(49) Indigenismo teológico desviado –II. un libro sobre Guadalupe

–¿Y qué hacemos, padrecito, con las enormidades que nos dicen estos expertos?
–Ignorarlas, m’hijito, ignorarlas. No darles crédito. Y rezar mucho.

Continúo transcribiendo algunos textos del libro El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego, escrito por tres eminentes historiadores, ya citados. Y sigo señalando en cursiva los errores más graves.

La heroica y excelsa religiosidad azteca fue reconocida y premiada por el Evangelio. Cuando Juan Diego recibe la maravillosa aparición de la Virgen de Guadalupe,

«en ese instante captó que no existía oposición ninguna entre su religión y cultura ancestrales y su fe cristiana, antes culminación entre su antigua fe, la de “los antiguos, nuestros antepasados, nuestros abuelos” y lo que como cristiano está recibiendo en ese momento… Aquí Juan Diego capta en seguida lo que luego le dirá la Virgen Santísima: que no hay contradicción, antes culminación, entre su antigua fe» y el cristianismo (176, nota).

De este modo prodigioso, el acontecimiento guadalupano, con la Virgen mestiza, aparecida en la morada de la antigua diosa Coatlícue Tonatzin, en la misma cuna de Huitzilopochtli, venía a significar para los indios una «plena aceptación de su heroico pasado y aliento y esperanza de un condigno futuro» (192). Podían, pues, seguir con la Regla de Vida de sus antepasados «¡y no cambiándola, sino dándole plenitud! (Mt 5,17)» (195).

Nunca en la historia de la humanidad hubo un pueblo tan fiel a Dios como el azteca. Antes de las preciosas apariciones de la Virgen de Guadalupe el desconcierto de aquellos indios era absoluto cuando los misioneros les hablaban de su venerada religión como de un culto falso, abominable y diabólico. «Sin embargo, aunque ya no pensemos así y estemos seguros de que tales héroes del pensamiento y cumplimiento religioso se salvaron todos [así lo dicen los tres autores], todavía podemos preguntarnos: ¿Cómo es posible que, aunque no haya sido sino a nivel temporal, haya podido Dios corresponder a la máxima fidelidad que en toda la historia le ha tenido pueblo alguno, bien que a través del error, entregándolo [en la conquista y evangelización del XVI] a la muerte, a la destrucción y a la esclavitud?» (163).

Esta angustiosa pregunta solamente es respondida de forma convincente en el maravilloso acontecimiento de Guadalupe. Al evangelizar a los mexicanos, Dios premia su absoluta entrega y fidelidad religiosas: «Ometéotl tomó la iniciativa de venir Él al indio, reconocer y magnificar su fidelidad heroica y ofrecerle premiársela con las más apoteótica de las coronas: ¡Convidarle a ser hijo de su propia Madre!» (164).

El ayate de Juan Diego es el testimonio más fidedigno de la perfecta continuidad entre la religiosidad azteca y la cristiana. La imagen de la Virgen de Guadalupe aparecida en la tilma (poncho) de Juan Diego, se nos dice en este libro, era para los indios un códice pictográfico portador de una mensaje nuevo y maravilloso (189ss). Pero «hubieron de pasar más de cuatro siglos para que cayéramos en la cuenta de eso, de que la imagen de la Señora del Cielo era un mensaje, un “Códice” indígena» (194). «Quizá nunca podamos “traducir” todo ese “Evangelio pictográfico” que de inmediato ganó a la Fe al Anáhuac entero» (195).

