Ad pedem litterae - P. Pablo Cabellos Llorente

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Panecillos de meditación

lama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Se humildes es saber, exactamente, qué posición ocupamos al respecto de Dios.

Y, ahora, el artículo de hoy.

Al pie de la letra es, digamos, una forma, de seguir lo que alguien dice sin desviarse ni siquiera un ápice.

En “Ad pedem litterae - Hermanos en la red” son reproducidos aquellos artículos de católicos que hacen su labor en la red de redes y que suponen, por eso mismo, un encarar la creencia en un sentido claro y bien definido.

Ad pedem litterae - P. Pablo Cabellos Llorente

Presentación del artículo del P. Pablo Cabellos .

El Papa Francisco está sorprendiendo, desde el mismo momento de salir al balcón de la Plaza de San Pedro, a propios y a extraños. Sin embargo, da la impresión (que muestra una realidad) que predica, como se dice, con el ejemplo.

No se puede decir, como plantean algunos para llevar el agua a su molino, que ni el Beato Juan Pablo II ni Benedicto XVI, no hayan dado pruebas y muestras de humildad a lo largo de su pontificado. Lo que pasa es que ahora se hace grande lo que, en realidad, ha sido más que común en los papados anteriores al del ahora Papa Francisco.

Necesitamos ser humildes. Pero no se trata de una humildad de mentirijillas o de pose sino una que lo sea de verdad, cierta y patente. Por eso la humildad, para tener un fundamento sólido, tiene que sostenerse sobre la confesión de Cristo porque, de otra forma, se hace lo propio con el mundo y con el apoyo en la mundanidad y sus muchas llamadas de atención hacia ella que hacen los muchos poderes que dominan lo mortal y perecedero.

Y, ahora, el artículo del P. Pablo Cabellos Llorente.

Tiempos de humildad

Pablo Cabellos Llorente

El Concilio Vaticano II consideró deber de la Iglesia escrutar los signos de los tiempos para interpretarlos a la luz del Evangelio. Sin embargo, no faltan personas que intentan justamente lo contrario: desean desentrañar el mensaje de Cristo a través de los sucesos del mundo.

Los tres últimos papas -de manera diversa cada uno de ellos- han visto en la humildad una luz evangélica con la que mirar la historia cotidiana. Basta recordar la figura acartonada de Juan Pablo II predicando incansablemente sin importarle las duras críticas hechas a su imagen. Basta contemplar la renuncia y el desaparecimiento de Benedicto XVI, quien había aludido a la humildad como una virtud no tratada antes del cristianismo.

El Papa Francisco ha asombrado al mundo con su humilde sencillez desde su primera comparecencia pública, particularmente cuando dijo: “Y ahora querría dar la bendición, … Pero antes, antes, os pido un favor: antes de que el obispo bendiga al pueblo, os pido que vosotros recéis al Señor para que me bendiga: la oración del pueblo, pidiendo la bendición para su Obispo. Hagamos en silencio esta oración de vosotros por mí. Pedir oraciones es manifestación de indigencia, de necesidad". El nuevo Papa utilizó el lenguaje de la esperanza humilde, como llamó Piper a la plegaria de petición.

Seguramente todos tenemos necesidad de esa virtud, que el Papa Francisco ha mostrado manifiestamente desde el primer momento. Un mundo lleno de apariencias, de deseo desmesurado de poder y poseer, un mundo dominado por la búsqueda de una imagen adecuada, un mundo que miente descaradamente por quedar bien, es un mundo muy necesitado de la humildad. Pero entiéndase bien, no “una humildad de garabato", como indicaba gráficamente san Josemaría para expresar la humildad de las apariencias, una falsa virtud no enraizada en el convencimiento de nuestra poquedad. Lo expresaba muy bien la Biblia poniendo estas palabras en boca de Yahweh: “Tu miseria es tuya, Israel; tu fuerza soy Yo".

Por la apoyatura en Dios, la humildad no está reñida con la magnanimidad, al contrario, se requieren mutuamente para encontrarse en la esperanza. En ese espíritu, decía Francisco a los cardenales: “Podemos caminar cuanto queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, algo no funciona. Acabaremos siendo una ONG asistencial, pero no la Iglesia, Esposa del Señor. Cuando no se camina, se está parado. ¿Qué ocurre cuando no se edifica sobre piedras? Sucede lo que ocurre a los niños en la playa cuando construyen castillos de arena. Todo se viene abajo. No es consistente. Cuando no se confiesa a Jesucristo, me viene a la memoria la frase de León Bloy: «Quien no reza al Señor, reza al diablo». Cuando no se confiesa a Jesucristo, se confiesa la mundanidad del diablo, la mundanidad del demonio". Sólo el humilde puede hablar con esa audacia.

P. Pablo Cabellos Llorente

Publicado originalmente en Levante-El Mercantil Valenciano , reproducido en
Almudí
y traído a InfoCatólica con permiso expreso del autor.

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