¿Todavía tiene sentido desear una Feliz Navidad?

1. La Crisis y su inextricable complejidad

Incertidumbre, fragilidad, provisionalidad, cortedad… ¡Qué lista de palabras! Y no es difícil continuarla. Se trata de esas sensaciones y/o presentimientos y/o diagnósticos que dejan el corazón a la intemperie, desprovisto de esperanza y de razones para confiar.

BelénUna cosa que tienen en común esas palabras es que caben todas bajo un paraguas: la crisis. Curioso término ese de “crisis.” Curioso porque parece a la vez un diagnóstico y una explicación, algo así como si sirviera a la vez de denuncia que nos enerva y de respuesta que nos paraliza. Estamos en crisis: de economía, de valores, de fe, de esperanza, de amor. Es como si se voceara en un antiguo poblado: “Hoy se anuncia niebla espesa y los caminos están enfangados; queden todos advertidos del riesgo de emprender camino…”

De hecho, es propio de las verdaderas crisis ese carácter múltiple, complejo que hace inextricables las relaciones entre las distintas dimensiones de la persona y la sociedad. Lo financiero no se puede deslindar completamente de lo político; lo religioso no se puede separar quirúrgicamente de lo ético; lo artístico no se puede considerar como si no existiera lo económico, y así sucesivamente. Por supuesto, la percepción que ello produce, desde dentro, es la de estar atrapado, asfixiado, coaccionado. A su vez, tal percepción puede servir de disparador que activa todo tipo de conductas extremas, ya se trate de mentalidades sectarias, actos de terrorismo nihilista, o simplemente: depresión profunda.

2. Viene en nuestra ayuda la Historia

¿Es esta la primera vez que la humanidad en su conjunto, o eso que llamamos civilización occidental, pasan por un estado de desconcierto y desesperanza tan profundos? De ninguna manera. por alguna razón viene a mi mente el conocido texto de Petrarca, que describe, como sólo un literato puede hacerlo, la miseria de su tiempo:

En lugar de santa soledad encontramos un anfitrión criminal y una muchedumbre de los más infames satélites; en lugar de sobriedad, banquetes licenciosos; en lugar de peregrinajes piadosos, pereza sobrenatural y sucia; en lugar de los pies descalzos de los apóstoles, los corceles blancos como la nieve de bandoleros vuelan por delante de nosotros, adornados con oro y alimentados con oro, para ponerles pronto herraduras de oro, si el Señor no observa antes este lujo servil. En resumen, parece que estemos entre los reyes de los persas o los partos, ante los cuales debemos arrojarnos al suelo y venerarlos, y a los que no se puede acercar excepto si se les ofrecen regalos. ¡Oh, vosotros, viejos descuidados y escuálidos!, ¿para esto trabajasteis? ¿Es para esto para lo que habéis sembrado los campos del Señor y los habéis regado con vuestra santa sangre? Pero dejemos el tema. He estado tan deprimido y abrumado que la pesadez de mi alma ha pasado en aflicción corporal, así que estoy realmente enfermo y sólo puedo emitir suspiros y gemidos.

El texto data de la mitad del siglo XIV y creo que refleja muy bien la sensación de abandono, de orfandad de uno que había puesto su esperanza en la institución más robusta de su época, y luego se había sentido traicionado por ella.

Novecientos años atrás, otro autor, Salviano de Marsella, describe su tiempo, con acentos de traicionado y de dolor profundo:

¿Quién, en proximidad de un rico no ha sido reducido a la pobreza, arrojado entre los pobres? Porque las usurpaciones de los poderosos hacen que los débiles pierdan sus bienes o incluso se pierden ellos con sus propios bienes. Tampoco es sin justicia que la Palabra divina da testimonio de unos y otros cuando dice: “Como la presa del león es el onagro en el desierto, así la pastura de los ricos son los pobres". A fin de cuentas, no son solamente los pobres, sino la casi totalidad del género humano quien padece esta tiranía.

