La revista Misión y la Nueva Era (II)
Continuamos, después de la entrega anterior, con la publicación de los extractos de la información especial divulgada en el último número de la revista Misión, sobre la Nueva Era.
Un cambio de conciencia
La Nueva Era es un movimiento sin agenda unitaria. Sin embargo, según advierte Luis Santamaría, miembro de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), sí tiene una finalidad común: el cambio de conciencia. Esta transformación tiene que ser “tanto personal como global, llevando a un cambio de paradigma. La psicología, la ciencia, la ecología, la religión, la medicina, la filosofía… todo esto tiene que cambiar”.
Ese cambio comenzó en la década de los sesenta, época del jipismo y la “cultura alternativa”. Fue entonces cuando el término Nueva Era se popularizó para anunciar la inminente llegada de una nueva civilización de paz, armonía y amor universal. La letra de la canción Aquarius del musical Hair (1969) –hoy usada en anuncios de TV– lo pregona: “Cuando la luna esté en la séptima casa, y Júpiter se alinee con Marte, entonces la paz guiará a los planetas, y el amor conducirá a las estrellas. Es el amanecer de la Era de Acuario… Abundarán la armonía y la comprensión… una revelación mística cristalina, y la auténtica liberación de la mente…”.
Para lograrlo, la Era Cristiana debía dar paso a la nueva era astrológica de Acuario, que traería consigo una transformación definitiva en la conciencia de los hombres. Stratford Caldecott señala que cada vez son menos los que piensan que esto es inminente, sin embargo, todavía hay quienes tienen la esperanza del advenimiento de una Nueva Era: “Algunos se ven a sí mismos viviendo un período complejo de ‘oscuridad’ antes de que nazca la nueva civilización y llegue por fin la conciencia religiosa mundial”.
José Luis Pivel, filósofo y teólogo que ha investigado el fenómeno, indica que la adquisición de esa ‘conciencia integral’ se basa en la experiencia de sí mismos, en el esoterismo y en fenómenos ocultos. Durante la transición de la Era de Piscis (Era Cristiana, que va del año 4 d. C. al 2.146 d. C. según algunos astrólogos) a la Era de Acuario (del año 2.146 d. C al 4.296 d. C), se prepararía a los “hombres nuevos”, algo así como una nueva especie de superhombres o seres con la misma conciencia de Cristo.
Pero “el Cristo” que predica no es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. La Nueva Era se refiere a Dios como la Energía Divina, la Energía del Amor o la Gran Inteligencia Universal. “Su propósito es que toda la humanidad llegue a ‘la conciencia de Dios’, que es la conciencia de que cada uno es dios”, subraya Pivel.
En este orden de ideas, Luis Santamaría puntualiza que “las personas deben descubrirse como partes de un Todo, que lo abarca todo, y todo lo diviniza. No hay diferencia entre la divinidad y la humanidad, ya que somos chispas de la gran energía divina universal”. Así, la energía viene a sustituir a Dios y su gracia. En esta espiritualidad –insiste Santamaría– “no hay un Dios que dicte lo que está bien y lo que está mal. La salvación se consigue por el propio esfuerzo. Se propone una gran variedad de métodos y técnicas, de cursillos y prácticas, para lograr el perfeccionamiento personal”.
¿Quiere decir entonces que las prácticas de la Nueva Era son malignas? Stratford Caldecott afirma que algunas prácticas asociadas a ciertos grupos de la Nueva Era son nocivas y peligrosas, como pueden ser los ‘espíritu guía’, la dependencia de la astrología, o la participación en la regresión a vidas pasadas.
Hay otras que resultan más ambiguas, como el yoga o ciertas formas de meditación o de terapia, por ejemplo. Algunas, no son necesariamente perjudiciales –como la acupuntura–, pero el peligro de ser ecléctico es terminar eligiendo lo que a cada uno le parece suficientemente atractivo, sin examinar si es cierto y así caer en un especie de “consumismo” espiritual inquieto, que es muy perjudicial para el desarrollo de la fe.
