divina de un modo sobre-natural, sobre-humano, por la vida de la gracia. Y esta segunda es la opción que Dios elige.
Pero vayamos por partes.
–Sólo Dios es santo
La santidad es condición exclusiva de Dios. La sagrada Escritura afirma muchas veces que la santidad es la majestuosa condición espiritual propia de la eterna naturaleza divina. Dios es santo, y sólo él es santo (Lev 19,2; Is 6,3; Sal 98).
Es evidente, pues, que la santidad es sobrenatural, y por tanto sobrehumana. Excede no sólo la posibilidad humana de obrar, sino la misma posibilidad de su ser. Todas las criaturas, y el hombre entre ellas, aparecen en la Biblia como lo no-santo (Job 4,17). Pero Dios Santo puede santificar al hombre, que es su imagen, haciéndole participar por gracia sobrenatural de la vida divina. Y así lo confesamos en la misa: «Santo eres, Señor, fuente de toda santidad» (Pleg. euc. II); tú, «con la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas todo» (III). ¿Y cómo Dios santifica al hombre?
–Jesús es santo
Sólo Jesús entre los hombres es santo: «el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios»(Lc 1,35). El es el «santo siervo de Dios» (Hch 3,14s; 4,27.30). Los hombres ante Jesús –como Isaías ante el Santo– conocen y reconocen su condición de pecadores (Is 6,3-6; Lc 5,8). Pero Cristo va a santificar a los hombres por su encarnación, por su pasión y resurrección, por su ascensión y por la comunicación del Espíritu Santo (Jn 17,19).
–Los cristianos somos santos
Somos santificados por «la unción del Santo» (1Jn 2,20; cf. Lc 3,16; Hch 1,5; 1Cor 1,2; 6,19). Al comienzo de la Iglesia se llama «santos» a los cristianos de Jerusalén (Hch 9,13; 1Cor 16,1); pero pronto viene a ser nombre común de todos los fieles (Rm 16,2; 1Cor 1,1; 13,12). Se trata ante todo, está claro, de una santificación ontológica, la que afecta al ser; y es ésta justamente la que hace posible y exige una santificación moral, la que afecta al obrar. El nuevo ser exige un nuevo obrar (operari sequitur esse). «Sed santos, porque yo soy santo» (Lev 19,3; 1Pe 1,16).
Los hombres que han sido «engendrados por la Palabra viva y permanente de Dios» (1Pe 1,23), habiendo nacido de nuevo «del agua y del Espíritu» (Jn 3,5), han sido hechos «participantes de la naturaleza divina» (2Pe 1,4), y reciben lógicamente la exhortación imperativa del Primogénito: «sed perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial» (Mt 5,48). Por tanto, «ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación» (1Tes 4,3; cf. 2Cor 7,1; Ap 22,11). Y la gracia de Dios que ha sanado y elevado a un orden sobre-natural la naturaleza del hombre, es la gracia que asiste continuamente al santificado para que pueda vivir santamente. «Santo eres, Señor, fuente de toda santidad»… (Pleg. euc. II).
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–Elevación ontológica
Muchos entienden la santidad cristiana como uno de los caminos morales que se le ofrecen al hombre, quizá el mejor, para que viva la vida humana en su forma más excelente. Grave error. Es mucho más que eso. La santidad cristiana no es simplemente una forma excelente de vivir la vida propia de la naturaleza humana. La santidad es en sí misma una vida sobre-humana, sobre-natural. Es decir, Jesucristo salva al hombre comunicándole por el Espíritu Santo una vida sobre-humana. Por eso la santidad consiste primariamente en una elevación ontológica, en una re-creación de nuestro ser.
