(315) La alegría pascual cristiana (I), la que falta al mundo
–A mí no acaba de convencerme eso de que tengamos que alegrarnos a fecha fija, porque lo manda el calendario.
–Hace años un párroco rural regañaba un domingo a un feligrés por estar trabajando con la mula en el campo. Y el aldeano repuso: «¿Qué sabe la mula cuando es día de fiesta?»… Pues eso.
El tiempo de la Iglesia no es homogéneo, siempre igual. Tampoco son siempre iguales en el ciclo vital de la naturaleza los tiempos sucesivos del año: primavera, verano, otoño e invierno. Cada uno tiene su forma de vida y su fisonomía propia. De modo semejante en el Año de la Iglesia los ciclos vitales de la Iglesia van cambiando, y si la gracia propia de la Cuaresma, por ejemplo, es ser tiempo de conversión y penitencia, la gracia propia del tiempo pascual es la alegría, la anticipación de la vida celestial.
Desde el principio de la Iglesia, mucho antes de que se formaran la Cuaresma y los otros tiempos litúrgicos, ya la comunidad cristiana celebraba después de la Resurrección de Cristo la cincuentena de la alegría pascual. Los Padres antiguos decían que los días laborables de la semana eran imagen del tiempo presente, mientras que el domingo, el Día del Señor, era imagen de la eternidad celestial. Y lo mismo entendían del Tiempo pascual dentro del Año Litúrgico.
Ya Cristo resucitado al día siguiente al sábado, en el Día del Señor, los cristianos, durante siete semanas, hasta Pentecostés, celebramos la Cincuentena de Pascua como «un gran domingo» (San Atanasio), como «un domingo continuado», imagen de la vida celestial. En este tiempo la llama de la alegría, como el Cirio pascual en la liturgia, ha de arder en el corazón de los discípulos de Cristo sin apagarse. Es la alegría pascual, que anticipa las alegrías definitivas del cielo. La gracia de Dios en este tiempo aviva cada año en nosotros la fe y la esperanza de que «los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros» (Rm 8,18).
El Magisterio apostólico ha dado preciosas enseñanzas sobre la alegría cristiana, que es sobre-humana, como lo es la vida de la fe y la caridad. Destaco dos documentos.
–Pablo VI, exhort. apost. Gaudete in Domino (9-V-1970), sobre la alegría cristiana. –Papa Francisco, exhort. apost. Evangelii gaudium (24-XI-2013), sobre el anuncio del Evangelio, especialmente los diez primeros números. «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (1).
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–El cristianismo es hoy acusado como causa de tristeza para el mundo. Desde que hace unos siglos se inició la apostasía de Occidente es ésta una de las peores y más generalizadas calumnias contra Cristo y su Evangelio. Según ella, la Iglesia de Cristo ha entristecido a la humanidad con la religión del Crucificado, haciéndole perder la ingenua alegría del paganismo antiguo. Una muestra de la difusión de esta mentira diabólicapuede verse en aquellas proclamas que llevaron ciertos autobuses: «Es probable que Dios no exista. Disfruta de la vida»… Esta idea, sólo aceptable por mentecatos (mente-capti), ha tenido expositores famosos. Pondré por ejemplo un filósofo y un novelista.
Friedrich Nietzsche (1844-1900), hijo de una familia de pastores protestantes, nacido en Leipzig (Sajonia, Alemania), ve con rabia furibunda el cristianismo como el enemigo principal de la vida. «Sería horripilante creer todavía en pecados; todo cuanto hacemos es inocente». «Nada es verdad, todo está permitido», y por tanto hay que vivir «más allá del bien y del mal». Con esas convicciones filosóficas –que en buena medida, más que pensamientos, parecen ser pensaciones de claro origen psicopático–, y viviendo en un marco social todavía cristiano, se comprende que empeñara todas sus fuerzas contra el «crucificado y todo lo que es cristiano o está inficcionado de cristiano». En 1889 sufre un colapso mental que dura once años, hasta su muerte.
Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936), en su novela El paraíso en la otra esquina (2003) describe la vida Gauguin, ciudadano de París, que a los 43 años de edad deja su trabajo como agente de bolsa y sale ansiosamente de la civilización occidental, tan marcada por la tenebrosidad del cristianismo, buscando en la luminosidad pagana libre de Tahití y de las Islas Marquesas la alegría de una vida entregada al arte y a un erotismo sin límites. Termina muriendo con terrible agonía, devorado por las enfermedades de su vicio, y sin haber hallado el paraíso terrenal en este valle de lágrimas.
