(337) Pecado –8. Pecados mortales y veniales
–Padre nuestro, perdona nuestras ofensas.
–Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
Pecado mortal y pecado venial. Juan Pablo II, en la exhortación apostólica Reconciliatio et pænitentia (1984, 17), expone los fundamentos bíblicos y doctrinales de la distinción real entre pecados mortales, que llevan a la muerte (1Jn 5,16; Rm 1,32), pues quienes persisten en ellos no poseerán el reino de Dios (1Cor 6,10; Gal 5,21), y pecados veniales, leves o cotidianos (Sant 3,2), que ofenden a Dios, pero que no cortan la relación de amistad con Él. Ésta es, en efecto, la doctrina tradicional, que Santo Tomás enseña (STh I-II,72,5), como también el concilio de Trento (Dz 1573, 1575, 1577).
–El pecado mortal es una ofensa a Dios tan terrible, y trae consigo unas consecuencias tan espantosas, que no puede producirse sin que se den estas tres condiciones: –materia grave, o al menos apreciada subjetivamente como tal; –plena advertencia, es decir, conocimiento suficiente de la malicia del acto; y –pleno consentimiento de la voluntad. Un solo acto, si reune tales condiciones, puede verdaderamente separar de Dios, es decir, puede causar la muerte del alma. En este sentido, dice Juan Pablo II, se debe «evitar reducir el pecado mortal a un acto de “opción fundamental” contra Dios –como hoy se suele decir–, entendiendo con ello un desprecio explícito y formal de Dios o del prójimo» (Reconciliatio 17).
La maldad del pecado mortal consiste en que rechaza un gran don de Dios, una gracia que era necesaria para la vida sobrenatural. Mata, por tanto, ésta; separa al hombre de Dios, de su amistad vivificante; desvía gravemente al hombre de su fin verdadero, Dios, orientándolo hacia bienes creados. En este último sentido ha de entenderse la expresión «actos desordenados», que hoy –desafortunadamente– vienen a ser un eufemismo frecuente para evitar la palabra «pecado».
–El pecado venial rechaza un don menor de Dios, algo no imprescindible para mantenerse en vida sobrenatural. No produce la muerte del alma, sino enfermedad y debilitamiento; no separa al hombre de Dios completamente; no excluye de su gracia y amistad (Trento 1551, Errores Bayo 1567: Dz 1680, 1920); no desvía al hombre totalmente de su fin, sino que implica un culpable desvío en el camino hacia él. Un pecado puede ser venial (de venia, perdón, venial, perdonable) por la misma levedad de la materia, o bien por la imperfección del acto, cuando la advertencia o la deliberación no fueron perfectos.
No siempre el pecado venial es sinónimo de pecado leve, apenas culpable, sin mayor importancia. Conviene saber esto y recordarlo. Así como la enfermedad admite una amplia gama de diversas gravedades, teniendo al límite la muerte, de modo semejante el pecado venial puede ser leve o grave, casi mortal. Imaginen este diálogo: –¿Esa enfermedad es mortal? –No, gracias a Dios. –Bueno, entonces es leve. –No, es bastante o muy grave, y si no se sana a tiempo, puede llegar a ser una enfermedad mortal.
Juan Pablo II, en el lugar citado, recuerda que «el pecado grave se identifica prácticamente, en la doctrina y en la acción pastoral de la Iglesia, con el pecado mortal». Sin embargo, ya se comprende que también el pecado venial puede tener modalidades realmente graves. Cayetano usa la calificación de «gravia peccata venialia», y Francisco de Vitoria, con otros, emplea expresiones equivalentes (M. Sánchez, Sobre la división del pecado, «Studium» 1974, 120-123). Pero, como es lógico, son particularmente los santos, quienes más aman a Dios, los que más insisten en la posible gravedad de ciertos pecados veniales.
Así Santa Teresa: «Pecado por chico que sea, que se entiende muy de advertencia que se hace, Dios nos libre de él. Yo no sé cómo tenemos tanto atrevimiento como es ir contra un tan gran Señor, aunque sea en muy poca cosa, cuanto más que no hay poco siendo contra una tan gran Majestad, viendo que nos está mirando. Que esto me parece a mí que es pecado sobrepensado, como quien dijera: “Señor, aunque os pese, haré esto; que ya veo que lo véis y sé que no lo queréis y lo entiendo, pero quiero yo más seguir mi antojo que vuestra voluntad”. Y que en cosa de esta suerte hay poco, a mí no me lo parece, sino mucho y muy mucho» (Camino Perf. 71,3). La reincidencia desvergonzada agrava aún más la culpa: «que si ponemos un arbolillo y cada día le regamos, se hará tan grande que para arrancarle después es menester pala y azadón; así me parece es hacer cada día una falta –por pequeña que sea– si no nos enmendamos de ella» (Medit. Cantares 2,20).
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–Imperfecciones. Por otra parte, grandes autores nos hablan de las imperfecciones, junto a los pecados mortales y veniales (San Juan de la Cruz, 1 Subida 9,7; 11,2). La imperfección suele definirse como «la deliberada omisión de un bien mejor». Pudiendo hacer un bien mayor, se elige hacer un bien menor… ¿Realmente es pecado? Otros piensan que, más bien, la imperfección es una obra buena, pero no perfecta. Otros –y yo con ellos– estimamos que es simplemente un pecado venial, aunque sea muy leve.