¿Acaso la dignidad de la clase elevada es otra cosa sino la puesta en subasta de las ciudades? Y la prefectura de algunos, a quienes no nombraré, ¿es otra cosa para ellos que un coto de caza? No hay peor estrago para la gente pobre que el poder político: las cargas públicas son compradas por un pequeño número de personas y deben ser pagadas con la ruina de todos; ¿qué puede haber más escandaloso e inicuo que esto? Los miserables pagan el precio de los cargos que no compran: ellos ignoran la compra pero conocen el pago. Para que un pequeño número sea ilustre, el mundo está convulsionado; la elevación de un solo hombre es la ruina de toda la tierra. Lo saben bien todas las provincias; lo saben las provincias de España a las cuales ya no les queda sino el nombre; lo saben las de Africa, que han dejado de existir; lo saben las Galias, que han sido devastadas -aunque no por todos- y que conservan aún un tenue aliento de vida, porque han sido nutridas por la integridad de unos pocos, aunque devastadas al mismo tiempo por la rapacidad de muchos…

En estos tiempos los pobres son arruinados, las viudas gimen, los huérfanos son pisoteados; tanto que la mayoría de ellos, nacidos en familias conocidas, y educados como personas libres, huyen a refugiarse entre los enemigos [los bárbaros] para no morir bajo los golpes de la persecución pública. Sin duda buscan entre los bárbaros la humanidad de los romanos, puesto que no pueden soportar más entre los romanos una inhumanidad propia de bárbaros. Y aunque sean grandes las diferencias respecto a aquellos entre los cuales se refugian, sea por la religión, como por la lengua e incluso, si se me permite decirlo, por el olor fétido que exhalan los cuerpos y los vestidos de los bárbaros, ellos prefieren no obstante sufrir entre aquellos pueblos tales diferencias de costumbres, que padecer la injusticia desencadenada entre los romanos. Ellos emigran, pues, de todas partes y se dirigen hacia los godos, hacia los bagaudes o hacia los otros bárbaros que dominan por doquier, y no se arrepienten en absoluto de haber emigrado. En efecto, prefieren vivir libres bajo una apariencia de esclavitud que ser esclavos bajo una apariencia de libertad.

Por supuesto, nuestro tiempo es otro, pero el paralelo cabe: con una fe que cabe calificar de religiosa muchos han puesto su esperanza en el capitalismo, o en el Estado de bienestar, o en la alquimia financiera que hará que cada vez trabajemos menos y vivamos mejor, o en el progreso fantástico de la tecnología, o en las bondades de tener, ¡por fin!, una democracia que es más que decente.

Lo que todos los creyentes entusiastas de la fe humanista y puramente secular olvidaron, quizás voluntariamente, es que las leyes, los acuerdos y las políticas no tienen más poder que los corazones de los seres humanos que estén dispuestos a seguirlas, aplicarlas, hacerlas valer, sufrir incluso por ellas. La fe secular y humanista sabe tanto de organizar racionalmente el mundo que se olvida de sanar y educar profundamente al hombre.

Al final resulta que poner policías que nos cuiden a todos, y luego meta-policías que vigilen a los policías, y luego meta-meta-policías que vigilen a los meta-policías, no funciona, porque todo corazón humano está sujeto a tentación. Podemos lograr que el parlamento vigile al presidente, el presidente nombre a los jueces, y los jueces vigilen a los que vigilan al presidente. Podemos poner cada funcionario, institución y proyecto, cada uno representado por un punto, con líneas de colores que indican quién fiscaliza a quién y ante quién debe reportarse cada cual. Ese entretenimiento sirve por un rato hasta que te das cuenta que ese grafo es débil cuando todos son sobornables.

3. Lo admirable es que Cristo haya venido a ESTE mundo

A la vista de tales decepciones uno concluye que lo que está en grave necesidad no es un sistema de economía, finanzas, tecnología o política. La necesidad real, la más profunda, quedó bien expresada en 1 Juan 2,16-17:

Porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de esta vida. Todo esto no viene del Padre sino del mundo; pero el mundo pasa, y con él sus deseos. En cambio, el que cumple los deseos de Dios permanece eternamente.

Las cosas no se arreglan con que dejemos de hablar en latín y pasemos al inglés, al castellano o al catalán; no es asunto de introducir con mayor audacia o persuasión nuevos modelos cibernéticos o tecnológicos; no se soluciona con leyes más duras o controles más estrictos. Lo que llevamos roto, lo que cargamos roto, lo que presentimos y lloramos roto, es el corazón, que tan robusto es para descubrir un ideal y tan flaco resulta para seguirlo.

