Muertes papales (III): Los que murieron por enfermedad

“EL PAPA NO ENFERMA, SOLO SE METE EN LA CAMA PARA MORIR”

RODOLFO VARGAS RUBIO

Un antiguo dicho acuñado por los funcionarios de la curia vaticana reza: «El Papa no enferma, solo se mete en cama para morir». Durante mucho tiempo, las enfermedades de los Sumos Pontífices han sido mantenidas en el más estricto de los secretos, hasta tal punto que en el convencimiento popular arraigó la creencia expresada en la frase apenas mencionada. Ello provoca que la indisposición mas ligera desencadene toda suerte de rumores y la alarma de los reporteros, ávidos de la primicia de un «fallecimiento apostólico», valor mas que seguro en el mercado de la comunicación. El hermetismo vaticano se ha aflojado un poco en los ultimos tiempos debido a la imposibilidad de ocultar los malestares experimentados por Juan Pablo II en público y su evidente declinación física. Pero la política sigue siendo la de la reserva.

Durante los últimos años del pontificado de Pablo VI, la central telefónica vaticana quedaba literalmente copada cada vez que se creía que el Santo Padre se hallaba mal. Una de las señales mas significativas e inequívocas del penoso estado de salud del papa Montini fue la recuperación de la silla gestatoria -que él mismo había suprimido- para entrar en San Pedro y salir, dado que no podía ya hacer el recorrido a pie. En realidad fue Pio XII quien dio ocasión de considerar al Vicario de Cristo como alguien sometido también a los padecimientos humanos. La noticia de su grave enfermedad de 1954 corrió como reguero de pólvora, y el convencimiento de que moriría era tal que se prepararon ediciones extraordinarias de los periódicos con reseñas de su pontificado y encabezamientos de duelo. Pero Pio XII se recuperó sorprendentemente y la prensa ofreció una noticia mas sensacional que la de la temida muerte del Papa: la de la visión que tuvo de Jesucristo mientras recitaba el Anima Christi, visión en la que le fue dicho que saldría del trance. Alguno en los pasillos de la curia había filtrado lo que fue una confidencia, pero lo publicado no fue desmentido oficialmente.

He aquí los Papas que sucumbieron a enfermedades (cuyo espectro, como se vera, es de lo mas variopinto):
- Vigilio (540-555). Murió en Siracusa, donde había repostado en la ruta que le llevaba a Roma desde el exilio, a consecuencia de una recrudescencia de su mal de cálculos biliares, que ya se le había manifestado en Calcedonia en 551, en medio de sus correrías por causa de la cuestion de los Tres Capitulos.
- Pelagio II (578-590). Cayó victima de la peste que se declaró en Roma debido a una inundación del Tiber de grandes proporciones.
- San Gregorio I Magno (590-604). La gota lo consumió durante años, como lo atestigua el mismo Papa en una carta del ano 599 dirigida al noble siciliano Venancio: «Hace ya once meses que, salvo raras ocasiones, no me levanto de la cama; a tal punto soy presa de dolor y malestar y tanto me hace padecer la podagra que la vida se me ha convertido en la mayor penitencia por mis pecados.» El 12 de marzo de 604, los rigores del invierno acabaron con sus últimas fuerzas.