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–El paganismo fue y es muy triste. Digan lo que digan.
Lo fue. Cuando San Pablo, en Romanos 1, hace una descripción de las miserias del mundo pagano –avaricia, maldad, dureza de corazón, perversiones sexuales, homicidios–, hace derivar todos estos males de la negación de Dios. «Trocaron la verdad de Dios [que es luz y alegría] por la mentira [que es oscuridad y tristeza], y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar de al Creador, que es bendito por los siglos, amén. Y por eso los entregó Dios a las pasiones vergonzosas». Toda la necedad mental y la degradación moral de los paganos de Roma la deriva San Pablo de la ignorancia y del desprecio del Creador, plenamente revelado en Cristo.
Lo es actualmente. Las enfermedades mentales, la criminalidad, los divorcios, adulterios y abortos, la droga, las guerras incesantes, cada vez más mortíferas, los suicidios, las ideologías políticas que destrozan las naciones y que provocan genocidios y terrorismo, la degradación sexual, y tantas otras miserias indeciblemente entristecedoras, han ido creciendo implacablemente año tras año en las naciones de antigua filiación cristiana. Al perderse la fe, la razón se ha quedado imbécil: no alcanza a conocer, por ejemplo, que el aborto es un homicidio, o que dar los mismos derechos al matrimonio y a la unión homosexual es una enorme estupidez, además de ser una gran injusticia.
La fe y la razón se han perdido simultáneamente. Se mató la religión y se murió la filosofía. Sin la luz del Evangelio, los hombres y las sociedades se han quedado muy tristes, aunque no lo reconozcan, y aunque traten de vencer su tristeza con mil gastos, diversiones, placeres, viajes, droga y actividades frenéticamente enajenantes, no lo consiguen en absoluto. No tienen modo de vencer su tristeza porque están en las tinieblas del absurdo, «sin esperanza y sin Dios en el mundo» (Ef 2,12)… ¿Es así o no es así? Es así. La realidad lo afirma de modo irrebatible. Al menos en algunas cuestiones la estadística no miente: la curva de la irreligiosidad asciende perfectamente unida a las curvas de la tristeza, de la fealdad, de las enfermedades mentales, de la disgregación de la familia y de la sociedad. Y al aumento de suicidios.
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–El Reino de Dios es luz y alegría.Haré sólo unas breves referencias a tema tan grandioso.
La alegría profetizada para los tiempos del Mesías.«El pueblo que caminaba en tinieblas vió una luz grande; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín» (Is 9,2-3). «Consolad, consolad a mi pueblo» (49-52). «Aclamad al Señor, toda la tierra, servid al Señor con alegría» (Sal 99,1-2). «Alégrense y gocen contigo todos los que te buscan» (69,5).
La alegría del Bautista y de su madre: «en cuanto oyó Isabel el saludo de María exultó el niño en su seno, e Isabel se llenó del Espíritu Santo». Ella misma lo afirma: «así que sonó la voz de tu saludo en mis oídos [la voz de María], exultó de gozo el niño en mi seno» (Lc 1,41.44). Ua antes de nacer, Cristo alegra de modo inefable a Juan, aún no nacido. Y Juan, ya de mayor, declara que el amigo del esposo «se alegra grandemente de oír la voz del esposo. Por eso mi alegría, que es ésa, ha llegado a su colmo» (Jn 3,29).
La alegría de María: «mi alma magnifica al Señor y exulta de alegría en Dios mi salvador» (Lc 1,46-47).
La alegría de Cristo, en la plenitud de los tiempos. La «gran alegría» que los ángeles anuncian y comunican a los pastores es el Evangelio, es decir, la buena nueva del nacimiento del Salvador (Lc 2,10). Ésa es la causa por la que los Magos «se alegraron grandemente» (Mt 2,16). Y Cristo, en su ministerio público, se alegra de la sabiduría de los más pequeños: «en aquella hora se sintió inundado de gozo en el Espíritu Santo» (Lc 10,31). Y aún crece más la alegría con la resurrección de Cristo –Magdalena, Emaús, los apóstoles–, con la alegría de su ascensión a los cielos, con la comunicación pentecostal del Espíritu Santo… Basta ya, para qué seguir. Estamos ante una alegría sobre-humana, anticipación del gozo de la vida celeste.
