Cristo es la consumación de todo

Cristo es la consumación de todo. Por Él y para Él fueron creadas todas las cosas, “celestes y terrestres, visibles e invisibles” (Col 1,16). Su dominio abarca el cosmos entero y su sangre, derramada en la Cruz, reconcilia con Dios todos los seres.

Es justamente en la Cruz donde ya no caben los malentendidos, donde ya es posible proclamar sin ambigüedades su realeza. Así lo atestigua un letrero y así lo testimonia uno de los crucificados con Él: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino” (cf Lc 23,35-43).

En el Via Crucis del Viernes Santo de 2005 el Papa Benedicto XVI – entonces Cardenal Ratzinger – comentaba: “Sobre la cruz – en las dos lenguas del mundo de entonces, el griego y el latín, y en la lengua del pueblo elegido, el hebreo – está escrito quien es Jesús: el Rey de los judíos, el Hijo prometido de David. Pilato, el juez injusto, ha sido profeta a su pesar. Ante la opinión pública mundial se proclama la realeza de Jesús. Él mismo había declinado el título de Mesías porque habría dado a entender una idea errónea, humana, de poder y salvación. Pero ahora el título puede aparecer escrito públicamente encima del Crucificado. Efectivamente, él es verdaderamente el rey del mundo. Ahora ha sido realmente «ensalzado». En su descendimiento, ascendió. Ahora ha cumplido radicalmente el mandamiento del amor, ha cumplido el ofrecimiento de sí mismo y, de este modo, manifiesta al verdadero Dios, al Dios que es amor. Ahora sabemos que es Dios. Sabemos cómo es la verdadera realeza”.

La verdadera realeza tiene que ver con la potencia del amor, que atrae hacia sí todas las cosas y se concreta en el servicio: “Un servicio que no se mide por los criterios mundanos de lo inmediato, lo material y vistoso, sino porque hace presente el amor de Dios a todos los hombres y en todas sus dimensiones, y da testimonio de Él, incluso con los gestos más sencillos” (Benedicto XVI, “Homilía en la Plaza del Obradoiro”, 6-XI-2010).

Para entrar en el paraíso, para ser ciudadanos de su Reino, es preciso compartir su Cruz, viviendo en conformidad con esa vocación de servicio. La santa Cruz, la señal del cristiano, no es un símbolo de las tiranías de este mundo, sino un emblema del amor de Dios que resplandece en Cristo. Glorificamos la Cruz, la ensalzamos y la adoramos, cuando nos convertimos voluntariamente en servidores de todos los hombres, especialmente de los pobres y de los que sufren.

Los cristianos cumpliremos esa misión de servicio si vencemos en nosotros mismos el reino del pecado, si nos dejamos ganar por la libertad regia de Jesucristo, una libertad que se identifica con la obediencia al Padre y con la renuncia a todos los ídolos, reconociendo únicamente la divinidad de Dios.

De esta conversión al Señor brota una energía capaz de transformar el universo, capaz de infundir alma donde no hay alma, de apostar por la vida donde reina la muerte, de luchar por la justicia donde parece triunfar la injusticia. El Reinado de Cristo no es de este mundo, porque no es una creación mundana, pero sí tiene la virtud de renovar la tierra mientras esperamos el cielo.


Por eso la Iglesia no se cansa ni se desentiende de este mundo y, al evangelizar sin cesar a los hombres, trabaja para que puedan “informar con el espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en la que cada uno vive” (Apostolicam actuositatem, 13), suscitando en cada hombre el amor de la verdad y del bien. Nada hay que temer de la realeza de Cristo.

Como decía el Papa en la Inauguración de su pontificado: “No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida”.

Guillermo Juan Morado.

Nuevo libro:

EL ENCUENTRO CON JESÚS
Autor : GUILLERMO JUAN MORADO

Sobre este libro, que muy pronto estará a la venta, adelanto una presentación:

El papa Benedicto XVI dice que “«La puerta de la fe» (cf Hch 14,27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida” (Porta fidei, 1).

Existe, pues, una correlación entre el anuncio de la Palabra y la respuesta de fe (cf Concilio Vaticano II, Dei Verbum, 5). La expresión Palabra de Dios es una expresión análoga, que se usa de diversas maneras. Una de sus acepciones se refiere a la palabra predicada por los apóstoles, que se transmite en la tradición viva de la Iglesia (cf Benedicto XVI, Verbum Domini, 7). San Pablo escribe a los Tesalonicenses: “al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra humana, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios que permanece operante en vosotros los creyentes” (1 Tes 2,13).

Pero, por antonomasia, la Palabra de Dios es Cristo: el cristianismo es la «religión de la Palabra de Dios», no de «una palabra escrita y muda, sino del Verbo encarnado y vivo», nos recuerda el papa citando a San Bernardo (cf Verbum Domini, 7). Predicar la Palabra de Dios es anunciar a Jesucristo y responder a este anuncio con la fe equivale a encontrarse con Él, adherirse a Él, a entrar en comunión con Él.

En el origen de este libro está la predicación. A los ministros ordenados – obispos, presbíteros y diáconos – se les encomienda esta tarea. Pero a todos los fieles, también a los ministros, les corresponde un cometido no menos grave: escuchar y meditar la Palabra. Una escucha y una meditación que puede prolongarse más allá del momento de la celebración litúrgica, para que el diálogo entre Dios y su pueblo, que acontece verdaderamente en la Liturgia, empape por completo nuestras vidas.

En doce secciones - Dios viene, la alegría del encuentro, el Evangelio de Dios, conversión, en el extremo del amor, permanecer, la fuerza, la potencia de la misericordia, Maestro y Pastor, la libertad de la fe, lo más válido y la generosidad de Dios - se articulan los 58 capítulos de esta obra – todos ellos muy breves - . Al lector le compete completarlos, volviendo sobre los textos bíblicos, que han sido comentados a la luz del Catecismo y de otros documentos de la Iglesia, para renovar su personal encuentro con Jesús y hacerlos fructificar en su vida.

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