- Juan V (685-686). Se dice que sufrió una larga y penosa enfermedad (¿cáncer?) que apenas le dejaba fuerzas para consagrar obispos trabajosamente.
- Conón (686-687). Cayo gravemente enfermo al punto que se esperaba de un momento a otro su muerte, lo que aprovecho su ambicioso arcediano Pascual para intrigar cerca del exarca de Ravena con el objeto de obtener la sucesión del moribundo. Éste falleció dejando tras de si una situación rayana en el cisma.
- Sisinio (708). Le aquejaba la gota tan severamente que, como consigna el Liber Pontificalis, «no podía servirse de sus manos, ni siquiera para comer». Bajó al sepulcro a los veinte días de su consagracion.
- San Pablo I (757-767). Pasó a mejor vida, victima de una fiebre maligna debida a una insolación que lo sorprendió en San Pablo Extramuros, donde se hallaba retirado a causa de los calores del estío. Durante su agonía fue velado solo por el presbítero Esteban, mientras se producían en la ciudad tumultos y desórdenes, que desembocaron en la elección anticanónica de un laico cuando aún no había expirado el papa Pablo.
- San Pascual I (817-824). Se dice que enfermó gravemente -sin especificar el mal- y falleció poco después.
- San Adriano III (884-885). Yendo desde Roma a Worms para encontrarse con el emperador Carlos el Gordo, enfermó de gravedad a mitad del camino, falleciendo en San Cesario sul Panario, cerca de Módena.
- Bonifacio VI (896). Victima de un severo ataque de gota, que le mató a los quince días apenas de su consagración.
- Juan XI (931-936). Sus excesos de mesa y lecho hicieron desaparecer de este mundo al hijo sacrílego del papa Sergio III y la domna senatrix Marozia.
- Juan XV (985-996). Consumido por un violento ataque de fiebre.
- Gregorio V (996-999). Inesperadamente arrebatado por la malaria, cuyos síntomas fueron confundidos con los de envenenamiento por algunos que hicieron correr este rumor.
- Dámaso II (1048). Muerto a causa de la malaria a los veintitrés días de su entronización, en Palestrina, adonde había ido huyendo de la canicula romana. Se sospechó que había sido hecho envenenar por Benedicto IX.
- San Leon IX (1049-1054). En la cincuentena, al regresar a Roma desde Benevento después de haber permanecido prisionero de los normandos, enfermo gravemente (quizás de agotamiento físico y nervioso) y murió en el termino de un mes recitando las plegarias de los agonizantes en su aleman nativo.
- Victor II (1054-1057). Abatido y debilitado por sus continuos viajes, contrajo una fiebre mortal que acabó con sus días en Arezzo.
- Esteban IX (1057-1058). Cayo seriamente enfermo por un agotamiento nervioso y, presintiendo su muerte, hizo jurar a su clero y pueblo que no procediesen a la elección de su sucesor antes del regreso de su legado Hildebrando de Germania, lo que dio lugar a que los Crescencios (sucesores de los Teofilactos) volvieran a levantar la cabeza y entronizaran a uno de los suyos, el antipapa Benedicto X.
- Beato Victor III (1086-1087). Enfermó gravemente durante un concilio que se celebraba en su presencia en Benevento, por lo que, sintiéndose próximo a morir, dispuso que se le condujera a su amado monasterio de Montecassino, donde efectivamente cerró los ojos con fama de santidad.
- Pascual II (1099-1118). Su vejez fue amargada por los reveses experimentados por la Santa Sede en la Querella de las Investiduras y por la lucha entre las facciones que pretendían el predominio sobre Roma. Después de celebrar la Navidad en Palestrina, entró en la Ciudad Eterna, muriendo a los ocho días cerca del castillo de Sant’Angelo, a punto de que sus partidarios recuperaran San Pedro. Ya moribundo, exhortó a sus cardenales a resistir a los alemanes, que querían someter a servidumbre a la Iglesia.
- Honorio II (1124-1130). Cayó gravemente enfermo en el mes de enero de 1130, siendo trasladado al monasterio de San Gregorio en el monte Celio, donde padeció una larga agonía mientras los partidos antagónicos de los Pierleoni y los Frangipani se preparaban para imponer sus respectivos candidatos en la inminente elección. A tal punto llegaron las intrigas que, en medio de sus sufrimientos, hubo de asomar la cabeza el moribundo por una ventana para hacer ver que aun no había muerto. La noticia de su fallecimiento fue retrasada para munir la elección del candidato de los Frangipani en perjuicio del cardenal Pierleoni, que era quien tenia mayores probabilidades de suceder a Honorio. Ello condujo al cisma de 1130.
