Los mormones: ¿un Jesús diferente?

Por el interés que ha despertado nuestro artículo anterior sobre la calificación que se hacen de ellos mismos los mormones como cristianos, reproducimos ahora la recensión de un libro muy interesante sobre este tema.

Robert L. Millet, A Different Jesus? The Christ of the Latter-day Saints (Grand Rapids-Cambridge: Eerdmans 2005) XVIII + 226 pp. ISBN: 0-8028-2876-0

“¿Somos cristianos? ¡Por supuesto que sí! Nadie puede negar esto honestamente!”. Con estas palabras del presidente actual de los mormones, Gordon B. Hinckley, se encuentra el lector al abrir el libro A Different Jesus, lo que da una idea sobre su contenido apologético mormón. Y es que se trata de una cuestión controvertida, la del carácter cristiano de las doctrinas de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (= IJSUD, denominación oficial del movimiento mormón, que se basa en la denominación paulina de los creyentes como “santos”, y que serían los “santos de los días antiguos”), carácter defendido por los mormones y negado por todas las confesiones cristianas. De hecho, la misma Congregación para la Doctrina de la Fe se pronunció en 2001 declarando la invalidez del bautismo administrado por la IJSUD, y se señaló en los comentarios el carácter no cristiano de su dogmática (cf. L.F. Ladaria, “La cuestión de la validez del bautismo administrado en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”, Relaciones Interconfesionales 62 [2001], 85-88).

Robert L. Millet es creyente mormón, y profesor en la universidad Brigham Young, propiedad de este grupo. Un apologista evangélico norteamericano especializado en la controversia con los mormones ha llamado a este libro “una apologética mormona escrita específicamente para una audiencia evangélica” (Bill McKeever). Y es verdad que cita con profusión a autores cristianos muy leídos en los EE.UU., como C.S. Lewis y J. MacArthur. Como curiosidad, el prólogo y el epílogo están escritos por un teólogo evangélico, Richard J. Mouw, presidente del Seminario Teológico Fuller, e involucrado en un grupo de diálogo doctrinal de evangélicos con mormones que dirigió junto con el autor. Y por ello le urgió a publicar esta obra sobre la “cristología mormona” – tema central de esa discusión – en una editorial como Eerdmans. En el prólogo defiende la honradez de Millet y pide abordar la lectura con una mente abierta.

El autor fundamenta el propósito de la obra en la cuestión central de si “¿adoramos al mismo Jesús que es adorado por nuestros amigos de otras confesiones cristianas? Esta pregunta no se responde rápida ni fácilmente. Apunta al corazón de quiénes son los Santos de los Últimos Días y qué creen realmente” (p. XII); y aclara que es una apuesta privada que no cuenta con el imprimatur de la IJSUD, ni tiene intención ecuménica alguna. Comienza el libro con cuestiones introductorias necesarias para ponerse en contexto: los orígenes históricos del mormonismo, su concepción de la revelación abierta y su añadidura de nuevos escritos que ponen al lado de la Biblia (el Libro de Mormón, Doctrinas y Convenios, La Perla de Gran Precio), y a esto se añade un profuso glosario final, que da cuenta de los términos propios de la secta, o que utilizan de manera peculiar.

El primer capítulo está dedicado a la preexistencia de Cristo, basada en la existencia de todos los hombres antes de su nacimiento. Jesús es Dios encarnado y el Señor, y “el hijo espiritual primogénito de Dios Padre” (p. 20), no el único, pues se habla de otros hijos espirituales de Dios: Lucifer y los ángeles. Dios se ha revelado desde el principio, y los mormones han restaurado este evangelio eterno de Cristo, mediante las ordenanzas –no sacramentos– que son inmutables. En el segundo capítulo Millet aborda la historicidad de Cristo y de sus enseñanzas, aludiendo a la relación entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe. Parte de la crítica al planteamiento de fondo del Jesus Seminar, para defender la divinidad de Jesucristo, así como la veracidad de los evangelios, frente a los muchos intentos de desmitologización que han sufrido, y planteando ante su figura la ya típica alternativa de que Cristo, si hacemos caso de sus propias palabras, o fue un loco, o un mentiroso, o en verdad fue el Hijo eterno de Dios. Según el autor, los mormones defienden la verdad de Jesús y sus enseñanzas aunque sea algo “pasado de moda”.

