(155) La Cruz gloriosa –XIX. La devoción a la Cruz. 15
–¿Marta Robin?…
–Una vez más compruebo la amplitud oceánica de su ignorancia.
Marthe Robin (+1981)
Nace en Châteauneuf-de-Galaure, Francia (1902), sexta y última hija de un matrimonio de agricultores, que viven en una finca próxima al pueblo. El Señor enciende en Marta desde su infancia una gran devoción a la oración, a la comunión eucarística y a la caridad servicial. Va a la escuela hasta los 13 años, faltando con frecuencia a causa de su frágil salud. A los 18 años sufre una encefalitis que afecta a sus centros nerviosos. En 1928 la enfermedad paraliza ya definitivamente sus miembros inferiores y más tarde los superiores. Permanece paralizada en cama hasta su muerte.
En 1930 recibe los estigmas del Crucificado. La deglución se paraliza también y ya no podrá comer nunca más, ni beber, ni dormir, hasta su muerte, es decir, durante 50 años. Solo se alimenta de la comunión eucarística que recibe una vez por semana. Desde entonces revive todos los viernes la pasión del Señor. En 1928 su párroco Faure viene a ser su director espiritual, y quien la asiste durante los primeros años en la «pasión» que sufre los viernes. En 1936 le concede Dios la asistencia permanente de un buen sacerdote diocesano de Lyon, Georges Finet, elegido por Dios para ser padre espiritual de Marta y para iniciar junto con ella una Obra, los «Foyers de charité».
Marthe Robin dejó pocos escritos, ya que desde que quedó paralítica solo podía dictar a personas amigas. Pero ha tenido numerosos biógrafos, entre ellos Jean Guitton (Retrato de M. R., Monte Carmelo, Burgos 1999; orig. Grasset 1985), Jean-Jacques Antier (M. R. Le voyage immobile, Perrin 1996) y Bernard Peyrous, sacerdote de la comunidad Emmanuel, postulador de su causa de beatificación (Vie de M. R., Éditions de l’Emmanuel/Éditions Foyer de Charité 2006).
–A comienzos de 1930 presiente Marta su vocación especial. «¡Oh Padre tierno y bueno, oh Dios bueno y perfecto! ¿Qué harás de mí este año?… ¿Dónde me llevará tu Amor?… Yo lo ignoro, y tampoco busco saberlo. Fiat, oh Jesús mío, Dios mío, Fiat y siempre Fiat, en el amor y renunciamiento a todo. Oh Señor, por mí, por todos, sé glorificado y bendecido, ahora y por siempre. Amén» (2-II-1930: De la Cruz a la luz, Edit. Foyer, Tomé, Chile 2009, 56-57). «Mi alegría es vivir escondida completamente en Dios, con Cristo, y dejarme invadir… Tengo la grande y dulce felicidad de gozar de una manera casi continua y consciente de la presencia de Jesús» (28-II-1930: ib. 58).
«Mi alma está desamparada. ¿Dejarás a tu pequeña víctima en la tormenta?… No me abandones, Jesús, pues en mí está la noche… ¿Cuándo iré a saciarme en las fuentes inagotables de la Luz y del Amor?… No deseo morir para ser librada del combate, del sufrimiento. ¡No, no! Es la eternidad la que me atrae, deseo que Jesús me extienda sus brazos» (cuaresma 1930: ib. 58).
–Marta recibe en 1930 los estigmas de la Pasión de Cristo. Así lo describe años más tarde al Padre Finet: «Rayos de fuego salieron del corazón de Jesús. Él extiende a Marta en cruz. Ella siente la cruz en su espalda y una quemadura intensa. Luego, ofrece sus pies. Un dardo sale del corazón de Jesús y golpea al mismo tiempo ambos pies. Un tercer dardo, sin dividirse, la golpea en el costado izquierdo, provocando una herida de diez centímetros de largo. De los pies, manos y corazón mana sangre. Al mismo tiempo, Jesús coloca en la cabeza de Marta la corona de espinas. Ella la siente incluso contra los globos de sus ojos. La sangre corre desde toda la cabeza» (De la Cruz… 63-64). El viernes siguiente, y después todos los viernes, Marta revive en la penumbra de su habitación la Pasión de Cristo, acompañada solamente por su párroco Faure al principio, y a partir de 1936 hasta su muerte en 1981 por el padre Finet.