- Celestino IV (1241). Viejo y ya enfermo cuando fue elegido, falleció a los diecisiete días de su elección, sin haber podido ser consagrado.
- Inocencio IV (1243-1254). Asaltado por una enfermedad seria mientras se hallaba en Napoles en medio de sus luchas contra los Hohenstaufen, agravose al recibir la nueva de la derrota de sus tropas por las de Manfredo de Sicilia, muriendo en el palacio que había sido de Pier della Vigna.
- Bonifacio VIII (1294-1303). A quien los disgustos que padeció en el curso de su lucha contra Felipe el Hermoso de Francia (especialmente la humillación del atentado de Anagni) debilitaron mortalmente, llevándoselo unas fuertes fiebres de este mundo. Benedicto XII (1334-1342). Aquejado de «larga y dolorosa enfermedad» (posiblemente cáncer).
- Beato Urbano V (1362-1370). Enfermo a poco de regresar a Aviñón desde la sede Romana, adonde había querido retornar definitivamente, siendo disuadido por la situación de desorden que encontró. Sintiendo cercana la muerte, hizo abrir la puerta de su cámara para que todo el mundo viera como muere un Papa, expirando con un crucifijo entre las manos, vestido con el hábito benedictino y extendido sobre un mísero lecho. Santa Brigida de Suecia habia predicho que si el Papa volvía a Francia enfermaría mortalmente; por eso, el fallecimiento de Urbano V se interpreto como un castigo del Cielo.
- Gregorio XI (1370-1378). Acortaron su vida los avatares del regreso definitivo a Roma desde Aviñón y la angustia por el porvenir de la Iglesia -que adivinaba proceloso-, muriendo tras menos de dos meses de sufrimientos, cuando solo contaba 47 años.
- Eugenio IV (1431-1447). Murió de agotamiento físico y nervioso, habiendo debido enfrentar el ultimo cisma que ha habido en la Iglesia (el de Amadeo VIII de Saboya, que se hizo llamar Felix V) y los embates de los conciliaristas, así como el fracaso de sus intentos unionistas con Oriente en el Concilio de Florencia. En el lecho de muerte se le oyó -según Vespasiano da Bisticci— lamentarse de haber dejado su monasterio (pues agustino era) y aceptado el cardenalato y el Papado.
- Nicolas V (1447-1455). La gota puso fin a sus días, habiendo este verdadero «padre del Humanismo» dispuesto que dos padres cartujos le ayudaran a bien morir porque se hallaba desengañado de sus familiares y de cuantos le rodeaban. Antes del trance supremo dio a sus cardenales un último y famoso discurso en el que resumió su obra: hacer de Roma el centro de irradiación de la cultura. Digno de este culto Papa es el epitafio que le dedico Eneas Silvio y que orna su monumento sepulcral en las grutas vaticanas.
-Julio II (1503-1513). Ya debilitado por una grave indisposición nefrítica que le sobrevino durante la guerra de la Liga Santa contra Francia en 1512, fue atacado por una nueva crisis de la misma en forma de fiebre perniciosa que le llevó a la tumba en pleno Concilio Lateranense V (XVIII de los ecuménicos). Adriano VI (1522-1523). El agotamiento y el excesivo calor del verano le hicieron bajar prematuramente al sepulcro, en medio del odio de los romanos, que no perdonaban al noble Papa holandés su política de reforma y le hicieron victima de Pasquino, la popular estatua romana situada a las afueras de la Plaza Navona, que desde tiempos inmemoriales hasta hoy han aprovechado los romanos para expresar sus opiniones sobre las autoridades, sean civiles o religiosas.
-Pablo III (1534-1549). Arrebatado a los 81 años por unas fiebres violentas que hicieron presa en un organismo ya debilitado por los disgustos ocasionados al Pontífice por su propia familia.
-Julio III (1549-1555). Su óbito fue acelerado por una dieta que, sin embargo, se suponía debía curarlo de la gota que padecía, pero que obviamente no lo hizo.
-Marcelo II (1555). Sufría de una grave ulceración en una pierna que precipitó el fatal desenlace, producido por una embolia tras solo veintidós dias de pontificado, quedando su nombre ligado al de la más celebre obra de Palestrina, la Missa Papae Marcelli, joya de la polifonía clásica romana.