Es evidente que, ya en su vida mortal, Jesús es el más feliz de todos los hombres, sencillamente porque el ser humano, que es amor –a imagen de Dios–, es feliz y se alegra en la medida en que ama y se sabe amado. Ahora bien, nadie es amado por Dios y por los hombres –no por todos– como Jesús, y él lo sabe. Nadie ama a Dios como Jesús, y nadie como él ama a los hombres, por los que da su vida. Por otra parte, nadie se goza en la bondad y la belleza de las criaturas como él, el Verbo encarnado, pues «todo fue creado por él y para él, y todo subsiste en Él» (Col 1,16-17).
Adviértase, por otra parte, que estoy hablando del mismo Jesús del que Santa Teresa dice con toda verdad: «¿qué fue toda su vida sino una cruz, [teniendo] siempre delante de los ojos nuestra ingratitud y ver tantas ofensas como se hacían a su Padre, y tantas almas como se perdían?» (Camino Perf. 72,3). Es el «cada día muero» (1Cor 15,31) de San Pablo. Gran misterio: ningún amor, ninguna alegría, ningún dolor es mayor que el amor, la alegría y el sufrimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
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–La alegría de los cristianos es la misma de Cristo, pues hemos de «tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús» (Flp 2,5). «Alegraos siempre en el Señor; de nuevo os digo: alegraos» (4,4). Es una alegría espiritual profunda y continua, que hemos de guardar con extremo cuidado, vayan como vayan las cosas en el mundo y en la Iglesia. Es una alegría que, antes incluso de la venida de Cristo Salvador, ya es pregustada en Israel, como se ve en los salmos:
«Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena: porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha» (15,8-11). «Que se alegren los que se acogen a Ti con júbilo eterno. Protégelos, para que se llenen de gozo los que aman tu Nombre» (5,12).
La santa Madre Iglesia tiene motivos sobrados para educar a sus hijos en la perfecta y continua alegría. Gracias a la encarnación del Hijo divino, a su pasión y resurrección, a su ascensión al cielo y a la comunicación del Espíritu Santo, gracias a la reconciliación con Dios y a la nueva filiación divina, gracias a la apertura de la puerta del cielo, se suscita en los discípulos de Cristo «esta efusión de gozo pascual, y el mundo entero se desborda de alegría» (Pref. pascual II).
Ahora, en la plenitud de los tiempos, todo es para nosotros motivo de alegría, causa nostræ letitiæ, porque sabemos que todo colabora para el bien de los que aman a Dios (Rm 8,28). A través de todas las vicisitudes de nuestra vida, continuamente estamos recibiendo los cristianos las buenas noticias de la fe y de la esperanza, porque continuamente somos evangelizados. Y por eso, mediante la oración y la ascesis –como veremos en el próximo artículo–, procuramos con todo empeño mantener siempre encendida en el altar de nuestro corazón la llama de la alegría, sin permitir que nada ni nadie la apague.
José María Iraburu, sacerdote
Post post. –El día en que comenzó InfoCatólica (6-V-2009) publiqué en ella el artículo La alegría cristiana, primero de tres. Y un mes después inicié mi blog Reforma o apostasía (6-VI-2009). Ya cuando comenzamos InfoCatólica «pintaban bastos» en la Santa Madre Iglesia, y dentro de ella no pocos ánimos estaban en la penumbra, en la preocupación y en la tristeza. Por eso, con toda intención, en el primer día de nuestro diario digital escribí sobre La alegría cristiana: hacía falta. Pues bien, en el momento presente, «tal como está el patio» en la Iglesia, me ha parecido conveniente reescribir lo que ya publiqué hace seis años.
Índice de Reforma o apostasía
10 comentarios
Asi pues,en adelante;
El que padezca,alegrese de padecer por EL,
y el que se goza,acuerdese de llorar por los que padecen sin EL.
Porque no hay en esta destierro verdadero Amor sin dolor,
y verdadero gozo sin Amor.
Pues el Amor que goza,tambien se duele,
y el dolor por Amor a Cristo,tambien se goza.
"Alegraos siempre en el Señor. Os lo repito;¡alegraos!" (Filpenses;4;4)
La Paz de Cristo.
La Buena Noticia ("Evangelio") viene a traer la alegría a los hombres y a transformar sus corazones en ella: viene a mostrarles el sentido de la vida, de sus vidas, y a revelarles el amor infinito de Dios por ellos, por cada uno. Un cristiano que vive la fe sin un corazón alegre...no ha conocido verdaderamente la dicha que Cristo supone.
Cierto es que, en la vida de cada uno y a nuestro alrededor, habrá situaciones difíciles (incluso muy difíciles), que nos causarán dolor o tristeza, quizá hondo pesar. Pero el cristiano sabe mirarlas y afrontarlas con una mirada sobrenatural y confiar en la ayuda que Dios siempre nos ofrece amorosamente: sólo así es posible no sólo cargar con esas cruces, sino abrazarlas y ofrecerlas por amor y con amor.