–Marta colabora en la salvación del mundo participando de la pasión de Cristo. Estas palabras suyas fueron recogidas por el párroco Faure: «[Viernes, 3 de febrero de 1933]. Sí, Jesús, quiero toda tu cruz. Quiero continuar tu redención. Sí, Dios mío, toda mi vida la quiero vivir para continuar tu redención. Sí, Jesús, quiero toda tu cruz. Quiero reunir en mí todos los terribles tormentos que tú has soportado, todos tus dolores, y llevar a cabo en mí la obra de tu redención. Oh mi Jesús, une mis pobres y pequeños sufrimientos a tus sufrimientos, y mis dolores a tus doleres, y que mi sangre sea, como la tuya, una sangre redentora. ¡Dios mío, Dios mío! que yo sufra todos tus dolores, y luego tú les salvarás.
«Oh mi Jesús!, visita esta pobre casa que no te ama [sus padres eran cristianos no practicantes]. Hay muchas otras en esta pobre parroquia, pero sufriré todos los dolores de tu pasión y tú les salvarás. Haz que esta pequeña casa te ame como yo te amo. ¡O Dios mío, Dios mío!» (Las pasiones de Marta Robin relatadas por el Padre Faure, cura párroco de Châteauneuf-de-Galaure, Edit. Foyer de Charité, 2009).
–Marta suplica al Señor especialmente por los sacerdotes. «[23 o 30 de junio de 1933]. ¡Oh Dios mío! guarda a todos tus sacerdotes en tu santo camino, no permitas que los atractivos del mundo y los deseos de la carne tengan dominio sobre ellos. Que todos sean cada vez más apóstoles, cada vez más firmes en su fe, más fieles a su ministerio y que tu adorable voluntad se cumpla siempre plenamente en ellos…
«… Señor, une mi alma a tu alma, fusiona mi corazón con el tuyo, cambia mi cuerpo en tu cuerpo desgarrado, en tus miembros malheridos, oh divina Víctima de mi salvación, y dígnate mezclar cada gota de mi sangre a tu sangre salvadora. Que yo no sea más que un alma, una carne expiatoria para todos y que mi vida no sea más que un Getsemaní y un Calvario renovados, prolongados, acabados en toda su plenitud, en toda su fuerza y su amor.
«Oh mi Bienamado, tú mismo has elegido todas mis aflicciones. Por eso sufro con tanta embriaguez y sobreabundo de alegría en todas mis tribulaciones [2Cor 7,4]. Si doy mi vida por los pecadores, la doy alegremente, y veo ya que la voluntad del Señor será próspera para muchos» (ib.).
–Marta quiere agonizar con el Crucificado. Como Cristo en Getsemaní, ella revive la agonía de Jesús en la noche del jueves al viernes, y el viernes, su Pasión del Calvario: «Jesús hoy me ha amado mucho. Su abrazo ha sido muy estrecho, incluso sangrante. El Esposo prepara su pequeña víctima con heridas de amor. ¡Sí, sí, Jesús! Yo quiero tus clavos en mis manos, los quiero en mis pies. Quiero tu corona de espinas en torno a mi frente. Quiero tu hiel en mi voca. Quiero tu lanza en mi corazón. Tú has descendido de la Cruz y yo quiero tomar tu lugar. ¡Sí, Señor, yo quiero tu cruz, tú me la has dado como dote! Que yo sea tu esposa, toda marcada por los dolores y la pureza de María» (Antier, ob. cit. 275).