-Pablo IV (1555-1559). Afectado de una hidropesía complicada con fiebres altas, que dieron cuenta de él mientras sus parientes se dedicaban a saquear sus apartamentos, preludio de los terribles disturbios que siguieron en Roma a su muerte.
-Pio IV (1559-1565). Habiendo escapado con bien de un atentado contra su vida, fue tanta la impresión que enfermó de la misma y ya no se recuperó, teniendo la dicha de exhalar el último suspiro en brazos de dos grandes santos: Carlos Borromeo y Felipe Neri.
-San Pio V (1566-1572). Aquejado de mal de vejiga, sus dolores se agravaron durante el invierno que siguió a la gran victoria de Lepanto. Sintiéndose próximo a morir, hizo que le llevaran a cumplir la visita de las siete Basílicas, muy de moda en aquella época. Al llegar a la Scala Santa, sus ultimas energías se agotaron y, al cabo de diez días, expiró.
-Sixto V (1585-1590). Debido a sucesivos ataques de la malaria crónica que sufría, murió este incansable reformador de la Curia Romana y constractor, al que Roma debe multitud de monumentos.
-Urbano VII (1590). Estando afectado también por la malaria, cuyo ataque mortal le sobrevino la noche siguiente a su elección, sucumbió a los doce días de pontificado y sin haber podido ser coronado.
-Gregorio XIV (1590-1591). Fue victima de sus médicos, quienes le sometieron a los más extraños tratamientos, como, por ejemplo, la administración de oro molido.
-Inocencio IX (1591). De naturaleza enfermiza, fue presa de la fiebre, pero aun así quiso efectuar la peregrinación a las siete basílicas con motivo del Adviento, de resultas de lo cual copio un enfriamiento que en menos de diez días lo mató, a los dos meses escasos de pontificado.
-León XI (1605). Ya anciano y de débil constitución, contrajo un resfriado al tomar posesión solemne de la basílica de San Juan de Letras a la semana de su coronación. Falleció diez días después, sin llegar a cumplir un mes en el solio de Pedro.
-Gregorio XV (1621-1623). De breve pero fecundo reinado, el mal de piedra le llevo al otro mundo.
-Inocencio X (1644-1655). De carácter voluble e irascible, que se agravó con la edad. Cuando enfermaba, se negaba a guardar cama y a que lo visitaran los médicos. En el verano de 1654 cayó gravemente indispuesto por las apreturas del calor y se vio constreñido a meterse en el lecho, del cual ya no se levantó. Su agonía fue lenta y muy larga, permitiendo a sus parientes apoderarse de todo lo que pudieron pillar en el Palacio Apostólico.
-Alejandro VII (1655-1667). Consumido por el clásico mal de piedra, era prácticamente un esqueleto cuando murió.
-Clemente X (1670-1676). Debido a una fiebre violenta que le sobrevino a los 86 años, partió en una semana de este mundo, rodeado de sus cardenales y de la reina Cristina de Suecia.
-Beato Inocencio XI (1676-1689). Atormentado por achaques seniles agravados por los disgustos que le procuró el destronamiento del católico rey de Inglaterra Jacobo II, sufrió durante dos meses su última enfermedad hasta que expiró a los 78 años en medio de acerbos dolores.
-Inocencio XII (1691-1700). Un recrudecimiento de la podagra en los primeros meses de 1700 le hizo padecer indeciblemente. Su muerte fue seguida por la de Carlos II de España, el cual, fiel al consejo del Papa, había nombrado heredero universal del inmenso Imperio español al nieto de Luis XIV, Felipe de Anjou, con lo que Europa se puso en pie de guerra.
-Inocencio XIII (1721-1724). Hombre valetudinario, que ya había debido renunciar a la sede de Viterbo por razones de salud, fue presa de constantes achaques, que le hicieron sucumbir sin poder ver resueltos los asuntos religiosos de Francia (especialmente, la controversia jansenista), que le preocupaban seriamente.
-Clemente XII (1730-1740). Acometido por una enfermedad rápida, murió a los casi 88 años, ciego y tras una trabajosa agonia.
-Benedicto XIV (1740-1758), del cual hemos hablado ya en otro artículo dedicado expresamente a él. Por los achaques de la edad, se vio constreñido desde primeros de 1758 a guardar cama -de la cual se alzaba por poco tiempo y a intervalos- y vio agravarse su delicado estado por una pulmonía que acabó con sus días cuando contaba 83 años.