No creemos que existan actos humanos moralmente indiferentes (decimos actos humanos, por tanto conscientes y deliberados). Podrá haber actos del hombre (andar, comer, escribir) indiferentes por su especie, es decir, considerados en abstracto. Pero considerados en concreto, en la acción individual, tales actos serán buenos o malos, según la moralidad derivada de las circunstancias y del fin del agente (STh I-II,18,9). Ahora bien, si no hay actos morales indiferentes, no hay imperfecciones: los actos humanos o son buenos o son malos –venial o mortalmente pecaminosos–. Así pues, «la imperfección moral es pecado venial» (B. Zomparelli, imperfection morale, Dict. de Spiritualité, París 1970, 1625-1630).
Dejemos a un lado en esto si tal cosa es de precepto o consejo, si es un bien en sí mayor o menor, etc., y veamos la cuestión sencillamente. Siempre que el hombre rechaza la íntima moción de la gracia de Dios, peca –venial o mortalmente–; trátese de precepto o consejo, bien mayor o menor. Si, por ejemplo, una persona tiene conciencia moral cierta de que Dios quiere darle su gracia para que vaya a misa diariamente, si no va y se aplica a otra obra buena (trabajar, estudiar, lo que sea), no incurre simplemente en una imperfección, sino en un pecado venial –pues el don rechazado no es vital, sino sólo conveniente y precioso–. Y ya sabemos, por supuesto, que no hay precepto que mande participar diariamente en la Misa.
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–Evaluación subjetiva del pecado concreto
La división teórica de la gravedad de los distintos pecados es relativamente sencilla. Pero a la hora de evaluar en concreto la gravedad de ciertos pecados cometidos, surgen a veces en las conciencias problemas no pequeños. Señalemos, pues, algunos criterios en orden al discernimiento.
1.–Aunque somos personas humanas, hacemos pocos «actos humanos», si entendemos por éstos los que proceden de razón y libertad (ST I-II, 1,1; ib. ad 3m). Los hombres espirituales tienen una vida muy consciente y deliberada, pero son pocos. La mayoría de los hombres son carnales, y el sector consciente y libre de sus vidas es bastante reducido. Obran muchas veces movidos por su costumbre, por la moda, por las circunstancias, por lo que le apetece, por lo que le piden. En gran medida, pues, «no saben lo que hacen» (Lc 23,34; cf. Rm 7,15). Más aún, los que pecan mucho ponen sus almas tan oscuras, que acaban confundiendo vicio y virtud, mal y bien. Todos, más o menos, sufrimos estas oscuridades, y todos hemos de decir ante el Señor: «¿Quién conoce sus faltas? Absuélveme de lo que se me oculta» (Sal 18,13).
Ahora bien, si en aquello que en nuestra conciencia hay de consciente y libre nos empeñamos sinceramente en no ofender a Dios, llegaremos a no ofenderle tampoco en aquellas cosas de las que hoy todavía apenas somos conscientes. Es decir, la reducción de los pecados formales, amplía e ilumina cada vez más nuestra conciencia, y nos va librando incluso de aquellos que llamamos pecados materiales, que no son realmente culpables, por faltar en ellos el conocimiento o la voluntariedad. Por el contrario, en los cristianos plenamente crecidos en la gracia casi todos los actos son humanos, pues en ellos la voluntad obra según la razón y según «la fe operante por la caridad» (Gal 5,6).
2.–La gravedad o levedad de un pecado concreto ha de ser juzgada según el pensamiento de la fe, esto es, a la luz de la sagrada Escritura y de la enseñanza de la Iglesia; y no según el temperamento personal o el ambiente en que se vive. De otro modo, los errores en la evaluación pueden ser enormes.
Las personas juzgan frecuentemente la gravedad de un pecado según su temperamento y modo de ser. Tal caballero antiguo no hace casi problema de conciencia si mata a otro en un duelo de pura vanidad; pero si dijera una mentira grave sentiría terriblemente manchado su honor y su conciencia. Esta señora rezadora es incapaz de faltar contra la castidad en los más mínimo, pero maltrata a su empleada, y no ve en ello nada de malo; ve en ello, más bien, una muestra noble de energía y autoridad.
Influye también mucho el ambiente, y también, por supuesto, el mismo medio eclesial concreto. Faltas, por ejemplo, contra la abstinencia penitencial que son muy tenidas en cuenta en tal época o Iglesia particular, en otro tiempo y lugar apenas se consideran. Se dan, pues, en esto errores de época, graves errores colectivos, de los cuales, por supuesto, no se libran los cristianos carnales de nuestro tiempo. Tantos de ellos, por ejemplo, no consideran pecado mortal la inasistencia a la Misa dominical durante años. Su conciencia está deformada, quizá a causa de predicaciones falsas.
