Rebelión en la Serranía (II)

El cenit de la estrella de Omar

Ben Hafsun había anudado un tratado con Abd Allah al poco de subir aquel al trono. Su hijo Hafs fue enviado en embajada a Córdoba, con la propuesta de someterse al emir si aquel le dejaba la dominación de Reiyo. Este acuerdo había durado hasta que Omar se cansó de compartir el poder con Abd al-Wahab, nombrado gobernador por Abd Allah. En 889 le expulsó de sus tierras y comenzó a expandir sus dominios.

Las tropas hispanas tomaron de nuevo Archidona y bajaron a la campiña del Guadalquivir, tomando Estepa, Osuna y Écija. Poco después conquistó al asalto Baena que, por haberse resistido, vio pasada a cuchillo a su guarnición. Priego y el resto de plazas que defendían Córdoba por el sur se rindieron sin combatir. Los árabes huían ante el avance de Ben Hafsun. Los berberiscos que se habían levantado en las provincias de Albuxarat (Jaen) y Todmir (Murcia), le reconocían por señor.

Obviamente, la capital andalusí era el siguiente objetivo. Su conquista hubiese proporcionado a Omar el centro neurálgico del poder en la península. Sin duda, eso no le hubiese otorgado automáticamente el gobierno de Al Andalus, pues los árabes (y probablemente los berberiscos, en esa tesitura) seguirían combatiéndole hasta el fin, pero con plena autoridad se hubiese podido coronar como rey de la Hispania musulmana; muladíes y mozárabes hubiesen colaborado en su favor allí donde se requiriese.

Y precisamente en Córdoba esa colaboración fue causa del clímax de esta campaña. Vivía en la capital un tal conde Servando, anciano que había participado en las persecuciones de Muhammad 35 años atrás contra los mártires de Córdoba. Posteriormente había tomado el nombre de Hachach, en lo que algunos han querido ver su conversión al islam. Tal vez no fuese así, pues al acaecer estos hechos, comenzó a mover entre los mozárabes cordobeses, sobre los que alguna influencia era evidente que poseía, ansias de libertad de su patria. Les indujo a secundar a ben Hafsun, y envió a este una embajada ofreciéndole su apoyo. Descubierto el movimiento hispanista, su hijo, el joven Servando con muchos de sus partidarios logró escapar de Córdoba en 890. Unido a los mozárabes del campo, enardecidos y levantados en armas, tomó la poderosa fortaleza de Polei (hoy Aguilar del Campo), unos 40 kilómetros al sur de la capital. Desde allí se ofreció a Omar y solicitó su auxilio.

Omar se apresuró a dárselo. Trasladó su capital a Écija y reforzó la plaza de Polei con sus tropas, mientras fortalecía las defensas de aquel castillo. Los jinetes árabes dieron a Servando una batalla, logrando derrotarle junto a algunos de sus hombre fuera de los muros. Su cabeza fue llevada a Córdoba y clavada junto a la de su padre (degollado bajo la acusación de sedición) por orden del emir, para escarmiento de las posibles traiciones de los mozárabes.
Pero el grueso del ejército de cristianos cordobeses, reforzado por tropas de Omar, aseguraba Polei, y la situación empeoraba para Abd Allah. Las tropas hispanas efectuaban numerosas incursiones en la campiña de la capital desde sus cercanas bases, aterrorizando a la población y convirtiéndola prácticamente en una ciudad sitiada por el sur. En cierta ocasión los jinetes de ben Hafsun llegaron a la puerta de Córdoba llamada Bab al Wuadi, arrojando sus venablos contra cierto icono de la Virgen que sobre la misma se conservaba todavía (los musulmanes respetan a María como madre del que para ellos es un profeta, así como sus representaciones, siempre que en ellas no se le titule como “Madre de Dios”).