–Marta sufre cada viernes durante medio siglo la Pasión salvadora de Jesús. Ella habla muy poco de sus viernes de agonía, pero se conservan escritas algunas confidencias suyas, como la del 30 de octubre de 1931, que permiten asomarse al abismo inmenso de sus dolores:
«¡Oh noche, noche espantosa! Noche de dolor, de gozo y de llantos. Aterrorizada de horror, he asistido a la terrible pasión del Salvador, le he visto padecer todos los suplicios, desde la agonía del Huerto hasta la crucifixión del Gólgota, compadeciéndolos con un corazón desgarrado, sangrante, participándolos en su horror, en su dolor, en su amor. Sobre todo en su amor.
«He conocido su sufrimiento que tritura, que aterroriza el corazón. He sufrido estremecimientos de espanto, sudores de agonía, he bebido el cáliz de la angustia, me he visto sacudida por los azotes invisibles que desgarraban mi carne, he sufrido las espinas que se hundían en mis sienes, las heridas ocultas que siempre quemaban mis manos, mis pies, mi corazón. Y en toda mi alma, en todo mi ser, he sido torturada por los suplicios de la pasión, y florecían sí ardientes… Sí, Padre, tu voluntad es también la mía. No sabría yo vivir de otra manera que en el amor de Jesús, en las penas de Jesús, en las inmolaciones de Jesús, sufrir su pasión y sus agonías, para ser expiadora y redentora y conquistadora con Jesús, como Jesús.
«Para vivir del todo a Jesús, para hacerse totalmente a Jesús, es necesario querer ser Jesús crucificado. Es preciso dejarse despojar cosa por cosa, atraer, estrechar en la cruz al dulce Bienamado, y pedir, consentir no ser más que un alma, un corazón, una carne de sufrimiento para todos con Él… En mi sed de amor y de donar almas a Jesús, he dejado muchas veces que su mano divina grabe con hierro y fuego en mi alma hasta las más intimas profundidades estas palabras tan sublimes y tan dulces, que han venido a ser cada vez más mi vida: víctima y hostia» (Antier, 276).
–Marta se alimenta durante medio siglo solamente con la Eucaristía. Desde 1930 no es capaz de comer nada. Y pierde sangre cada noche y en la pasión de los viernes. Su vida prueba que son verdaderas las palabras de Cristo: «mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida» (Jn 6,55). A Jean Guitton le dice en 1958: «yo no me alimento más que de la Hostia, no la puedo tragar, pero me procura una impresión física de alimento, Jesús entra en todo mi cuerpo. Es Él que me nutre. Es como una resurrección» (De la Cruz… 82).
–Hace a Dios la ofrenda de sus ojos para salvar a Francia. Poco antes de partir el padre Finet como capellán a la II Guerra Mundial, le pide Marta permiso para ofrecer sus ojos por la salvación de Francia: –«Me gustaría hacer el sacrificio de mis ojos… Yo no tengo necesidad de ver». Aunque muy reticente, el padre Finet le autoriza su ofrenda. Y el Señor, que le ha inspirado esa petición, se la concede al punto. Desde septiembre de 1939 queda Marta casi ciega. Sus pupilas permanecen hipersensibles a la luz. Un rayito de luz puede hacerle desmayar de dolor, y a causa de ello permanece casi a oscuras en su habitación. En ese tiempo, los «dichos de Marta», abundantes entre 1925 y 1939, cesan casi por completo, y su oración se hace silenciosa (De la Cruz… 99).
–Marta recibe en su habitación durante medio siglo unas 100.000 visitas y muchas cartas. Después de la muerte de su madre, en 1940, como no quedaba en la finca más que su hermano Enrique, incapaz de ocuparse de ella, el Foyer de Châteauneuf, recientemente iniciado, la tomó a su cargo, organizando entre los miembros de la comunidad los modos oportunos para recibir las visitas sucesivas y responder al dictado las cartas y otros asuntos. Los miércoles el Padre Finet daba la comunón a Marta. Y ella se mantenía activa, dentro de sus grandes limitaciones, durante los días laborables, hasta el comienzo de la noche del jueves, cuando se iba adentrando en la pasión del Señor.