3.–A todo pecado, sea mortal o venial, hay que dar mucha importancia. El dolor por la culpa ha de ser siempre máximo, y en este sentido no tiene mayor interés llegar a saber si tal pecado fue mortal o venial, venial leve o grave. Por lo demás, insistimos en que un pecado, aunque no sea mortal, puede ser muy grave. En pecados, por ejemplo, contra la caridad al prójimo, desde una antipatía apenas consentida, pasando por murmuraciones y juicios temerarios, hasta llegar al insulto, a la calumnia o al homicidio, hay una escala muy amplia, en la que no se puede señalar fácilmente cuándo un pecado deja de ser venial para hacerse mortal.
4.–EI pecado de los cristianos tiene una gravedad especial. «Si pecamos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad» ¿qué castigo mereceremos? Si era condenado a muerte el que violaba la ley de Moisés, «¿de qué castigo más severo pensáis que será juzgado digno el que haya pisoteado al Hijo de Dios, y haya profanado la sangre de su Alianza, en la que fue santificado, y haya ultrajado al Espíritu de la gracia?» (Heb 10,26. 29). A éstos «más les valía no haber conocido el camino de la justificación, que, después de haberlo conocido, echarse atrás del santo mandamiento que se les ha transmitido. Les ha pasado lo del acertado proverbio: “El perro ha vuelto a su propio vómito”, y “el cerdo, recién lavado, se revuelca en el lodo”» (2Pe 2,21-22).
5.–El cristiano que habitualmente vive en gracia de Dios, en la duda, debe presumir que su pecado no fue mortal. Y la presunción será tanto más firme cuanto más intensa y firme sea su vida espiritual. Recordemos que gracia, virtudes y dones son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en el hombre. Y el hábito es «qualitas difficile mobilis»: implica permanencia y estabilidad, como dice Santo Tomás (STh I-II, 49,2 ad 3m). La gracia da al hombre una habitual inclinación al bien, así como una habitual tendencia a evitar el pecado (De veritate 24,13). Por eso tanto la vida en pecado como la vida en gracia poseen estabilidad, y la persona no pasa de un estado al otro con facilidad y frecuencia. Por eso aquellos buenos cristianos que con excesiva facilidad piensan que tal pecado suyo fue mortal suelen estar equivocados, quizá porque recibieron una mala formación o porque son escrupulosos. Estiman que puede perderse la gracia de Dios como quien pierde un paraguas, por puro olvido o despiste.
Tengamos en cuenta ante todo que cuando el Señor agarra al hombre fuertemente por su gracia, no consiente tan fácilmente que por el pecado mortal se le escape. Viviendo normalmente en gracia, caminamos fuertemente tomados de la mano de Dios. Y como dice Jesús, «lo que me dio mi Padre es mejor que todo, y nadie podrá arrancar nada de la mano de mi Padre» (Jn 10,29). Y San Pablo: «¿Quién podrá arrancarnos al amor de Cristo?… [Nada] podrá arrancarnos al amor de Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rm 8,35.39).
–No conviene cavilar en exceso tratando de evaluar exactamente la gravedad de un pecado. Lo que hay que hacer es arrepentirse de él con todo el corazón. Y aunque el pecado fuere pequeño, sea muy grande el arrepentimiento.
Los que atormentan su alma intentando evaluar su culpa, dándole vueltas y más vueltas, no sacan nada en limpio. Muchas veces son escrupulosos. Imaginemos que un niño, desobedeciendo a su madre, ha dado un portazo –por prisa, por enfado, por negligencia, por lo que sea–. Triste sería que luego el niño, encogido en un rincón, se viera corroído por interminables dudas: «¿Fue un portazo muy fuerte?… No tanto. ¿Quizá trato de quitarme culpa? Muy suave no fue, ciertamente. ¿Pero hasta qué punto me di cuenta de lo que hacía?» etc. … Poco tiene eso que ver con la sencillez de los hijos de Dios, que viven apoyados siempre en el amor del «Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo» (2Cor 1,3). En no pocos casos, estas cavilaciones morbosas proceden en el fondo de un insano deseo de controlar humanamente la vida de la gracia y cada una de sus vicisitudes. Pero muchas veces la evaluación del pecado concreto es moralmente imposible: «Ni a mí mismo me juzgo –decía San Pablo–. Quien me juzga es el Señor» (1Cor 4,3-4).
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–Pecados de omisión. Todos los días pedimos al Señor en la Misa que perdone nuestros pecados de «pensamiento, palabra, obra u omisión». Estos pecados de omisión pueden ser muy graves: vivir habitualmente desvinculado de la santa Misa, ignorar más o menos conscientemente la situación de un familiar que necesita una ayuda con urgencia, no prestar suficiente atención de amor al cónyuge, centrándose durante los tiempos libres en alguna de las tantísimas aficiones que pueden cautivar a la persona; etc. Muchas veces los pecados de omisión van unidos a pecados de obra. En todo caso, al ser omisiones, con frecuencia no son advertidos por la conciencia, que capta con más facilidad los pecados de obra positiva.
