(218) Año de la Fe. Tolerancia cero para las herejías –y 2
–Y seguimos con el tema.
–Esta vez sin comentarios.
De mi artículo anterior, y para enlazar con él, recuerdo algunas frases principales:
–Que en los últimos decenios se han difundido dentro de la Iglesia innumerables herejías es un hecho cierto, denunciado por los Papas con bastante frecuencia –Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI–.
–Esta situación inaceptable se debe fundamentalmente a que hace medio siglo que en buena parte de la Iglesia no se guarda una tolerancia-cero contra las herejías, pues no se ejercita contra ellas la Autoridad apostólica en modos suficientemente eficaces.
–En el Año de la Fe echamos, pues, en falta una decisión enérgica de la Iglesia para mantener una tolerancia-cero contra las herejías. Creemos que la ortodoxia católica debe ser defendida con el mismo empeño, por ejemplo, con el que, gracias a Dios, desde hace unos años la Iglesia está combatiendo el horror de la pederastia: con un empeño total.
A modo de hipótesis, podríamos imaginar una carta del Papa, una declaración de una Conferencia Episcopal, o algún otro documento semejante, que combatiera las herejías con la misma fuerza y eficacia con la que, gracias a Dios, se va combatiendo hoy la pederastia. El modelo de texto lo tomaré de la Carta pastoral del Santo Padre Benedicto XVI a los católicos de Irlanda, ya aludida en mi artículo anterior. Adaptaré yo su texto, de tal modo que la carta se dirija a una cierta Nación católica, N.N., especialmente infectada por las herejías. Mantendré el orden textual de esta larga Carta –14 puntos en nueve páginas–, pero abreviándola mucho.
Van en cursiva todas las palabras que son del Papa, y las que no van en cursiva son mías. Pondré en negrita algunas frases para facilitar la lectura. Esta urgente llamada de Benedicto XVI contra la espantosa perversión de la pederastia en ambientes religiosos se convertirá así en una exhortación análoga, que exija igualmente «tolerancia cero» contra la peste de las herejías hoy más difundidas, causas que arruinan ciertas Iglesias locales desde dentro de sí mismas.
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Carta hipotética del «Papa» a una Iglesia local en la que abundan las herejías
1. Queridos hermanos y hermanas de la Iglesia en N.N., os escribo con gran preocupación como Pastor de la Iglesia universal. Al igual que vosotros, estoy profundamente consternado por las noticias que han salido a la luz sobre las numerosas herejías que se han difundido por parte de miembros de la Iglesia en N.N., especialmente sacerdotes y religiosos. […]
Como sabéis, invité hace poco a los obispos de N.N. a una reunión en Roma para que informaran sobre cómo abordaron esas cuestiones en el pasado e indicaran los pasos que habían dado para hacer frente a esta grave situación […]. Confío en que, como resultado, los obispos estén ahora en una posición más fuerte para continuar la tarea de reparar las injusticias del pasado y afrontar las cuestiones más amplias relacionadas con la difusión en su Iglesia local de numerosas herejías de una manera conforme con las exigencias de la justicia y las enseñanzas del Evangelio.
2. Por mi parte, teniendo en cuenta la gravedad de estos delitos y la respuesta a menudo inadecuada que han recibido por parte de las autoridades eclesiásticas de vuestro país, he decidido escribir esta carta pastoral para expresaros mi cercanía a vosotros, y proponeros un camino de curación, renovación y reparación. En realidad, como han indicado muchas personas en vuestro país, el problema de la multiplicación de las herejías no es específico de N.N. […]
Al mismo tiempo, también debo expresar mi convicción de que para recuperarse de esta dolorosa herida, la Iglesia en N.N. debe reconocer en primer lugar ante Dios y ante los demás los graves pecados cometidos contra tantos fieles católicos indefensos. Ese reconocimiento, junto con un sincero pesar por el daño causado al pueblo cristiano, debe desembocar en un esfuerzo conjunto para garantizar que en el futuro todos los fieles católicos de N.N. estén protegidos de semejantes delitos.
Mientras afrontáis los retos de este momento, os pido que recordéis la «roca de la que fuisteis tallados» (Is 51, 1). Reflexionad sobre la generosa y a menudo heroica contribución que han dado a la Iglesia y a la humanidad generaciones de hombres y mujeres vuestra nación de N.N., y haced que esa reflexión impulse a un honrado examen de conciencia personal y a un convencido programa de renovación eclesial e individual. Rezo para que la Iglesia en N.N., asistida por la intercesión de sus numerosos santos y purificada por la penitencia, supere esta crisis y vuelva a ser una vez más testigo convincente de la verdad y la bondad de Dios todopoderoso, que se han manifestado en su Hijo Jesucristo.