En medio siglo, cautiva en su habitación casi a oscuras, Marta recibe innumerables visitas. Ella asiste humilde y eficazmente a toda clase de fieles necesitados de luz, consuelo o confortación. Le visitan también el padre Garrigou-Lagrange, Jean Guitton, Marcel Clément y muchas otras personalidades señaladas de la Francia católica de su tiempo. El testimonio de los visitantes coincide en afirmar que Marta, atenta y humilde, con una excepcional capacidad de escucha compasiva, irradiaba luz y amor, abandono en la Providencia, celo apostólico por el crecimiento de la Iglesia y por la conversión de los pecadores, paz y alegría. En medio de sus dolorosas tinieblas, recibía grandes luces de gozo y esperanza. El 29 de agosto de 1932 decía: «¡qué dulces momentos de felicidad y bienaventuranza! Sí, yo soy feliz, oh mi Bienamado, porque siento que mi corazón late en el tuyo, vivo y soberano. Oh Dios mío, si me das tanta paz, si me haces tan feliz en esta tierra, ¿qué será en el cielo?» (Antier, 99).
–Marta recibe del Señor una misión universal en la Iglesia. El Señor le encomienda, dándole la ayuda del padre Finet, fundar los Foyers de caridad, luz y amor, en los que se había de predicar, para la renovación del mundo, la doctrina católica en retiros espirituales de una semana vividos en silencio. El primer retiro se dió en septiembre de 1936, en el Foyer de Châteauneuf, y allí se celebraron otros muchos. Los Foyers son comunidades de bautizados, hombres y mujeres, que a ejemplo de los primeros cristianos ponen en común su bienes materiales, intelectuales y espirituales, viviendo en un mismo espíritu su compromiso, para realizar con María Madre la familia de Dios sobre la tierra, bajo la guía de un sacerdote, que es el padre del Foyer.
Pero esa misión universal de Marta en favor de la Iglesia se desarrolló también por su asistencia a muchos fundadores de nuevas comunidades católicas hoy existentes, unas cuarenta. Todos ellos encontraron en Marta inspiración, apoyo y aliento para empezar y para ir adelante. Entre esas comunidades podemos citar El Emmanuel, las Bienaventuranzas, la comunidad de San Juan, el Arca de Jean Vanier, los Hermanos y Hermanas de Belén, los Equipos de Nuestra Señora, etc.
Los Foyers de Charité fundados por Marta y el padre Finet han sido reconocidos por la Iglesia en 1984 como Asociación de fieles dependiente del Consejo pontificio para los laicos. Actualmente existen 75 Foyers, distribuidos en 44 naciones, en cuatro continentes.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
13 comentarios
¡Qué Dios le bendiga!
A mi me confunde mucho que le enviara estigmas
ojalá y si es necesario pueda entender algun dia
el por qué
mientras tanto le pedire a Dios salud!
Que Dios nos ayude a entender y Marthe Robin también.
Gracias Padre.
Padre,
¿La comunidad San Juan es la misma que Juan 2,5 que entrevista en su libro Evangelio y utopía? ¿También están por América?
Gracias.
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JMI.- La comunidad Juan 2,5 no existe; solo existe en el libro como diseño utópico.
La que existe puede investigarla buscando en internet "comunidades de san Juan".
Me he quedado muy impresionada porque una santa como ella, con esa profundidad, con ese conocimiento absoluto de Cristo, esa fuente inagotable de amor, a la que fue tanta gente a ser consolada, siendo su propia supervivencia un milagro,...¿cómo es posible que no sea más conocida? Será que, en el fondo, estas santas nos asustan un poco.
Me recuerda a santa Faustina Kowalska. Ese anhelo por recibir en ellas el sufrimiento de la Pasión de Jesús, para salvar las almas de los pecadores...
¡Qué lejos de nuestra vida cotidiana de hoy! ¡Qué equivocados estamos los cristianos que huimos tanto de la Cruz y del dolor!
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JMI.- Un misterio iluminado por la enseñanza y la vida y pasión de Cristo. Él nos hace participar de su sabiduría divino-humana por la fe.
A veces, creemos que son cosas como estas, tan llamativas, pero lo más normal es encontrar la Cruz en el cumplimiento de nuestos deberes de estado, el trabajo, las virtudes más aparentemente simples.
Saludos.
Saludos.
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