(283) Liturgia –19. Eucaristía, 14. Final de la Misa
–Bendito sea Dios, que hemos llegado al final.
–He de seguir otro poco, tratando de la adoración eucarística. Pero sí, bendigamos al Señor: siempre y en todo lugar.
Rito de conclusión
La Misa termina con un rito breve y de profunda significación.
–Saludo.
El sacerdote, extendiendo las manos, saluda al pueblo diciendo: El Señor esté con vosotros; a lo que el pueblo responde: Y con tu espíritu.
–Bendición
Y como al principio de la Misa, el signo de la cruz, y el nombre de la Santísima Trinidad.
«En seguida el sacerdote añade: “la bendición de Dios todopoderoso –haciendo aquí la señal + de la bendición–, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros”. Y todos responden Amén».
Cristo, por medio del sacerdote, con la eficacia y certeza de la liturgia, concede finalmente a su pueblo una bendición. Así como el Señor, en el momento de la Ascensión, al despedirse de sus discípulos, «alzó sus manos y los bendijo; y mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo» (Lc 24,50-51), así ahora, por medio del sacerdote que le re-presenta, el Señor bendice al pueblo cristiano, que se ha congregado en la eucaristía para celebrar el memorial de «su pasión salvadora, y de su admirable resurrección y ascensión al cielo, mientras espera su venida gloriosa» (Pleg. euc. III).
El sacerdote priva al pueblo arbitrariamente de esta bendición de Cristo cuando se limita a pedir que la bendición de Dios descienda «sobre nosotros». Quizá ignora el valor santificante de los sacramentales, de los que ya traté (221), y concretamente de las bendiciones (222). Una bendición no es simplemente una oración de súplica.
–Despedida y misión
La palabra misa, que procede de missio (misión, envío, despedida), ya desde el siglo IV viene siendo uno de los nombres de la eucaristía. En efecto, la celebración de la eucaristía termina con el envío de los cristianos al mundo. Y no se trata aquí tampoco de una simple exhortación, «vayamos en paz», apenas significativa, sino de algo más importante y eficaz. En efecto, así como Cristo envía a sus discípulos antes de ascender a los cielos –«id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Mc 16,15)–, ahora el mismo Cristo, al concluir la eucaristía, por medio del sacerdote que actúa en su nombre y le visibiliza, envía a todos los fieles, para que vuelvan a su vida ordinaria, y en ella anuncien siempre la Buena Noticia con palabras y más aún con obras.
–«Podéis ir en paz».–«Demos gracias a Dios».
Entonces el sacerdote, como al principio de la misa, venera el altar con un beso y una profunda reverencia, y se retira. La misa ha terminado.
* * *
Eucaristía y vida cristiana
En todo momento de gracia, el cristiano, «muriendo» al hombre viejo carnal, «vive» el hombre nuevo espiritual. Si un cristiano perdona, mata en sí el deseo de venganza y vive la misericordia de Cristo. Si da una limosna, mata el egoísmo y vive la caridad del Espíritu Santo. Si se priva de un placer pecaminoso, toma la cruz y sigue a Cristo, muere y vive. Y así sucede «cada día», en todos y cada uno de los instantes de la vida cristiana: muerte al hombre viejo, en virtud de la pasión de Cristo, y vivificación del hombre nuevo en virtud de su resurrección gloriosa. Es una vida continuamente eucarística y pascual. No se puede participar de la vida divina sin inmolar al Señor sacrificialmente toda la vida humana, en cuanto está marcada por el pecado: sentimientos y afectos, memoria, entendimiento y voluntad.
De Cristo nos viene, pues, juntamente, la capacidad de morir a la vida vieja, y la posibilidad de recibir la vida nueva y santa. De Él nos viene esta gracia, y no sólo como ejemplo, sino como impulso que íntimamente nos mueve y vivifica. Siendo la misa actualización del misterio pascual, es en ella fundamentalmente donde participamos de la muerte y resurrección del Salvador. Por tanto, de la eucaristía fluye, como de su fuente, toda la vida cristiana, la personal y la comunitaria.
Esto nos hace concluir que la espiritualidad cristiana ha de arraigarse siempre y cada vez más en la eucaristía. Quiere Dios que haya en la Iglesia diversas espiritualidades, en referencia a un santo fundador, a un cierto estado de vida, a un servicio de caridad predominante. Pero, en todo caso, será ex-céntrica cualquier espiritualidad cristiana concreta que no tenga su centro en el sacrificio de la Nueva Alianza. Y, pasando ya del plano teórico al de los hechos, habrá que reconocer que hay espiritualidades concretas más o menos centradas en la eucaristía. Las más centradas en el sacrificio eucarístico son las más perfectas, las más conformes a la revelación y a la tradición; las menos centradas son las más deficientes. Éstas, al extremo, pueden ser simplemente una falsificación del cristianismo.