Millet dedica el tercer capítulo de este libro a un asunto tan importante para la IJSUD como es la restauración de la “fe verdadera” en los tiempos modernos, la centralidad de los mormones en la historia religiosa de la humanidad y, en concreto, en el cristianismo. “Tal concepto de una restauración implica necesariamente la creencia en una apostasía o debilitamiento” (p. 39). Protesta por la separación que suele hacerse entre el cristianismo tradicional (incluyendo a todas las grandes confesiones, aunque olvida por completo a la ortodoxia) y las doctrinas mormonas, y señala que también dentro de los evangélicos hay divergencias doctrinales. ¿A qué se debe eso, según él? Pues sencillamente a que la Reforma protestante acometió una importante y necesaria labor de corrección de la Iglesia cristiana, pero no suficiente, y por eso “se hacía necesaria una restauración completa” (p. 43), cosa que hacen los mormones. El capítulo entero es una defensa de la nueva fe traída por Joseph Smith, y de la nueva revelación del Libro de Mormón. Demuestra una típica concepción reformada “espiritualista” de la Iglesia, que no se fundamenta en comunidad humana alguna, y expone todas las ventajas que supone el mormonismo sobre las otras confesiones cristianas.

El cuarto capítulo se acerca ya a la cuestión nuclear: la cristología mormona. Explica que “los tres miembros separados de la Divinidad son uno” (p. 68), y detalla muchos aspectos de la doctrina sobre Cristo comunes con la fe cristiana, pero a continuación admite que Smith enseñó que “los miembros de la Divinidad son uno en propósito, uno en mente, uno en gloria, uno en atributos y poderes, pero seres separados, que son tres Dioses distintos” (p. 70), siendo el Padre de naturaleza corporal. Explica los títulos que se dan a Jesucristo basándose en el Libro de Mormón (que defendería una “cristología alta”), volviendo a decir que los mormones no creen “que la Biblia contenga todo lo que Dios ha hablado o aún hablará en el futuro” (p. 76), y por eso la IJSUD estará abierta a una nueva revelación progresiva que “proporciona clarificación o información adicional a la Biblia” (p. 77), y legitima esta postura desde la evolución de los escritos neotestamentarios, saltándose así el límite de la revelación (que en la doctrina tradicional se cierra con la muerte del último apóstol), y con una vaga noción del canon.

En el amplio capítulo siguiente el tema tratado es la afirmación de que Cristo es el Salvador de los hombres, entrando así en la soteriología mormona. La salvación, don gratuito de Dios, es procesual, y se da a un hombre que, según el profeta Smith, existía desde la eternidad y existirá en eternidad, y que es bueno por naturaleza. Pero aquí entra una antropología dualista que achaca la bondad natural del hombre a su naturaleza eterna espiritual, y la situación de caída a la carne, su naturaleza mortal. Hay, por tanto, caída para los mormones, pero no existe el pecado original. Aunque queda claro que la salvación sólo puede darse por Cristo y su obra ya finalizada, el sacrificio expiatorio comienza con la agonía en Getsemaní y culmina en el Calvario: “la diferencia para los Santos de los Últimos Días es su creencia en que el sufrimiento del Salvador en Getsemaní no fue un simple preludio de la expiación, sino una parte vital e importante de ella” (p. 92). A la vez, queda marginada la última cena (y apenas se habla en el libro de la eucaristía ni del sacerdocio como relativos a Cristo). Todos los hombres pueden salvarse, si aceptan a Jesucristo y obedecen al evangelio. Aunque la salvación viene por la fe, es necesario el arrepentimiento, el bautismo en agua y la imposición de las manos.

Millet explica otros temas como la gracia previniente, la salvación actual y futura, y la peculiar escatología mormona que divide la gloria eterna en tres apartados diferenciados: reino celestial, reino terrestre y reino telestial. Otro punto importante que toca es la necesidad de los ritos celebrados en los templos mormones para poder disfrutar de la gloria superior. “Si la oportunidad de recibir tales ritos [las ordenanzas] no es posible en la vida mortal, estará disponible en el mundo que está por venir. […] Una persona viva puede, entonces, por ejemplo, entrar en el templo y ser bautizada en lugar de alguien que ha muerto” (pp. 111-112). La glorificación del hombre, por último, consiste en hacerse uno como Cristo, y por ello la vida eterna no es más que “1) la continuación de la unidad familiar en la eternidad, a través de la obediencia a las alianzas y ordenanzas del templo; y 2) heredar, recibir y poseer la plenitud de la gloria del Padre” (p. 115), lo que conlleva la deificación, compartir la divinidad de Dios. Aunque aclara que los mormones no creen que los hombres deificados serán adorados, sino sólo el Padre y el Hijo (¿y dónde queda el Espíritu, que según el símbolo cum Patre et Filio simul adoratur et conglorificatur?).

