Verdad, bondad y belleza

De pocas cosas estamos tan necesitados como de la verdad, de la bondad y de la belleza.

 

¿Podemos vivir pacíficamente si suponemos que todos nos engañan? Aparentemente puede parecer un recurso útil engañar a otros para sacar un provecho en nuestro favor. ¿Pero es realmente universalizable este recurso? En el fondo, ¿estaríamos de acuerdo con el triunfo del “listo” sobre el “honesto”?

 

Vivir en la duplicidad, en la simulación y en la hipocresía hace imposible la convivencia. Santo Tomás decía que los hombres “no podrían vivir juntos si no tuvieran confianza recíproca, es decir, si no se manifestasen la verdad”. Recuperarnos de la crisis, que no es solo económica, exige recuperar esta confianza. Pide poder fiarnos de los otros, en general, sin sospechar a priori que todos, en principio, nos va a querer engañar. Pero no podremos confiar en los otros si cada uno no se exige, hasta el fondo, no caer en la trampa del engaño.

 

La bondad es otra necesidad vital. La bondad nos empuja a ser buenos y a hacer el bien. Y el bien - o el mal, como necesario contrapunto - , no puede depender solo de nuestra intención – tan voluble – o de las circunstancias – tan cambiantes - .

 

Parece que, socialmente, nos empeñamos en negar que una persona pueda obrar mal - ¿quién conoce sus intenciones o quién se puede hacer cargo de sus circunstancias? - . Y ese relativismo, que se deja precipitar por la pendiente de la subjetividad o de las circunstancias, no nos ayuda.

 

Hay cosas que una persona puede hacer que, sean cuales fueran las intenciones y las circunstancias, son malas en sí mismas. Siempre es malo, en sí mismo, blasfemar. O cometer un homicidio. O caer en el adulterio. La persona será más o menos responsable de sus actos, pero sus actos son los que son, independientemente de lo que pueda disminuir su imputabilidad, moral o penal.

 

Y la belleza. La belleza no es un lujo. Es de primera necesidad. La mentira y la maldad van unidas a la fealdad. La mentira presenta como bello lo que solo es una máscara; ofrece una belleza falsa, una belleza sin verdad. Una belleza que da el camelo, por un momento, pero que no resiste el paso del tiempo ni el deseo de ir más allá de lo superficial.

 

Y la maldad pervierte la belleza. Pretende convertir en bello lo siniestro y lo aberrante. Lo bello es lo verdadero y lo bueno que nos alcanza y que nos sorprende mediante los sentidos, a través de la vista y del oído.

 

Verdad, bondad y belleza convergen en el amor, en la ley fundamental del ser, en la clave de toda auténtica metafísica.

 

Al final, se quiera o no, el tachar a Dios de la vida personal y de la vida social trae consigo la muerte, la negación de lo que nos hace auténticamente humanos: de la verdad, de la bondad y hasta de la belleza.

 

El secularismo radical es completamente contrario a la razón y a los intereses de la humanidad. Es una hipótesis falsa y falseada por lo que vemos cada día en la práctica.

 

Guillermo Juan Morado.

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