La tarea de traducir el lenguaje pictográfico del milagroso ayate de Juan Diego es ciertamente una tarea muy difícil, pero nuestros tres autores, ayudándose de expertos, la intentan animosamente. Y la traducción de la tilma no la ofrecen como una hipótesis, sino como un dato cierto, cientifico, indiscutible. Veamos: ¿qué significaba realmente para los indios la imagen bellísima de la Virgen de Guadalupe? Abrevio mucho:

El manto lleva a los indios a pensar en Huitzilopochtli. Las estrellas, el cielo azul oscuro y estrellado es… otro de los atributos de Ometéotl (cf. 197)… El toque más indio del cuadro es el ángel que sostiene a la Señora, que para un europeo no significaría más que un querubín decorativo, mofletudo y sonrosado; pero «si hacemos el intento de observarlo con mente india… lo primero espontáneamente que asociaríamos con su calidad de ser emplumado sería, por supuesto, a la “Serpiente Emplumada”, a Quetzalcóatl» (198-199). La túnica rosada de la Virgen era el color de Huitzilopochtli… Que el ángel sea un joven de adusta expresión de anciano «hace evocar a Telpochtli: “El Mancebo”, una de las advocaciones nada menos que de Tezcatlipoca, el más “diabólico” de los dioses mexicanos y enemigo de Quetzalcóatl. Y es imposible rehusar su identificación, puesto que», etc. (200).

Los dioses mexicanos son, pues, los padrinos presentadores de la Virgen y del Evangelio para el pueblo. Fijémonos por último, siguen diciendo los tres autores, en esas alas, que son también puñales rojos y blancos, y advertimos que

«se trata de Itzpapálotl: “La Mariposa de Obsidiana”, deidad del sacrificio y de la penitencia, cuya misión era subir hasta los dioses los corazones y el chalchíhuatl humanos que se les ofrendaban. O sea que la máxima expresión de la piedad indígena, que los frailes denostaban como nada más que crímenes y oprobio, ¡figura aquí también [en la tilma sagrada de San Juan Diego] como introductora de la Reina del Cielo!» (200). «No era, pues, poca la audacia de ese misterioso y genial Tlacuilo [escriba] al poner a los principales dioses mexicanos como padrinos de la Madre de Ometéotl. San Pablo hubiera estado de acuerdo, conforme a lo que dijo a los atenienses… Mas esa apertura de criterio se había perdido en la Iglesia, hasta que no la rescató el Vaticano II» (201).

«Reuniendo, pues, todos esos cabos sueltos y “traduciendo” el mensaje completo, nos encontramos con algo casi imposible de admitir, pero aún más imposible de negar […] Que su antigua religión había sido buena, que había nacido de Dios y los había elevado a merecer su amor y su premio, que era lo que ahora precisamente recibían, promoviéndolos a algo sin comparación superior: “¡Bien, siervo bueno y fiel!, en lo poco fuiste fiel, a lo mucho te elevaré: ¡Entra en el gozo de tu Señor!” (Mt 25,21)» (201-202). «¡Y eso había sucedido! Eso les decía la imagen de la Señora del Cielo, y eso había sido mérito de ellos y de sus antepasados, por su fidelidad absoluta, aún a través de máscaras y sueños» (203).

Hasta aquí los textos de nuestros tres autores.
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Las semillas del Verbo preceden al Evangelio en la historia religiosa de los pueblos. Esto lo supo la Iglesia desde el principio. San Pedro dice de Dios que, «en cualquier nación, todo el que lo teme y practica la justicia es agradable a él» (Hch 10,35). Y como afirmaba Juan Pablo II en una catequesis (9-IX-1998), «la doctrina de la Iglesia, recordando la antigua enseñanza de los Padres, no rechaza nada de cuanto en las diversas religiones hay de verdadero y noble. Sabe que son “las semillas del Verbo”, “las semillas de la verdad”, presentes y operantes en todos los pueblos, como reflejos de la luz de Cristo, que “ilumina a todo hombre”» (Jn 1,9; cf. Vat. II, Ad gentes 11; Lumen gentium 17).

