Serie Fundación GRATIS DATE – Vida del Padre Pío, de Enrique Calicó.

GRATIS DATE

Escribir de la Fundación GRATIS DATE es algo, además de muy personal muy relacionado con lo bueno que supone reconocer que hay hermanos en la fe que tienen de la misma un sentido que ya quisiéramos otros muchos.

No soy nada original si digo qué es GRATIS DATE porque cualquiera puede verlo en su página web (www.gratisdate.org). Sin embargo no siempre lo obvio puede ser dejado de lado por obvio sino que, por su bondad, hay que hacer explícito y generalizar su conocimiento.

Seguramente, todas las personas que lean estas cuatro letras que estoy juntando ya saben a qué me refiero pero como considero de especial importancia poner las cosas en su sitio y los puntos sobre todas las letras “i” que deben llevarlos, pues me permito decir lo que sigue.

Sin duda alguna GRATIS DATE es un regalo que Dios ha hecho al mundo católico y que, sirviéndose de algunas personas (tienen nombres y apellidos cada una de ellas) han hecho, hacen y, Dios mediante, harán posible que los creyentes en el Todopoderoso que nos consideramos miembros de la Iglesia católica podamos llevarnos a nuestros corazones muchas palabras sin las cuales no seríamos los mismos.

No quiero, tampoco, que se crean muy especiales las citadas personas porque, en su humildad y modestia a lo mejor no les gusta la coba excesiva o el poner el mérito que tienen sobre la mesa. Pero, ¡qué diantre!, un día es un día y ¡a cada uno lo suyo!

Por eso, el que esto escribe agradece mucho a José Rivera (+1991), José María Iraburu, Carmen Bellido y a los matrimonios Jaurrieta-Galdiano y Iraburu-Allegue que decidieran fundar GRATIS DATE como Fundación benéfica, privada, no lucrativa. Lo hicieron el 7 de junio de 1988 y, hasta ahora mismo, julio de 2013 han conseguido publicar una serie de títulos que son muy importantes para la formación del católico.

Como tal fundación, sin ánimo de lucro, difunden las obras de una forma original que consiste, sobre todo, en enviar a Hispanoamérica los ejemplares que, desde aquellas tierras se les piden y hacerlo de forma gratuita. Si, hasta 2011 habían sido 277.698 los ejemplares publicados es fácil pensar que a día de la fecha estén casi cerca de los 300.000. De tales ejemplares, un tanto por ciento muy alto (80% en 2011) eran enviados, como decimos, a Hispanoamérica.

De tal forman hacen efectivo aquel “gratis lo recibisteis, dadlo gratis” (Mt 10,8) y, también, “dad y se os dará” (Lc 6,38) pues, como es de imaginar no son contrarios a las donaciones que se puedan hacer a favor de la Fundación. Además, claro, se venden ejemplares a precios muy, pero que muy, económicos, a quien quiera comprarlos.

Es fácil pensar que la labor evangelizadora de la Fundación GRATIS DATE ha des estar siendo muy grande y que Dios pagará ampliamente la dedicación que desde la misma se hace a favor de tantos hermanos y hermanas en la fe.

Por tanto, esta serie va a estar dedicada a los libros que de la Fundación GD a los que no he hecho referencia en este blog. Esto lo digo porque ya he dedicado dos series a algunos de ellos como son, por ejemplo, al P. José María Iraburu y al P. Julio Alonso Ampuero. Y, como podrán imaginar, no voy a traer aquí el listado completo de los libros porque esto se haría interminable. Es más, es mejor ir descubriéndolos uno a uno, como Dios me dé a entender que debo tratarlos.

Espero, por otra parte, que las personas “afectadas” por mi labor no me guarden gran rencor por lo que sea capaz de hacer…

Vida del Padre Pío, de Enrique Calicó

Vida del Padre del Pío

En los últimos siglos, digamos por ejemplo dos o tres, es bien cierto que ha habido muchos creyentes católicos que han pasado a la historia de nuestra fe con las notas más altas que puedan ostentarse en tal materia espiritual. Sin embargo, si hay una persona que se ha significado, no por ella misma por ánimo de hacerlo así sino por la realidad de las cosas que han estado relacionadas con tal católico, es el Padre Pío de Pietrelcina.

Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que aquel religioso humilde que tanto sufrió (física y espiritualmente) es otro arquetipo de los que refiere en sus libros el P. Alfredo Sáenz, S.J. y que Enrique Calicó ha biografiado de forma magistral y profunda.

Empieza bien este libro cuando trae a sus páginas unas palabras del ahora Obispo de San Sebastián, el P. José Ignacio Munilla Aguirre y entonces, cuando se publicó el mismo Párroco de El Salvador, en Zumárraga (Guipúzcoa).

Pues bien, el bueno de don José Ignacio dice, (p. 3) allí mismo, preguntándose por la explicación que tiene el hecho del fenómeno popular suscitado por el Padre Pío que, en realidad, es Dios quien suscita entre nosotros modelos de santidad. Entonces “Algo querrá decirnos con los dones místicos que ha dado el Padre Pío, poniéndolo como ‘signo de la prioridad de lo sobrenatural’, ante los ojos de este mundo. ¡El Padre Pío es un santo para tiempos de secularización!” (p. 3).

Por lo tanto, san Pío de Pietrelcina es un santo más que actual y nada pasado de moda ni de tiempo.

Corría el año 1887 y, en concreto, un 25 de mayo, cuando en Pietrelcina, pueblo situado en el Benevento italiano, nace Francesco Forgione más conocido, pasados los años, como Padre Pío.

Su espiritualidad es profunda desde muy temprana edad pues a los cinco años de edad ya empieza a tener sus primeras experiencias místicas. Tal es así que llega “a creer que era cosa normal y corriente para todos los creyentes” (pp. 6-7) de tan habituales como se habían hecho. Es más, a los once años de edad ya sabe que va a continuar su vida de la única manera que puede: siendo sacerdote. Así, si el 27 de septiembre de 1899 recibe su primera comunión y la confirmación, en junio de 1902 (contaba, entonces, quince años de edad) fue admitido en el noviado de Morcone.

Sin embargo, como es sabido, la vida religiosa del Padre Pío no fue de lo más sencilla y, ni siquiera, de lo más llevadera. Desde el mismo principio fue atacado por el Diablo (a quien él llamaba “Barba azul) pues conocía que era un buen discípulo de Cristo y un buen hijo de Dios. Y eso, como es normal, no es muy bien visto por el Príncipe de este mundo.

Dios, seguramente porque conocía la fe de su hijo, lo dotó de bienes espirituales y de gracias muy especiales. Por ejemplo, el don de lágrimas, que derramaba abundantemente durante “la Pasión de Cristo. Tantas derramaba, que dejaba en el suelo trazas bien visibles” (p. 10) o, por ejemplo la gracia de la bilocación que, en varias ocasiones puso en práctica como cuando, por ejemplo, asistió al nacimiento de Giovanna Rizzani en Udine a pesar de que nunca había estado allí.

Llegado el momento de pronunciar sus votos temporales (el 22 de enero de 1904) lo hizo con las siguientes palabras:

“Yo, hermano Pío de Pietrelcina, pido y prometo a Dios todopoderoso, a la bienaventurada Virgen María, al bienaventurado Francisco, a todos los santos y a ti, padre mío, observar hasta el fin de mi vida la regla de los hermanos menores confirmada por Su Santidad el Papa Honorio, viviendo en la obediencia, la pobreza y la castidad.”

Y a fe que lo hizo muy a pesar de que muchos obstáculos le pusieron para que cumpliera tan fielmente con lo que prometió y, además pidió a Dios.

Enclenque, humilde, obediente

Así titula Enrique Calicó al apartado que refiere que el Padre Pío era, como dice tal título, de naturaleza enfermiza y, por eso mismo, fue enviado en varias ocasiones a su casa para recuperarse. Es más, en una ocasión estuvo casi siete años en la misma pare recuperarse de una tuberculosis aunque no abandonó, por eso mismo, los estudios. Precisamente, el 18 de julio de 1909 fue ordenado diácono en “la iglesia del convento de Morcone” (p. 12).

