Para mantener el Chi en el hogar

Ayer escuché en la televisión como un programa aparentemente serio ofrecía unos criterios esenciales para la felicidad de las familias. Una buena señora, presentada como experta, daba consejos sobre la importancia del Feng-shui, para conseguir una casa apacible, llena de bienestar.

Afirmaba, sin el más mínimo rubor, que el principio fengsuista más importante para una casa era que los retretes siempre tuvieran la tapa cerrada. Por lo visto, un retrete abierto constituye una brecha en la armonía de la casa, por la que se escapan las energías positivas a raudales. No terminó de aclarar si, para que se escapasen las energías positivas era necesario o no tirar de la cadena, dejándolo, supongo, al bien formado criterio de los oyentes.

De la misma forma, según las antiquísimas y venerables tradiciones que el programa se dignaba compartir con nosotros, los desagües abiertos parecen ser otro atentado contra la felicidad y la armonía de un hogar. ¡Y luego la gente se queja de que su matrimonio no funciona, cuando no se han molestado en tapar los sumideros! ¡Si es que no aprendemos! La maestra del Feng-shui proponía unos vistosos tapones de colores para desagües de lavabos y bañeras, de manera que la energía positiva o “Chi” no pudiera escapar de ninguna forma de nuestra casa. De ahí viene el conocido proverbio: más vale Chi en mano que agua que no has de beber.

Finalmente, lo último que escuché en los cinco minutos que pude aguantar del programa, fue una advertencia esencial para cualquiera que esté buscando piso. Cuando uno va a visitar una casa para comprarla, lo primero que debe hacer es ver dónde está situado el cuarto de baño. Si el baño se puede ver desde la puerta de la casa, es mejor huir de allí como alma que lleva el diablo (como dirían en épocas menos ilustradas que la nuestra). Ese tipo de distribución lo que consigue es que el Chi, tal como entra por la puerta, se vaya con viento fresco por las tuberías del baño, asegurando así un futuro infeliz para sus ocupantes. Es pura ciencia.

No se trata ya de decoración, materia en la que me confieso felizmente ignorante, sino que se pretende que en todo esto se encuentran los fundamentos de la felicidad y de la vida. Y yo me pregunto: ¿es ésta la tan cacareada cultura moderna post-cristiana? ¿No se ha dicho tantas veces que a medida que las personas fueran abandonando el cristianismo se iría acabando la superstición? Ahora que el opio del pueblo deja de adormecer a las masas, ¿por fin han despertado a la realidad, que es el fengshui de los desagües y la energía positiva? A mi juicio, sucede lo que era inevitable que sucediera. Como dice Chesterton, cuando la gente deja de creer en el cristianismo, pasa inevitablemente a creer en tonterías.

¿Quieren mantener los lectores la felicidad de su hogar? Yo les recomiendo otra forma de actuar. Cojan la energía positiva y las vibraciones procedentes de los cristáles y arrójenlas por el sumidero más cercano. En vez de fundar su casa sobre la última tontería que esté de moda, pongan como cimiento sólido la Roca que es Cristo y ni tempestades, ni inundaciones, ni terremotos echarán abajo ese hogar.

Según me dice una amable lectora, “chi", en chino, significa aliento y las palabras “feng” y “shui” significan viento y agua. Los cristianos, nacidos por el agua del bautismo, tenemos la suerte de poder acoger en nuestras casas al aliento de Dios, que es el Espíritu Santo. Ése es el viento misterioso que viene de lo alto y que nos llevará a la verdadera felicidad. Además, no hace falta tener tapones para evitar que se escape, sino que basta un corazón abierto para que permanezca con nosotros. Tampoco se necesitan expertos que cobren una millonada por asesorarnos, sino que Dios lo regala gratis por medio de su Iglesia.

Si quieren un hogar feliz, aprovechen el regalo divino que es el matrimonio cristiano, en el que Dios se compromete a permanecer en la pareja, sosteniéndolos con su fuerza, guiándolos en las dificultades y consolándolos en los sufrimientos, si ellos se dejan. Recen juntos, como familia que sabe bien que su misión en este mundo es ser una Iglesia en pequeño, cuyos miembros están llamados a ser santos para la gloria de Dios. Pidan al Señor la gracia de amar a su esposo o esposa y a sus hijos como Él mismo los ama, sirviéndolos, lavando sus pies, tomando sobre sí los pecados de los demás y dando la vida por ellos.

Todo esto no les garantiza la ausencia de problemas o sufrimientos, ni mucho menos una casa perfectamente decorada, pero podrán imitar a la Sagrada Familia, que supo vivir en sencillez, humildad y alabanza, a pesar de los problemas y los sufrimientos. Y si alguien conoce un modelo mejor, que lo diga.