Los cristianos somos realmente «hombres nuevos», «nuevas criaturas» (Ef 2,15; 2Cor 5,17), «hombres celestiales» (1Cor 15,45-46), que realmente han vuelto a nacer, esta vez no de la carne y la sangre, sino «nacidos de Dios», «nacidos de lo alto», «nacidos del Espíritu» (Jn 1,13; 3,3-8). Del nacimiento (natus) viene la naturaleza (natura). Y nosotros, que nacimos una primera vez de otros hombres, y de ellos recibimos la naturaleza humana, después en Cristo, renacidos en la Iglesia por el agua y el Espíritu, hemos nacido una segunda vez del Padre celestial, recibiendo de Él una participación nueva en la naturaleza divina (1Pe 1,4).
La santificación obrada por la gracia de Cristo no produce, pues, en el hombre solamente un cambio accidental (como el hombre alcohólico, que ya libre de su adicción, sigue siendo él mismo, pero sobrio). El cambio accidental puede sanar, pero no cambia el ser de la naturaleza humana. Por el contrario, la santificación cristiana no es algo que afecte sólo al obrar (el bebedor que se hace sobrio), sino que es ante todouna transformación ontológica, que afecta a la misma naturaleza del ser humano. Vuelve el hombre a nacer. Recibe por gracia divina una nueva naturaleza, dotada de nuevas facultades de conocer, la fe, y de amar, la caridad, por las que participa de un modo cualitativamente nuevo del conocer y amar del mismo Dios. Ya no se rige el cristiano meramente por la razón y la voluntad, sino por «la fe operante por la caridad» (Gal 5,6). Esas virtudes, por la gracia del Espíritu Santo, perfeccionan la vida humana, elevándola a un orden de ser nuevo, a una vida sobre-humana, sobre-natural.
El hombre viejo, el terrenal, el que fracasó por el pecado, fue creado de este modo al comienzo del mundo: «formó Yavé Dios al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su rostro aliento de vida, y fue el hombre ser animado» (Gén 2,7). De modo semejante ahora el hombre nuevo, el celestial, en la plenitud de los tiempos, es formado por Jesucristo, el segundo Adán: «sopló sobre ellos y les dijo: “recibid el Espíritu Santo”» (Jn 20,22). De este modo, «el primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente; el último Adán [Cristo], espíritu vivificante. El primer hombre fue de la tierra, terreno; el segundo hombre fue del cielo. Cual es el terreno, tales son los terrenos; cual es el celestial, tales son los celestiales» (1Cor 15,45. 47-48). «Vosotros, pues, hermanos santos, que participáis de la vocación celeste, considerad al Apóstol y Pontífice de nuestra confesión (Heb 3,1).
–Ésta es la vocación cristiana en los Santos Padres
Los Padres antiguos fueron muy conscientes de esta maravillosa realidad. San Juan Crisóstomo: Cristo «nació según la carne para que tú nacieras en espíritu; él nació de mujer para que tú dejases de ser hijo de mujer» y vinieras a ser hijo de Dios (MG 57,26). San Agustín: «Dios manda esto: que no seamos hombres. A no ser hombre te llamó el que se hizo hombre por ti. Dios quiere hacerte dios» (ML 38,908-909).
La misma doctrina, aunque en diferente perspectiva, la hallamos en otros Padres, como en San Ignacio de Antioquía, que refiriéndose a la perfecta unión con Cristo en el cielo, dice: «llegado allí, seré de verdad hombre» (Romanos 6,2). El sentido es claro: si el hombre es «imagen de Dios», por el pecado ha desfigurado profundamente su propio ser; ha hecho de sí mismo una caricatura de hombre. Por eso el cristiano, al haberse configurado plenamente a Jesucristo, es quien de verdad llega a ser hombre: inicialmente en la tierra por la vida de la gracia, y plenamente en el cielo por la vida en la gloria (Vat.II, GS 22b; 41a).