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La batalla de Polei

El caudillo hispano era consciente de que su triunfo en la capital andalusí no sería definitivo si no lograba que los árabes instalados en España admitieran de algún modo su dominio. Para ello se le ocurrió un movimiento político de gran envergadura que desmiente la imagen de un simple bandolero serrano: legitimar su dominio sometiéndose al califa de Bagdad. La alianza del señor del Mediodía hispano con la dinastía abbasí contra el común enemigo omeya y su reconocimiento como emir en su nombre (con la reincorporación que eso suponía de Al Andalus al califato) dividiría lo suficiente a los árabes. Teóricamente todos ellos debían obediencia religiosa al califa y en cierto modo todos ellos, salvo los clientes directos de la dinastía omeya, deberían acatar a aquel que levantara legítimamente su bandera. Para lograr este propósito envió una embajada con espléndidos regalos a Ibn Aglab, gobernador independiente de África en nombre del califa, logrando una acogida favorable de este.

Mientras esto sucedía, la consternación en Córdoba era general, donde todos veían próxima la caída de los omeyas. La comida comenzaba a escasear, muchos habitantes huían hacia el norte y la guarnición decaía en su moral por falta de pagas. El propio emir, de talante timorato, de dejaba llevar por la inacción. Los faquíes (maestros de la ley musulmana) pronosticaban el fin de la ciudad, castigada por Dios por su fe débil y sus pecados, por medio de Omar ben Hafsun, instrumento de Aquel. Según la Crónica de Ben Habib, una profecía que comenzó a circular entre los habitantes era que el cristianismo triunfaría sobre el islam en Córdoba un viernes, al mediodía, cuando los cristianos degollarían a sus habitantes hasta la puesta del sol, y que el único lugar seguro sería la colina de Abu Abda, donde antaño había existido una iglesia y que los cristianos no osarían profanar.

Antes de que la reconstrucción de Polei estuviese concluida, en 891, los generales de Abd Allah lograron convencerle para que asumiese las obligaciones de su título y de sus antepasados. Convocó de todos los frentes las tropas que se pudo reunir, y con un ejército de catorce mil hombres salió contra los hispanos. Dicen que Omar era tan escéptico con respecto a la belicosidad del sultán que exclamó “pagaré cien dinares de oro a quién me traiga la noticia de que Abd Allah marcha al frente de sus soldados”. Pero era cierto, por bien que únicamente a modo de estímulo para la tropa, pues fueron sus comandantes los que diseñaron la estrategia.

La columna emiral se enfrentó el viernes santo 15 de abril de 891 frente a las puertas de Polei contra un ejército hispano que le doblaba en número. Abd Allah se jugaba ese día su trono y su dinastía y quedó en su tienda, rezando a Allah por la victoria y viendo como sus generales batían contra pronóstico a las tropas de Omar ben Hafsun. Los hispanogodos huyeron atropelladamente hacia sus refugios serranos. Polei cayó y con él numerosos prisioneros. Los muladíes fueron escarmentados y liberados. Pero a los mozárabes se les dio como única alternativa la conversión al islam. Mil (todos, salvo uno, como recuerdan las propias fuentes musulmanas) prefirieron la muerte, y fueron degollados. Son los mártires de Polei, que nadie reclama hoy en día. Ciertamente fueron guerreros y no santos, pero su muerte por Cristo no tuvo lugar con las armas en la mano. Bien merecen nuestra oración y recuerdo.

Todo lo ganado en el último año se perdió: Baena, Écija, Archidona, Cabra… ben Hafsun se refugió en Bobastro, adonde le siguió el ejército emiral para poner fin a su rebelión. Pero la Serranía, en su conjunto, era el castillo más sólido de Omar. Los árabes hubieron de retirarse ante las dificultades (retomando a su regreso Elvira y Jaén) y la partida quedó en tablas, regresando a la situación de 889.

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Omar ben Hafsun se hace cristiano

A finales de 891 hubo una nueva tregua. Abd Allah exigió en fianza la entrega de uno de los hijos de Omar y el ingenioso hispano le entregó al hijo de uno de sus criados. Descubierto el engaño, estalló de nuevo la guerra.