-Clemente XIV (1769-1774). En sus últimos días fue atormentado por una crisis maniaco-depresiva que le hacía temer de manera enfermiza el asesinato. Dirigiéndose el día de la Anunciación de 1774 con su corte a la capilla papal que tradicionalmente tenia lugar en la iglesia de la Minerva, fue sorprendido por un terrible aguacero que lo empapó por completo. Como consecuencia del enfriamiento que contrajo, se le agravó el herpes que padecía, llegando a deformársele el rostro. Durante algunos meses, su estado tuvo altibajos, pero en septiembre empeoró hasta el punto de que se dice que perdió la razón. Recibidos los últimos sacramentos, recobró la lucidez y entro en plácida agonía, muriendo en el alba del día 22. La rápida descomposición de su cuerpo dio pábulo a toda una serie de habladurías sobre un presunto envenenamiento, por lo que se lo sometió a autopsia, cuyos resultados demostraron lo infundado de las sospechas. -Pio VI (1774-1799). Los vaivenes de su traslado forzado a Francia como prisionero del Directorio le hicieron enfermar, llegando en litera en estado grave a su encierro de Valence. Penó todavía durante cuarenta días hasta que expiró, perdonando a sus verdugos, a los 81 años de edad y veinticuatro y medio de reinado.
-Leon XII (1823-1829). De salud robusta y elegante presencia, la enfermedad ya había hecho presa en él en la época del conclave en que se le hizo Papa. Se cuenta que dijo a los cardenales: «No insistáis; elegís a un cadáver.» Diecisiete veces había recibido la extremaunción y su rostro se había vuelto descarnado y pálido. Enfermo gravemente apenas coronado, aunque curó milagrosamente. A pesar de sus prematuros achaques (provocados probablemente por un cáncer), se ocupaba personalmente de los asuntos de Estado e insistía en presidir las funciones pontificales. A su muerte, a los 68 años, su memoria fue vilipendiada por los liberales, que veían en el al mas intransigente reaccionario.
-Pio VIII (1829-1830). La gota que le atormentaba le atacaba de manera particularmente dolorosa en las rodillas, hasta el punto de que solo le permitía participar raramente en las funciones sagradas. Cesó de padecer el mismo día en que cumplía 69 anos, no sin antes haber lamentado amargamente la Insurrección de Julio, que había acabado con la monarquía católica y con la dinastía legitima en Francia.
-San Pio X (1903-1914). Profundamente afectado por el estallido de la Gran Guerra -que el había intentado por todos los medios evitar-, y debilitado por una crisis bronquial y la complicación de sus problemas de uremia -que le habían sobrevenido el ano anterior-, su corazón cedió tras rápida enfermedad cuando contaba 79 años.
-Benedicto XV (1914-1922). Su vida fue inesperadamente truncada en cuatro días, a los 67 años, por una indisposición gripal que degeneró en broncopulmonía. -Pio XI (1922-1939). Gravemente enfermo del corazón, rogaba a sus médicos que le prolongaran la vida hasta el 11 de febrero de 1939, décimo aniversario del Tratado de Letrán y fecha en la que pensaba denunciar públicamente al régimen fascista italiano y al nazismo en la alocución conmemorativa de la efeméride. Su muerte, acaecida el día 10, fue objeto de las más extrañas especulaciones, entre ellas las de asesinato. En unas Memorias atribuidas al cardenal Tisserant y dadas a la luz en 1972 simultáneamente por la revista francesa Paris-Match y la italiana Panorama, se reveló que Mussolini, conocedor de las intenciones del Papa, se había servido del doctor Petacci, padre de su amante Claretta, para matar a Pio XI. Este medico habría logrado introducirse en la habitación del enfermo gracias a su proximidad al arquiatra pontificio doctor Milani y le habría administrado una inyección letal. No parece que haya habido necesidad de este expediente, dado que el estado del enfermo era desesperado y se aguardaba el fatal desenlace de un momento a otro. Además, la especie fue desmentida expresamente por el cardenal Confalonieri, que por aquella época formaba parte de la Familia Pontificia y veló día y noche a la cabecera del papa Ratti durante su ultima enfermedad.