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Ningún humanismo autónomo puede producir realmente un «hombre nuevo». Como el mundo está harto de «lo viejo», es decir, de sí mismo (hombres viejos, planteamientos, problemas, conductas y vicios viejos, Ef 4,22), prodiga la fascinante terminología de «lo nuevo» (nuevo modelo, nuevo régimen, nueva línea, nuevos filósofos, hombre nuevo, cambio, nueva sociedad, un estilo nuevo, etc.) En realidad son variaciones sobre el mismo tema, son «los mismos perros con distintos collares».
Conozcamos bien que fuera de Cristo no hay en el mundo nada nuevo (Ecl 1,9-10). En la historia de la humanidad la única novedad, la única Buena Nueva, es Jesucristo, nacido de Dios y de María. Y el Espíritu Santo, que Jesucristo comunica desde el Padre, es el único que de verdad renueva la faz de la tierra; el único que en su omnipotencia divina es capaz de crear nuevos seres, modos nuevos de pensar, de obrar y de vivir, nuevos caminos, nuevas formas e instituciones.
El pelagianismo actual afecta hoy con frecuencia a los cristianos, haciéndoles buscar «un nuevo nacimiento» en terapias naturales de muy diversas modalidades psico-somáticas. Ya traté de esto anteriormente (60). Es una forma de apostasía, pues «maldito es el hombre que en el hombre poner su confianza y aleja su corazón del Señor» (Jer 17,5). Sin embargo, en algunos Centros Católicos de Espiritualidad, conventos, casas de retiros y de ejercicios, parroquias, se promocionan estos métodos. En los últimos decenios es relativamente frecuente que estos Centros ofrezcan, junto a reuniones bíblicas o ejercicios espirituales, una serie muy variada de terapias naturales: eneagrama, meditación transcendental, reiki, técnicas individuales o comunitarias de autorrealización, yoga, zen, energía positiva, rebirthing, dinámicas de grupo, sofrología, yosoki, libros de autoayuda y de autoliberación interior, etc. etc. etc. New Age. Palitos de incienso, salas con moqueta y luz indirecta, donde a veces quedó colgado un crucifijo o una imagen de la Virgen María –un descuido–… Se aconseja «traer ropa y calzado cómodos».
Y estas ofertas van acompañadas de altísimas promesas, en las que vienen a describirse nuevas maneras de santidad y de nuevo-nacimiento. Transcribo de algunos programas publicitarios:
«Es una técnica liberadora de las tensiones psíquicas y de la dispersión mental como camino que facilita el sereno acceso a la identidad personal. Facilita una paciente y sosegada escucha del lenguaje del cuerpo, como recuperación del silencio y de la unidad. Enseña a escuchar la experiencia, a ver la realidad como es (vispassana)». «Los retiros [les llaman retiros] de yoga, reiki y sofrología caycediana son encuentros de trabajo y profundización personal, así como de iniciación en estos procesos de crecimiento, que generan una profunda paz y bienestar, así como una gran revitalización, equilibrando la energía, despertando la consciencia, serenando la mente, armonizando los chacras [es importante], despertando la vida del ser, elevando el alma, ayudando a crecer y dar los pasos necesarios en el momento de la vida en que cada uno se encuentra… Desomatiza lo negativo, somatiza lo positivo. Equilibra todo el sistema energético, generando un agradable estado de cálido bienestar y confianza interior. Actualiza las potencialidades dormidas o paralizadas. En un ambiente tranquilo y apacible, como es el monasterio de N. N… Comida vegetariana»… Página web, números de teléfono, e-mail de contacto, y quién sabe si la Misa se incluye en el pack. Organización perfecta. Eso sí, a veces los dichos cursillos son caros. Pero merece la pena: lo que vale, cuesta.
Quienes promueven estos caminos de perfección y participan en ellos, están sirviendo objetivamente en una u otra medida al diablo, al Padre de la Mentira, aunque en muchos casos no sea ésa su intención.
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Al margen del cristianismo, todo es tremendamente viejo y caduco. Y si el mundo no se derrumba del todo, es por la Iglesia de Cristo. Como decía un cristiano del s. II –cuando los discípulos de Cristo sufrían marginación civil, persecución y catacumbas–, «lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo… Los cristianos están presos en el mundo, como en una cárcel; pero son ellos los que mantienen la trabazón del mundo» (Cta.a Diogneto VI).