Cristo señala y reprueba en varias ocasiones pecados que son de omisión. Condena la higuera infructuosa (Mc 11,12-14, 20-21). Las vírgenes imprudentes de la parábola no se ven privadas del banquete por pecado de comisión, sino de omisión (Mt 25,11-13). Igualmente es castigado el siervo que no empleó debidamente su talento (Mt 25, 27-29). En el Juicio final el Señor castiga por los muchos bienes que, pudiendo hacerlos, no fueron hechos (Mt 25, 41-46). El rico de la parábola es condenado no por haber causado algún mal al pobre Lázaro, sino por haberlo ignorado, teniéndolo en la misma puerta de su casa, sin prestarle nunca ayuda (Lc 16,19-3 l). La omisión de aquellas buenas obras debidas en justicia o en caridad, que son posibles, ciertamente constituyen un pecado, un pecado de omisión. Esta verdad nos lleva a reafirmar otra verdad fundamental que le precede.
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–Las buenas obras son necesarias para la salvación. Dice Jesús: «Sed perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial» (Mt 5,48). «En esto será glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y así seréis discípulos míos» (Jn 15,8). Nosotros, pues, como hijos de Dios, hemos de «andar de una manera digna del Señor, procurando serle gratos en todo, dando frutos de toda obra buena» (Col 1,10). Por lo demás, al final de los tiempos vendrá el Señor «para dar a cada uno según sus obras» (Ap 22,12; cf. Mt 25,19-46; Rm 14,10-12; 2Cor 5,10). Y entonces «saldrán los que han obrado el bien para la resurrección de vida, y los que han obrado el mal para la resurrección de condena» (Jn 5,29).
El cristiano está destinado a la perfección, y exige obras la perfección (per-fectus, de per-facere). En efecto, «la operación es el fin de las cosas creadas» (STh I,105,5), pues las potencias se perfeccionan actualizándose en sus obras propias. Por eso los cristianos, cooperando con la acción de la gracia divina –que es la que actúa en la persona «el querer y el obrar» (Flp 2,13)–, alcanzamos la perfección actuando las virtudes y dones en sus propias obras. Es fácil de entenderlo: si no nos ejercitáramos en las obras buenas, resistiríamos la gracia de Dios, pues Él quiere fecundar nuestra libertad dándole una operosidad abundante, de modo que por ella lleguemos nosotros a la perfección, y al mismo tiempo ocasionemos la de otros. «Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos» (Mt 5,16).
Advirtamos, en todo caso, que cuando hablamos de obras nos referimos igualmente a las obras externas, que tienen expresión física, como a la realización de obras internas, de condición predominantemente espiritual –como, por ejemplo, orar, perdonar una ofensa, renunciar a una reclamación justa, acordarse de Dios al paso de las horas, etc.–.
El peligro de tener muchas palabras, y pocas obras siempre ha sido denunciado por los maestros espirituales, comenzando por los mismos Apóstoles. San Pedro nos dice que Jesús «pasó haciendo el bien» (Hch 10,38). Y San Pablo: «Dios no reina cuando se habla, sino cuando se actúa» (1 Cor 4,20). Y San Juan: «No amemos de palabra ni de boca, sino con obras y de verdad» (1Jn 3,18). Los pecados de omisión van directamente en contra de esa operosidad benéfica, que no es sino docilidad a la gracia de Dios.
San Juan de la Cruz advierte que «para hallar a Dios de veras no basta sólo orar con el corazón y la lengua, sino que también, con eso, es menester obrar de su parte lo que es en sí. Muchos no querrían que les costase Dios más que hablar, y aun eso mal, y por El no quieren hacer casi nada que les cueste algo» (Cántico 3,2). Santa Teresa insiste siempre: «Vosotras, hijas, diciendo y haciendo, palabras y obras» (Camino Perf. 32,8). El amor que tenemos al Señor ha de ser «probado por obras» (3 Moradas 1,7; cf. Cuenta conc. 51). «Obras quiere el Señor» (5 Moradas 3,11). Y en la más alta perfección cristiana no queda el cristiano inerte y quieto, sino que, por el contrario, es entonces cuando florece en cuantiosas y preciosas obras buenas: «De esto sirve este matrimonio espiritual, de que nazcan siempre obras, obras» (7 Moradas 4,6). Y lo mismo dice Santa Teresa del Niño Jesús: «los más bellos pensamientos nada son sin las obras» (Manuscritos autobiog. X,5).
Así pues, la fe fiducial luterana, sin obras, es una fe muerta, sin caridad, pues si estuviera vivificada por la caridad, florecería necesariamente en obras buenas. No es, por tanto, una fe salvífica: «la fe, si no tiene obras, es de suyo muerta» (Sant 2,17).
La fe fiducial presuntamente salvífica es, pues, una caricatura de la fe viva cristiana, que es, bajo la acción de la gracia de Dios, «la fe operante por la caridad» (Gal 5,6) . En efecto, «no son justos ante Dios los que oyen la Ley, sino los que cumplen la Ley: ésos serán declarados justos» (Rm 2,13). Tampoco basta con clamar al Señor, abandonándose pasivamente a su misericordia, pues «no todo el que dice “¡Señor, Señor!” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos» (Mt 7,21).
Pues bien, el campo católico de trigo no está hoy libre de la cizaña luterana. Cuando un cristiano deja de ir a Misa, cuando la comunión frecuente no va acompañada de la confesión frecuente, cuando la absolución sacramental se imparte y se recibe sin esperanza real de conversión, como una imputación extrínseca de justicia, cuando tantos creyentes viven tranquilamente en el pecado mortal habitual –adulterio o lo que sea–, confiados a la misericordia de Dios, que es tan bueno, ¿no estamos con Lutero ante una vivencia fiducial de la fe? ¿No se da, aunque sea calladamente, una instalación pacífica en el simul peccator et iustus?
