Lolo cumple tres años

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Dijo Lolo eso de que “si no ardes ¿de qué vales?". ¿No vamos a ser fuego para un mundo oscuro?

Y, ahora, el artículo de hoy.

Beatificación de Lolo

El 12 junio de 2010 por la tarde, en Linares, presidida por el Arzobispo-Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos se celebró la Beatificación de Manuel Lozano Garrido. Junto al Obispo de Jaén, D. Ramón del Hoyo López, estaban varios Cardenales, el Nuncio de Su Santidad y 20 Arzobispos y Obispos.

Un día antes, a la sazón solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, el Su Santidad Benedicto XVI había inscrito en el Libro de los Beatos al Venerable Siervo de Dios Manuel Lozano Garrido, Lolo. Y lo hacía, a través de una Carta Apostólica, con este texto:

“Nos, acogiendo el deseo de nuestro hermano Ramón del Hoyo López, Obispo de Jaén, así como de otros muchos en el episcopado, y de numerosos fieles, una vez consultada la Congregación para las Causas de los Santos, con nuestra Autoridad Apostólica, otorgamos la facultad de que el Venerable Siervo de Dios MANUEL LOZANO GARRIDO, fiel cristiano laico, que ejerció infatigablemente el apostolado, y asumió con ánimo sereno y alegre su parálisis y ceguera; que, como escritor y periodista, propagó las verdades evangélicas, y sostuvo la fe de los demás con la oración, el amor a la Eucaristía y la filial devoción hacia la Virgen María, sea llamado de ahora en adelante con el nombre de Beato y que su fiesta puede celebrarse anualmente el día tres de noviembre, día de su nacimiento para el cielo, en los lugares y modos establecidos por el Derecho.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.”

Desde aquel mismo día, 12 de junio de 2010 del que hoy, justamente, se cumplen 3 años, aquel hombre fiel a Dios y a su voluntad, aquel hombre que había sufrido los dolores físicos más intensos y que había demostrado que se puede sufrir pero, no por eso, ser pesimista o manifestarse desesperanzado, había pasado a formar parte del grupo de aquellos que la Iglesia católica, tras el correspondiente proceso, digamos, jurídico-espiritual, consideraba de los mejores de entre los hijos de Dios, ejemplo a seguir y espejo en el que mirarse.

Lolo, aquel día lluvioso de hace 3 años, tendría su propio día de especial recuerdo y que sería aquel 3 de noviembre en el que ascendió, seguramente raudo y veloz para demostrar que Dios todo lo puede, a la Casa del Padre. Y estaría, ya para siempre, en el corazón de los fieles católicos que pueden apreciar, en su persona y ejemplo, a quien no se rinde por nada que de tribulación pudiera afligirle y que, con oración, amor al Padre y a su prójimo, supo beber el Agua Viva que es para la vida eterna y que tanto bien le hizo a él mismo y, claro, a quienes lo vemos como luz, como sal y como levadura, haciendo rendir más del cien por cien los talentos que Dios le dio y que el sembrador celestial dejó caer en su corazón sufriente y preparado para aceptar lo que tuviera que venir.

Como hemos dicho arriba, presidió la ceremonia el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el arzobispo Angelo Amato, SDB. Pues bien, en la homilía dijo, refiriéndose a Lolo

Con los ojos del cuerpo apagados, él aguzó los ojos de la fe para poder captar en él y en el prójimo la luz del Espíritu. Por eso solía decir que las estrellas se ven de noche. A pesar de tener los miembros entumecidos, él se movía ágilmente con el corazón y con la mente, viajando por los cielos de la verdad y la belleza. Sus limitaciones físicas lo hicieron más sensible a las armonías del espíritu, de modo diferente a nosotros, que, aturdidos por la marea de fútiles imágenes cotidianas y entorpecidos por el estruendo de sus sonidos, no somos capaces ya de percibir el canto de la creación y terminamos por convertirnos nosotros mismos en ciegos y sordos.

Lolo, sin embargo, veía y comprendía las miles de presencias benéficas de la divina Providencia en su vida personal y en la historia de la humanidad. Por esto, su existencia no estuvo marcada por la tristeza, sino por la alegría; no por el llanto sino por la iniciativa apostólica; no por la soledad sino por la comunicación y la amistad con todos, grandes y pequeños, sanos y enfermos, pobres y ricos. La suya fue una existencia de auténtica santidad evangélica.

Y todos, cuando terminó la celebración y regresaron a sus casas, debieron hacerlo sabiendo que habían estado en una celebración muy especial y, también con toda seguridad, que, a partir de tal momento, tenían, en el cielo, a un hermano a quien dirigirse en la certeza de que serían escuchados.

Lolo, Beato, en el cielo, ruega por nosotros.

Eleuterio Fernández Guzmán

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