Clare McGrath-Merkle, quien estuvo involucrada en yoga, reiki y oración centrante durante varios años, y sufrió dolorosas consecuencias, adopta una postura más contundente: “Hay razones complejas para evitar estas cosas. El discernimiento puede ser difícil… Por eso, suelo decirle a los católicos que uno puede tomar un vaso de agua limpia y añadirle una gota de veneno, entonces ya no tendrá un vaso de agua pura con un poco de veneno, sino agua envenenada. Si uno está navegando y dirige el barco algunos grados al margen del rumbo, puede alejarse kilómetros de su ruta en cuestión de días”.
¿Buscar una “alternativa”?
Stratford Caldecott, en su texto “Catholicism and the New Age Movement” (El catolicismo y el movimiento Nueva Era), que será publicado en The Catholic Church and the World Religions (La Iglesia Católica y las Religiones del Mundo, Ed. Gavin D’Costa, 2011), demuestra algunas contradicciones en los planteamientos de la Nueva Era.
Se busca someterse a una autoridad (un gurú, por ejemplo), pero se evita a toda costa la autoridad real de la Iglesia, instituida por Cristo. Se busca el amor, pero se rechaza el compromiso de por vida. Se respeta la naturaleza, pero se quiere escapar de las limitaciones que ésta impone. Se quiere llegar a ser inmortal, pero a la vez se pretende evolucionar hacia algo diferente y mejor a sí mismo.
Manuel Guerra, sacerdote miembro de la RIES y autor de 100 preguntas-clave sobre ‘New Age’, apunta una incoherencia más: “la Nueva Era se presenta como la ‘alternativa’ de las religiones, la medicina, la música, la dietética… tradicionales, pero ‘alternativa’ no significa que cada uno podrá escoger. Se trata de una alternativa sustitutiva, o sea, que cuando llegue el ‘Aguador’ que nos va inundar de paz, gozo y armonía, va a tener lugar la desaparición de las religiones (especialmente del cristianismo), y la imposición generalizada e inevitable de la espiritualidad, la terapéutica, etc., de la Nueva Era”.
Por eso él advierte de que Nueva Era y cristianismo son mutuamente excluyentes. Para ilustrarlo, basta con fijarse en una creencia como la reencarnación, propagada en Occidente por la Nueva Era: “Quien cree en la reencarnación (‘renacimiento’ en el budismo) no cree en la redención, ni en Jesucristo Redentor, ni en la gracia divina, ni en la subsistencia del alma espiritual entre la muerte y la resurrección, ni en la resurrección de los muertos, ni en el infierno, ni en la purificación tras la muerte (Purgatorio)…”.
Ante la confusión que han generado estas creencias, Stratford Caldecott –él mismo ex simpatizante de la Nueva Era y converso– recuerda que Juan Pablo II y Benedicto XVI han pedido responder a la Nueva Era con una “Nueva Evangelización”. “Hacen falta sacerdotes católicos que comprendan las razones por las que las personas podrían sentirse atraídas por ideas y prácticas de la Nueva Era, además de ofrecer una ‘catequesis continua’ sobre los misterios y los símbolos de la fe”.
El reto es para cada católico: no hay que dejarse confundir por promesas milagrosas que llegan de tantos sitios. En la Iglesia se viven verdaderos milagros, como el milagro de Jesús hecho Eucaristía, que están a nuestro alcance cada día. La verdadera respuesta a las inquietudes del corazón del hombre están en este manantial de agua viva.
(Continuará)
2 comentarios
Es extremadamente difícil y personalmente desgastante plantar cara o intentar frenar a los gurús de la Nueva Era. Ellos se atribuyen y ejercen el papel de buenos, puros y tolerantes, siendo en realidad inflexibles y duros como una piedra. No entran nunca en conflicto directo, manteniendo así intacta su supuesta superioridad moral y su halo de pureza y pacifismo, contra la que nos estrellamos los demás.
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