Causa admiración profunda comprobar, por ejemplo, que el salmo bíblico 103 contempla a Dios en la creación de un modo casi idéntico a aquel himno al Dios-Sol del tiempo del faraón Akenaton (s. XIV a.Cto.). Es sorprendente que Aristóteles (s.IV a.Cto.) alcance a ver a Dios como el Ser supremo, único, eterno, espiritual, transcendente, omnipotente, acto puro, causa y motor inmóvil de todo el universo, vivificador de todos los vivientes… Son intuiciones religiosas o filosóficas de asombrosa pureza y altura. También nos maravillan en el mundo religioso de México algunas creencias sobre Dios, ciertas oraciones bellísimas, no pocos aspectos de la educación moral, familiar y social (Iraburu, Hechos de los apóstoles de América 75-77).

Pero afirmar que la religiosidad azteca alcanza «las máximas alturas a que ha podido llegar la mente humana en su reflexión sobre Dios» es, más que una exageración enorme, una enorme falsedad. Un Dios que necesita continuamente el sacrificio de miles y miles de hombres, para sostener con sangre humana la vida y el orden cósmico, queda muy por debajo del «dios» de Aristóteles y de tantos otros «dioses» paganos.

También es inadmisible decir que el pensamiento azteca sobre Dios «podría equipararse –y superar– al pensamiento europeo de su época», pues éste que traían y predicaban los misioneros del XVI no era otro que el de nuestro Señor Jesucristo, el de Juan y Pablo, el de Agustín, Bernardo, Tomás y Francisco de Asís, el del concilio de Trento, el del Catecismo de San Pío V. No puede decirse, pues, de los aztecas que «su idea de Dios era tan o más cristiana que la de sus evangelizadores». Y también nos parece un grueso error afirmar que el monismo múltiple del Dios mexicano «contradice tanto y tan poco al principio monoteístico como la Trinidad cristiana». Todos éstos son excesos verbales y doctrinales inadmisibles.

Tampoco podemos creer que aquellos sacrificios humanos eran gratos a Dios. No estaban equivocados los misioneros, pensando que aquello solo podía ser engaño del demonio. Enseña Jesucristo a los judíos: «vosotros tenéis por padre al diablo, y queréis hacer los deseos de vuestro padre. Él es homicida desde el principio… Cuando dice mentiras, habla de lo suyo propio, porque él es mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,43-44). Los que se equivocan completamente son los historiadores y teólogos que exacerban el indigenismo llevándolo al extremo de graves errores.

No podemos menos de recordar aquí las descripciones alucinantes que de esos ritos sangrientos hacen los primeros misioneros de México. El franciscano Motolinía, que tanto quería a aquellos indios y a quienes entregó toda su vida, describe el navajón que abría el pecho de las víctimas, la extracción del corazón, los cuerpos rodando hacia abajo por las gradas del teocali, las comidas festivas de las carnes victimadas (canibalismo religioso), el desollamiento de los sacrificados, las danzas rituales de los que se revestían de sus pieles, sangre y más sangre por todos lados… (Historia de los Indios de Nueva España I,6). Y también los soldados de Cortés, como Bernal Díaz del Castillo, quedan horrorizados al ver tanta sangre en el teocali de Tenochtitlán –la gran pirámide truncada de la actual ciudad de México–, viendo todo «tan bañado y negro de costras de sangre, que todo hedía muy malamente» (Historia verdadera de la conquista de la Nueva España 92).

Los sacrificios humanos de los aztecas eran numerosísimos. El calendario litúrgico habitual de su religión exigía grandes matanzas de hombres cada año. El primer Obispo de México, fray Juan de Zumárraga, en carta de 1531 al Capítulo franciscano reunido en Tolosa, informa que los indios «tenían por costumbre en esta ciudad de México cada año sacrificar a sus ídolos más de 20.000 corazones humanos» (cf. fray Jerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana V,30). Fray Bernardino de Sahagún, franciscano, llegado a México en 1529, se dedicó durante medio siglo a conocer y a poner por escrito, con minuciosidad de antropólogo admirable, todas las cosas del mundo azteca, también las religiosas, informándose de cada una con la ayuda de sacerdotes y eruditos mexicanos, describe detalladamente el curso de los diversos sacrificios rituales en cada uno de los 18 meses del año, de 20 días cada uno.

