InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Categoría: General

7.08.10

Vírgenes, advocaciones – Nuestra Señora de la Presentación del Quinche (Ecuador)

Presentación de Quinche

Una de las características que suelen repetirse en las apariciones de la Virgen es que suele hacerlo para consolar al pueblo de Dios. Así, los males que sufre el pueblo que peregrina por este valle de lágrimas hasta el definitivo Reino del Padre, encuentran consuelo en los ojos y en el corazón de María y muestra, con tal forma de ser, su extremada bondad.

Así pasó, por ejemplo, en Guadalupe (México), ya contemplada ene esta serie, la Virgen Santísima se apareció al indio San Juan Diego; Nuestra Señora de Coromoto (Venezuela), ya contemplada en esta serie, al cacique de la tribu Coromoto; Nuestra Señora de las Lajas (Colombia) a la india María Mueses o, también, con Nuestra Señora de Copacabana (Bolivia) al indio Francisco Tito Yupanqui.

Como es lógico, en el caso de los indios ecuatorianos a los que se les apareció la Virgen María, también se produjo tal circunstancia porque les prometió librarlos de los osos que, al parecer, estaban atacando y devorando a los niños.

Sólo les puso una condición: que se conviertan a la religión católica y se hicieran evangelizar por el sacerdote del pueblo más cercano.

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6.08.10

Eppur si muove - Política y religión; no Política vs. religión

La religión y la política han de estar separadas.

La religión nada tiene que ver con la política.

Cuando la religión entre en política se pervierten muchas cosas.

Religión y política no se pueden entender.

La política, con la religión, no se llevan nada bien.

Cuando lo religioso quiere influir en la política nada bueno sucede.

Los Estados democráticos son Estados laicos, ergo no cabe relación entre política y religión.

Y así cualquier persona podría escribir más supuestas verdades como las aquí, apenas, referidas.

Entonces, ¿Resulta imposible que exista una relación entre la política y la religión o mejor, entre lo político y lo religioso?

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5.08.10

Pocas palabras que definen mucho y a muchos

Francamente, aunque el protagonista del artículo de hoy sea, por decirlo así, Baltasar Garzón, muy al contrario de lo que se pudiera pensar nada voy a decir ni a criticar sobre su persona. Tiene merecido, más que de sobra que así se haga pero, como suele suceder, aún hay algo peor en lo que ha dicho.

Se le nota demasiado que ni sabe, ni entiende ni se espera que sepa o entienda.

En el ámbito de la Guerra Civil española fueron muchas las personas que fueron asesinadas, no por acciones de guerra sino en vulgares delitos comunes. Muchas de las mismas tuvieron mucha relación con la Iglesia católica. Valgan, por ejemplo, los siguientes datos:

Obispos: 13 asesinados.
Sacerdotes: 4.184 asesinados.
Religiosos: 2.365 asesinados.
Monjas: 263 asesinadas (cuando no violadas)
Laicos por el hecho de pertenecer a asociaciones confesionales o simplemente católicas: miles de ellos asesinados.
Iglesias destruidas: 20.000 (entre ellas varias catedrales)

Una persona que tenga fe y que sepa lo que eso supone sabe, a la perfección, qué debe hacer ante una situación tan terrible como la que, en los años 30 del siglo pasado, se produjo en España y que nada tiene que envidiar a la persecución, contra los cristianos, de Diocleciano.

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4.08.10

Una noticia que me causa una muy personal tristeza

Hace casi dos años tuve, por desgracia, que escribir sobre el mismo tema que hoy ha saltado a la palestra de la realidad.

Sin embargo, lo que entonces era indignación se ha transformado, quizá por el paso del tiempo, en triste visión de las cosas.

Al parecer el asunto judicial ha llegado al final del iter procesal. El agente de la Benemérita no tiene intención de recurrir la resolución del recurso que interpuso ante el Tribunal Superior de Justicia de Madrid y que le quita la posible razón que pudiera, según el demandante, tener.

Tengo que decir que, independientemente de las razones jurídicas que han llevado al TSJM a dictar tal resolución, a mí me preocupa bastante más algo que produce honda tristeza y que no es otra cosa que el empecinamiento en seguir con el proceso sin darse cuenta del daño que se hace.

Por eso digo que si bien el resultado ha sido satisfactorio no lo es tanto el origen del mismo por lo que es y por lo que supone.

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3.08.10

Llevar la cruz

El camino de Jesús lo fue, más que otra cosa, de fe que Jesús nos ofreció fue, más que otra cosa, de fe. Él mismo fue el que definió, para nosotros, esta virtud cuando Tomás, en su incredulidad, manifestó su duda tras la resurrección: “feliz el que crea sin haber visto”, dijo. Ese camino lo estableció para que nosotros, sus discípulos, hiciéramos de él nuestra senda hacia el Reino de Dios. Pero, a veces tergiversamos esa fe porque nos interesa o porque los demás así lo quieren y somos y actuamos de forma políticamente correcta; vendemos ese depósito profundo que Dios nos regala por una pasión por el siglo, tierra que pisamos por un tiempo. Esta es nuestra cruz, nuestra propia cruz que, a veces, rechazamos.

El camino de Jesús tenía un sustento fundamental en la oración. A través de ella habla con su Padre, le llama Abbá, pide por aquellos que le injurian y escupen y muestra, sobre todo, una actitud misericordiosa. Y nosotros, en caso de que no nos limitemos a repetir oraciones aprendidas y demos un paso más hacia una relación más cercana con Dios, ¿qué pedimos? Quizá lo hagamos por los demás, ¿por el bien de nuestros enemigos? Esta también es nuestra cruz que, en otras ocasiones dejamos olvidada en algún recodo del camino que nos lleva al definitivo reino de Dios.

El camino de Jesús estaba sometido, entera e indisolublemente, a la voluntad de su Padre. Celebramos, cuando corresponde y en nuestro corazón siempre, que Jesús hizo lo que quería el Creador: ser misericordioso. Por eso murió pero no, como puede creerse por error, como si Dios quisiera que tuviera esa muerte, y muerte de cruz. Sin embargo, podemos preguntarnos cuántas veces actuamos, antes de hacerlo, tratando de conocer cuál sería la voluntad de Dios para esa concreta ocasión, cuántas veces sometemos nuestro gusto a lo mandado por el Padre, en cuántas ocasiones nos negamos a nosotros mismos para no ser nada sino lo que Dios quiera. Ese quehacer continuo, difícil, de vernos en Sus manos y mirar para otro lado es nuestra cruz que debemos cargar con gozo.

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