Cuando acusan al cristianismo de ser una religión triste, negativa o irracional, no pueden estar más lejos de la verdad. Cristo vino a mostrarnos el amor de predilección de Dios por los hombres (hasta dar la vida por ellos en la Cruz), a que viviéramos en la verdad para ser completamente libres (no esclavos de poderes terrenales, o de tantos ídolos como hoy lo encadenan: consumismo, drogas, afán de poder, dinero y fama, vicios,...) y a llenar de alegría nuestros días aquí y ahora (y no digamos ya en la bienaventuranza eterna...). Por eso, un cristiano es consciente de lo muchísimo que ha recibido sin merecerlo: ¿cómo puede no estar alegre su corazón? ¿cómo puede no contagiar a los demás de esta alegría y transformar en ella al mundo?
El mundo, en cambio, que dice al hombre que aquí está su felicidad (y la única, según su mentalidad), sólo puede ofrece vacío existencial, un vacío que hay que procurar llenar con todo tipo de entretenimientos para no pensar mucho ni interrogarse acerca de las cuestiones fundamentales: ¿eso es vivir en la verdad y adoptar una postura racional? ¿están la felicidad y la alegría plenas sólo en esas cosas?
"Donde esté tu tesoro, estará tu corazón", dice Cristo: en Él, que es nuestro mayor tesoro, ha de estar nuestro corazón. Aunque también podríamos decir que donde esté tu tesoro, estará tu alegría: porque Cristo es nuestro tesoro (y Su amor por los hombres permanece siempre fiel), nuestra vida ha sido ya transformada por su alegría, por su Buena Noticia.
¡Ay, cuántos grandes hombres (filósofos, artistas, escritores,...) cayeron en ese error y no amaron a Dios ni se dejaron amar por Él, perdiendo la alegría plena en sus vidas: la felicidad que habrían dado y recibido de Dios y de sus prójimos! El misterio de la libertad humana...
P.D: ¡Feliz Pascua de Resurrección, Padre Iraburu! Y, una vez más, le felicito por su blog, que me encanta. Dios le bendiga y llene su corazón de la alegría que el mundo no puede quitar
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JMI.-Gracias. Bendición +
Mi más sincero agradecimiento por su labor, que Dios lo bendiga y la Virgen lo ampare.
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JMI.-Gracias. Bendición +
Casi todos sus artículos me causan gran consolación y alegría. Muchas gracias. Con algunos de ellos no he estado de acuerdo (por ejemplo,aquel que llama pecadores públicos a los alejados de la Iglesia o a los católicos nominales: no me parece el calificativo correcto para personas que en gran parte no han tenido la gracia de la formación en la fe y el encuentro con Cristo). En todo caso el balance de mis lecturas de sus artículos es muy positivo.
Bendiciones!!!!
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JMI.-Me alegra que puedan ayudarle mis escritos.
Yo creo que en el art. está operando la distinción pecado objetivo/subjetivo, y que quien no tiene ni idea de nada (lo bautizaron, y ahí se acabó todo) no da la figura de "cristiano pecador público", sino simplemente la de pagano.
Bendición +
Y la vida cristiana es así: es muy llamativo el contraste de actitudes ante la muerte (sean moribundos o familiares) si se vive en cristiano o no. Para unos es el peor mal posible, para otro, el comienzo del mejor bien posible, aunque el paso conlleve su dosis de sufrimiento.
¡Felices Pascuas de Resurrección!
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JMI.-Efectivamente, ante la muerte y ante cualquier suceso favorable o adverso. El cristiano lo ve, lo siente, lo interpreta todo de un modo nuevo, según Cristo, no según el tonto del hombre viejo, que está el pobre sonado.
Feliz tiempo de Pascua.
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JMI.-Muy verdadera la observación.
Si, Jesus ha resucitado, El es nuestro gozo y nuestra unica alegria!
Que Jesus y Maria lo bendigan siempre!
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JMI.-Alegres en la esperanza, en el abandono confiado en la Providencia amorosa y paternal de Dios con nosotros. Bendición +
¿me lo puede aclarar?
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JMI.-Vargas Llosa apoya la tesis de que el Occidente se vió entenebrecido por la religión del Crucificado. Y pone como ejemplo de valiente huida a Gauguin, el héroe de su novela, que como tanto héroes, tiene un final trágico.
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