En el mes 1º «mataban muchos niños»; en el 2º «mataban y desollaban muchos esclavos y cautivos»; en el 3º, «mataban muchos niños», y «se desnudaban los que traían vestidos los pellejos de los muertos, que habían desollado el mes pasado»; en el 4º, como venían haciendo desde el mes primero, seguían matando niños, «comprándolos a sus madres», hasta que venían las lluvias; en el 5º, «mataban un mancebo escogido»; en el 6º, «muchos cautivos y otros esclavos»…

Y así un mes tras otro. En el 10º «echaban en el fuego vivos muchos esclavos, atados de pies y manos; y antes que acabasen de morir los sacaban arrastrando del fuego, para sacar el corazón delante de la imagen de este dios»… En el 17º mataban una mujer, sacándole el corazón y decapitándola, y el que iba delante del areito [canto y danza], tomando la cabeza «por los cabellos con la mano derecha, llevábala colgando e iba bailando con los demás, y levantaba y bajaba la cabeza de la muerta a propósito del baile». En el 18º, en fin, «no mataban a nadie, pero el año del bisiesto que era de cuatro en cuatro años, mataban cautivos y esclavos». Los rituales concretos –vestidos, danzas, ceremoniales, modos de matar– estaban exactamente determinados para cada fiesta, así como las deidades que en cada solemnidad se honraban (Historia general de las cosas de la Nueva España, lib.II). Es de notar que no había ningún mes que reservara el supremo honor del sacrificio ritual a los nobles y ricos aztecas.

Por otra parte, con ocasión de acontecimientos notables, se multiplicaba grandemente la cifra de las víctimas ofrecidas. Por ejemplo, al inaugurarse el Calendario Azteca, esa notable piedra circular, se sacrificaron 700 víctimas. Y en la inauguración del gran teocali de Tenochtitlán, solo un poco antes de la llegada de los españoles, unas 20.000 personas fueron sacrificadas, según narra el Códice Telleriano. Da otra cifra el noble mestizo Alva Ixtlilxochitl, pues estima en su crónica que fueron más de 100.000 las víctimas ofrecidas a lo largo del año (Historia de la nación chichimeca cp. 60).

Continuaré, si Dios quiere.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

15 comentarios

  
Luis Fernando
He llegado a la conclusión de que ese libro es una gran blasfemia. Atribuye a Dios, y de paso a la Virgen, la complacencia con la barbarie y el sacrificio de inocentes. Si los pastores de la Iglesia Católica en México acepta tal barbaridad, se hacen cómplices de semejante afrenta. Y si desde Roma no se interviene, peor aún. Así que cada palo aguante su vela.
14/12/09 5:00 PM
  
ULTRAMONTANO
Como te extraño nunca olvidado "INDEX".
14/12/09 11:23 PM
  
Miguel Serrano Cabeza
Cuando ví a su Santidad el Venerable Juan Pablo II Magno besando el Corán (14 Mayo 1999), recibiendo (Asis, 27 de octubre de 1986) y visitando (Cotonou, Benin, 4 de febrero de 1993) brujos de rito Vudú y presidiendo las dos Jornadas de Asís (27 de octubre de 1986 y 24 de enero de 2002), sentí algo parecido a lo que acabo de sentir al leer este post: la necesidad de predicar a Cristo, y a Cristro crucificado (1 Co.2,1-2).

Un saludo.

ADVENIAT REGNVM TVVM
15/12/09 3:15 PM
  
papini
Menuda sarta de barbaridades. Las afirmaciones de esos señores se compadecen tan poco con la verdad que me pregunto si escriben en serio o tratan de quedarse con el personal, no sé, cómo si se tratara de un experimento histórico-sociológico, para ver hasta qué punto es posible proferir idioteces sin que la gente reaccione, vaya usted a saber...