Así deambuló por el mundo aquel religioso enfermizo hasta que el 10 de agosto de 1910, “en presencia de su madre y del padre Benedetto, era ordenado sacerdote en Benevento por Monseñor Paolo Shinosi, arzobispo de Marcianopoli” (p. 12). Cantó su primera misa el 4 de septiembre, aunque, seguramente, el momento más trascendental de su vida sucedió cuando en julio de 1916 entraba en el convento de San Giovanni Rotondo (con 29 años de edad) que no abandonaría hasta su muerte que acaeció 50 años después, en 1968 y a los 81 años de edad.

Estigmatizado

El 20 de septiembre de 1918 (tenía 31 años de edad) el Padre Pío recibió de forma definitiva los estigmas que no le desaparecían hasta poco antes de morir. Era claro, por tanto, que muchas personas lo tenían por un santo en vida y no era de extrañar que “gente de todo el mundo irá a pedir consejo y buscar el perdón de Dios en San Giovanni Rotondo. El Padre Pío pasará horas y horas cada día en el confesionario e impartirá con sus manos la reconciliación y la paz” (p. 14).

Y, sin embargo, a pesar de cómo era el Padre Pío o, mejor, por eso mismo, se granjeó (sin él proponérselo) muchos enemigos que pretendieron hacerle la vida imposible. Por ejemplo, el P. Gemelli, “médico cirujano y capuchino, especialista en neuropsicología, considerado indiscutible en mística. Su intervención fue decisiva para la actitud adoptada por determinadas autoridades romanas y del Santo Oficio, de quienes eran consultor” (p.18).

Este Santo Oficio, por ejemplo, en una de sus persecuciones contra el Padre Pío, dejó dicho

“Que la misa que celebra el Padre Pío sea a horas indeterminadas, con preferencia de madrugada y en privado, que no dé la bendición en público, que no muestre, hable o deje que besen los supuestos estigmas. Que cambie de director espiritual, que no tenga ningún tipo de contacto con el padre Benedetto, ni por carta ni por cualquier otro medio, pues su dirección deja mucho que desear. Que el Padre Pío sea alejado de San Giovanni Rotondo; mejor mandarlo al Norte de Italia”.

Contaba, sin embargo, el Padre Pío con su Ángel Custodio como ayuda perpetua, amistad que nunca le abandonó y que expresó, el custodiado cuando dijo, digamos, lo que le había dicho el Custodio:

“Estoy junto a ti, estoy siempre a tu lado. ¡Mi amor por ti nunca disminuirá, ni aun con la muerte!”. Y es que era, como dice Enrique Calicó, “más que un amigo” (p. 19).

Decíamos arriba que el Santo Oficio había procurado que el Padre Pío no cumpliera con la misión que Dios mismo le había encomendado. Eso provocó una verdadera revuelta popular. Y a tal llegó que habiéndose establecido el traslado del religioso italiano a otro lugar una multitud de cinco mil personas, con autoridades de San Giovanni Rotondo a la cabeza, “se presentaron en el convento a protestar, con la banda de música al frente. Temían lo peor, que su “santo” hubiera ya sido trasladado. Tuvo que salir el Padre Pío a dar su bendición a la multitud exaltada” (p. 23). Y para mayor aberración de la situación por la que estaba pasando el santo “en 1924, que transcurriría con cierta tranquilidad, el procurador general de los capuchinos mandó a todos los conventos una circular prohibiendo mencionar y divulgar lo relativo al Padre Pío, añadiendo:

‘Debemos comportarnos como si nunca hubiéramos oído hablar del Padre Pío”

(p. 23).

¡Querer poner puertas al campo espiritual siendo, además, de mandado del propio Dios!