Eucaristía y vida sacramental
El concilio Vaticano II enseña que todos los sacramentos «están unidos con la eucaristía y a ella se ordenan, pues en la sagrada eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, Cristo mismo, nuestra Pascua y pan vivo, que por su carne vivificada y vivificante en el Espíritu Santo, da vida a los hombres» (PO 5b).
Todos los sacramentos contienen la gracia que significan, y la confieren a los fieles que los reciben con buena disposición. «Pero en la eucaristía está el autor mismo de la santidad» (Trento: Denz 1639). Y en todos y cada uno de los sacramentos –bautismo, penitencia, etc.–, participa el cristiano de la pasión de Cristo, muriendo al pecado, y de su gloriosa resurrección, renaciendo y viviendo la vida santa de la gracia.
Eucaristía y Liturgia de las Horas
«La “obra de la redención de los hombres y de la perfecta glorificación de Dios” (SC 5b) es realizada por Cristo en el Espíritu Santo por medio de su Iglesia no sólo en la celebración de la eucaristía y en la administración de los sacramentos, sino también, con preferencia a los modos restantes, cuando se celebra la Liturgia de las Horas. En ella, Cristo está presente en la asamblea congregada, en la palabra de Dios que se proclama y “cuando la Iglesia suplica y canta salmos” (SC 7a)» (Ordenación general de la Liturgia de las Horas 13).
–Preparación a la eucaristía. Pues bien, según nos enseña la Iglesia, «la celebración eucarística halla una preparación magnífica en la Liturgia de las Horas, ya que ésta suscita y acrecienta muy bien las disposiciones que son necesarias para celebrar la eucaristía, como la fe, la esperanza, la caridad, la devoción y el espíritu de abnegación» (ib. 12).
–Extensión de la eucaristía. Y, por otra parte, «la Liturgia de las Horas extiende a los distintos momentos del día la alabanza y la acción de gracias [de la eucaristía], así como el recuerdo de los misterios de la salvación, las súplicas y el gusto anticipado de la gloria celeste, que se nos ofrecen en el misterio eucarístico, “centro y cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana”» (ib.).
El Misal de los fieles
Es muy recomendable el uso habitual del Misal de los fieles. Él pone en nuestras manos las maravillosas oraciones del Ordinario de la misa, especialmente las Plegarias Eucarísticas, y cada día nos ofrece las lecturas bíblicas, las oraciones variables, que van celebrando, con distintas tonalidades, el Año del Señor, sus grandes misterios, las fiestas de los santos.
Es tal la riqueza del Misal en doctrina y espiritualidad, que apenas puede ser asimilada solamente en el momento de la celebración, si antes o después de ella no entra el fiel en contacto con las oraciones y lecturas, anáforas, antífonas y aclamaciones. La espiritualidad de los cristianos, sin duda alguna, debe buscar y encontrar en el Misal y en las Horas las fuentes más preciosas de donde mana inagotablemente el Espíritu de Jesucristo y de su Iglesia.
En los años de la renovación litúrgica que precedieron al concilio Vaticano II se difundieron mucho entre los fieles los Misales manuales, normalmente bilingües. Ellos ayudaron mucho a los fieles a participar en la eucaristía. Pero después del Concilio, una vez traducida la liturgia a las lenguas vernáculas, el uso de esos Misales ha disminuido notablemente. Es, sin embargo, muy deseable que todos los hogares cristianos tengan un Misal de fieles, como deben tener la Biblia o el Catecismo de la Iglesia. Y los utilicen, claro.
La eucaristía, «prenda de la gloria futura»
«¡Oh sagrado banquete (o sacrum convivium), en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión; el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura!». Como dice esta antigua oración de la Iglesia, la eucaristía es, en efecto, como dice esta antigua oración de la Iglesia, «la anticipación de la gloria celestial» (Catecismo 1402). La eucaristía es, pues, la reunión con Dios y la comunión con los santos: es el cielo en la tierra.
El mismo Cristo quiso que la Cena eucarística fuera entendida también como prenda anticipadora del banquete celestial, «hasta que llegue el reino de Dios» (Lc 22,18; cf. Mt 26,29; Mc 14,25). Por eso, «cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa, y su mirada se dirige hacia “el que viene” (Ap 1,4). Y en su oración, implora su venida: “Marán athá” (1Cor 16,22), “Ven, Señor Jesús” (Ap 22,20), “que tu gracia venga y que este mundo pase” (Dídaque 10,6)» (Catecismo 1403).
Cada vez que nos reunimos en la eucaristíadebe avivarse en nosotros el deseo del cielo, pues la celebramos «mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo» (oración después del Padrenuestro; +Tit 2,13). Con frecuencia las oraciones de la misa, especialmente las postcomuniones, piden que cuantos celebran aquí la eucaristía, lleguen a participar «en el banquete del Reino de los cielos». La eucaristía, pues, es como una puerta abierta al más allá celestial. Por eso en ella pedimos al Padre entrar «en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos, porque, al contemplarte como tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a ti y cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor Nuestro» (Pleg. euc. III, intercesión por difuntos).