Si como parece escriben en serio que la autoridad eclesiástica competente se pronuncie sin tardanza, por favor.
15/12/09 5:31 PM
  
José María Iraburu
Miguel Serrano Cabeza
a muchos católicos aquellos gestos que aludes del Papa no nos gustaron nada.
Tengo entendido que entre los disgustados, concretamente en lo de Asís, estaba el Card. Ratzinger.
Pero la verdad es que, concretamente, en el gesto del Corán hay dos cosas expresadas al mismo tiempo:
UNA BUENA, expresar el amor del Papa a los cientos de millones de islámicos.
UNA MALA, expresar la veneración del Papa por un libro repleto de herejías y falsas revelaciones, que mantiene cautivos a cientos de millones de seres humanos, herméticamente cerrados al Evangelio.
Evidentemente que lo que el Papa quería expresar era lo BUENO, y que estaba muy lejos de querer significar lo MALO. Pero en conjunto, sin él pretenderlo, objetivamente, el gesto expresaba lo uno y lo otro. Por eso muchos -creo que muchos- pensamos que fue un gran error, hecho con la mejor intención. Pero un gran error. Un Papa, evidentemente, no es "infalible" en cada uno de sus gestos, muchas veces improvisados sobre la marcha. Besar el Corán a mí me pareció un gran error.
15/12/09 8:52 PM
  
Miguel Serrano Cabeza
Creo -supongo que como casi todo el mundo- que Juan Pablo II es un gran santo. Sin peros. Punto y aparte.

Sospecho que, por desgracia, aparte del entonces cardenal Ratzinger, durante su largo papado el entorno vaticano no fue su mejor apoyo.

Temo que su canonización dé carta de naturaleza a los hechos arriba descritos.

En la concepción que se esconde detrás de esos hechos se halla larvada la misma concepción que late detrás de las páginas del libro que nos acaba de describir, padre.

Por desgracia, el resultado de esa larva no es una bella mariposa.

Sólo puedo unirme a la oración por la Iglesia que Juan Pablo II está haciendo ahora mismo ante Nuestra Señora de Fátima, a la que tanto veneraba por haber desviado aquella bala.

Mater Ecclesiam, ora pro nobis.

Un saludo.

ADVENIAT REGNVM TVVM.
15/12/09 10:59 PM
  
José María Iraburu
Miguel Serrano Cabeza
"Temo que su canonización dé carta de naturaleza a los hechos arriba descritos".
Pues yo no. Creo que en la vida de no pocos santos, sobre todo de vida pública, activa, importante, compleja, a veces sujeta a muchas presiones circunstanciales, ha habido no pocos "gestos" más o menos desafortunados, buenos en la intención, pero a veces inconvenientes, considerados en sí mismos. Esos gestos no disminuyen la santidad del canonizado, y el pueblo cristiano, en sus hagiografías, asistido por el Espíritu Santo, toma ejemplo de los hechos ciertamente ejemplares, pero pasa a un lado de los gestos ambiguos o discutibles.
En todo caso, las enormidades que dicen los autores del libro que comento son explícitas, son reiteradas, son coherentes entre sí. No tienen nada que ver con la elocuencia equívoca de ciertos gestos más o menos desafortunados, como los que tú has señalado.

15/12/09 11:25 PM
  
Raúl
Padre Iraburu, me parece muy interesante lo que dice sobre el Corán: "un libro repleto de herejías y falsas revelaciones, que mantiene cautivos a cientos de millones de seres humanos, herméticamente cerrados al Evangelio".