Y en este sentido conviene decir de paso que la palabra «aggiornamento» de la Iglesia resulta más ambigua de lo deseable, a no ser que el «oggi» no se refiera al mundo actual, sino a nuestro Señor y Salvador Jesucristo, que «es el mismo ayer y hoy y por los siglos» (Heb 13,8).
Como ya dije hace poco en otro artículo (348), pero déjenme que lo recuerde aquí, los cristianos primeros entienden perfectamente que el mundo está viviendo en «la vieja locura», como dice Clemente de Alejandría (+215, Pedagogo I,20,2), vieja locura de la que ellos han sido felizmente liberados por el Evangelio. Entienden que el mundo es «lo viejo», es lo de siempre; y que el cristianismo es «lo nuevo», la verdad ignorada, liberadora y deslumbrante: la Buena Noticia. Evangelizar es para ellos iluminar con la luz de Cristo a unos hombres «que viven en tinieblas y sombras de muerte» (Lc 1,79).
Y es que «nosotros sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero [el Padre]. Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el Dios verdadero y la vida eterna» (1Jn 5,20-21).
José María Iraburu, sacerdote
Post post.– Aunque lo declarado en este artículo es tan fundamental en la fe, son muchos los cristianos que lo ignoran o que llegan a negarlo; incluso Cardenales de la Santa Iglesia romana. Algunos de éstos hay –lo hemos visto hace poco– que, cuando tratan de la disciplina pastoral más conveniente para matrimonios, adulterios y otras uniones irregulares, pareciera que están pensando en hombres que son meramente hombres; y no en hombres que han vuelto a nacer como hijos de Dios, y que propiamente son cristianos.
14 comentarios
Considerando esta noción a la luz del texto bíblico que enseña que "se nos han concedido las preciosas y sublimes promesas, para que, por medio de ellas, seáis partícipes de la naturaleza divina," (2 Pe 1,4), mi entendimiento es que "las preciosas y sublimes promesas" que "se nos han concedido" para que, "por medio de ellas," seamos partícipes de la naturaleza divina, son la gracia santificante y la caridad, tal que por la primera somos partícipes de la persona del Hijo, miembros del Hijo, y por la segunda somos partícipes de la persona del Espíritu Santo, templos del Espíritu Santo.
Por un lado, este entendimiento está de acuerdo con uno de los cánones de Trento sobre la justificación:
"CAN. XI. Si alguno dijere que los hombres se justifican o con sola la imputación de la justicia de Jesucristo, o con solo el perdón de los pecados, excluida la gracia y caridad que se difunde en sus corazones, y queda inherente en ellos por el Espíritu Santo; o también que la gracia que nos justifica, no es otra cosa que el favor de Dios; sea excomulgado."
Por otro lado, que la caridad es una participación de la Persona del Espíritu Santo, es afirmado explícitamente por S. Tomás de Aquino en su tratamiento de la caridad en ST, Parte II-II, Cuestión 24:
"La caridad, pues, no está en nosotros ni de manera natural ni como efecto de las fuerzas naturales, sino por infusión del Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, y cuya participación en nosotros es la caridad misma creada, como ya hemos dicho (q.23 a.2 ad 1)." (a.2)
"Esto es, en realidad, lo que hace Dios aumentando la caridad: que se enraice más y se participe mejor en el alma la semejanza del Espíritu Santo." (a.5 ad 3)
"La caridad misma, por su propia especie, no tiene límite en su crecimiento, dado que es una participación de la infinita caridad, que es el Espíritu Santo." (a.7)
"Por la caridad habita en nosotros el Espíritu Santo, como se deduce de lo que dejamos expuesto (a.2; q.23 a.2)." (a.11)
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JMI.-S. Juan de la Cruz describe la inhabitación de la Sma. Trinidad en el alma en términos semejantes. Le copio de la SÍNTESIS DE ESPIRITUALIDAD CATÓLICA, Rivera-Iraburu, Fund. GRATIS DATE, Pamplona 2008, 7ª ed., pg. 43:
...