Esta fase de la guerra careció de encuentros notables. Alejado el peligro inminente, el emir hubo de atender otras urgencias (sobre todo rebeliones de aristócratas árabes), y no envió contra Omar ningún otro gran contingente, como en Polei. Hubo numerosas alternativas, pero en general los hispanos recuperaron terreno: en 892 Archidona abrió sus puertas al ejército de los ben Hafsun. Ese mismo año los muladíes de Elvira llamaron al ejército hispano, y Omar obtuvo una de sus escasas victorias en campo abierto, venciendo al ejército árabe de la ciudad granadina, y conquistándola. Poco después tomó Jaen. En 895 hizo un tratado con los yemeníes Ben Hachach de Sevilla, en una de las alianzas más antinaturales que un muladí podía llevar a cabo. En 897 había perdido de nuevo Elvira, pero reconquistó Écija. En 898 Aban, hijo del emir, intentó una nueva expedición en la serranía de Reiyo contra los rebeldes, sin obtener resultados. Ese año, Muhammad ben Lope, de la familia de los Banu Kasim, bajó hacia el sur para establecer una alianza entre los dos poderes muladíes de la península, pero al conocer la muerte de su padre regresó de inmediato al Ebro sin llegar a contactar con ben Hafsun.

En 899, Omar proclamó públicamente su conversión al cristianismo, junto a la de toda su familia, tomando el nombre de Samuel, profeta que estableció la monarquía en Israel. Las razones de esta conversión han sido muy discutidas. David Wasserstein opina que fue “oportunista” y que respondía al carácter inestable del propio caudillo. Asimismo otros autores españoles están de acuerdo, pensando que con este gesto buscaba el apoyo del poderoso rey leonés Alfonso III, que no hacía mucho había protegido a los hispanos de Toledo y al muladí Ibn Marwan de Badajoz. Según su punto de vista, fue una maniobra desastrosa, pues le granjeó el desafecto de numerosos muladíes andalusíes, que habían visto en él a su campeón anteriormente.

Tales opiniones, a mi juicio, sufren de la miopía contemporánea (en cierto modo heredera de la historiografía materialista que impulsó el marxismo) de considerar que los factores espirituales no tienen importancia, y que la religión, al menos para los poderosos, es simple asunto de intereses, y que es por cálculo por lo que se convierten, en este caso al cristianismo (casos de Constantino o Recaredo). La pura realidad es que Samuel ben Hafsun conocía mucho mejor que los historiadores actuales a sus compatriotas muladíes (él mismo lo fue la mayor parte de su vida) y cómo iban a reaccionar a su conversión. Por otra parte, Toledo y Badajoz hacían frontera con el reino leonés, y era lógico que buscaran su amparo; era más que previsible que Alfonso III no arriesgaría nada por un rebelde de la serranía bética. Y veremos que, de hecho, ben Hafsun no buscaría la alianza del monarca hispano cristiano, sino la ayuda de unos musulmanes africanos. En mi opinión, en la vuelta de Samuel ben Hafsun a la fe de sus antepasados hay mucho de sinceridad, sobre todo teniendo en cuenta que mantuvo su conversión incluso cuando era evidente que resultaba contraproducente para sus aspiraciones terrenales. Hemos de notar que en favor de su sinceridad habla que su padre Hafs ya había llevado a cabo esa conversión anteriormente, construyendo a sus expensas una iglesia no lejos de Bobastro, destruida en 893 por una expedición emiral. Tal vez, la contemplación de mil compatriotas suyos dispuestos a dejarse decapitar antes que renegar de Cristo en Polei, influyó mucho más en el alma de Samuel que todas las teorías políticas que historiadores del siglo XIX y XX puedan especular.

El caudillo hispano ordenó construir una iglesia en su fortaleza de Bobastro, cuya planta basilical todavía se conserva (17 por 10 metros), siendo un caso excepcional de arquitectura mozárabe de nueva construcción en pleno Al Andalus a finales del siglo IX; también creó un obispado en la fortaleza. Se cree que más iglesias e incluso monasterios de nueva planta fueron edificados en los territorios que dominaba. Aunque se les cita en diversas fuentes, todos fueron destruidos más tarde, y no se conoce su emplazamiento exacto.