3. A lo largo de la historia, los católicos de N.N. han demostrado ser, tanto en su patria como fuera de ella, una fuerza motriz del bien. Fueron muchos los sacerdotes y religiosos de vuestra nación que difundieron el Evangelio […] y sentaron las bases de la cultura […] Los ideales de santidad, caridad y sabiduría trascendente, nacidos de la fe cristiana, se plasmaron en la construcción de iglesias y monasterios, y en la creación de escuelas, bibliotecas y hospitales, que contribuyeron a consolidar la identidad espiritual de Europa. Aquellos misioneros de N.N. debían su fuerza y su inspiración a la firmeza de su fe, al fuerte liderazgo y a la rectitud moral de la Iglesia en su tierra natal.
[…] En casi todas las familias de N.N. ha habido siempre alguien –un hijo o una hija, una tía o un tío– que ha entregado su vida a la Iglesia. Con razón, las familias de N.N. tienen un gran respeto y afecto por sus seres queridos que han dedicado su vida a Cristo, compartiendo el don de la fe con otros y llevando esa fe a la práctica con un servicio amoroso a Dios y al prójimo.
4. En las últimas décadas, sin embargo, la Iglesia en vuestro país ha tenido que afrontar nuevos y graves retos para la fe debidos a la rápida transformación y secularización de la sociedad de N.N. El cambio social ha sido muy veloz y con frecuencia ha repercutido adversamente en la tradicional adhesión de las personas a la enseñanza y los valores católicos. Asimismo, a menudo se dejaban de lado las prácticas sacramentales y devocionales que sostienen la fe y la hacen capaz de crecer, como la confesión frecuente, la oración diaria y los retiros anuales. También fue significativa en ese período la tendencia, incluso por parte de sacerdotes y religiosos, a adoptar formas de pensamiento y de juicio de las realidades seculares sin suficiente referencia al Evangelio. El programa de renovación propuesto por el concilio Vaticano II a veces fue mal entendido y, además, a la luz de los profundos cambios sociales que estaban teniendo lugar, no era nada fácil discernir la mejor manera de realizarlo. En particular, hubo una tendencia, motivada por buenas intenciones, pero equivocada, a evitar los enfoques penales de las situaciones canónicamente irregulares. En este contexto general debemos tratar de entender el desconcertante problema de la multiplicación de las herejías y graves abusos litúrgicos, que ha contribuido no poco al debilitamiento de la fe y a la pérdida de respeto por la Iglesia y sus enseñanzas. […] Hay que actuar con urgencia para contrarrestar estos factores, que han tenido consecuencias tan trágicas […].
5. […] Con esta carta quiero exhortaros a todos vosotros, como pueblo de Dios en N.N., a reflexionar sobre las heridas infligidas al cuerpo de Cristo, sobre los remedios necesarios, a veces dolorosos, para vendarlas y curarlas, y sobre la necesidad de unidad, caridad y ayuda mutua en el largo proceso de recuperación de las verdades católicas y de renovación eclesial. Me dirijo ahora a vosotros con palabras que me salen del corazón, y quiero hablar a cada uno de vosotros y a todos vosotros como hermanos y hermanas en el Señor.
6. A las víctimas de las enseñanzas falsas de la doctrina católica
En catequesis y predicaciones, en Seminarios y noviciados, en escuelas, Universidades y publicaciones católicas, en libros y revistas, se han difundido no pocas veces verdaderas y propias herejías en el campo dogmático y moral, creando dudas y confusiones, y llevando a no pocos a la apostasía. Habéis sufrido a causa de ello inmensamente y eso me apesadumbra en verdad. Sé que nada puede borrar el mal que habéis soportado. Vuestra confianza ha sido traicionada y vuestra dignidad ha sido violada. Muchos habéis experimentado que cuando teníais el valor suficiente para hablar de lo que os había pasado, nadie quería escucharos. […] Es comprensible que os resulte difícil perdonar o reconciliaros con la Iglesia. En su nombre, expreso abiertamente la vergüenza y el remordimiento que sentimos todos. Al mismo tiempo, os pido que no perdáis la esperanza. En la comunión con la Iglesia es donde nos encontramos con la persona de Jesucristo, que fue él mismo víctima de la injusticia y del pecado. Como vosotros, aún lleva las heridas de su sufrimiento injusto. […] Creo firmemente en el poder curativo de su amor sacrificial –incluso en las situaciones más oscuras y sin esperanza– que trae la liberación y la promesa de un nuevo comienzo. […]
7. A los sacerdotes y religiosos que han enseñado en contra de la doctrina de la fe católica
Habéis traicionado la confianza depositada en vosotros por el pueblo cristiano. Debéis responder de ello ante Dios todopoderoso y ante los tribunales debidamente constituidos. Habéis perdido la estima de la gente de N.N. y arrojado vergüenza y deshonor sobre vuestros hermanos sacerdotes o religiosos. Los que sois sacerdotes habéis violado la santidad del sacramento del Orden, en el que Cristo mismo se hace presente en nosotros y en nuestras acciones, asistiéndoos especialmente como testigos y maestros de la verdadera fe católica. Además del inmenso daño causado a las víctimas, se ha hecho un daño enorme a la Iglesia y a la percepción pública del sacerdocio y de la vida religiosa.