La inhabitación de Dios en el alma es para San Juan de la Cruz «lo más a que en esta vida se puede llegar» (Llama 1,14). «El Verbo Hijo de Dios, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, esencial y presencialmente está escondido en el íntimo ser del alma» (Cántico 1,6). ¿Puede haber algo mayor?
«Dios mora secretamente en el seno del alma, porque en el fondo de la sustancia del alma es hecho este dulce abrazo. Mora secretamente, porque a este abrazo no puede llegar el demonio, ni el entendimiento del hombre alcanza a saber cómo es. Pero al alma misma, [que ha sido introducida ya por la alta vida de virtud] en esta perfección, no le está secreto, pues siente en sí misma este íntimo abrazo... ¡Oh, qué dichosa es esta alma que siempre siente estar Dios descansando y reposando en su seno!... En otras almas que no han llegado a esta unión, aunque no está [el Esposo] desagradado, porque al fin están en gracia, pero, por cuanto aún no están bien dispuestas, aunque mora en ellas, mora secreto para ellas, porque no le sienten de ordinario, sino cuando él les hace algunos recuerdos sabrosos» (Llama 4,14-16).
Y es el amor la causa de la inhabitación: «Si alguno me ama...» (Jn 14,23). «Mediante el amor se une el alma con Dios; y así, cuantos más grados de amor tuviere, tanto más profundamente entra en Dios y se concentra en El. De donde podemos decir que cuantos grados de amor de Dios puede tener el alma, tantos centros puede tener en Dios, uno más adentro que otro, porque el amor más fuerte es el más unitivo. Y si llegare hasta el último grado del amor, llegará a herir el amor de Dios hasta el último centro y más profundo del alma, lo cual será transformarla y esclarecerla según todo el ser y potencia y virtud de ella, según es capaz de recibir, hasta ponerla que parezca Dios» (Llama 1,13). Entonces «el alma se ve hecha como un inmenso fuego de amor que nace de aquel punto encendido del corazón del espíritu» (2,11).
El misterio de la Trinidad divina tal cual es –generación del Hijo, espiración del Espíritu– se da en el alma, que recibe «la comunicación del Espíritu Santo, para que ella espire en Dios la misma espiración de amor que el Padre espira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo... Porque eso es estar [el alma] transformada en las tres Personas en potencia [Padre] y sabiduría [Hijo] y amor [Espíritu Santo], y en esto es semejante el alma a Dios, y para que pudiese venir a esto la creó a su imagen y semejanza» (Cántico 39,3-4).
Ese «abrazo abismal de su dulzura» que el Padre ha dado al hombre, lo ha dado en Cristo Esposo, que así celebra sus bodas con la humanidad «con cierta consumación de unión de amor» (Cántico 22,3; +Llama 4,3).
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Parece que S. Juan de la Cruz algo sabía de esto por ciencia y por experiencia ¿no?
Grandioso.
Bendición +
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JMI.-Me figuro que el sacramento del bautismo lo está celebrando muy bien ese sacerdote.
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JMI.-Bendición + María.
Por dicha no es demasiado tarde. Sigo viva. jeje
Saludo de Navidad y Año Nuevo, querido padre.
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JMI.-Siempre estamos en buena hora y día para recibir Buenas Noticias.
Bendición + Maricruz
Pero claro, si no se comprenden los misterios de Cristo, empezando por negar su divinidad, todo el edificio, se viene abajo.Si Cristo es un simple hombre, ¿qué Espíritu va a poder transmitirnos?.Para entregarse a las divagaciones sentimentaloides y sensibleras, de origen protestante, que se pueden observar en muchos que se declaran católicos, no hace falta la intervención de ningún principio trascendente.