El capítulo sexto aborda la situación de los que no han oído la predicación del evangelio. Repasa las respuestas exclusivista, pluralista e inclusivista, a las que añade la teoría de la “evangelización universal” inmediatamente anterior a la muerte de cada persona, y la teoría de la evangelización post mortem o “segunda probación”. Todo esto, para llegar a la cuestión del “bautismo por los muertos”, práctica mormona que quieren justificar con 1 Cor 15,29: “los Santos de los Últimos Días creen que la doctrina de la salvación por los muertos fue conocida y entendida por las comunidades cristianas antiguas” (p. 131), y por ello consideran que han recuperado una práctica cristiana de los orígenes, y que tiene una correspondencia escatológica con la predicación del evangelio a los muertos.

El capítulo séptimo aborda 21 cuestiones de interés. Entre otras cosas, Millet asegura que la doctrina mormona se ha mantenido sin cambio alguno, que creen en las tres personas de la Trinidad como “dioses separados” (aunque afirman simultáneamente la unidad de Dios, lo que resulta muy confuso), que la IJSUD no es una secta, que Dios es de naturaleza humana (y por lo tanto es de carne y hueso), defiende la veracidad del Libro de Mormón y del Libro de Abrahán (ambos traducidos por Joseph Smith), la ausencia del uso de la cruz, y todo lo bueno que tiene su fe. Un párrafo del propio autor reproducido en su integridad nos da un buen reflejo del carácter no cristiano del mormonismo: “si estar en la línea histórica de las Iglesias cristianas –o católicas o protestantes– hace a alguien cristiano, entonces claramente los Santos de los Últimos Días no son cristianos, ya que creen que fue necesaria una restauración de la verdad y poder divinos. Si una creencia en la suficiencia e inerrancia de la Biblia hace a alguien cristiano, entonces obviamente los Santos de los Últimos Días no son cristianos, pues mientras aceptan y aman la Biblia se abren a la llamada de profetas modernos y de la escritura adicional. Si una aceptación de la doctrina de la Trinidad hace a alguien cristiano, entonces los Santos de los Últimos Días no son cristianos, por supuesto, ya que creen que la doctrina de la Trinidad tal como se expresa en la teología moderna protestante y católica es el producto de la reconciliación de la teología cristiana con la filosofía griega” (p. 171).

El libro termina con la conclusión del autor, el epílogo de Mouw, dos apéndices documentales (los 13 artículos de fe escritos por Smith y la declaración sobre Cristo hecha por la presidencia mormona en el año 2000), además del glosario ya citado y de un repertorio bibliográfico. Como ya se ha señalado, constituye una obra apologética en su totalidad, y con un estilo que intenta convencer al cristiano -sobre todo evangélico – del carácter también cristiano de un movimiento que, como puede observarse leyendo con detención lo escrito y citado por Millet, diverge en puntos fundamentales de la fe cristiana compartida por católicos, ortodoxos, protestantes y anglicanos.

LUIS SANTAMARÍA DEL RÍO
Recensión publicada en Diálogo Ecuménico 130-131 (2006) 362-366.

4 comentarios

  
Luis Fernando
Pues lo dicho. No son cristianos. Su Cristo no tiene nada que ver con el Cristo de la Biblia y de la Iglesia.
14/08/09 3:48 PM
  
Mjmaz
la pregunta que me hago es si son cristianos los antimormones.
16/08/09 1:31 AM
  
critica
como se empeñan en sacar lo no cristiano de los mormones, los indues, los chinos, los ateos, no son cristianos, ellos de verdad no creen ni en el Dios que la mayoria creemos, me parece hipocrita el contenido de este articulo, pues el cristiano es el que cree en CRisto, punto. si se bautiza o no se bautiza es su problema, Cristo juzgara, a la mayoria de "CRistianos" que son sepulcros blanqueados, se saben la biblia de memoria, pero al igual si vieran a Cristo lo crucificaran, yo creo que los chinos, indues y ateos no harian eso. juzgue ud, lector.
06/12/09 9:54 PM
  
Carlos
Hola, me llamo Carlos y soy miembro de la congregación mormon gay en Florida, USA.

Puedo dar testimonio del mormonismo. Jose Smih se me apareció en una visión y me dijo que los gays pueden estar con el en el paraiso.

Yo y mi pareja José hablamos sobre lo ocurrido y hemos hablado con nuestro obispo para celebrar un matrimonio gay en nuestra iglesia. De acuerdo a nuestra creenci, podemos convertirnos en dioses gays, por toda la eternidad ¿no les arece fantástico?

Hasta pronto.

Carlos G.



03/01/10 11:29 PM

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