José María Iraburu, sacerdote
Post post. –Con ocasión del Sínodo 2014-2015, hemos oído hablar con cierta frecuencia, incluso a Obispos y Cardenales, de la situación de los adúlteros y de las parejas homosexuales con planteamientos netamente luteranos, no católicos.
33 comentarios
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JMI.-Gracias. Bendición +
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JMI.-Crecer en el conocimiento de la verdad siempre ha de alegrarnos.
Hablemos claro, Cristo no se anda con remilgos. Es especialmente patético que navarros y vascos -habitualmente parcos al hablar- hablemos como monjas cuando se trata de estas cosas.
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JMI.-"Actos desordenados".
Le digo yo a usted...
Venga ya.
De pena.
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JMI.-Eso es lo que hay que hacer.
Bendigamos al Señor.
Hoy parece que no es tan grave permanecer en pecados veniales, ¿por qué será que ya ni el sacerdote, y hablo en mi ciudad, y en algunas parroquias, está rehuyendo del confesionario? No hace mucho, este verano pasado, vino un sacerdote, y cuando alguien le dijo que quería confesarse, enseguida se puso en el confesionario, y luego cuando terminó su confesión, otras personas, con muchos deseos de confesarse también. Hay feligreses que desean encontrarse con sacerdotes en el confesionario, esto hay que tenerlo en cuenta,
• «...pecado de muy de advertencia, por pequeño que sea, Dios nos libre de él» «Oh, que quedan unos gusanos que no se dan a entender... hasta que nos ha roído las virtudes». «Miren que por muy pequeñas cosas va el demonio barrenando agujeros por donde entren las muy grandes» [Santa Teresa de Jesús, Moradas 5, cap.3,6. Pág. 399, Obras completas. BAC 1982].
• «En lo interior tened en cuenta hasta que os veáis con gran determinación de no ofender al Señor, que perderíades mil vida por no hacer un pecado venial y os dejaríades perseguir por todo el mundo. Esto, que veáis es con determinada consideración —digo de advertencia—, que de otra suerte, ¿Quién estará sin hacer mucho más? Hay una advertencia muy pensada; otra tan de presto, que hasta está hecha una culpilla, hasta que se hizo parece no se entendió, aunque en alguna manera se entiende. Más pecado por chico que sea, que se entiende muy de advertencia que se hace, Dios nos libre de él. Yo no sé cómo tenemos tanto atrevimiento como es ir en contra un tan Gran Señor, aunque sea en muy poca cosa, cuantimás que no hay poco siendo contra una tan Gran Majestad, viendo que nos está mirando. Que esto me parece pecado sobre pensado, como quien dice: Señor, aunque os pese, yo haré esto; que ya veo que lo veis y sé que no lo queréis y lo entiendo, más yo quiero seguir mi antojo que Vuestra Voluntad Y que en cosa de esta suerte hay poco, a mí no me lo parece, sino mucho y muy mucho.» (Santa Teresa de Jesús: Camino de Perfección, 71, 3. Pág. 326. BAC. 1982. Madrid)
Del libro: Orar con el Padre Pío, Prefería ser hecho mil pedazos antes que ofender a Dios lo más mínimo, una sola vez» (página 129. Desclée De Brouwer. Serie: Hablar con Jesús, 9ª edición. 2013).
Cuando decimos; "somos pecadores", pero nos falta dolor de corazón para convencernos de esta triste realidad, y suplicar al Señor que nos perdone, porque el pecado más mínimo, ya lo dijo Santa Teresa, que Dios nos libre de ellos.
• «Más ¡ay de nosotros, qué pocos debemos de llegar a ella, aunque a quien se guarda de ofender al Señor (…)¡Oh!, que quedan unos gusanos que no se dan a entender, hasta que, como el que royó la yedra a Jonás [4, 6 y 7], nos han roído las virtudes, con un amor propio, una propia estimación, un juzgar los prójimos, aunque sea en pocas cosas, una falta de caridad con ellos, no los queriendo como a nosotros mismos; que, aunque arrastrando cumplimos con la obligación para no ser pecado, no llegamos con mucho a lo que ha de ser para estar del todo unidas con la voluntad de Dios.» (Obras completas de Santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia Católica, Moradas quintas, cáp, 3, 6. página 399. BAC. 1984. Madrid)
Si en el pasado, nuestras críticas y juicios al prójimo, quien sea, esto no complace al Señor, y salimos perdiendo, y el demonio gana terreno en nuestra vida. Pero con el arrepentimiento de corazón, hemos de superar esa mala costumbre, y perder la vida antes que hacer juicio al prójimo. Arrepentirnos de corazón, estar bien despierto para que el demonio no se salga con la suya y nos manchemos de nuevo con una u otras culpas.
No soportaban los santos que quien estuviera cerca de ellos, por ejemplo el Santo Padre Pío, se hiciera la más mínima injuria, critica a cualquier otra persona.
