(167) De Cristo o del mundo -IX. Los Apóstoles y el mundo
–Y ahora vamos a ver lo mismo en los Apóstoles. Jo.
–Póngase cómodo, porque esa relación entre Iglesia y mundo la iremos considerando hasta llegar al tiempo actual.
En los apóstoles, evidentemente, no vamos a encontrar en su consideración del mundo sino una prolongación fiel de la doctrina de Cristo. Pero nos hará bien escuchar concretamente sus enseñanzas, en las que podremos apreciar nuevos matices y desarrollos. No incluyo en este artículo –lo dejo para más adelante– la doctrina sobre el mundo que da San Juan en el Apocalipsis. En este libro sagrado hallamos, sin duda, la más alta visión de la relación Iglesia-mundo.
El mundo creación. En el Antiguo Testamento, en los salmos concretamente, la contemplación gozosa y admirada del mundo creado y la alabanza del Creador se expresan con gran frecuencia y con formidable elocuencia. Toda esa espiritualidad creacional sigue vibrando en la Iglesia de los Apóstoles, especialmente en su liturgia, porque en ella sigue hablando Dios por los libros sagrados de Israel. El Salterio, en concreto, es el libro del Antiguo Testamento más veces citado en el Nuevo. El entusiasmo por el Creador y por su mundo creado, que los Salmos expresan, sigue vibrando en la primera comunidad apostólica: «siempre en salmos, himnos y cánticos espirituales» (Ef 5,19; Col 3,16).
También en los escritos de los Apóstoles destella con relativa frecuencia la gloria del Creador, manifestada en el esplendor de sus criaturas. Y casi siempre esta contemplación del mundo-credo viene puesta en relación a nuestro Señor Jesucristo, «por quien todo fue hecho» (Jn 1,3; Col 1,16-17; Heb 1,2; Ap 4,11), el «Primogénito de toda criatura» (Col 1,15). Y aunque predomina, sin embargo, en los escritos apostólicos la contemplación de Dios en los grandes misterios de Cristo,la Encarnación y la Redención, es indudable que la alabanza dela Iglesia de los Apóstoles tiene siempre dos fundamentos: la Creaciónyla Redención en Cristo.
«Tú mereces, Señor Dios nuestro, recibir la gloria, el honor y la fuerza por haber creado el universo: por designio tuyo fue creado y existe. Tú [Cristo] mereces recibir el libro y soltar sus sellos, porque fuiste degollado y con tu sangre adquiriste para Dios hombres de toda raza y lengua, pueblo y nación» (Ap 4,11; 5,9).
El mundo pecador. «La Escritura presenta al mundo entero prisionero del pecado» (Gál 3,22). Por eso «todo el mundo ha de reconocerse culpable ante Dios» (Rm 3,19). Pues «todo lo que hay en el mundo –las pasiones de la carne, la codicia de los ojos y la arrogancia del dinero–, eso no viene del Padre, sino que procede del mundo» (1Jn 2,16). Y precisamente porque el mundo está «bajo el dominio del pecado» (Gál 3,22; cf. 1Cor 2,6; 2Cor 4,4), por eso todo él «está bajo el poder del Maligno» (1Jn 5,19). Así ven el mundo los Apóstoles, y así hablan de él.
Por tanto, los que «aman el mundo» y asimilan sus pensamientos y costumbres se colocan más o menos, lo sepan o no, bajo el influjo del Padre dela Mentira, y por eso el Evangelio les queda encubierto. Siendo en sí mismo tan claro y sencillo, resulta sin embargo ininteligible para aquellos «cuya inteligencia cegó el dios de este mundo, a fin de que no brille en ellos la luz del Evangelio, de la gloria de Cristo, que es imagen de Dios» (2Cor 4,4).
El mundo-creación, aun conservando los majestuosos rasgos de su original belleza, a los ojos de los Apóstoles queda envilecido por «el pecado del mundo», y se oscurece en él ese esplendor de gloria, que tiene como obra del Creador. Por eso, justamente, «toda la creación espera con ansia la revelación de los hijos de Dios. Ella quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza. Porque también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción, para participar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Sabemos, en efecto, que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,19-22).
El mundo efímero. «El mundo pasa, y también sus codicias» (1Jn 2,17). «El tiempo es corto… y pasa la apariencia de este mundo» (1Cor 7, 29.31). Es necesario, pues, «pensar en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Col 3,2), y mantener en aquellas la mirada del alma (2Cor 4,18).