-Pio XII (1939-1958). Era de salud delicada, pero de una resistencia física a toda prueba. Fue la victima propiciatoria de la ineptitud medica del arquiatra pontificio, el oftalmólogo Riccardo Galeazzi-Lisi, que se haría tristemente celebre por su falta de escrúpulos durante la larga agonía del Papa. En 1954, aquejado de graves trastornos gástricos que se manifestaban por medio de un hipo violento, ya estuvo a punto de morir, como ya dijimos anteiormente. El papa Pacelli volvio a su febril actividad tras su milagrosa curación, concentrando cada vez mas poder en su persona. Parece ser que se sometió a un tratamiento a base de hormonas de simio patentado por el medico suizo Paul Niehans, gracias al cual pudo continuar sin mayores complicaciones su ritmo de vida vertiginoso. En el verano de 1958, su rápida declinación física se hizo patente. Una sucesión de síncopes y la reaparición del hipo maligno presagiaron el fin inminente. Por una inexplicable negligencia, se anunció la muerte de Pío XII el día 8 de octubre, cuando aún vivía. Hubo de desmentirse la noticia, pero al día siguiente esta cobro triste realidad: el Pontífice había entrado en agonia a consecuencia de un colapso cardiopulmonar hacia la medianoche, falleciendo por parada circulatoria encefálica a las 3.52 horas de la madrugada. El doctor Galeazzi-Lisi, valiéndose de su condición de medico del Papa, había tornado con una pequeña cámara unas fotos del moribundo, vendiéndolas a un semanario. El vergonzoso hecho le valió a su autor justamente la expulsión del Colegio Medico italiano.
-Juan XXIII (1958-1963). Roído por un cáncer de estomago que empeoró en 1962, apenas inaugurado el Concilio Vaticano II, siguió con interes las sesiones de la magna asamblea y desplegó una incesante actividad. Algunas hemorragias que le sobrevinieron en 1963 revelaron la gravedad de su estado. A pesar de ello, tuvo la suficiente presencia de animo para recibir el premio Balzan de la Paz, acoger en audiencia al yerno de Cruschov y publicar la encíclica Pacem in terris, que dio un vuelco a la política internacional pontificia. La agonía del «Papa bueno» fue seguida minuto a minuto por millones de personas a través de la radio. El 3 de junio moría con 81 años.
-Pablo VI (1963-1978). Padecía de artritis, agravada hasta tal punto en sus últimos años que se vio obligado, por las extremas dificultades al andar, a restaurar el uso de la silla gestatoria en sus comparecencias publicas. Cumplidos los 80 años, anunció la proximidad de su muerte y aún hubo de sufrir la de su querido amigo Aldo Moro, asesinado por las Brigadas Rojas. Durante los funerales, en la basílica de San Juan de Letrán, se oyó el desgarrador clamor del Papa: «¿Por que, Señor?» Fue la última vez que se le vio en público. Estando en su residencia veraniega de Castelgandolfo, su estado se agravó, aunque aún tuvo fuerzas para recibir la visita del nuevo presidente de Italia Sandro Pertini. Cuatro días después de esta audiencia, se sintió tan débil que no pudo presidir el Angelus de aquel domingo 6 de agosto de 1978, aunque ya tenía preparado el mensaje que debía dirigir a los peregrinos. A las 21.40 horas de aquel día de la Transfiguración dejaba este valle de lágrimas el Papa que tanto sufrió en la época del postconcilio y de la revolución cultural del 1968. -Juan Pablo II (1978-2005). Después de un largísimo y fructífero pontificado, que incluyó toda una serie de enfermedades -entre las cuales sin duda la peor fue el Parkinson- provocadas muchas de ellas de modo más o menos directo por el atentado que sufrió en la Plaza de San Pedro el día de la Virgen de Fátima del 1981, y al que milagrosamente sobrevivió, el Papa “Grande” quiso que el mundo entero conociese su declinar físico y su agonía, apareciendo en público hasta pocos días antes de su muerte, ocurrida en las primeras vísperas de la fiesta -por él instituida- de la Divina Misericordia (o Domingo in albis) del 2005. Pocas veces como antes en la historia el pueblo fiel había pedido, como ocurrió con este gran pontífice, tras su muerte y con tanta insistencia, su pronta elevación a los altares (“Santo subito”)