Me ha hecho sonreir también sus obsevaciones sobre esos centros de meditación cristiano-orientales.Un día vi un centro de tales características que se llamaba "Eckart", tratando de hacer un cóctel supongo, entre las enseñanzas del Maestro alemán y delirios orientalistas.Estuve a punto de entrar y montar un pollo, y preguntar por el director del centro, pero finalmente lo dejé correr.Y extrañamente, un día hubo un incendio durante la noche, por un cortocircuito, que casi acaba con él.Gloria a Dios, que de cuando en cuando muestra su poder.
"Y la gracia de Dios que ha sanado y elevado a un orden sobre-natural la naturaleza del hombre, es la gracia que asiste continuamente al santificado para que pueda vivir santamente". Meditar constantemente sobre esta gran verdad nos ayudaría a superar pequeñas dificultades que magnificamos por falta de confianza.
Muy feliz año 2016, Padre. Que el Espíritu Santo lo siga iluminando, para que Ud. a su vez nos ayude a nosotros en este peregrinar. Muchísimas gracias por todo el bien que nos hace. Que la Santísima Virgen María y San José no dejen de protegerlo.
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JMI.-No se sabe, porque no se predica. Pero ya en el mismo N.T. se dice todo esto innumerables veces. Los Padres, los Doctores, los santos, el Magisterio apostólico, todos enseñan esto mismo. Ciertamente al decirlo no descubro yo el Mediterráneo: simplemente digo que está ahí.
Bendición +
Cada vez me asombro más de que la mayoría de los católicos no conocen nuestra fe. Peor que eso, a menudo se asombran y se escandalizan cuando se les dice alguna verdad del tesoro que significa ser cristiano.
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JMI.-Empapelar con este artículo la ciudad lo veo un poco difícil.
Pero enviar a los amigos el enlace o imprimirlo varias veces y difundirlo,
eso sí que me parece posible, deseable, apostólico, justo, equitativo y saludable.
Bendición epifánica +
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JMI.-Amén. Bendición +
Yo suelo describir la relación entre las dos santidades usando dos conceptos usuales de mi campo de trabajo (pre-requisito y post-requisito), Ud verá si facilitan o entorpecen el entendimiento: recibir de Dios la santidad óntica (inicialmente por el bautismo, y subsecuentemente por la Eucaristía) es pre-requisito para practicar la santidad moral (y crecer en ella), y practicar la santidad moral es post-requisito para conservar la santidad óntica recibida (y crecer en ella).
¿Cómo es posible que el Señor nos haya dado tantísimos regalos,? Aunque hay un solo regalo, se nos ha dado Él.
Una vez renacidos siendo transformados por la gracia.¿ Podemos llamar Padre al mismo Jesucristo en la oración?, ya que Él nos dice "que el Padre y Yo somos Uno", Si en la oración considera que no debo llamarle Padre al mismo Hijo de Dios seguiré llamándole Señor, es cierto que tenemos el Padrenuestro dado de la misma boca de Jesús.
Otra pregunta,en la gestación del ser humano se crea el alma para este nuevo ser en el momento de la fecundación. Nos dice ",Y nosotros, que nacimos una primera vez de otros hombres, y de ellos recibimos la naturaleza humana," Podemos decir que los padres son cocreadores con Dios, aunque los padres no hacen nada del cuerpo humano .Antes del Bautismo ¿se puede hablar del Espiritu o del Creador en la criatura que se está formando o solamente de cuerpo y alma?
Gracias, lo emplearé para la catequesis con jóvenes y la Evangelización y que disfrute felizmente el año, y siga dándonos estos regalitos.
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JMI.-No me parece propio llamar "padre" a Jesucristo, pero tampoco lo veo como algo erróneo. Una cofradía andaluza creo que le da ese nombre. Y en algunos textos piadosos lo he leído.
Dios infunde inmediatamente Él el alma en el niño concebido por sus padres.