Ya sé que no es el tema del post, ni siquiera de la serie de artículos que está escribiendo usted, pero últimamente le estoy dando muchas vueltas al tema del Corán y de la religión islámica en general. Creo que es un tema sobre el que existe mucha ignorancia, y que muchos cristianos y católicos se quedarían sorprendidos de lo que se puede leer en el Corán, con referencias expresas incluidas a Jesús, hijo de María, y a su Madre, por supuesto.

Últimamente parece que se va imponiendo una visión "buenista", digámoslo así, de todas las religiones, que trata de entresacar lo bueno de ellas y rechazar lo malo. Una visión muy ecuménica, vamos. Posiblemente, favorecida por la elevada inmigración que estamos experimentando en los últimos años en Europa y en España. Parece que no queda más remedio, si nos toca convivir con ellos. Así, hay mucha gente (yo se lo he oído decir incluso a católicos muy piadosos y muy practicantes, nada sospechosos) que piensa que lo importante es que en el fondo ellos también creen en un solo Dios... y todas esas cosas.

Yo personalmente pienso que 2 más 2 son 4, es decir, que la verdad (y por supuesto, la Verdad) sólo es y sólo puede ser una. No puede ser que todos tengamos razón. Alguno tiene que estar equivocado. Alguna religión tiene que ser falsa, por pura lógica.

El tema es muy interesante y daría para escribir mucho sobre ello. Pero claro, tratándose de la religión islámica, y tal y como está el patio, a ver quién se atreve a ponerle el cascabel al gato... no cree?
15/12/09 11:33 PM
  
José María Iraburu
Raúl
La consideración que la Iglesia tiene de las religiones no-cristianas está muy claramente expresada en no pocos documentos, concretamente del Concilio Vaticano II. En Optatam totius 16, por ejemplo, se dice que que los que se preparan para el sacerdocio "conozcan mejor lo que, por divina disposición, tienen de bueno (las religiones no-cristianas), y aprendan a refutar sus errores, y sean capaces de transmitir la plena luz de la verdad a los que carecen de ella". Ciertos modos y maneras de actuar pueden ser prudenciales, más o menos acertados en ésta o la otra circunstancia. Pero la doctrina substancial de la Iglesia referente al Islam y a todas las religiones no-cristianas es muy clara.
15/12/09 11:47 PM
  
José María Iraburu
Raúl
Ya con su comentario anterior creo yo que se expresa claramente.
Elimino el largo comentario que añade ahora, invitando a discutir sobre el Islam.
Nos saldríamos completamente del tema de este post.
Cordial saludo y santa Navidad.
16/12/09 6:33 AM
  
Ricardo de Argentina
Creo que el culto azteca podría considerarse como el más diabólico de la historia. Al menos no obra en mis conocimientos un ritual tan sangriento y despiadado en ninguno de los pueblos cuya historia mínimannte conozco.
Pues bien, pretender que tal espanto pueda ser considerado como precursor del cristianismo es, como poco, una ofensa a la inteligencia.
Pero es por sobre todo y también, una ofensa a la Ssma. Virgen, a quien inauditamente se pretende utilizar para cohonestar los holocaustos rutinarios de esos monstruos nativos.
Porque ¿qué puede haber de común entre estos extraviados asesinos, que quizás con sus sacrificios pretendían apocar la vitalidad de los pueblos vecinos sometidos, con el Sacrificio de NSJC, que vino en un acto de infinita misericordia a rescatarnos del pecado?

Yo creo que más oposición entre unos y otro, es imposible.
16/12/09 7:18 PM
  
Raúl
Para no enrollarme demasiado ni hacer posts muy largos.

Simplemente 2 matizaciones respecto a mi último comentario: Primero, en ningún momento he tenido ninguna intención de animar a debatir sobre el Islam en este post. Sólo pretendía introducir algunos comentarios sobre ese tema, que me interesa bastante y me parece que podría ser adecuado de cara a futuros posts, al hilo de las herejías y todo lo que está tratando usted en su blog. Me interesaba, más que animar al debate, conocer su opinión sobre el asunto (aunque reconozco que es un tema delicado y nada facil de tratar). Asunto que, segundo, creo que no he introducido yo en este post, sino otro comentarista al que usted respondió con otro comentario, creo que incluso un poco más largo que mi comentario eliminado.