Y esa es la razón para alegrarse en Navidad. Jesús, el Hijo de Dios, vino a esta tierra enferma, a esta humanidad que a veces repugna, a este barro que somos y que se nos nota, muy detrás de todos nuestros aparatos y prestigiosas instituciones. Y que el Señor venga a nuestro valle, que comulgue con nuestra miseria y la levante con su misericordia, ¿no es acaso motivo suficiente para cantar: FELIZ NAVIDAD?

10 comentarios

  
Maricruz Tasies
Lo leí y fue como escucharlo. Qué bonito! Sobre todo hoy que no he podido dormir por lo de la FIV.
Gracias,

Feliz Navidad!
21/12/12 11:52 AM
  
Pepito
Siempre habrá motivo para alegrarnos y felicitarnos por haber venido Dios al mundo. El problema es que el mundo o la gente, en términos generales y salvo excepciones, no hace ni puñetero caso a lo que nos manda Dios venido al mundo.

!Feliz Navidad a Fray Nelson y a todos los infocatólicos del mundo mundial¡
21/12/12 1:05 PM
  
Javiergo
Extraordinario su post, P. Nelson. Y, en efecto, como bien dice Pepito, 'siempre habrá motivo para alegrarnos y felicitarnos por haber venido Dios al mundo'. También tenemos que alegrarnos y dar las gracias todos los días por la inmensa fortuna de poseer el don de la Fe, que es un regalo y no una conquista. Yo doy gracias a Dios todos los días por esa Fe que me hace caminar lleno de amor y de esperanza. No hay más que mirar a nuestro alrededor para darnos perfecta cuenta de que el ser humano que ha perdido el sentido de la gratuidad, pronto o tarde se vuelve un decepcionado, un desesperado o un explotador de sus hermanos y acaparador de la creación. El hombre que se constituye centro absoluto es visceralmente dominador, propietario y homicida. Puesto que su origen, su reposo interior y su esperanza ya no radican en Dios, en la gratuidad del amor creador, se ve obligado a “hacerse” a sí mismo solo, a pulso. Por eso, y lo digo de corazón, siento una gran compasión por el hombre moderno. Porque en el fondo tiene miedo, mucho miedo. Y enmascara su miedo dominando o excluyendo a los demás. En semejante perspectiva, claro está, no queda espacio para la gratuidad de las relaciones humanas ni, por tanto, para la fraternidad. Este es el mundo el que vivimos. Nosotros, los cristianos, nos hemos liberado -gracias al don de la Fe- de esa preocupación de “hacernos a nosotros mismos solos”. Y sabemos que todo, todo, todo se recibe de Dios. En Él encontramos nuestra consistencia y somos liberados del miedo y de la angustia. Ya no tenemos “bienes” que defender. Sólo tenemos regalos que nos va dando la vida y que recibimos de balde y que compartimos de balde. Sumergidos de este modo en la gratuidad de Dios, nos convertimos poco a poco en seres libres, totalmente libres, pues como dice San Pablo allí donde reina el Espíritu hay libertad. Henos aquí liberados de la angustia de quienes quieren “realizarse” solos. Henos aquí liberados de la ansiedad de quienes creen que el futuro del mundo descansa sobre sus solas espaldas. Henos aquí liberados de la inquietud de quienes acumulan bienes y títulos para hacerse un nombre... ¡¡¡Hemos descubierto la libertad de los hijos de Dios!!! Porque solo somos libres, como bien sabemos los cristianos, si somos conscientes de que la libertad no tiene otro origen que Dios, acogido como Soberano Bien y Riqueza Total. La gratuidad de Su Amor - ¡se ha hecho hombre y ha nacido en un pesebre! - lo ilumina todo: el origen, el significado y el destino último del hombre y de su historia. Sí, sí, todo, el ser humano y sus facultades humanas, el cosmos, la tierra, los bienes espirituales y materiales, todo es gracia, profusión de la paternidad creadora de Dios. ¡Todo es don! Por eso, podemos decir, con el gran poeta Pedro Salinas:
 
Lo que nos queda palpita
en lo mismo que nos damos.
¡Darme, darte, darnos, darse!
No cerrar nunca las manos.
No se agotarán las dichas,
ni los besos, ni los años,
si no las cierras. ¿No sientes
la gran riqueza de dar?
 
