El conocimiento y la inteligencia de la fe

La fe se apoya en la Palabra de Dios y es la forma “proporcionada” de “conocer” la revelación. A la revelación como principio objetivo del conocimiento teológico corresponde la fe como principio subjetivo de ese mismo conocimiento. Por otra parte, sólo desde la revelación acogida en la fe resulta posible esclarecer la peculiaridad del acto de creer y del dinamismo cognoscitivo que este acto encierra. Al hablar sobre la fe, es preciso recordar que ésta constituye, simultáneamente, el objeto de estudio y el principio subjetivo necesario para abordarlo.

Sólo teológicamente se puede avanzar en la comprensión de los que significa, no un acto de fe cualquiera, sino el acto mediante el cual el hombre accede a la revelación. La dependencia de la fe con respecto a la revelación hace que, teológicamente, resulte imposible asimilarla a otras formas de creencia. La revelación constituye la base objetiva desde la cual se configura la forma específica de la fe cristiana.

La relación de la fe a la revelación es doble; en la revelación encuentra la fe su contenido y su fundamento y motivo último. La referencia de la fe a su contenido evita toda posible deriva subjetivista, reductora de la fe a un puro fenómeno de conciencia que difícilmente podría escapar a la acusación de proyección. La referencia a su fundamento resalta la especificidad de la fe cristiana con respecto a cualquier otra creencia religiosa. Por otra parte, al ser la revelación el “motivo” de la fe no puede darse ninguna mediación, fuera de la revelación misma, que permita acceder a la revelación.

El contenido de la fe es el misterio de Dios revelado en Jesucristo como verdad y salvación para el hombre. Este misterio de Dios se hace accesible al hombre en la historicidad de la Encarnación, acontecimiento que supone la garantía definitiva en la que apoyarse para abrirse a la novedad divina, ya que en este acontecimiento el Absoluto asume como lenguaje expresivo la humanidad de Cristo, la globalidad de su presencia, de sus palabras y obras (cf DV 4).

La razón última o motivo por el que se cree es Cristo mismo; sólo creyéndole a Él el hombre entra en contacto con la Verdad en la que consiste su salvación. Aunque este reconocimiento de la verdad que salva no se produce si el hombre no recibe, gratuitamente, el don de la fe como medio cognoscitivo proporcionado que permite conocer a Dios a través del don de Dios.

La fe recibe su especificidad formal de su motivo y fundamento. El creyente se adhiere a la revelación “propter auctoritatem Dei revelantis” (DH 3008), ya que es Dios mismo quien da testimonio de sí y quien garantiza su propio testimonio. La “auctoritas” no es externa a la “revelatio”, porque la veracidad del testigo es inseparable de la veracidad del testimonio. Cristo, centro de la revelación, es simultáneamente el Testigo fiel y veraz y la Verdad testimoniada, el Revelador y la Revelación, la ‘auctoritas Dei revelantis’ “en su realidad concreta e irreductible”, por emplear una expresión de von Balthasar.

El dinamismo cognoscitivo de la fe parte de la escucha y se despliega en una búsqueda de la inteligencia de aquello que ya se ha oído y aceptado: “La fe trata de comprender”, decía San Anselmo. O, como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, “es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado”.

Al creer, el hombre accede al conocimiento del misterio de Dios, a la manifestación de la verdad de Dios que es, a la vez, la verdad más profunda acerca de sí mismo. Hablar del “misterio de Dios” significa referirse a la realidad última que sólo puede ser conocida en cuanto se revela libremente, en cuanto manifiesta al hombre su propia intimidad en la historicidad del evento de la Encarnación. La verdad tiene una forma concreta, personal e histórica: Jesucristo. Él es la revelación divina y la salvación para el hombre. La fe se perfila, desde esta perspectiva, como inteligencia del misterio de Cristo, como un conocimiento que es, ante todo, reconocimiento de la persona de Jesucristo, de la Verdad que Él es.

El reconocimiento de esta Verdad sólo se puede realizar comprometiendo plenamente la propia libertad. La persona, para acceder al conocimiento, ha de optar bien por la clausura en sí misma bien por la apertura al reconocimiento de la presencia de la verdad y del sentido que le son ofrecidos como puro don. La fe como conocimiento se caracteriza por esta implicación mutua de voluntad e inteligencia, de saber y querer. En última instancia, el conocimiento de fe es un conocimiento por amor, ya que el amor hace que la inteligencia personal conozca la revelación como la Verdad en la que el hombre encuentra el cumplimiento definitivo de sí mismo.

El documento de a CEE “Teología y secularización” nos recuerda, evocando, entre otros textos, la encíclica “Fides et ratio” que existe una armonía entre razón y verdad y, por consiguiente, entre razón y revelación: “La verdad revelada, aun trascendiendo la razón humana, está en armonía con ella. La razón, por estar ordenada a la verdad, con la luz de la fe, puede penetrar el significado de la Revelación”.