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JMI.-Fuera de las obras místicas, realizadas bajo el don del ESanto, que son perfectas, todas las obras buenas que realizamos bajo la gracia "al modo humano" son perfectibles, es decir, no las obramos de modo absolutamente perfecto. Por eso identificar obras buenas perfectibles con "imperfecciones" es un error. El cristiano virtuoso, que habitualmente está realizando obras buenas, en la práctica estaría cometiendo "imperfecciones" continuamente, hasta que llegara ya a la plenitud de la vida mística, en la que se participa de la vida sobrenatural "al modo divino" por obra de los dones del ESanto.
Para mi ha sido muy importante hoy su afirmación que ante la duda, el criterio general es que no se está en pecado mortal, pues Dios no nos permite desaferrarnos de su gracia fácilmente. Sé que no a pocos les ocurre, como a mi, que se abstienen de comulgar por estas dudas y la confesión se les hace pesada, como exagerada... Que cada día confiemos más en el amor de Dios, en su perdón y en su gracia santificante...
Usted pone un ejemplo que no vale, pues para que exista verdadero pecado deben haber evidencias, no conjeturas o suposiciones subjetivas. Si veo a alguien que debido a un accidente necesita ayuda y paso de largo y me voy a Misa, cometo un verdadero pecado de omisión, pecado contra la caridad. Pero mi acto de asistir a Misa para adorar al Señor no pierde su bondad esencial.
Sin embargo, si creo que Dios me está pidiendo la asistencia diaria a Misa y en su lugar rezo el rosario ¿cómo puede ser esto pecado si no me consta tal mandato (salvo revelación divina)?. Solo puede haber pecado sobre obligaciones que conocemos con certeza objetiva. Si se trata de un 'consejo' para que exista verdadero pecado el Señor debe manifestarse de tal modo que no quede la más mínima duda de que se trata de un mandato expreso Suyo, y en ese caso se convierte en precepto. Un ejemplo clarísimo, el 'fiat' de la Virgen María, Lc. 1, 26-38.
Es por esto que el pecado se refiere siempre a preceptos, no a consejos.
El catecismo en su numero 1862 enseña: "Se comete un pecado venial cuando no se observa en una materia leve la medida prescrita por la ley moral, o cuando se desobedece a la ley moral en materia grave, pero sin pleno conocimiento o sin entero consentimiento."
Por otro lado, tenemos el testimonio de los grandes maestros espirituales y doctores de la Iglesia, san Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, etc. que distinguen entre pecados mortales, pecados veniales e imperfecciones. Y si estos santos, con tal criterio, llegaron a tan grandes alturas, prefiero ceñirme a la opinión de éstos, que a otros autores más 'rigoristas' de los que ni siquiera sabemos si alcanzaron tan feliz término.
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JMI.-Tengo que salir y tardaré en volver. Cuando vuelva, con el favor de Dios, le respondo con más calma. Entre tanto le aconsejo (consejo, no precepto) leer el nº 17 de la Reconciliatio et poenitencia. Cuando el gran Santo papa Juan Pablo II hace la división del pecado, distingue solamente mortal y venial, fiel a la tradición bíblica, patrística y magisterial. Cuando alguien peca, o es venial o es mortal su pecado (con la inmensa gama diversa de gravedades posibles, incluso en los veniales, que ya he señalado). La imperfección o no es propiamente pecado o lo es. Si es pecado, si realmente hay culpa, una de dos, o es mortal o venial. No hay un tertium quid.
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JMI.-Ya he vuelto y sigo, pero con prisa, porque tengo la mañana muy recargada. "Solo puede haber pecado -dice usted- sobre obligaciones que conocemos con certeza objetiva (...) el pecado se refiere siempre a preceptos, no a consejos".
Creo que está usted equivocado. Si una persona, volviendo al ejemplo de la Misa diaria, tiene conciencia moral cierta de que el Señor quiere "concederle" (mejor que "pedirle", como dice usted) esa preciosa gracia, y tiene conciencia moral cierta de que no la recibe por pura pereza o por preferir otras ocupaciones vanas (quedarse, p. ej., a ver en la TV un programa que le apasiona, y que coincide justamente con la Misa), hará muy bien en tener conciencia de pecado, de pecado venial, y hará muy bien en confesarse: "Padre, me acuso de que por apego desordenado a otras cosas no he ido a Misa teniendo clara conciencia de que el Señor me quería conceder asistir a ella". Y ya sabemos que la Misa diaria es aconsejable, pero no es un precepto, por supuesto.
Los autores espirituales muy santos a los que se refiere usted emplean el término "imperfección" en contextos muy varios y en sentidos bastante diversos. Cuando la imperfección de la que hablan es claramente culpable, es pecado, ciertamente o es venial o es mortal. En otras palabras, cuando la imperfección es pecado es pecado venial. Y aquí estamos hablando de la división del pecado, no de hechos de la vida espiritual más o menos deficientes, que los hay a miles, por supuesto, por acción o por omisión.
Eso de que solo puede haber pecado si hay infracción de precepto patente no es verdad. Lo que dice el Catecismo en n. 1862 es verdad, pero no es toda la verdad.
