(248) Del paradigma posmodernista y sus anticonceptos

No ha entrado en vigor ningún  “nuevo” paradigma que no sea el mismo nuevo paradigma en que nos encontrábamos. Nos encontramos donde estábamos, en el mismo estado de crisis, pero agravado. No es sino el mismo paradigma de la posmodernidad.

Conocer su hodierno desarrollo es vital para que sus toxinas no penetren en la mente de la Iglesia, y así se cumpla la Escritura: «no os conforméis a este siglo, sino que os transforméis por la renovación de la mente» (Rom 12, 2)

 

1.- CALAMIDAD CONCEPTUAL Y PARADIGMA.— Nicolás Gómez Dávila, con su habitual perspicacia, comenta en uno de sus Escolios que «toda catástrofe es catástrofe de la inteligencia». Nosotros parafraseamos este aviso del genial reaccionario colombiano, y afirmamos que todo paradigma es paradigma de la inteligencia, esto es, plataforma conceptual, calamitosa, precisamente, por blindarse como praxis incuestionada.

Asociamos así paradigma filosófico-teológico e infortunio pastoral. Y esta asociación no es una valoración catastrofista, sino una constatación de hechos. 

—El hundimiento del catolicismo inmanentista, cual Titanic; la desmantelación posconciliar de la forma mentis católica, —no solo en España y Europa, sino en Hispanoamérica—  no es una opinión de profetas de calamidades, sino la comprobación de un paradigma calamitoso, el del posmodernismo, asumido por iglesias locales e instituciones docentes católicas bajo diversas perspectivas : teología de la liberación, teología de la anomia, situacionismo a lo Häring, aggiornamento imprudente, protoluteranismo, fenomenología antimetafísica, etc., etc.

 

2.- ES EL POSMODERNISMO, SIMPLEMENTE.— Ni el paradigma ni la calamidad son, en realidad, nuevos, porque no es nueva, en general, la corrupción conceptual de la posmodernidad. Es duro de aceptar, lo comprendemos, sobre todo para el que piensa que la Iglesia nunca ha estado tan bien como ahora. Pero si el numen se conforma con el espíritu del siglo, acaba contaminado por él y transformado en otra cosa. Ese como ahora, que decíamos, siendo referencia progresista al nuevo paradigma, nos retrotrae, en cambio, al pasado, al origen de la crisis, al pecado original de todos los paraísos artificiales, que es la libertad negativa. Lo novedoso es viejo y rancio, y no es progreso.

—Vivimos inmersos en un paradigma derrotista, desprovisto de clasicismo, de serenidad católica. No sólo porque se asume, sobre todo pastoralmente, la imposibilidad de la realeza y victoria de Cristo; no sólo porque se cree imposible e inviable un orden jurídico-político cristiano ni siquiera en sus detalles fundamentales, como es la ley natural —como si hubiera imposibles para la gracia de Cristo, como si las sociedades no tuvieran deberes para con Dios—; sino porque incluso nos limitamos, a lo sumo, a proponer con buena intención cuatro valores no negociables, y poco más. ¿Damos el orden natural y sobrenatural por perdido?

—El nuevo paradigma catastrofista no aspira a más que a ideales y procesos, a itinerarios de discernimiento y a mera superioridad del tiempo, como si fuera imposible salir de Babel, única construcción posible en el Maelstrom; cree imposible una existencia sub specie aeternitatis; cree imposible salir del adulterio, cree imposible la castidad, cree imposible el orden público del ser, ni por la gracia de Cristo. El nuevo paradigma no es católico, es posmoderno. Y no es nuevo, porque es viejo como la modernidad, viejo como sus padres fundadores, Ánomos y Anfibolos.

 

3.- EL ABSOLUTISMO DE SUS VALORES.— El nuevo paradigma va religado a una interpretación existencialista del ser como valor, lo que equivale a decir: como cuantificación subjetiva de la importancia de algo.

Presupone, ni más ni menos, a la manera personalista, que la cuantificación existencial puede ocupar el lugar de la elucidación metafíca del pensamiento clásico. —Presupone, ni más ni menos, que una cosa será verdadera en función de la importancia existencial que se le dé—. Presupone, ni más ni menos, que la consideración de la verdad como descripción de relevancia subjetiva, a la manera fenomenológica, es propio del catolicismo. Pero no lo es. Será propio del nuevo paradigma, pero no es propiamente clásico, porque se aparta de lo tradicional.

Se instaura, de esta manera, insistimos, un absolutismo de las valoraciones subjetivas, que no es otra cosa que esa dictadura del relativismo contra la cual nos alertaba Benedicto XVI el 18 de abril de 2005, en aquella Misa pro eligendo Pontífice. Vale la pena reproducir el lúcido pasaje:

«¡Cuántos vientos de doctrina hemos conocido durante estos últimos decenios!, ¡cuántas corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas de pensamiento!… La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido zarandeada a menudo por estas olas, llevada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. Cada día nacen nuevas sectas y se realiza lo que dice san Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a inducir a error (cf. Ef 4, 14). A quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta de fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, dejarse «llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos. »

 

4.- BABEL NO ES CASTIGO EN VANO.— El nuevo paradigma, por tanto, no es nuevo, es posmoderno, es calamitoso, y es absolutista. Pero sobre todo es antimetafísico. ¿Será, en definitiva, que no es otra cosa que un pluralismo babélico? A su cobijo se ampara un nuevo politeísmo nominalista de los valores individuales, en que el entendimiento es imposible.

Pero la crisis no ha sido en vano. El castigo de Babel no ha sido en vano. Ahora, por fin, vamos viendo la importancia de un lenguaje católico, es decir, universal, esencial, capaz de estar a salvo del confusionismo subjetivista del nuevo paradigma. Es la importancia, en definitiva, de la forma mentis clásica, del pensamiento católico tradicional. 

