Ser católico es algo muy serio

Algunas personas, en esta época secularizada, podrían llegar a pensar que ser católico es una especie de broma. No lo es. Es algo muy serio. Ser católico supone – como preámbulo de la fe –  reconocer que Dios existe. Y no solo esto, sino que supone creer que Dios puede comunicarse con nosotros y que, de hecho, se ha comunicado. Y no de cualquier modo, sino mediante la Encarnación de su Hijo; mediante Jesucristo.

Y supone más: Un católico cree que, si Dios se ha comunicado, no nos dejará nunca en la incertidumbre acerca de si se ha comunicado o no. Supone, pues, que si Dios se ha comunicado con nosotros en Jesucristo, esa comunicación – o revelación – quedará garantizada de algún modo.

La Iglesia entra dentro de la lógica de la revelación y de la garantía. Si Dios habla, si lo ha hecho, hablará para todos y para siempre, no solo para unos pocos y ahora. Si habla, necesitamos contar con una cadena de transmisión que, con garantías, nos haga llegar ese hablar de Dios.

Entre Jesús de Nazaret y nosotros han transcurrido ya muchos siglos. Las palabras de Jesús, su memoria, solo pueden llegarnos a través de una institución que no dé motivos para desconfiar; en definitiva, que nos dé motivos para creer. Y esa realidad es la Iglesia. Esa realidad tiene su origen, su Fundador y su fundamento en Jesús.

La Iglesia tiene en Jesús su origen, su principio y su nacimiento. Sin Jesús, no habría Iglesia. El origen es Él, claramente. Es su actitud, su predicación, su muerte y el testimonio de su Resurrección. Sin Él, no quedaría nada. Nada merecería permanecer en el tiempo. Algo tenía que tener ese tal Jesús – el Verbo encarnado – para que hoy exista la Iglesia.

Es también el Fundador de la Iglesia. La Iglesia no es una consecuencia no querida, sino que es un propósito buscado por Jesús. Si Él es, como dijo ser, el Camino, la Verdad y la Vida, esa información, viniendo de Dios, no podría quedar restringida a sus coetáneos. Esa información no va dirigida a algunos, sino a todos. Y para que llegue a todos hace falta una cadena de trasmisión.

Es también el Fundamento. Los que hoy estamos en el ámbito de la Iglesia, los que nos insertamos en esa cadena de transmisión, no descansamos sobre nuestros sueños o fantasías, sino que nos remitimos, en última instancia, a Jesús, al Jesús real, al Verbo encarnado, muerto y resucitado.

Lo absurdo sería que Dios se hubiese comunicado con los hombres - en la Escritura viva que es Jesucristo - sin prever, en conformidad con la naturaleza de los hombres, si estos podrían contar o no con alguna prueba de esa comunicación.

Merece la pena pensar continuamente sobre el vínculo que une a Dios con Jesucristo y con la Iglesia. Para un ateo, no habrá ninguno. Para un cristiano no católico, quizá tampoco. Pero la lógica es demasiado exigente.

Al menos, la lógica, nos obliga a pensar. Y esa obligación no es poco. Es, también, en cierto modo, un necesario preámbulo de la fe.

 

Guillermo Juan Morado.

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