6 comentarios

  
Carlos de Ecuador
Me llama la atención el tratamiento que hace el autor de ciertos temas, lo que ya me sucedió en un artículo anterior, pues acepta datos sin un suficiente análisis de las fuentes. En el artículo de hoy habla de Juan XI y dice que era hijo de Marozia y el Papa Sergio III, lo que no está probado y parece más bien una de las tantas calumnias de Liutprando. Además de quien se dice que murió por excesos es de Juan XII, nieto de Marozia, pero tampoco hay pruebas. Sin negar la tristeza de esa época, hay que reconocer que no se trató de un "Huren-Regiment" como dijo el "historiador" (las comillas son obligatorias) protestante Loscher a principios del siglo XVIII. ¿Estaría el autor conforme con que dentro de 1000 años se acepten los artículos del NYT como fuentes fidedignas sobre Benedicto XVI? Liutprando no merece crédito sin más.
29/03/10 2:59 AM
  
Victor Burgos
Me llama la atención que no se refiera a la muerte de Juan Pablo I.
16/01/12 10:15 PM
  
mariana
Igualmente me llama la atención que no se diga nada de la muerte de Juan Pablo I
25/04/12 1:29 AM
  
Despierta
Está claro, lo que se quiere dejar ver en este blog es que los "vicarios de Cristo2 ó representantes de Jesucristo aquí en la tierra, no son sino simples mortales que mueren y No están con nosotros hasta el fin del mundo, como se atrevió a decir Juan Pablo II en su llegada a Mexico en 1985.
14/08/12 12:06 AM
  
Pedro Lozano
Hay muertes de gente importante que las investigan toda una vida y no encuentran al asesino como en el caso de Jorge Eliécer Gaitán. Identificaron al sicario pero no al que ordenó su muerte. Seguramente la muerte de Juan Pablo I tampoco la investigaron ni la investigarán para no encontrar sorpresas. Actualmente el Papa Francisco debe cuidarse mucho porque cuando se pone el pie en la llaga de las mafias romanas, ahí fue Troya.
28/05/14 6:42 AM
  
JOSE
Un pontificado masacrado a los 33 días: el del santo "papa de la Sonrisa (de Dios)": Albino Luciani, que fue vilmente asesinado en 1978. O no se quiere "pringar" o arriesgar posición sobre ese asesinato...
15/06/16 2:14 AM

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