Estas actitudes espirituales fueron tan poderosamente inculcadas por los Apóstoles, que en algunos ambientes cristianos se produjeron errores, por un exceso de escatologismo, que los mismos Apóstoles hubieron de moderar. Concretamente San Pablo denuncia que entre los de Tesalónica algunos hermanos andan difundiendo la convicción de que «el día del Señor es inminente», y que ateniéndose a esto, «viven algunos entre vosotros en la ociosidad, sin hacer nada» (2Tes 2,2; 3,11).
Los Apóstoles llaman a la perfección evangélica a todos los cristianos. Ellos saben que los discípulos de Cristo están rodeados por el pecado del mundo, pero saben también que todos ellos han recibido una «soberana vocación de Dios en Cristo Jesús» (Flp 3,14), y que «la voluntad de Dios es que sean santos» (cf. 1Tes 4,3; 1Cor 1,2; Ef 1,4). Dios, en efecto, ha llamado a los elegidos con una vocación santa y celestial (2Tim 1,9; Heb 3,1), y les ha destinado a configurarse a Jesucristo (Rm 8,29). Y frente a la omnipotencia de esta voluntad dela Misericordia divina, nada son las resistencias que el mundo pueda ofrecer.
Partiendo de ese firme convencimiento, las normas y exhortaciones que los Apóstoles dan a los laicos «seculares» son tales que trazan una verdadera «via perfectionis» para todos los cristianos. Esta altísima esperanza en las posibilidades de los cristianos para santificarse viviendo en el mundo ya la vimos en Cristo, y ahora podemos comprobarla en los Apóstoles con unas pocas referencias.
Los discípulos de Cristo han de orientar toda su vida para glorificar a Dios (1Cor 10,31), conscientes de que son un pueblo sacerdotal, destinado a «proclamar el poder del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1Pe 2,9).
Ahora bien, para eso, deben leer frecuentemente las Escrituras (Col 3,16; 1 Tim 4,6), y deben orar sin cesar, continuamente (Rm 1,9s; 12,12; 1Cor 1,4; Ef 1,16; etc.). De este modo, no son deudores de la carne y del mundo, para vivir según sus inclinaciones, sino según el Espíritu divino, cuyas tendencias son otras: por tanto, «no hagáis lo que queréis… Si vivimos del Espíritu, andemos también según el Espíritu» (Gál 4,16-25).
Han de ver los cristianos en el afán de riquezas el origen de todos los males (1Tim 6,8-10). Y deben manifestar su desprendimiento de los bienes terrenos –dando limosna a los necesitados generosamente, para que no haya pobres en la comunidad (2Cor 8-9; Hch 4,32-33); –huyendo de todo lujo y vanidad en los vestidos y adornos personales (2,9; 1Pe 3,3-6), así como todo exceso en comidas o gastos (1Tim 6,8); –no defendiéndose en pleitos, y prefiriendo dejarse despojar, para imitar así a Cristo paciente (1Pe 2,20-22; 1Cor 6,1-7); –comunicando los bienes materiales con quienes comparten unos mismos bienes espirituales (Rm 15,1-3; 1Cor 10,33; 2Cor 8,13-14; Gál 5,13; Col 3,16; 1Tes 5,11); y, en fin, por otros medios semejantes.
Los cristianos, teniendo la caridad mutua como supremo «vínculo de la perfección» (Col 3,14), han de ser obedientes a los padres y a toda autoridad, también a los jefes tiránicos (1Pe 2,18s; Ef 6,5-8); más aún, han de ver a los iguales como a superiores (Flp 2,3). Haciendo el bien a todos, sin cansarse (2Tes 3,13), deben devolver siempre bien por mal a los enemigos (1Tes 5,15). Y los casados, si conviene, han de abstenerse periódicamente de la unión corporal «para darse a la oración» (1Cor 7,5).
Todos los fieles cristianos, por tanto, han de tender a la perfección evangélica, de modo que, dejando de ser niños y carnales (1Cor 3,1-3; +13,11-12; 14,20; 1Pe 2,2), se vayan transformando bajo la acción del Espíritu (2Cor 3,18; Gál 4,19), y vengan a ser «varones perfectos, a la medida de la plenitud de Cristo» (Ef 4,12-13; cf. Heb 5,11-13).