El papel de la razón en la fe, y en la inteligencia de la fe, no es un papel exterior, sino interior. El hombre, que se compromete radicalmente al creer, no puede decidirse a ciegas. El acto de fe es libre y razonable, y cuenta en su favor con motivos y razones que indican que la revelación es la verdad de Dios en la que consiste la salvación del hombre. El “motivum credibilitatis” no es, por tanto, un momento previo y externo a la fe, sino un elemento incluido en el acto de fe a modo de presupuesto o condición de posibilidad que garantiza, desde la perspectiva humana, la libertad y la responsabilidad de creer.

El cardenal Newman, con su teoría del asentimiento religioso, ha resaltado la especificidad cognoscitiva del creer y, a la vez, la necesidad de que el creyente investigue los fundamentos y el contenido de la fe. Desde la perspectiva humana, la fe es un “asentimiento real”; es decir, una aceptación absoluta e incondicional de la revelación divina expresada en proposiciones o fórmulas dogmáticas. Pero el asentimiento exige, no como causas, sino como condiciones sine quibus non, una “aprehensión”; es decir, una interpretación del sentido intrínseco de las proposiciones en las que se expresa la fe, y una “inferencia”, un razonamiento que, partiendo de unas premisas, llega a una conclusión verosímil en favor de la verdad de las proposiciones.

Por otra parte, el dinamismo natural de la mente empuja al sujeto a alcanzar la certeza acerca de sus primeros asentimientos. La mente profundiza en la credibilidad de la doctrina o de los hechos a los que ha dado su asentimiento. Este movimiento reflexivo se llama “investigación” y equivale a “examinar los fundamentos”, la base inferencial de la propia creencia. La fe asume este dinamismo e incorpora el momento de investigación acerca de sus propios fundamentos con la finalidad de tomar conciencia refleja de su certeza. La posibilidad de investigar los propios fundamentos acredita la dignidad humana y el carácter razonable y responsable del asentimiento de fe, sin cuestionar la incondicionalidad intrínseca del creer, que descansa únicamente en la revelación como su objeto y motivo.

El asentimiento no es la inferencia, como la fe no es la razón, pero el asentimiento incluye la inferencia, del mismo modo que la fe incluye la razón como conditio sine qua non de su acto prudente. La fides es “ex auditu”, y acoge incondicionalmente, asintiendo a ella, la verdad revelada; pero la fe se despliega en un dinamismo de inteligencia, “intellectus fidei”, que le lleva a investigar, a tomar conciencia refleja, de su contenido y de sus razones.

Hasta tal punto la fe incorpora la razón en su afán de comprender la verdad de la revelación que, en momentos de escepticismo sobre las capacidades de la razón humana, la misma fe se erige en garante de la misma, como ha recordado la encíclica Fides et ratio, 56.

Guillermo Juan Morado.

8 comentarios

  
Norberto
Sigo llenando el almacén de la mejor prosa teológica.
11/04/11 11:27 PM
  
Guillermo Juan Morado
Jajajjaa.

Gracias, pero no exageremos.
11/04/11 11:28 PM
  
Yolanda
Sus alumnos de TF estarán llenando también un almacén similar al de Norberto.
11/04/11 11:42 PM
  
Guillermo Juan Morado
Pobres!

Bastante tienen que soportar!

11/04/11 11:44 PM
  
Maricruz Tasies
Padre,
Estoy azorada! Sabe cuánto me ha ahorrado usted en tiempo y dinero con esta clase?

Esta es una de mis partes preferidas:
"Al creer, el hombre accede al conocimiento del misterio de Dios, a la manifestación de la verdad de Dios que es, a la vez, la verdad más profunda acerca de sí mismo".

Qué campeón, padre, es que -de verdad- es usted un campeón.

Gracias,



GJM. Gracias a usted.
12/04/11 4:40 AM
  
Flavia G
La dependencia de la fe con respecto a la revelación hace que, teológicamente, resulte imposible asimilarla a otras formas de creencia.

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¡ Oro puro este párrafo !

Que no pase inadvertido porque significa muchísimo. Nos deja ver dónde reside el " sello " de calidad y autenticidad respecto a lo que creemos.
12/04/11 10:31 AM
  
Eduardo Jariod
¡Qué callado se lo tenía! Enormemente interesante el tema que desarrolla y el horizonte que abre.

Muchas gracias, D. Guillermo, por esta lección magistral. Además de Padre, también profesor y teólogo.
12/04/11 1:44 PM
  
Guillermo Juan Morado
Un saludo, Eduardo.
12/04/11 1:51 PM

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