En cualquier caso, respeto su libertad, como moderador del blog, a decidir la publicación o no de los comentarios, y a eliminar los que le parezcan inadecuados, aunque no contengan ninguna alusión ofensiva, hiriente... De todos modos, y a la vista del carácter discrecional con el que, en mi modesta opinión, se producen algunas eliminaciones, me plantearé seriamente la conveniencia de seguir participando en los comentarios.

Aunque, eso sí, no dude usted que seguiré leyendo con mucho interés todas sus colaboraciones en esta web, que me parecen muy interesantes y acertadas. Y seguiré leyendo todos sus libros, a los que soy muy aficionado.

Aprovecho para felicitarle por la extraordinaria labor apostólica que está llevando a cabo, muy necesaria en los tiempos que corren, y desearle una muy feliz Navidad.

Un saludo.
16/12/09 11:17 PM
  
Alejandro Jiménez Alonso
Por casualidad -mejor, providencialmente, he entrado a leer el artículo del P. Iraburu, para mí el Teólogo Católico más fiable del momento. Sí, Padre, dice Santa Teresa que decir verdades no está reñido copn la Humildad, ¿No es así?.
Como el Padre José María, estoy en desacuerdo con el gesto de Juan Pablo II relativo al Corán,e incluso con los de Asís, en los que -si una imagen vale más que mil palabras- muchos sacarían la sincrética conclusión de que hay muchos "mediadores" entre Dios y el hombre, lo cual es herético según San Pablo y la Doctrina Tradicional de la Iglesia.
Sin embargo no dudo que haya sido un Santo Papa, ya beatificado. Los santos lo son a pesar de sus errores manifiestos. Y el primer Papa que metió la pata fue San Pedro en el tema -un tanto ecuménico- de los judaizantes. Hubo de subir S. Pablo a Antioquía para reprenderle, nos dicen los Hechos de los Apóstoles.
Así, pues, no adoremos a nadie en la Tierra sino sólo a Dios. Al Papa, como a un padre, se le quiere a pesar de sus defectos. Y como hace el Padre Iraburu,que el Espíritu Santo nos ayude a discernir, quedándonos con lo bueno.
Alejandro
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JMI.- Gracias, Alejandro.
StaTeresa dice que "la humildad es andar en verdad" (6 Moradas 10,8).
Bien merece ser Dra.de la Iglesia.
03/05/11 1:27 PM
  
Alvaro Orozco Carballo
Que muchos caciques recurrian a la religion idolatricaindigena para oprimir a las mayoruas naturales es muy cierto y de esa opresion querian liberarlos la Iglesia y los Reyes Catolicos.
PERO QUE EN ESA MAYORIA HABIA BUENA FE, aunque los engañara el Diablo, es muy claro basta ver las palabras de San Juan Diego y de la Santisima Virgen Maria en la Aparicion de Nuestra SEñora de Guadalupe y ADEMAS: CUANTOS MILES DE ASESINADOS COn aplauso de santos y Confesores por la Inquisicion
31/07/11 12:18 AM
  
Marta de Jesús
Tras leer esto leeré su libro sobre América y no el de los señores. Porque lo que nos está contando, me hiere mucho. Esas gentes, los promotores de los ritos terribles y las víctimas, merecían recibir a Cristo, como todos los pueblos. Parece que dijeran que "su espiritualidad" agradaba a Dios y les premiaron con algo mejor. Anda ya. Les mostraron el influjo de los demonios en el que vivían, al aceptar esas y otras prácticas. Así como la Buena Nueva.

Vivan los auténticos misioneros de Cristo. Sin ellos la Evangelización no se hubiera llevado a cabo.
25/07/23 11:24 PM

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