Santificación y des-mundanización. Los Apóstoles comprenden desde el principio que la formación de hombres nuevos cristianos, distintos y mejores que los hombres viejos y adámicos, requiere que aquéllos «se despojen del hombre viejo y de sus obras, y se revistan del nuevo», viviendo del Espíritu de Cristo (Col 3,9-10): «vino nuevo en odres nuevos» (Mt 9,17). Y entienden que esta transformación tan profunda sería imposible si los cristianos siguieran siendo mundanos, o dicho de otro modo, si continuaran viviendo «en la esclavitud, bajo los elementos del mundo» (Gál 4,3). Por eso, para venir a ser santos por «la unción del Santo» (1Jn 2,20), es preciso que los cristianos queden perfectamente libres del mundo en que viven, en nada sujetos a sus modos de pensar, de sentir y de vivir. En el lenguaje San Pedro y San Pablo, de Santiago y de San Juan apóstol «ser santos» en Cristo implica una «des-mundanización» radical, que habrá de ser realizada por los discípulos de Cristo en modos diversos, según la vocación que reciban: o bien viviendo en el mundo, o bien renunciando al mundo.
1. Santidad en el mundo. Cristo ha vencido al mundo (Jn 16,33). Y ha dado a los cristianos poder espiritual para que ellos también puedan vencer al mundo por la fe (1Jn 5,4). Todos los cristianos, pues, sea cual fuere su vocación y estado, ya desde el bautismo, han sido «arrancados de este perverso mundo presente» (Gál 1,4), es decir, han sido hechos «participantes de la naturaleza divina, huyendo de la corrupción que por la concupiscencia existe en el mundo» (2Pe 1,4). Todos, por tanto, pueden afirmar con alegría: «nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el espíritu que viene de Dios» (1Cor 2,12).
En efecto, el cristiano, precisamente porque ha sido liberado por Cristo del mundo pecador, por eso puede amor al mundo con el mismo amor que Dios: «tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único» (Jn 3,16). Por eso el cristiano vive el mundo como luz, como sal y como fermento, intentando salvarlo con la gracia de Cristo. Pero en modo alguno se hace cómplice del mundo, por oportunismo ventajista, por evitar persecuciones o, peor aún, por una secreta fascinación admirativa, pues, en tal caso, «no tiene en sí el amor del Padre» (1Jn 2,15-16); más aún, «se hace enemigo de Dios» (Sant 4,4). Por tanto, los cristianos no hemos de imitar al mundo presente, admirándolo y aprobándolo, ni siquiera en sus planteamientos generales; es decir, no hemos de dar nuestro consentimiento, en formas explícitas o tácitas, a sus dogmas, a sus prioridades y orientaciones.
Los Apóstoles nos enseñan y mandan claramente: «no os conforméis a este siglo, sino transformáos por la renovación de la mente», es decir, según la meta-noia radical de la fe, «procurando conocer la voluntad de Dios» (Rm 12,2). Vivid, nos dicen, como «extranjeros y peregrinos» en este mundo (1Pe 1,7; 2,11), y «buscad los bienes de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios; pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Col 3,1s). No podríamos transformar en Cristo el mundo secular si, marcados por él, por sus valoraciones, tendencias y maneras, ignoráramos el modelo celestial –«así en la tierra como en el cielo»–. De ahí se sigue, pues, que no hemos de «poner los ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las visibles son temporales; las invisibles, eternas» (2Cor 4,18). En efecto,«el tiempo es corto… y pasa la apariencia de este mundo»(1Cor 7,29.31).
Liberados, pues, gracias a Cristo, del espíritu del mundo, y profundamente renovados por su Espíritu, pueden los cristianos alcanzar en el mundo la perfecta santidad. En Cristo pueden los fieles, ciertamente, «conservarse sin mancha en este mundo» (Sant 1,27); pueden «disfrutar del mundo como si no disfrutasen» (1Cor 7,31); pueden, en fin, «probarlo todo, quedarse con lo bueno, y abstenerse hasta de la apariencia del mal» (1Tes 5,21-23). Pueden hacerlo, con la gracia de Cristo.
2. Santidad renunciando al mundo. Continuando nuestra exploración de la mente de los Apóstoles, podemos, sin embargo, preguntarles: ¿Y no será necesario que a ese distanciamiento espiritual del mundo se añada también una separación material?