Pero la inhabitación de la Sma. Trinidad en el alma que es comunicada en el bautismo y mantenida en la vida de la gracia es distinta y cualitativamente superior, inmensamente superior, porque es sobre-natural, sobre-humana.
A. el dogma de fe de la unidad de la operación divina ad extra, el cual dice que todas las operaciones de Dios ad extra son comunes a las tres Personas divinas.
B. las nociones de causa eficiente, el agente de un evento o acción, y causa final, la finalidad de ese evento o acción.
Por el dogma del punto A, sabemos que la obra de santificación ontológica del ser humano, el hacerlo nacer de nuevo a la participación de la vida divina como miembro del Hijo y templo del Espíritu Santo, es común a las tres Personas divinas. Lo cual no se opone a la atribución o "apropiación" de esa obra al Espíritu Santo, del mismo modo que la Encarnación del Verbo, que fue obra común de las tres Personas divinas, es atribuida usualmente al Espíritu Santo: "fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo".
Pasando al punto B, distinguimos entre paternidad como causa eficiente, la acción de engendrar, y paternidad como causa final, la relación personal Padre-hijo que resulta de esa acción. La primera, por el dogma del punto A, corresponde a la Santísima Trinidad, por lo que en cuanto a la causa eficiente somos hijos de las tres Personas divinas, que en nuestra santificacion (y en cualquier otra operación ad extra) obran como una sola causa eficiente. Pero dado que el nuevo nacimiento nos hace miembros de Cristo, no del Padre ni del Espíritu Santo, en cuanto a la causa final, la relación personal que resulta de la santificación, somos hijos del Padre. Por lo tanto en el Padre Nuestro nos dirigimos al Padre.
Algo análogo ocurrió en la Encarnación del Verbo. La causa eficiente de esa acción fue la Santísima Trinidad, pero el resultado de esa acción fue que la Humanidad de Jesús fue asumida por el Hijo, no por el Padre ni por el Espíritu Santo.
Es lógico que S. Juan de la Cruz describa la inhabitación trinitaria en el alma en términos semejantes, porque la participación de la naturaleza divina y la inhabitación trinitaria en el alma no son dos realidades conexas, sino dos aspectos de la misma realidad.
Y con la parte final de su oportuna cita:
El misterio de la Trinidad divina tal cual es –generación del Hijo, espiración del Espíritu– se da en el alma, que recibe «la comunicación del Espíritu Santo, para que ella espire en Dios la misma espiración de amor que el Padre espira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo...
coincide Santo Tomás de Aquino al describir la relación de la gracia santificante y la caridad: "de la gracia misma fluyen sobre las potencias del alma las virtudes, que mueven estas potencias a sus actos." (ST I-II, q.110, a.4 ad 1). Donde si la potencia del alma es la voluntad, la virtud sobrenatural correspondiente es la caridad (ST II-II, q.23, a.2).
Por lo tanto, análogamente a la procesión del Espíritu Santo del Hijo (y del Padre, directamente por espiración e indirectamente por la generación del Hijo que lo espira), la caridad procede de la gracia santificante (y de Dios, directamente por infusión e indirectamente por la infusión de la gracia santificante de la cual fluye).
Así, en el marco conceptual que S. Tomás expone en la ST, hay una correspondencia total y perfecta entre los planos de:
- el alma humana o la naturaleza angélica (esencia y voluntad),
- los dones sobrenaturales (gracia santificante y caridad), y
- las Personas divinas (Hijo y Espíritu Santo),
siendo los dos componentes de cada plano realmente distintos entre sí y a la vez inseparables, o más aún, en el caso de las Personas divinas, consustanciales.
En librerias católicas, los dueños, con tal de vender, y enseñan esas técnicas, son maestros de la vida interior ja!!!!!Ja!!!!.
Que Dios lo Bendiga Padre y lo haga con la Iglesia.
Muchas Gracias.
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