 

y 5.- LOS ANTICONCEPTOS DEL PARADIGMA.— Miguel Ayuso, acertadísimamente, comenta así el carácter sustitutivo de los mitos del nuevo paradigma:

«la mente tiene tal necesidad de los “universales” que, cuando se deja seducir por el nominalismo o el empirismo, construye nuevos “universales” —a los que, desde luego, no denomina así—, aunque sin contacto con la realidad, lucubraciones a las que se adhiere con fe indiscutible y cuasi-religiosa. Son los mitos.» (Libertades y derechos humanos, Verbo/1989/275-276, p. 686)

—Esos mitos paradigmáticos funcionan como anticonceptos: —creatividad, ecologismo, valores, ideal, fariseísmo, rigorismo, legalismo, pastoralidad, discernimiento, integración, derechos humanos, reglas del juego, diálogo, pluralismo, diversidad, libertad, igualdad y fraternidad…—. Como en la goecia humanista del Renacimiento, los anticonceptos sirven de palabras talismán, de hechizos lingüísticos cuya intención es transmutar la realidad; tiene carácter gnóstico de términos iniciáticos, sustitutivos de los tradicionales; son monopolio de los expertos, de los especialistas, de los iniciados en el nuevo paradigma.

Los anticonceptos del paradigma tienen por función desactivar los conceptos tradicionales, recontextualizar la doctrina clásica, suscitar nuevas atmósferas semánticas. Por su ambigüedad, son generadores de confusión babélica. Unos los entienden de una manera, otros de otra. Unos en continuidad, otros en discontinuidad; aquellos en plan idealista, estos otros a la manera existencial; zutano a hechura situacionista, mengano de forma marxista. Cada cual arrima el ascua de los anticonceptos a su propia sardina. 

 

—Frente a esta confusión, sólo queda un remedio: la Lengua Común: sacramental, bíblico-tradicional, grecolatina, patrística, escolástica, tomasiana, metafísica, natural y sobrenatural, venerable y tremenda. La Lengua Común, idioma universal del clasicismo sobrenatural propio de la religión revelada. La lengua Común, que no se aparta un ápice de lo tradicional sobreentendido; la Lengua Común, cuya semántica es límpida y clara como el cristal, y su razón es católica; la Lengua Común, que dio a luz la mente de la Iglesia, con la asistencia de su Cabeza, que es nuestro Rey y Señor.

COMO PRIMER REMEDIO, por tanto, proponemos en este artículo, una vez y otra más, con inmoderada insistencia, el hábito católico de la clasicidad. Esto es, la virtud de no apartarse un ápice de lo tradicional. Solo así, desde el agradecimiento; sólo así, desde la conciencia de nuestra precariedad; sólo así, vitalizados por el legado recibido, la Iglesia resplandecerá como Casa del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad (1 Tim 3, 15). Sólo así la Iglesia se alzará ante el mundo cual Torre Ebúrnea, faro de almas y antorcha viva de la verdad. Sólo así podrá hacerse efectiva la advertencia soberana de Cristo: sin Mí no podéis hacer NADA (Jn 15, 5).

 

David G. Alonso Gracián

 

9 comentarios

  
Maribel
Gracias por la reflexión .
Es como cuando te van encajando las piezas del púffler.
Es la torre de Babel de las mil ideas para desorientar e impedir la comunicación de la verdad.
Es la falta de confianza en el poder de Dios y la supremacía del hombre.
Es el temor a ser insultado y determinado como fundamentalista .
Es crear la duda y no dar nada a cambio.
En definitiva ,, perder el norte.
10/02/18 9:55 PM
  
Curro Estévez
"Esos mitos paradigmáticos funcionan como anticonceptos: —valores, ideal, misericordia, fariseísmo, rigorismo, legalismo, pastoralidad, discernimiento, integración, derechos humanos, reglas del juego, diálogo y diálogo y dialogo..."
Lo que les fastidia es el fundamentalismo del LOGOS, y que Él se explique.
¡Bravo Alonso!
10/02/18 10:12 PM
  
Victor
¿Cómo puede uno adquirir el hábito de la clasicidad? Santo Tomás de Aquino no es precisamente un hueso fácil de roer, por lo menos para un principiante como yo. ¿Hay algo así como un curriculum de la clasicidad católica?

saludos Alonso
11/02/18 4:47 AM
  
Eclessiam
Victor, para obtenerlo, lo dice Nuestro Señor Jesucristo con toda claridad:
«Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; el que llama, se le abre». (Mt 7, 7-8)
11/02/18 3:27 PM
  
Curro Estévez
Víctor: Lo más sencillo, y a mí me ha venido de perlas, es acudir al catecismo, con él se aprende a pensar católicamente, o sea, de modo correcto.
12/02/18 5:58 AM
  
Marisa
Ay!! Y dejar librada las traducciones de los textos litúrgicos a las Conferencias Episcopales!! Sobre llovido, mojado.
12/02/18 6:24 AM
  
josep
la lengua común es la caridad.
__________
A.G.:
En el post me refiero ante todo a la lengua en cuanto comunicación, discurso de verdades, doctrina, etc.
12/02/18 1:53 PM
  
Victor
Gracias a Eclessiam, Curro Estévez y Marisa. Muchas veces lo más sencillo es lo mejor.
13/02/18 12:42 AM
  
Graliro
Josep: cuando a la palabra caridad se le da el significado subjetivo, significa cualquier cosa. Por eso es necesario un lenguaje comun. MAGNIFICO ARTICULO.
_______
A.G.:
Muchas gracias Graliro. Gloria a Dios.
.
13/02/18 5:02 AM

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