En realidad, en los escritos de los Apóstoles apenas se encuentran exhortaciones a «salir» del mundo en un sentido físico y social. Y no es difícil hallar la causa. La persecución del mundo es en el tiempo en que viven tan dura, que cualquier cristiano está en situación de decir con San Pablo «el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo» (Gál 6,14). Todavía, pues, no es aconsejada en la Iglesia la separación física del mundo como camino de perfección, y la separación se plantea, y en términos bien claros, en términos de distanciamiento espiritual. En todo caso –como en seguida hemos de ver más detenidamente–, la virginidad y la pobreza voluntarias establecen, ya en el tiempo de los Apóstoles, un cierto modo de separación habitual del mundo, como ascesis más favorable a la perfección. Lo explico un poco más.
–No separación material del mundo. «Cada uno debe perseverar ante Dios en la condición que por él fue llamado» (1Cor 7,24). No es preciso, pues, salirse del mundo. Y aquellos que condenan el matrimonio, las posesiones o ciertos alimentos impuros, están completamente errados, pues «todo es ciertamente puro» (Rm 14,20). «Toda criatura de Dios es buena, y nada hay reprobable tomado con acción de gracias, pues con la palabra de Dios y la oración queda santificado» (1Tim 4,4-5).
–Distanciamiento espiritual de los paganos. «No os unáis en yunta desigual con los infieles. ¿Qué tiene que ver la rectitud con la maldad?, ¿puede unirse la luz con las tinieblas?, ¿pueden estar de acuerdo Cristo con el diablo?, ¿irán a medias el fiel y el infiel?, ¿son compatibles el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois templo de Dios vivo, según Dios dijo: … “Salid de en medio de esa gente, apartáos, dice el Señor, no toquéis lo impuro y yo os acogeré” [Is 52,11]» (2Cor 6,14-17). «Os digo, pues, y os exhorto en el Señor a que no viváis ya como viven los gentiles, en la vanidad de sus pensamientos, obscurecida su razón, ajenos a la vida de Dios por su ignorancia y por la ceguera de su corazón. Embrutecidos, se entregaron a la lascivia, derramándose ávidamente en todo género de impureza. No es esto lo que vosotros habéis aprendido de Cristo… Dejando, pues, vuestra antigua conducta, despojáos del hombre viejo, viciado por la corrupción del error; renováos en vuestro espíritu, y vestíos del hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdaderas» (Ef 4,17-24).
–Separación material de los malos cristianos. Ésta sí es urgida por los Apóstoles. Así San Pablo manda: «os escribí en carta que no os mezclarais con los fornicarios. No, ciertamente, con los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras, porque para eso tendríais que saliros de este mundo. Lo que ahora os escribo [más claramente] es que no os mezcléis con ninguno que, llevando el nombre de hermano [es decir, de cristiano], sea fornicario, avaro, idólatra, maldiciente, borracho o ladrón: con éstos, ni comer» (1Cor 5,9-11). La prohibición es solemne: «en el nombre de nuestro Señor Jesucristo os mandamos apartaros de todo hermano que vive desordenadamente, y que no sigue las enseñanzas que de nosotros habéis recibido» (2Tes 3,6).
En todo caso, cuando en la práctica se hacen necesarios algunos eventuales distanciamientos del mundo, en ciertos usos y profesiones, lugares, actividades y costumbres, inconciliables con el espíritu de Cristo, llega entonces la hora de recordar que ya desde el bautismo hemos muerto a la carne, al demonio y también al mundo, y que «nuestra vida está escondida con Cristo en Dios». Cuando él se manifieste glorioso en este mundo, entonces los cristianos «nos manifestaremos gloriosos con él» (Col 3,3; cf. 1Jn 3,1-2). Entre tanto, nos exhortan los Apóstoles, guardáos «irreprensibles y puros, hijos de Dios sin mancha, en medio de esta generación mala y depravada, en la cual aparecéis como antorchas en el mundo, llevando en alto la palabra de vida» (Flp 2,15-16). Frase impresionante.
Disciplina eclesial y excomunión. Los Apóstoles aplican la ex-comunión en la disciplina eclesial primitiva, fieles al mandato de Cristo (Mt 18,17; Rm 16,17; 1Cor 5,5.11). Es verdad que ellos han recibido su autoridad más para edificar que para destruir (2Cor 10,8); pero también son muy conscientes de que han de estar «prontos a castigar toda desobediencia y a reduciros a perfecta obediencia» (10,3-6). Los estudios sobre la excomunión en la Iglesia antigua muestran a ésta como práctica pastoral relativamente frecuente. Y eso nos indica que en los inicios del cristianismo era todavía posible hacer algo que, si no iba seguido de arrepentimiento público, implicaba la expulsión social dela Iglesia. Sin caer en un catarismo inadmisible, que en cualquiera de sus modalidades históricas siempre ha sido rechazado porla Iglesia, está claro que los Apóstoles exigían a los fieles para permanecer en la comunión dela Iglesia un cierto grado de fidelidad al Evangelio.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
5 comentarios
Debemos profundizar la oración, una oración que nos ayuda a comprender la Palabra de Dios, siempre bajo la guía de la fe de la Iglesia Católica, y la sana doctrina espiriual de nuestros hermanos sacerdotes.