Os exhorto a examinar vuestra conciencia, a asumir la responsabilidad de los pecados que habéis cometido contra la fe, y a expresar con humildad vuestro pesar. El arrepentimiento sincero abre la puerta al perdón de Dios y a la gracia de la verdadera enmienda. Debéis tratar de expiar personalmente vuestras acciones ofreciendo oraciones y penitencias por aquellos a quienes habéis ofendido y engañado, llevándolos no pocas veces a la apostasía. El sacrificio redentor de Cristo tiene el poder de perdonar incluso el más grave de los pecados y de sacar el bien incluso del más terrible de los males. Al mismo tiempo, la justicia de Dios nos pide dar cuenta de nuestras acciones sin ocultar nada. Admitid abiertamente vuestra culpa, someteos a las exigencias de la justicia, pero no desesperéis de la misericordia de Dios.
8. A los padres católicos, que han visto perderse a sus hijos por los caminos de las herejías
Os habéis sentido profundamente conmocionados al conocer los hechos terribles que sucedían en el que debía haber sido el entorno más seguro de todos, catequesis, homilías, escuelas, colegios, universidades católicas, editoriales y librerías religiosas, incluso diocesanas, grupos promovidos por las parroquias o por religiosos. En el mundo de hoy no es fácil construir un hogar y educar a los hijos. […] Os invito a desempeñar vuestro papel para garantizar a vuestros hijos los mejores cuidados posibles, tanto en el hogar como en la sociedad en general, ya que sois sus principales catequistas, mientras la Iglesia, por su parte, sigue aplicando las medidas adoptadas en los últimos años para proteger a los jóvenes en los ambientes parroquiales y escolares. […]
9. A los niños y jóvenes de N.N.
Quiero dirigiros una palabra especial de aliento. Vuestra experiencia de la Iglesia es muy diferente de la de vuestros padres y abuelos. El mundo ha cambiado mucho desde que ellos tenían vuestra edad. […] Todos estamos escandalizados por los pecados y fallos de algunos miembros de la Iglesia, en particular de los que fueron elegidos especialmente para guiar y servir a los jóvenes, enseñándoles las grandes verdades de la fe católica. Pero es en la Iglesia donde encontraréis a Jesucristo, que es el mismo ayer, hoy y siempre (cf. Hb 13, 8). Él os ama y se entregó por vosotros en la cruz. Buscad una relación personal con él dentro de la comunión de su Iglesia, porque él nunca traicionará vuestra confianza. […]
10. A los sacerdotes y religiosos de N.N.
Todos nosotros estamos sufriendo las consecuencias de los pecados de nuestros hermanos que han traicionado una obligación sagrada o no han afrontado de forma justa y responsable las denuncias de abusos, de herejías y sacrilegios. A la luz del escándalo y la indignación que estos hechos han causado, no sólo entre los fieles laicos sino también entre vosotros y en vuestras comunidades religiosas, muchos os sentís personalmente desanimados e incluso abandonados. […] En este tiempo de sufrimiento quiero reconocer la entrega de vuestra vida sacerdotal y religiosa, y vuestros apostolados, y os invito a reafirmar vuestra fe en Cristo, vuestro amor a su Iglesia y vuestra confianza en la promesa evangélica de redención, de perdón y de renovación interior. De esta manera, demostraréis a todos que donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia (cf. Rm 5, 20).
Sé que muchos estáis decepcionados, desconcertados e irritados por la manera en que algunos de vuestros superiores han abordado esas cuestiones. […] Os pido, sobre todo, que seáis cada vez más claramente hombres y mujeres de oración, siguiendo con valentía el camino de la conversión, la purificación y la reconciliación. De esta manera, la Iglesia en N.N. recobrará la plenitud de la ortodoxia católica, la nueva vida y la vitalidad gracias a vuestro testimonio del poder redentor de Dios, que se hace visible en vuestra vida.