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El declive de la rebelión

En efecto, la noticia de la conversión de ben Hafsun tuvo como consecuencia que la mayoría de los muladíes que le seguían le abandonaran. Los hispanos musulmanes no eran menos fervientes en su fe que los cristianos, pero se avenían peor que estos a seguir a un caudillo de otra religión. Uno de sus principales lugartenientes, Yahiya (hijo por cierto de un converso del cristianismo llamado Anatolio), le dejó. Y el señor de Cañete, un berberisco llamado Awsacha ben Jali, se pasó a las filas del sultán. Los cronistas de la corte comenzaron a aplicarle con regularidad los epítetos de perro (alquelb), maldito (alain) e infame (aljabit).

Con su profesión católica, Samuel renunció definitivamente a su sueño de convertirse en el rey de Al Andalus bajo patrocinio abbasí. Muchos de sus aliados musulmanes le abandonaron y el ámbito de su gobierno quedó limitado a la cura de Reiyo y la parte serrana de la provincia de Ilbira. El abandono de numerosos muladíes se vio compensado en parte por la llegada a sus dominios de muchos mozárabes que huían de la persecución religiosa y que se pusieron de su lado fervientemente. Se podría decir que a partir de entonces sus dominios fueron más pequeños, pero mucho más homogéneos: la serranía se convirtió en una bolsa de feroz resistencia cristiana contra el emir.

No cesó la guerra en los 12 años siguientes, con fortuna alterna, pero en general favorable a los cordobeses. En 900 una expedición del ejército emiral atacó Sidonia, Málaga y Morón, logrando matar y capturar a numerosos seguidores de ben Hafsun, que fueron crucificados (tormento aplicado comúnmente a los cristianos). En 902, cerca de Estepa se enfrentaron serranos y sevillanos a un ejército cordobés. Tras una primera refriega favorable a ben Hafsun, fue finalmente derrotado. En 903 el emir devolvió a ben Hachach a su hijo cautivo, logrando que abandonara la alianza con los rebeldes mozárabes. Ese año tomó Jaén y combatió unos meses después a un contingente de Samuel junto al río Nescania (no lejos de Antequera) una encarnizada batalla el 23 de abril de 904, en la que el hispanogodo hubo de retirarse con graves pérdidas. La expedición de ese año amenazó Loja, Torrox, Málaga… En 905 ben Hafsun unió sus fuerzas a las de uno de sus principales lugartenientes, Ibn Mastana (que había seguido su ejemplo convirtiéndose al cristianismo), dando la batalla a los árabes en el río Guadabullón, cerca de Jaén. Como la mayor parte de las batallas que combatió en campo abierto, volvió a ser derrotado, y su influencia en la provincia de Albuxarrat (Jaen) se perdió definitivamente. Nuevas plazas fueron cayendo en manos del emir: Archidona en 907, Luque en 909, Baeza en 910, Iznájar en 911. En 910, no obstante, ben Hafsun venció a la caballería árabe en el río Talhira, cerca de Belda.

En 911 murió Alfonso III y un año después, en 912, falleció Abd Allah, que había logrado superar las graves amenazas a su reinado, dejando un trono débil aún, pero con esperanzas, a su nieto Abd ar Rahmán, el III, que sería el más grande de los omeyas.

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Bibliografía:
LA ESPAÑA MUSULMANA. Claudio Sánchez Albronoz
HISTORIA DE ESPAÑA. Pedro Aguado Bleye
HISTORIA DE ESPAÑA. Ramón Menéndez Pidal
HISTOIRE DES MUSULMANS D´ESPAGNE. Reinhart Dozy

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1 comentario

  
Ano-nimo
Luis:

Muchas gracias por el esfuerzo para traernos tan documentado, trabajado e interesante artículo.
Particularmente curioso me han parecido los puntos que se refieren a los Mártires de Polei, el tema de los Mawlas (que no sé si tendrá algo que ver con la palabra "maula") y el que se refiere a esa nueva religión, síntesis de cristianismo e islam.

También me ha parecido de especial relevancia, el que quedara claro que la mayor parte de los musulmanes en la Península, eran antiguos cristianos autóctonos convertidos al Islam; creo que la aclaración de tal punto, puede evitar usos interesados.

Un cordial saludo y enhorabuena por tan estupendo artículo.



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LA

Gracias. Un saludo.
06/02/13 1:23 PM

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