Esta debe ser nuestra norma, y no vamos a leer precisamente esta doctrina para luego olvidarlo, nada de eso (cfr St 1, 22-25b), necesitamos meditarla con frecuencia, es el buen alimento para nuestro espíritu. La sana doctrina siempre es una invitación, tal como lo expone el P. José María así mismo lo hace la Iglesia Santa de Dios, y lo mismo nos exhorta el Santo Padre Benedicto XVI, a vivir el momento, el instante entre la oración bien hecha y la lectura de la Santa Biblia, pero que se extiende a las demás doctrina que nos une espiritualmente a la fe de la Iglesia Católica; vivirla y practicarla en cuerpo y alma, para dar fin a nuestro hombre viejo.
Si no oramos como pide Jesús en Jn 4, 23-24; es este el únido modo de agradar al Padre Celestial, no hay otros modos, es decir, la oraciòn superficial no agrada al Padre, la oración del tibio no es la medida del Corazón de Cristo.
Por el contrario la humildad Cristiana, esa " VIRTUD "...que nos hace conocer el límite de nuestras fuerzas...que nos revela nuestros propios defectos...que No nos permite exagerar nuestro mérito ni ensalzarnos sobre los demás,...que No nos consiente despreciar a nadie, que nos hace mirar como frivolidades indignas de un espíritu serio el andar en el humo de la lisonja ,..que no nos deja creer jamás que hemos llegado a la cumbre de la perfección en ningún sentido, ni cegarnos hasta el punto de no ver..." lo mucho que nos queda por adelantar",...y la ventaja que nos llevan otros...Esa Virtud que , bien entendida es la Verdad, pero la verdad aplicada al conocimiento de lo que somos, de nuestras relaciones con DIOS y con los hombres.
La Verdad guiando nuestra conducta, para que no nos extravien las exageraciones del amor propio.....esa Virtud... es de gran utilidad en todo cuanto concierne a la práctica,aún en las cosas puramente mundanas.
La Humildad Cristiana, a cambio de algunos sacrificios....produce grandes ventajas.
El hombre que sabe dominarse a Sí mismo....tiene mucho adelantado para conducirse bien...posee una cualidad, que producirá buenos resultados, perfeccionando y madurando su juicio, haciendo adelantar en el conocimiento de las cosas y de los hombres,y..... librandose la vista de esa niebla que lo ofusca ,no será tan `peligroso extraviarse .
Saludos
para ver el mundo, cada criatura, como creación de Dios, o sea, para vera Dios en sus criaturas;
para ver al mundo entero como prisionero del pecado, y por tanto cautivo del diablo;
para ver el mundo como algo que pasa, y rápidamente, hacia un fin glorioso en Dios;
para ver realmente la vocación a la santidad de los que vivimos en el mundo secular: se dice de palabra, pero en la práctica luego se nos permite a los laicos, sin corregirnos para nada, que vivamos como los mundanos, y que echemos el vino nuevo en odres viejos.
O sea, que leyendo esta serie veo cada vez más claro que estamos muy muy lejanos al modo de ver el mundo propio de Cristo y de los Apóstoles.
Que el Señor tenga piedad de nosotros y nos ilumine.
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JMI.- Amén.
No obstante salir a predicar tales cosas, aquí y ahora, se me hace inmensamente necesario y urgente. Y si a la prédica se la acompaña con acciones ejecutivas conducentes, alabado sea el Señor, las cosas cambiarán para bien en la Iglesia.
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JMI.-La predicación de una verdad concreta es tanto más urgente cuanto mayor sea el escándalo que se prevé o que se ve al predicarla, porque este escándalo significa en forma inequívoca que esa verdad es insuficientemente predicada y que errores que le son contrarios prevalecen en muchos ambientes.
Ejemplos: Humanæ vitæ, Dominus Iesus...
Sus escritos me son de mucha ayuda. Gracias.
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