Determinadas situaciones de pecado muy aceptadas socialmente, que antes simplemente me parecían mal, ahora me entristecen profundamente. Por el contrario, otras cosas provocan en mí un gozo espiritual que antes no sentía. El otro día me cruce en la calle con dos monjitas Guadalupanas. Iban hablando entre ellas y la alegría que transmitían sus caras sonrientes y la imagen de la Santísima Virgen en su hábito produjeron al instante en mí una enorme alegría y un profundo amor a la Iglesia.
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JMI.-Bendigamos al Señor siempre y en todo lugar.
Qué grande padre, Dios lo guarde muchos años dándonos luz¡¡ Gracias.
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JMI.-Bendigamos al Padre de las luces, de quien desciende todo buen don y toda dádiva perfecta (Stgo 1)
Bendición +
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JMI.-Gracias.
Servid al Señor con alegría.
Alegraos, alegraos siempre en el Señor.
Ya que Vd. cita ese documento del santo papa Juan Pablo II aprovecho para decirle que cuando en él se habla de pecado se refiere siempre "a la desobediencia a Dios, a su ley, a la norma moral que él dio al hombre...". Los consejos no pertenecen a la ley moral y los quiere incluir Vd. Ahí está el problema.
Vd ha dicho "En otras palabras, cuando la imperfección es pecado es pecado venial.".
La imperfección, en cuanto obra buena, no puede pertenecer nunca al orden del mal. Está en la linea del bien. Una oración hecha con apego a las consolaciones espirituales es una oración imperfecta pero no mala. Ese apego es otro acto diferente, sobreañadido a la acción buena de la oración.
No existen imperfecciones que sean pecado porque entonces no son imperfecciones. El pecado es siempre transgresión, violación de la ley moral. La imperfección por el contrario es siempre 'perfección' en algún grado. Y en la medida en que es 'perfecta' no puede jamás ser un mal.
"Eso de que solo puede haber pecado si hay infracción de precepto patente no es verdad." De acuerdo, ahí no me expliqué correctamente. Puede haber pecado aun con un conocimiento confuso de la ley, que todos llevamos grabada. Pero los consejos no pertenecen a la ley. Son otra cosa.
"La Iglesia ha reconocido constantemente que María fue santa e inmune de todo pecado o imperfección moral."
"Algunos Padres de la Iglesia de los primeros siglos, al no estar aún convencidos de su santidad perfecta, atribuyeron a María imperfecciones o defectos morales. También algunos autores recientes han hecho suya esta posición. Pero los textos evangélicos citados para justificar estas opiniones no permiten en ningún caso fundar la atribución de un pecado, ni siquiera una imperfección moral, a la Madre del Redentor."
El santo papa hace aquí una distinción esencial entre el pecado y la imperfección moral.
Conclusión: La imperfección moral no es un pecado ni siquiera venial, aunque puede ir acompañada -y frecuentemente lo irá- de pecados veniales.
Me ha gustado el buen humor con que explica que no hay que atormentarse intentando evaluar la culpa, el ejemplo del niño y el portazo es muy bueno. Lo que tiene que hacer ese niño es levantarse, dar un beso a su madre y pedirle perdón con sencillez.
No obstante, en el caso de las ofensas a Dios no es tan sencillo. Por supuesto que hay que dejar de dar vueltas al pecado y acercarse a Dios para pedirle perdón. Pero a veces (cuando nos gustaría acercarnos a comulgar, por ejemplo) puede ocurrir que evaluar la gravedad del pecado sea necesario para decidir si uno puede comulgar o debe confesarse antes (cosa que en ocasiones no es tan fácil, puede requerir un desplazamiento largo, acudir al sacerdote en un horario que uno no tiene disponible por otras obligaciones familiares o profesionales, etc.).
Entonces, (1) es necesario evaluar la gravedad del pecado (¿puedo comulgar o no?); pero al mismo tiempo (2) "la evaluación del pecado concreto es moralmente imposible", y además es psicológicamente contraproducente tratar de evaluarlo exactamente.
No me estoy refiriendo a faltas insignificantes que uno pueda magnificar escrupulosamente, sino más bien a verdaderos pecados cuyo carácter venial/mortal no queda claro ante la conciencia.
Gracias de antemano.
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JMI.-Es verdad que, concretamente para comulgar, es preciso discernir con el favor de Dios y su luz el estado de nuestra conciencia. Pero fuera de los casos de escrupulosos, no es tan difícil conocer cuándo el pecado cometido, por su objeto, por su grado de voluntariedad, es mortal o venial.
Siendo una persona que habitualmente vive en gracia, como ya digo arriba, la presunción va favorable a que no fue mortal (aunque por supuesto personas tales son capaces de cometerlo; digo, en la duda). Lo mejor, claro, es confesar el pecado y comulgar. Pero si la confesión es muy difícil, por la distancia al confesor o por lo que sea, lo aconsejable es hacer un acto de contrición ante el Señor lo más perfecto que podamos hacer con la ayuda de la Virgen, y seguir comulgando. Y buscar con empeño confesar cuanto antes se pueda.