«La creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto, y no sólo ella, sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, suspirando por la adopción, por la redención de nuestro cuerpo. Porque es en esperanza como estamos salvados» (Rm 8,22-24). Pues bien, en este tiempo de prueba, paciente y esperanzado, la eucaristía es la anticipación y la prenda más segura de «los cielos nuevos y la tierra nueva» (2Pe 3,13), allí donde, finalmente, «Dios será todo en todas las cosas» (1Cor 15,28).
La santísima Virgen María y la eucaristía
Sabemos que, después de la ascensión de nuestro Señor Jesucristo, la Virgen María fue «acogida en la casa» del apóstol San Juan (Jn 19,27). Y como los apóstoles comenzaron a celebrar la eucaristía a partir de Pentecostés, esto nos hace suponer con base muy cierta que la santísima Virgen participó en la eucaristía muchas veces hasta el momento de su asunción a los cielos.
La Virgen María es, pues, indudablemente el modelo perfecto de participación en la misa. Nadie como ella ha vivido la liturgia eucarística como actualización del sacrificio de la cruz. Nadie ha reconocido como ella la presencia de Jesús en los fieles congregados en su Nombre. Nadie como ella ha distinguido la voz de su hijo divino en la liturgia de la Palabra. Nadie ha hecho suyas las oraciones, alabanzas y súplicas de la misa con tanta fe y esperanza, con tanto amor como la Virgen María. Nadie en la misa se ha ofrecido con Cristo al Padre de modo tan total a como ella lo hacía. Nadie ha comulgado el cuerpo de Cristo, ni el mayor de los santos, con el amor de la Virgen Madre. Nadie ha suplicado la paz y la unidad de la santa Iglesia con la apasionada confianza de la Virgen en la misericordia de Dios providente. Nadie, en toda la historia de la Iglesia, ha estado en la misa tan atenta, tan humilde y respetuosa, tan encendida en oración y en amor, como la Madre de la divina gracia.
Conviene, pues, que tomemos a la Virgen María como modelo y como intercesora para adentrarnos más en el misterio eucarístico. Oigamos la Palabra «con la fe de María». Elevemos al Padre la atrevida oración de los fieles «con la esperanza de María». Acerquémonos a comulgar «con el amor de María». Que sea ella, la que estuvo al pie de la Cruz, la que, con la paciencia propia de las madres, nos enseñe a participar más y mejor en la santa misa, sacrificio de la Nueva Alianza.
El culto de la eucaristía fuera de la misa
Todo hace pensar que si Dios le concede a un cristiano la gracia de la Misa diaria, querrá concederle también la gracia de adorarle frecuentemente ante el sagrario, en una oración más o menos prolongada. A la adoración eucarística dedicaré, pues, los próximos artículos.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
5 comentarios
---------------------
JMI.-Son varias las Editoriales católicas en España e Hispanoamérica que tienen editado en español un Misal manual completo según el Novus Ordo, a veces en un solo tomo; la BAC, por ejemplo, en dos.
Estoy escuchando sus muy interesantes conferencias, pero desgraciadamente no aparece el audio de la conferencia titulada (132) Reino y mundo s. XVIII 19
Ojala que la puedan subir, gracias de antemano.
-----------------------------
JMI.-Efectivamente. Aviso al técnico correspondiente.
Gracias por avisar.
En el libro de la Venerable Maria de Jesús de Agreda," La Mistica Ciudad de Dios" se relata como comulgaba la Virgen María. Se preparaba horas enteras para asistir a la Eucaristía y antes de comulgar hacia tres genuflexiones profundísimas y tras la Eucaristía se recluía en oración de acción de gracias durante horas.
La Mistica Ciudad de Dios es la historia de la vida de la Virgen María dicatada por ella misma.
Respecto a la bendición del final de la Misa, supongo que el sacerdote privara a sus fieles del efecto de la misma si no realiza el gesto de la bendición. Lo que tengo entendido que Nuestro Señor ratifica en el Cielo la bendición que el sacerdote realiza en la Misa.
---------------------------
JMI.-Por supuesto que toda la vida cristiana ha de ser una Misa continuada. Pero, por lo que yo sé, el "ite Missa est" significa que ha terminado la Misa. Pero no tengo a mano ningún estudio científico que examine la frase.
--------------------------------
JMI.-No veo contradicción. Simplemente, el sacerdote (o el diácono), rezada la postcomunión y dada la bendición, dice al pueblo: "Id (podéis ir en paz), la Misa ha terminado". Ha terminado, se entiende, la celebración sacramental de la pasión de Cristo. Ella os da la fuerza espiritual para que toda vuestra vida sea una participación en la pasión y la resurrección del Señor.
"Demos gracias a Dios".
Dejar un comentario