11. A mis hermanos obispos de N.N., especialmente a los que han fallado en su custodia de la fe
No se puede negar que algunos de vosotros y de vuestros predecesores habéis fallado, a veces gravemente, a la hora de aplicar las normas, codificadas desde hace largo tiempo, del derecho canónico en orden a proteger de las herejías y guardar en la fe verdadera a todos los cristianos que os han sido confiados, especialmente a los niños e ignorantes. Se han cometido graves errores en la respuesta a las acusaciones. Reconozco que era muy difícil captar la magnitud y la complejidad del problema, obtener información fiable y tomar decisiones adecuadas a la luz de los pareceres divergentes de los expertos. No obstante, hay que reconocer que se cometieron graves errores de juicio y hubo fallos de gobierno. Todo esto ha socavado gravemente vuestra credibilidad y eficacia. Aprecio los esfuerzos que habéis llevado a cabo para remediar los errores del pasado y para garantizar que no vuelvan a ocurrir. Habéis de aplicar plenamente las normas del derecho canónico concernientes a los casos de herejía de y graves abusos litúrgicos […]. Está claro que los superiores religiosos deben hacer lo mismo. También ellos participaron en las recientes reuniones en Roma con el propósito de establecer un enfoque claro y coherente de estas cuestiones. Es necesario revisar y actualizar constantemente las normas de la Iglesia en N.N. para la protección de los fieles católicos y aplicarlas plena e imparcialmente, en conformidad con el derecho canónico.
Sólo una acción decidida, llevada a cabo con total honradez y transparencia, restablecerá el respeto y el aprecio del pueblo de N.N. por la Iglesia a la que hemos consagrado nuestra vida. Debe brotar, en primer lugar, de vuestro examen de conciencia personal, de la purificación interna y de la renovación espiritual. El pueblo de N.N., con razón, espera que seáis hombres de Dios, que seáis santos, que viváis con sencillez y busquéis día tras día la conversión personal. […] Os exhorto, por tanto, a renovar vuestro sentido de responsabilidad ante Dios, para crecer en solidaridad con vuestro pueblo y profundizar vuestra solicitud pastoral por todos los miembros de vuestro rebaño. En particular, preocupaos por la vida espiritual y moral de cada uno de vuestros sacerdotes. Servidles de ejemplo con vuestra propia vida, estad cerca de ellos, escuchad sus preocupaciones, ofrecedles aliento en este momento de dificultad y alimentad la llama de su amor a Cristo y su compromiso al servicio de sus hermanos y hermanas. […]
12. A todos los fieles de N.N.
[…] En nuestra sociedad cada vez más secularizada, en la que incluso los cristianos a menudo encontramos difícil hablar de la dimensión trascendente de nuestra existencia, tenemos que encontrar nuevos modos de transmitir a los jóvenes la belleza y la riqueza de la amistad con Jesucristo en la comunión de su Iglesia. Al afrontar la crisis actual, las medidas para contrarrestar adecuadamente los delitos individuales contra la fe, muchas veces conducentes a la apostasía, son esenciales, pero por sí solos no bastan: hace falta una nueva visión que inspire a la generación actual y a las futuras a atesorar el don de nuestra fe común. Siguiendo el camino indicado por el Evangelio, observando los mandamientos y conformando vuestra vida cada vez más a la persona de Jesucristo, experimentaréis seguramente la renovación profunda que necesita con urgencia nuestra época. Os invito a todos a perseverar en este camino.
13. Queridos hermanos y hermanas en Cristo, profundamente preocupado por todos vosotros en este momento de dolor, en que la fragilidad de la condición humana se revela tan claramente, os he querido ofrecer estas palabras de aliento y apoyo. Espero que las aceptéis como un signo de mi cercanía espiritual y de mi confianza en vuestra capacidad de afrontar los retos del momento actual, recurriendo, como fuente de renovada inspiración y fortaleza, a las nobles tradiciones de N.N. de fidelidad al Evangelio, perseverancia en la fe y determinación en la búsqueda de la santidad. Juntamente con todos vosotros, oro con insistencia para que, con la gracia de Dios, se curen las heridas infligidas a tantas personas y familias, y para que la Iglesia en N.N. experimente una época de renacimiento y renovación espiritual.
14. Quiero proponeros, además, algunas medidas concretas para afrontar la situación
[…] Os invito a todos a ofrecer durante un año […] las penitencias de los viernes para este fin. Os pido que ofrezcáis vuestro ayuno, vuestras oraciones, vuestra lectura de la Sagrada Escritura y vuestras obras de misericordia para obtener la gracia de la curación y la renovación de la Iglesia en N.N.. Os animo a redescubrir el sacramento de la Reconciliación y a aprovechar con más frecuencia el poder transformador de su gracia.
