InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: General

7.12.23

La espada rota

Pocos placeres hay comparables al de rebuscar entre muchos libros desconocidos y descubrir uno especialmente digno de ser leído, como el que halla a un nuevo amigo en medio de una multitud. Hace tiempo, en una librería, que, como tantas otras, estaba llena de libros prescindibles, encontré y compré uno de esos libros valiosos y dignos de ser leídos. El título es Japanese death poems.

Los japoneses tienen, desde hace siglos, la llamativa costumbre de escribir un breve poema cuando van a morir, con esa preciosa caligrafía que por sí sola ya constituye una obra de arte. La brevedad no resta profundidad a los poemas, sino que, al contrario, obliga a sus autores a concentrar la aventura inabarcable de la muerte en unos pocos versos, a veces solo tres o cuatro, como oro que se va refinando hasta que solo queda el regio metal más puro.

En el libro hay muchos versos interesantes por diversas razones, pero quizá el que más me gusta de todos sea este, del siglo XVI:

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28.11.23

¿Hay que ser poeta para ser católico?

Estos días, he estado leyendo la segunda edición de 400 poemas para explicar la fe, la antología de poesía católica en español editada por Yolanda Obregón, que acaba de salir a la venta y me he sentido anonadado por la inmensa cantidad de poesía que atesora la tradición católica. Desde los orígenes de la Iglesia hace dos milenios y más atrás aún, durante toda la historia de Israel, nunca se ha dejado de utilizar la poesía para hablar de Dios, de su revelación y de la historia de salvación que tiene con su pueblo. Esta unión de la historia del cristianismo con la poesía me ha resultado tan evidente al leer el libro que no he podido evitar preguntarme si será quizá necesario ser poeta para ser católico.

La poesía está por todas partes en el catolicismo. No es posible evitarla. La misma Biblia tiene dos libros enteros dedicados a la poesía, el libro de los Salmos y el Cantar de los Cantares, y numerosísimas composiciones poéticas diseminadas por los demás. Muy triste será la lectio divina de alguien que no sea capaz de percibir la belleza poética de esos textos y, a través de ella, vislumbrar la belleza de Dios y de sus obras. En el libro que mencionaba, hay diversos ejemplos (entre otros muchos que se podrían haber incluido) de textos bíblicos que ya eran poéticos en el original hebreo y que han sido trasladados a poemas en español a lo largo de los siglos. Pensémoslo por un instante y asombrémonos: la Palabra de Dios habla de Dios con versos.

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4.11.23

Tradiciones perdidas

El otro día, un amigo mallorquín me dijo que había tenido problemas para encontrar un rosari de totsants para su ahijado y se lamentaba nostálgicamente de que pronto desaparecerían por completo. Se refería a una tradición de Mallorca de que los padrinos regalen a sus ahijados una especie de rosarios hechos con los ricos dulces de la isla. Por desgracia, la tradición, como tantas otras, va olvidándose poco a poco.

Todos, probablemente, podríamos contar historias parecidas: huesos de santo, panellets o buñuelos el 1 de noviembre, torrijas de Semana Santa, tortas de Santa Clara, rosquillas de San Antonio, roscones de Reyes, potajes de vigilia, monas de Pascua… Si salimos de los dulces y pasamos a todo tipo de tradiciones vinculadas a fiestas católicas, la lista se haría interminable, pero igualmente tendríamos que reconocer, con nostalgia, que la mayor parte de ellas están desapareciendo o han desaparecido ya. En el mejor de los casos, subsisten como algo puramente folclórico, vaciadas de su contexto cristiano.

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27.10.23

19.10.23

Estamos en la última trinchera

Cada vez que uso un símil bélico para hablar de cuestiones de fe, hay algún lector que me lo reprocha, alegando que es un lenguaje poco pacífico y cristiano. No obstante, como no pretendo ser mejor que nuestro Señor, San Pablo y los santos, que también usaron esas comparaciones, me voy a permitir decirlo: la Iglesia está en la última trinchera.

Durante los últimos meses, el terrible conflicto entre rusos y ucranianos nos ha recordado a todos algo que habíamos olvidado desde la Primera Guerra Mundial: las tácticas de la guerra de trincheras. Cuando dos ejércitos se atrincheran frente a frente, no tienen cada uno una sola trinchera. Si así fuera, en cuanto uno de ellos consiguiera traspasar la trinchera del otro, la guerra estaría perdida para este último. La realidad es que los ejércitos construyen multitud de trincheras, con distintas formas, defensas y posiciones, de modo que unas defiendan a otras, las cubran con su fuego y, en caso de que las primeras hayan sido tomadas por el enemigo, las segundas puedan servir de base para recuperarlas. Es lo que se llama defensa en profundidad.

¿Por qué explico esto? Porque es lo que la Iglesia ha hecho durante siglos, pero parece haber olvidado en las últimas décadas. El núcleo de la fe, lo irrenunciable del catolicismo, no es algo aislado, sino que ha estado siempre rodeado, sostenido, defendido y manifestado por una serie de tradiciones, signos, costumbres, presupuestos, expresiones artísticas, argumentos racionales, posturas filosóficas, ritos, canciones, formas de hablar y otras muchas tradiciones que daban forma concreta a la cosmovisión católica del mundo y de la vida. Esto se plasmó visible e instucionalmente en aquella época gloriosa que fue la cristiandad, pero la Iglesia, de alguna forma, lo llevaba siempre consigo, también a los lugares y las épocas que no eran mayoritariamente católicos.

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