En otro punto, el 1856, me deja perplejo los ejemplos de pecado venial que da el Catecismo, citando a Santo Tomás de Aquino: «una palabra ociosa, una risa superflua, etc.» Palabras ociosas y risas superfluas cometo muy a menudo, y ni siquiera me da remordimiento de conciencia. Entonces me sorprende que sean esos los ejemplos de pecado venial que proponga el Catecismo.
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JMI.-Mt 12,36. "Yo os digo que de toda palabra vana que hablen los hombres, darán cuenta de ella en el día del juicio".
El ejemplo, como ya sabe usted, está tomado del propio Maestro y Señor nuestro Jesucristo.
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JMI.-Bendición +
El Señor nos muestra distintos caminos para que veamos la peligrosidad de todo tipo de pecado, San Juan Crisóstomo, San Agustín , el referido San Alfonso María de Ligorio, Santa Teresa de Jesús y muchos más, nos va ayudando en nuestra vida interior.
Que peligroso es para nosotros tener un corazón endurecido, conocer el pecado, pero no salir de esos pecados. O que alguno diga, cuando busca ayuda y consejos espirituales, que eso no es pecado, las discusiones con quien sea no son pecados, pero el demonio sabemos que es mentiroso, y tiene demasiada influencia para los tibios.
Es un bien en todos los sentidos cuando salimos de ese camino peligroso, pues hay muchos, pero uno de ellos, son las palabras ociosas.
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JMI.-Cito de memoria a Santa Teresa de Jesús:
Mucho daño hicieron a mi alma confesores semiletrados que a pecados leves me decía que no eran nada, y a otros graves que eran veniales. Y no lo hacían con mala voluntad, sino por que no era letrados de verdad en la doctrina de la Iglesia.
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JMI.-Bendigamos al Señor, fuente de toda verdad.
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JMI.-No hay un metro ni un peso para medir la mayor o menor gravedad de los pecados de lujuria. Ni de otros, p.ej., de caridad. ¿Cuándo una ofensa al prójimo comienza a ser pecado mortal: una mala mirada - un gesto público despectivo - una zancadillaCuán que lo tumba - una calumnia - una patada - un pinchazo con un alfiler - con una navaja - con un cuchillo de cocina - etc. etc. etc.? ¿Cuándo las muestras sensibles de afecto, en gradación ascendente, comienzan a ser pecado mortal?
La virtud de la castidad en la persona ya le hace distinguir entre la mera muestra de afecto y la excitación sexual despertada, que habitualmente está (debe estar) como dormida.
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JMI.-Copio/pego del Catecismo de la Iglesia Católica: « “ ” »
2352 «Por la masturbación se ha de entender la excitación voluntaria de los órganos genitales a fin de obtener un placer venéreo. "Tanto el Magisterio de la Iglesia, de acuerdo con una tradición constante, como el sentido moral de los fieles, han afirmado sin ninguna duda que la masturbación es un acto intrínseca y gravemente desordenado". "El uso deliberado de la facultad sexual fuera de las relaciones conyugales normales contradice a su finalidad, sea cual fuere el motivo que lo determine". Así, el goce sexual es buscado aquí al margen de "la relación sexual requerida por el orden moral; aquella relación que realiza el sentido íntegro de la mutua entrega y de la procreación humana en el contexto de un amor verdadero" (Congr. Doctrina de la Fe, decl. "Persona humana" 9)».
«Para emitir un juicio justo sobre la responsabilidad moral de los sujetos y para orientar la acción pastoral, ha de tenerse en cuenta la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros factores psíquicos o sociales que reducen, e incluso eliminan la culpabilidad moral».
Para que haya pecado mortal hace falta que se den tres factores: 1) objeto moral gravemente malo, 2) conocimiento suficiente y 3) libertad de la voluntad. En principio, como declara Trento, Dios da su gracia para posibilitarnos el cumplimiento de sus mandatos. Pero puede haber casos, como los que indica el Catecismo en el último párrafo citado, en que la voluntad esté psicológicamente enferma, perdida en relación a ciertos actos. Un alcohólico profundo, p.ej., por mucha buena voluntad que ponga, se emborrachará a veces. Son casos en los que la liberación del acto en sí malo exige oración, sacramentos, evitar las ocasiones próximas de pecado... y también a veces un tratamiento psiquiátrico o en centros especializados, como Alcohólicos Anónimos.
1 se que es malo
2 soy libre de poder evitarlo
Es un pecado mortal?
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JMI.-El pecado mortal se da sólo si la materia es grave, y si tanto el conocimiento como la libertad de la voluntad son suficientemente plenos.
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JMI.-Gracias por su gratitud.
Bendición +
Aquí arriba registré mi dirección de correo electrónico por si tuviera oportunidad de atenderme.
¡Saludos y bendiciones!
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JMI.-Perdone, Andrea, pero no podré atenderle, porque tengo habitualmente MUCHO más trabajo necesario que el que puedo atender: Fund. GRATIS DATE, InfoCatólica, relación con ciertas personas y comunidades, etc. A los 85 años. Contesto como puedo los comentarios que recibo "al último post" que publico. Pero no contesto -al menos normalmente- a comentarios que surgen a veces, como el suyo, sobre un post que publique en mi blog hace 6 años. Con 637 posts que llevo es tarea imposible.
Bendición +
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