Era de esperar que, con el tiempo, aquellos que calumniaban al Padre Pío acabaran siendo descubiertos en sus falsedades. Y lo fueron. Sin embargo, no por eso el Santo Oficio cambiada de idea acerca de la actuación del religioso italiano. Es más, en su cabezonería se le comunicó, de parte de tal organismo, al ministro general de la Orden esto:

“Al Padre Pío se le priva de todas las facultades del ministerio sacerdotal, excepto la de celebrar misa, pero solamente en la capilla interior del monasterio, no en la iglesia pública”.

Y a todo esto el Padre Pío siempre respondía “que se haga la voluntad de Dios”.

Será con la llegada Pío XI al papado cuando la situación del Padre Pío con relación al Santo Oficio empezó a cambiar, pues envió a Monseñor Passetto a que investigase directamente todo lo que se decía, algunos decía, del santo capuchino. Y, claro, cuando se dio cuenta de que todo era mentira y que aquel hombre era un dechado de amor, de sencillez y de obediencia, las cosas empezaron a cambiar y las misas del Padre Pío volvieron a llenar de fieles gozosos de volver a tener, ante sí, a su santo.

Todo esto se afirmó y reafirmo cuando Pío XII, que admiraba al Padre Pío dijo, de forma tajante esto: “que se deje en paz al Padre Pío”. Y fue la primera consigna que dio una vez fue elegido Papa.

Y, sin embargo, la persecución no iba a terminar aunque pareciera que así era.

En los años 60 del pasado siglo un escándalo económico que cogió por sorpresa a muchos en Italia, también afectó al Padre Pío que, si comerlo ni beberlo, se vio implicado, lo quisieron implicar, en un sucio asunto de préstamos e intereses no satisfechos del que, además, nada tenía que ver sino, en todo caso, como “solucionador” de la situación por la que pasaban muchos de sus hermanos que habían confiado en un tal Giuffrè y su sistema de caudales exagerados.

Frutos del Padre Pío

Hablar y no parar de los frutos que dio el Padre Pío y de su apostolado es lo ordinario. Tanto los Grupos de Oración como “Casa Sollievo della Sofferenza” (Casa de alivio del sufrimiento), digamos que como obras humanas, las muchas conversiones que se produjeron por intervención suya, los muchos sufrimientos espirituales que sanó en el confesionario y los muchos dolores del alma que curó con su apostolado, demuestran que era santo en vida. Y como ejemplo esto que copiamos en su totalidad:

“Citemos una de esas curaciones milagrosas, pues los personajes que intervienen bien se lo merecen. En noviembre de 1962, Karol Wojtyla era vicario capitular de la diócesis de Cracovia y participaba en las primeras sesiones del Concilio. Escribe al Padre Pío y le solicita su intercesión y oraciones para la doctora Wanda, médico y profesora de psiquiatría, conocida y colaboradora del futuro Papa. En esa súplica le dice:

‘… Es una mujer de 40 años, madre de 4 hijos, estuvo durante la guerra cinco años en un campo de concentración alemán. Hoy su vida está en peligro por causa de un cáncer…’

La buena mujer sufría un cáncer de garganta. Los médicos iban a intervenirla y sabían que era inútil.

Diez días después el Padre Pío recibe una carta del futuro Juan Pablo II que le comunica:

‘Venerable Padre. La mujer que vive en Cracovia (Polonia), madre de 4 hijos, encontró de repente la salud el 21 de noviembre, antes de la operación quirúrgica. Deo gratias. Yo os doy las gracias, venerable Padre, en nombre de esa mujer, de su marido y de toda su familia. En Cristo, Karol Wojtyla, vicario capitular de Cracovia. Roma, 28 de noviembre de 1962’.

Wanda Poltawska curó instantáneamente, ante el estupor de los médicos que la trataban. En esta curación milagrosa sólo bastó la fe y la oración; la fe de quienes imploraron la oración del Padre Pío y la del mismo Padre.