La vida nos la ganaremos siempre
entregándome, entregándote...
21/12/12 2:02 PM
  
Javiergo
Para los que creemos en Jesús de Nazaret, la señal de la Navidad no está desde luego en las luces, ni en la música, ni en el consumo ni en los adornos callejeros... Está en el Niño que nos ha nacido. Pero para verlo necesitamos unos ojos y un corazón nuevos, capaces de trascender lo sensible y de percibir la realidad que se nos escapa, porque "vino a los suyos y los suyos no lo recibieron" (Jn 1,11). - Estoy seriamente convencido, P. Nelson, al hilo de su post, de que es posible y necesario celebrar de otro modo la Navidad, en sintonía con el mensaje eterno de que "la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros" (Jn 1,14). Una Navidad que permita la liberación integral que trajo Jesús a nuestro mundo. Mientras haya, en tantos pueblos de la Tierra, hambre, marginación, explotación, opresión y miseria; mientras el consumismo desmesurado de los países ricos sea la tónica más sobresaliente de ésta y otras festividades del calendario cristiano; mientras los niños del Tercer y Cuarto Mundo sean las víctimas preferidas de la orfandad y la muerte prematuras; mientras centenares de millones de hombres y mujeres sigan viviendo en condiciones que hieren profundamente la dignidad humana..., estamos viviendo de espaldas al Mensaje de la Navidad, en medio de una sociedad hedonista, indiferente y presa de una lamentable enajenación, tan preocupante como corrosiva. Celebraremos en cristiano la Navidad si somos capaces de construir la paz en nuestra familia y en cada uno de los ambientes desavenidos en los que nos desenvolvemos; si amamos y servimos, de corazón, a los demás sin esperar nada a cambio; si acogemos a los desvalidos de todo género, a los enfermos, ancianos y desheradados como al mismo Cristo, ya que ellos son los legítimos destinatarios de la Buena Nueva; si ante un consumo desmesurado de nuestra sociedad tenemos el coraje y el firme propósito de no consumir o de realizar un consumo solidario que favorezca a los que carecen de todo o de casi todo; si ante el sentimentalismo barato y podo edificante que suele desarrollarse en estas fiestas, fomentamos unas relaciones interpersonales basadas en la cooperación, en la acogida, el diálogo y el encuentro constructivo, generador de concordia, paz, perdón y amistad sincera, entonces estaremos celebrando de verdad unas Navidades al estilo de Jesús, esto es, unas Navidades realmente cristianas. - Como todos sabemos, el cristianismo de nuestros días está necesitado de testigos. Jesucristo no ha instituido, para anunciar su mensaje de salvación, doctores ni profesores, sino imitadores. Si el cristianismo no se hace vida y testimonio en quien lo predica y expone, éste se queda sin anunciar, porque, en suma ser cristiano - vivir la Navidad - consiste sencillamente en saber vivir y amar como Cristo vivió y amó cuando acampó entre nosotros en la inefable noche de Belén, que anunciaron los profetas y que han cantado, con desbordante inspiración, los poetas de todos los siglos y en todos los idiomas. Un saludo en Cristo Jesús
21/12/12 3:50 PM
  
maria-a
Ahora y mas que nunca tiene sentido la Navidad!
Gracias Fray Nelson!!

Santa Navidad!!
21/12/12 3:58 PM
  
Manuel Ocaña
Gracias Fray Nelson.
21/12/12 4:48 PM
  
Carmen
La Navidad nos trae cada año, la alegría de saber que Dios nunca nos abandona. ¡FELIZ NAVIDAD A TODOS!
21/12/12 11:33 PM
  
vicente
Bon Nadal a todos porque Dios nos ama
y nos salvó.
22/12/12 9:14 PM
  
tere
Bon Nadal para toda la humanidad. !Viva el Señor y Salvador!
24/12/12 12:44 PM
  
jorgegomez
DIOS DA LUZ DONDE HAY OSCURIDADA,DA ESPERANZA DONDE NO
HAY NI FE.DIOS LO GUARDE GRACIAS POR COMPARTIR SU SABIDURIA.
27/12/12 4:22 PM

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