Hay que prestar también especial atención a la adoración eucarística, y en cada diócesis debe haber iglesias o capillas específicamente dedicadas a este fin. Pido a las parroquias, seminarios, casas religiosas y monasterios que organicen tiempos de adoración eucarística, para que todos tengan la oportunidad de participar. Con la oración ferviente ante la presencia real del Señor, podéis llevar a cabo la reparación por los pecados de abusos que han causado tanto daño, tantos pecados, tantas apostasías, tantos sacrilegios, y, al mismo tiempo, implorar la gracia de una fuerza renovada y un sentido más profundo de misión por parte de todos los obispos, sacerdotes, religiosos y fieles.
Estoy seguro de que este programa llevará a un renacimiento de la Iglesia en N.N. en la plenitud de la verdad misma de Dios, porque es la verdad la que nos hace libres (cf. Jn 8, 32).
Además, después de haber orado y consultado sobre esta cuestión, tengo la intención de convocar una visita apostólica en algunas diócesis de N.N., así como en seminarios y congregaciones religiosas. […]
También propongo que se convoque una Misión a nivel nacional para todos los obispos, sacerdotes y religiosos. Espero que gracias a la competencia de predicadores expertos y organizadores de retiros de N.N. y de otros lugares, y examinando nuevamente los documentos conciliares, los ritos litúrgicos de la ordenación y la profesión, y las recientes enseñanzas pontificias, lleguéis a un aprecio más profundo de vuestras vocaciones respectivas, a fin de redescubrir las raíces de vuestra fe en Jesucristo y de beber en abundancia en las fuentes de agua viva que os ofrece a través de su Iglesia.
[…] Con gran afecto y firme confianza en las promesas de Dios, de corazón os imparto a todos mi bendición apostólica como prenda de fortaleza y paz en el Señor.
* * *
Este artículo, evidentemente, no pretende redactar para el Papa el borrador de una encíclica. No llega a tanto mi insensatez. Pero sí pretende que las Iglesias más afectadas por las herejías, dejen atrás pasividades y tolerancias, y así como, por la gracia de Dios y estimuladas por la Santa Sede, libran una lucha sin cuartel contra la pederastia, se decidan de modo semejante, con el mismo empeño, a «combatir los buenos combates de la fe» (1Tim 6,12).
Es de notar en esta gravísima cuestión que el pésimo mal de la pederastia es combatido hoy por la Iglesia con tolerancia-cero ante todo por su intrínseca maldad extrema, es cierto; pero también por sus terribles consecuencias en las víctimas, por el desprestigio enorme que ha supuesto a la Iglesia ante el mundo, y también –hay que decir toda la verdad– porque ha llevado a la quiebra económica a no pocas Diócesis.
La difusión de las herejías, por el contrario, no causan desprestigio alguno de la Iglesia ante el mundo no-cristiano, al contrario: el mundo alienta su crecimiento y lo entiende como un desarrollo positivo. Y por otra parte, tampoco las herejías producen demandas judiciales y quiebras económicas ruinosas. ¿Puede influir esto en que las herejías no sean hoy combatidas en algunas Iglesias con el mismo empeño total que la pederastia?… Es posible.
La ley de la Iglesia manda a los Obispos que sancionen debidamente a quienes difunden doctrinas condenadas por la Iglesia (canon 1371), pero en las Iglesias descristianizadas no pocos de ellos han incumplido e incumplen con su deber, y abunda más la herejía que la ortodoxia. Sin embargo, ellos son los guardianes apostólicos del depositum fidei. Ellos han sido especialmente consagrados y enviados por Cristo, y tienen como ministerio principal predicar a los hombres el Evangelio de la verdad. Pues bien, siguiendo con el paralelismo que se ha mantenido a lo largo de estos dos artículos, bien está –demos gracias a Dios– que seis Obispos irlandeses hayan ofrecido su dimisión, reconociendo que su lucha contra la pederastia había sido claramente insuficiente, por admitir en buena parte una cierta «cultura de tolerancia» imperante; y bien está que a cuatro de ellos Roma les haya aceptado la dimisión. Pedimos, pues, a Dios que algo semejante, por su gracia, se realice hoy –o mañana– en aquellos Obispos que, suficientemente alertados acerca de las herejías difundidas en sus Diócesis, pero sujetos a una «cultura de tolerancia», han permitido durante muchos años, por acción o por omisión, y continúan permitiendo, que sigan las herejías arruinando la fe del pueblo que el Señor les ha confiado.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
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