Es lógico que el mundo de hoy recuerde esta curación que quedará escrita para la historia, frente a una infinidad que sólo permanecerá para los beneficiados y sus íntimos. Decimos curaciones, pero no olvidemos las del alma, verdadero fin de ese hombre santo, estigmatizado… En 1963 las inscripciones en el registro de confesiones pasan de cien mil, sólo en ese año. Y también más de cincuenta obispos y arzobispos y miles de sacerdotes los que también en 1963, estando en Roma, aprovecharon para visitar al Padre y asistir a su misa, a pesar de la prudente reserva del Vaticano.”

Lo único que le quedaba, tras los hechos arriba citados, al Padre Pío era “confesar y celebrar misa, con ciertas restricciones” (p. 41). Y esto le producía gran pesar y tristeza porque sabía que tenía que cumplir con la misión de sanación de almas para la que estaba especialmente dotado.

Sin embargo, el pueblo, fiel al Padre Pío, no lo dejaba ni a sol ni a sombra. Es más,

“El fervor popular vestido de fe sencilla permanecía vivo. El día de su onomástica, el 5 de mayo de 1963, año en que cumplía el sexagésimo aniversario de su toma de hábito, todo el pueblo, con su fiel alcalde Morcaldi al frente, deseaba felicitar al Padre. Morcaldi con el pleno fue al convento para conseguir que se retrasara un poco la misa, pues se esperaba la llegada de nuevos peregrinos. El padre Rosario los recibió de mal humor en el pasillo con el ‘no’ por delante. El Padre Pío se acercó al pequeño grupo. Todos quisieron felicitarle. El Padre se disponía a dirigirles la palabra y agradecérselo, cuando dos religiosos se lo llevaron de mala manera. Aquello escandalizó a los presentes y pronto todo el pueblo se hizo eco del hecho. Por la noche en la colina cercana al convento el pueblo entero, a la luz de cientos de antorchas, manifestó su devoción al Padre con cánticos y rezos. Más tarde se oyeron algunos gritos de protesta:

–¡Fuera los perseguidores! ¡Libertad al Padre Pío!

El pleno del Ayuntamiento mandó sendos telegramas de protesta, uno al presidente de la República Italiana, otro al secretario de Estado de Juan XXIII, el cardenal Cicognani, al tiempo que pedían:
‘…eliminar la restricción en el ejercicio apostolado digno sacerdote»’

(pp. 41-42).

Mientras tanto, muchos de los fieles que tanto amaban al Padre Pío estaban preparando un “Libro blanco” para la ONU en el que expresaban lo bueno que había hecho aquel santo en los años que llevaba ejerciendo su ministerio y, además, lo que se estaban haciendo con él y con aquel ministerio santo. Sin embargo, no llegaron a enviarlo donde tenían intención de que fuera recibido porque otro Papa, ahora Pablo VI (habiendo recibido una profecía del Padre Pío acerca de que cuando muriera el beato Juan XXIII sería el mismo el próximo Vicario de Cristo), mediante el cardenal Ottaviani hizo a saber a quien debía hacérselo saber lo que era intención del nuevo Papa:

“El Santo Padre desea que el Padre Pío ejerza su ministerio con plena libertad”.

Era, entonces, el 30 de enero de 1964.

Pero el Padre Pío sabía que no le quedaba mucho tiempo de vida. Dotado, también, del don de profecía, era de esperar que tuviese, digamos, “noticia” de su propia muerte. Así “El 14 de octubre de 1967 comunica a su sobrina Pía Forgione-Pennelli que moriría antes de dos años” (p. 45).

Y, en efecto, “a las 2’30 de aquel día, 23 de septiembre de 1968, dulcemente, con el rostro sereno lleno de paz y un rosario entre las manos, el Padre Pío de Pietrelcina entregó su alma a quien ya se la había ofrecido junto con su vida entera” (p. 47).

Bien es cierto que, como dice Enrique Calicó, autor de esta Vida del Padre Pío, aquella fue una “plácida agonía” y un “triunfo póstumo” (p. 47) pues, en efecto, tuvo una muerte dulce y un triunfo más que merecido y que pervivirá por l

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